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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Mujer

Lolos y Lolitas

(Este comentario no pudo ser publicado en el momento en que lo escribí, por no disponer de señal de internet)

Todos los fines de semana, de los soportales de las casas de vecindad, a eso de las doce de la noche, los Lolos (1) y Lolitas surgen, por miríadas, buscando los lugares en los que se reúnen, atraídos por la fuerza indomable de la naturaleza.

Ellas, mostrando sus encantos físicos más allá de donde la decencia hubiera podido aconsejarles, ocupan posiciones desde las que puedan mostrar sus habilidades para el contoneo. Ellos, animándose con libaciones más frecuentes de lo que su resistencia síquica aconsejaría, van aumentando su capacidad de seducción a medida que el manto de la noche se tiende, confundiéndolo todo.

No son producto de ligeras lecciones de educación para la ciudadanía, ni se ven constreñidos sus ánimos por principios de éticas trasnochadas, ni atienden a consejos de mayores, ni piensan en consecuencias de futuro. Son libres para hacer lo que les plazca, se sienten capaces de dominar, con sus tentáculos de desbordante alegría, cuanto se les ponga por delante, convirtiéndolo en ansia de placer.

Lolos y Lolitas. Los vemos ir a sus lugares de encuentro, ocupando vagones de metro, autobuses, coches atiborrados de personal dispuesto para la aventura. No los alcanzamos a ver llegar de vuelta a casa, porque estamos dormidos aún.

Tal vez, ya avanzado el día siguiente, nos encontremos con algunos restos de esos Lolos y Lolitas, deambulando por las calles, buscando el camino de vuelta a casa. Y, a la puerta de las discotecas, sobre el suelo de los aparcamientos al aire libre, en las plazas ya vacías de gente, se acumularán los desperdicios de esa fiesta multitudinaria incomprensible para un observador desde fuera, desechos que, junto con las ilusiones de cada fin de semana, recogerán los encargados de la basura.

La basura orgánica. La intelectual no la recoge nadie. Fermenta entre nosotros.

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(1) Lolo, en algunos países latinoamericanos, es sinónimo de adolescente. Las Lolitas de este cuento actualizado, aclaro, no pretenden seducir a tipos que les lleven unas décadas en años, porque, lejos de la inspiración de Nabokov, no los mirarán siquiera, sintiéndolos transparentes y, digan lo que digan, premuertos. Estas Lolitas de trece a diecisiete años solo buscan Lolos con los que pasar un rato, abiertas a olvidar la experiencia sin secuelas, renovándose cada fin de semana en su intención de aprovechar el tiempo que les queda, maltratándolo.

(2) P.D. En El País del 27 de diciembre de 2012 leo una Carta de una lectora, bajo el título de "No es mi hijo", que es una excelente pintura neofigurativa de lo que se cuece en las noches de parranda adolescente, con la tolerancia conscientemente ignorante de los padres de Lolos y Lolitas.

Dos maneras de disfrutar de un pavo relleno

Hay que ser muy insensible para no emocionarse leyendo las transcripciones del Diario que Zenobia Camprubí escribió mientras se encontraba exiliada en Cuba, entre 1937-1939. (1)

No me avergüenza reconocer que, durante algunos años de principios de la adolescencia, Zenobia -para mí como para otros muchos niños educandos, felizmente sin éxito final, en la abominación al pecado de pensar libremente, era simplemente la traductora de Rabindranath Tagore al español (desde el inglés, se nos advertía).

Esa ocupación de ajuste fino le habría -suponíamos- permitido ocupar las muchas de las horas de aburrimiento que le proporcionó en su cárcel matrimonial su esposo, cursi depresivo al que le habían concedido los suecos un, a cabal entendedera, injustificado Premio Nobel por razón de un librito que nos parecí solo apto para lecturas infantiles, llamado "Platero y yo", en el que los protagonistas eran un pollino y un asno parlante.

Descubrir, por fin, al verdadero Juan Ramón Jiménez y entender su compromiso político y su fecunda actividad literaria y su condición de gramático insigne y tener, ya algo después, la oportunidad de entrar en la sensibilidad propia de Zenobia Camprubí, gracias a ese Diario, fue una bocanada de aire fresco en el atosignante escenario de Peredas, Pemanes, Dámasos, romances viejos y petulancias nuevas.

Pero estaba la mujer. Zenobia, la hembra libre, resistiéndose a ser una víctima más de la eterna violencia latente de género que los varones han desarrollado contra las mujeres que no renunciaban a su inteligencia a pesar de amar o desear amar profundamente. Como Marie Curie, como Frida Kahlo, Virgina Wolf, Simone de Beauvoir, Angela Figueras ... como punta de lanza personal de otras muchas mujeres geniales de las que ni siquiera conocemos su nombre.

Me acuerdo hoy de la referencia a una clase en el Lyceum de la Habana en donde, como casi todos los lunes, Zenobia asistía a clases de cocina -actividad en la que, por cierto, no parece que sobresaliera-. Les habían enseñado a cocinar el pavo relleno, (vulgar y equivocadamente llamado, trufado), que había previamente que deshuesar con mimo. Solo en la operación de eliminar los huesos procurando dejar intacta la piel, el experto cocinero que las instruía había consumido cuatro horas.

Zenobia razona que si un especialista tarda cuatro horas en una operación cuyo destino final no es otro que poner en el plato carne de un ave y su relleno, una persona normal, por mucho que le guste la cocina, necesitará bastante más.

Propone, por tanto, que se vaya al resultado final. Cocinar el relleno y la carne por separado, y se presenten así en el plato. Y preciso yo, como ventaja adicional, enn tanto que seguidor literario de la escuela culinaria de la Marquesa de Parabere (2): se evitará así que, si rellenamos el pavo en demasía, como al cocer la piel encoge o mengua, se rompa y se nos salga el relleno, haciéndonos perder la gracia del intento.

Encuentro que la propuesta de Z.R. es intrínsecamente revolucionaria, popular, pragmática, y se puede aplicar, como todas las buenas ideas, a casi todos los órdenes de la vida. Zenobia Camprubí, que no tenía entonces dinero para delicatessen, atiende al núcleo del objetivo: dar de comer. Una persona culta, refinada, es capaz de reflexionar, en un momento de su vida, que si se trata de alimentar simplemente, huelgan las complicaciones.

Estamos en un momento en que no hay tiempo ni dineros para la receta larga del pavo relleno. (3) Esos señores y señora que en Bruselas o por los cerros ubetenses de Europa se reúnen de cuando en vez para analizar los mejores métodos de conseguir en su alta cocina financiera ponernos en el plato la carne y los despojos ilustrados de nuestra sociedad, deben saber que estamos en momentos en que se ha de aplicar la receta corta. Porque los estómagos vacíos de la Europa del sur no estamos de humor para lo mejor, sino necesitados de comer.

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(1) Zenobia Camprubí. Diario (1.Cuba 1937-1939), Edición de Graciela Palau de Nemes. Existe una segunda parte, dedicada a la estancia en Puerto Rico, pero la juzgo de menor interés emocional para lectores cotillas.

(2) Todavía hay culturetas que ignoran que la Marquesa de Parabere es el título nobiliario que se autoconcedió la muy ilustre Da. María Mestayer de Echagüe, autora allá por 1932 del libro "La cocina completa", y cuya edición original o la reproducción facsimilada debe ocupar lugar de honor en toda biblioteca de cocinillas.

(3) Hay una forma lenta de llegar a un resultado y un camino corto. Los pocos que disfrutan apreciando los matices, los que han sido educados en distinguir líneas de sabor, los que valoran el esfuerzo como elemento inmaterial que se añade a un resultado, seguirán y estimarán que otros sigan, el rumbo largo. Pero es cierto que la inmensa mayoría no sabrá distinguir, y, en atendiendo a la función meramente nutricia, los dos métodos cumplen su objetivo.

 

¿Merece la pena operarse para parecerse al Joker de Batman?

¿Merece la pena operarse para parecerse al Joker de Batman?

Cada vez son más las mujeres de cierta edad a las que les encuentro parecido al Joker, el personaje de la sonrisa jocunda en un rostro intrigante, y que bordaba Jack Nicholson, en la versión fílmica del cómic que contaba las aventuras de Batman, el hombre murciélago.  

No lo hacen, supongo, porque tener unos desmesurados labios carnosos, enmarcados por pómulos salientes de estirada piel, y aderezados por ojos saltones que proporcionan una mirada aborregada (inexpresiva), sea un nuevo ideal estético.

Tampoco creo que estas mujeres -me refiero a ellas, aunque no ignoro que también hay varones que se someten al proceso, porque los efectos me resultan más chocantes- consideren que su nuevo rostro desmerece respecto al que tenían, antes de someterse a las operaciones de manipulación.

Ellas se verán más guapas, y aquellos a quienes interese, las verán así, más juveniles, con sus pieles estiradas y sus labios perfilados a martillazos. Por tanto, me inmolo de antemano: soy yo el que no ha sabido evolucionar con la estética de los tiempos.

Pero, por si interesa a alguien, dejo aquí mi mensaje: me gusta mucho más, en el hombre como en la mujer -sí, también y sobre todo en la mujer- el envejecimiento natural, cuando es asumido sin complejos, como consecuencia del paso de la edad en un cuerpo cuidado y llevado con la hermosa dignidad de saberse mayor, pero no feo.

No voy, por supuesto, a arruinar con esta apreciación personal el negocio de miles de clínicas de estética que realizan millones de operaciones de cirugía y se aplican en el tratamiento con esa oscura bacteria, llamada clostridium botulinum, y que se inyecta en la piel, para paralizarla, con el nombre comercial de Botox.

Pero tenía que decir alguna vez que la belleza no tiene que ver, ni mucho menos, solo con los cuerpos y que, en mi modesta opinión, no guarda relación alguna con los modelos estéticos impuestos por la técnica Joker-Batman.

Los derechos de las mujeres

La celebración del 8 de marzo como Día por los Derechos de la Mujer cumplió el año pasado cien años, aunque los colectivos que se apuntaron, a lo largo del período, a esta conmemoración han variado bastante.

Hay, desde luego, motivos para expresar alguna satisfacción, pues, al menos en algunos países occidentales, los avances por la igualdad del segundo sexo respecto al primero han sido notables.

No tantos como notables eran las discriminaciones sufridas por las hembras humanas desde las remotas raíces de la evolución de unos seudoprimates autocalificados de inteligentes que tienen, justamente en la presión ejercida sobre ellas la demostración, al mismo tiempo, del egoísmo del varón para instrumentalizar a la mitad de los suyos, como de su torpeza para rentabilizar al máximo sus posibilidades como especie, descalificando las cualidades de sus madres, esposas, hermanas y compañeras.  

El Día de la Mujer fue inicialmente un planteamiento posicional de algunas féminas respecto a la negativa del varón a concederle el derecho al voto, o al trabajo igualmente remunerado. Desde 1975, la ONU empezó a celebrar la fecha del 8 de marzo como  Día Internacional de la mujer, que, un par de años más tarde, su Asamblea General pasó a denominar Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz, que da buena idea de los complejos intereses en juego.

Hay derechos de las mujeres que son objeto de polémica incluso en los países que presumen de haber alcanzado posiciones más igualitarias entre los dos sexos. El 7 de marzo de 2012, el ministro de Justicia español, Alberto Ruiz Gallardón abrió un capítulo nuevo, lleno de espinas, expresando que se estaría conculcando el derecho de la mujer a la maternidad.

Una mayoría de mujeres -al menos, si se atiende a las opiniones más comunmente explicitadas- defiende el derecho de la mujer a abortar, sin que la que toma la decisión deba dar explicaciones respecto a sus razones.

Son dos ejemplos (podría exponer otros, pero me detengo ahí) de "falsos derechos", como podría ser el "derecho a la ancianidad" o el "derecho a una muerte digna"; y no lo son, porque para ejercer lo que es natural no debiéramos apelar a ninguna doctrina jurídica, a ninguna posición legalista, sino a la esencia de las cosas.

Basta tener los ojos abiertos para reconocer que existen grandes bolsas de discriminación contra las mujeres, y que la pirámide de desencuentros empieza ya en los hogares, en las familias, y prosigue, afianzándose con garras muy potentes, en todos los sectores laborales y profesionales, en las más simples actuaciones de la vida diaria.

La igualdad entre ambos sexos para aquellas cuestiones en las que las capacidades potenciales son idénticas (y en algunas, incluso se puede defender la mejor capacidad natural de la mujer para desarrollarlas con más eficacia), no admite (no admitiría) controversia.

Pero conseguir la igualdad no supone dejarse caer en la trampa de ceder en lo que no es negociable, porque descansa en particularidades que no se comparten con el varón. Ese campo no pertenece más que a las mujeres. Como también se pueden encontrar terrenos que, por naturaleza, solo se han de referir a la capacidad de decisión del varón, sino afectan a derechos de terceros.

¿Un ejemplo de esto último? El desarrollo de la propia sexualidad como homosexual (siempre que no derive hacia el exhibicionismo, la vejación del otro, el gregarismo complaciente...terrenos también espinosos en los que puede caerse desde una libertad mal entendida).

Necesitamos -la humanidad- mujeres que no renuncien a serlo, que se defiendan como diferentes en lo que les es propio, y que no cedan un ápice, tampoco, en aceptar concesiones que no merecen individualmente, y que solo vendrían a señalar la injusticia de que, amparándose en cuotas, en proteccionismos interesados, se siga marginando a las más capaces en beneficio de las más contemporizadoras.

Entre modas, vestidos y desnudos

Entre modas, vestidos y desnudos

No vamos a explayarnos en este Comentario acerca de la importancia de la moda, en especial, de la que se dirige a la mujer.

Ocupa espacios físicos y síquicos, mueve dineros y voluntades. Orienta, incluso, promociones oficiales, vocaciones tempranas y, como muy pocas otras actividades humanas, es capaz de concitar a su alrededor el interés de una pirámide compleja.

En medio de la estructura de negocio, bullen unos cuantos comerciantes y sus ojeadores, copistas y modistos, que imitan, envidian, lucen, destrozan o ensalzan lo que muy pocos genios, iluminados por la luz de algo parecido a la inspiración, conciben en una hoja de papel y que ejércitos de varios miles, con menos luz y posiblemente a destajo, cortarán sobre telas y coserán con puntadas presurosas, dándole a la idea -o a la fotografía hurtada en un desfile- la forma física que servirá para cubrir y embellecer otros cuerpos, situados a miles de kilómetros de distancia.

La moda no tiene mucho que ver con las artes, pero maneja elementos que se le pueden asimilar. Por ejemplo, se podría pensar que el cuerpo femenino es el lienzo o bastidor (permita el lector que nos concentremos en la moda dirigida a la mujer, que es la que polariza lo sustancial del interés del sector, desde ambos lados del mercado de la pieza, tanto de la oferta como de la demanda) y el traje es el motivo que se refleja en él, equivalente a un paisaje con casitas, un jardín con flores, una cacería con leones o una batalla campal con muchos decapitados.

Como fenómeno sociológico, la moda refleja estupendamente, también por analogía, la selección de valores que los distintos estratos de la sociedad considera relevantes, y sirve, en consecuencia para detectar ante quién o quienes se realiza la exhibición de su posesión, y porqué se hace ésta.

Basta pasear, con los ojos abiertos, por una metrópoli, compararla con el juego de gustos y poderes en cualquier ciudad de provincias, acercarse a un pueblo remoto o sumergirse en una barriada y observar cómo visten en ellas las mujeres, captando los mensajes de lo que se está moviendo detrás de las tramoyas y bastidores de los vestidos, que ya no cubren ni son muestras de pudor, sino que han trascendido al campo de los valores y de la destrucción de los clichés.

Incluso en el mundo árabe -y, si se permite el desafío, especialmente en él-, la calle es muestrario de la combinación de recato, sensualidad, muestra y ocultación dirigida que está implícita en la voluntad de sustraer a la contemplación parte del cuerpo -o casi todo- para cubrirlo con ropajes, sean éstos estrafalarios, opacos, atrevidos o mustios, y dar así un mensaje, en el que el cuerpo y el vestido forman una unidad.

Ah, pero es que la moda está hoy en día -dicen- al alcance de cualquiera, porque "vestir a la moda" es muy barato. Es apasionante observar a grupos de mujeres probando, tocando, valorando, cada uno de los cientos -o miles- de prendas que ese invento genial que es la cadena Zara les pone, cada dos semanas, y por mínimos dineros, a su disposición. Un mercado consumista formado por quienes tienen pocos recursos y compiten, a escala local y en otra división económica, con diosas y cariátides de semanario que llaman "fondo de armario" a lo que para ellas -sacerdotisas en su calle, en su barrio- es la envoltura nuestra de cada día.

Se puede escribir mucho sobre la moda, sin pertenecer a ese mundo, y hablar bien de él, porque no todo habrá de estar, ni lo está, mal cosido ni pergeñado con maldad, aunque se puedan adivinar bastantes intereses bastardos.

Pero lo que nos trae hoy a este recinto de vanidades menores, que vive de la obsesión subyacente por ser el más bello, (o por aparentarlo, utilizando como poder de seducción las plumas que diseñan otros y con las que nos vemos, complacientes, en el espejo personal de la madrastra de Blancanieves/, es el valor que ha cobrado el desnudo en esta sociedad de apariencias.

La moda es ahora y siempre, también, desnudo, carne, exhibición de intimidad, haciendo de lo oculto, muestra pública. Sabedores de ello, los desfiles de "creaciones" de modistos encumbrados ya a la fama, se concentran, desde hace tiempo, en poner al descubierto partes, antes y en otras épocas consideradas íntimas, del cuerpo de las modelos.

Esas mujeres forzosa, escandalosamente bellas, seleccionadas de entre los animales con apariencia humana que resultan más hermosos, extraídos con independencia del lugar de la Tierra en donde hayan sido encontrados para ponerlos sobre las pasarelas, nos enseñan sus cuerpos, llamando con ellos la atención al observador, con mucha más intensidad que la ropa, el calzado o los complementos que llevan con fingido donaire. Cuerpos que no se pueden imitar, porque son, estéticamente, perfectos.

La moda ha evolucionado hacia la exhibición controlada del desnudo y, conscientes de que el valor para despelotarse no está al alcance de cualquiera -aunque todo tiene, por supuesto, un precio, que vencerá el innato temor- hay algunas mujeres que se ofrecen para señalar, como iconos, el final de una época, convirtiéndose en orgullosas precursoras de la debacle de la moda que viste, para consagrar la que desviste.

Tomemos un último ejemplo del que, como otras veces, Interviú sirve al propósito de desnudar a un famoso, mostrando un cuerpo al que da valor servir a la curiosidad de lo que esconde un ropaje: Terelu Campos, la hasta ahora conocida simplemente como presentadora de programas del corazón, se ha alineado, con fatal decisión, entre las representantes de una tendencia anti-moda, que consiste en mostrar a desconocidos los efectos sobre la propia carne de la tijera y la aguja que no manejan modistos, sino cirujanos en quirófanos.

Su desnudo completa, con sello personal, la forma, íntima, que nos hace entender por dónde está yendo, de verdad, la moda. 

Con el sexo como apaciguador

Con el sexo como apaciguador

"Hagamos el amor, no la guerra", expresaron como instrumento de su peculiar rebeldía unos jóvenes pacifistas de finales de los sesenta del siglo pasado, mientras su país estaba reclutando soldados para someterlos a un experimento colectivo de enajenación.

Ese movimiento contestario se propagó por casi todos los países ya civilizados, y sus seguidores se llamaron hippies, impulsando una corriente de tolerancia y apertura que serviría, al tiempo, de motivo de enseñanza y escándalo. Una de las definiciones perversas más conocidas de lo que fueron los hippies, seguirá siendo por los siglos de los siglos, la del futuro presidente (entonces) Ronald Reagan: "Hippie es un tipo que lleva el pelo largo como Tarzán, se mueve como Jane y huele como Chita".

Varios años después, hacia 2005, un grupo de mujeres liberianas, capitaneadas por Leymah Gbowee, esgrimiría un eslogan que guarda un cierto parecido, pero parte de la tesis contrarecíproca: "Si haces la guerra, no haremos el amor". Esta Lisístrata (1) que no había, suponemos, leído a Aristófanes, y sus huestes de continencia forzada consiguieron darle un vuelco al país, enzarzado en una guerra duradera, demostrando que incluso el varón más bruto tiene prioridades: Liberia es, desde entonces, un país pobre, pero vive en paz.

Como no existe aún el Premio Nobel de Sicología, los sesudos miembros del Comité Nobel de Oslo, -encargados, por graciosa cesión de los suecos, de conceder cada año el Premio Nobel de la Paz-, le han dado a Gbowee, y a la actual Presidenta de Liberia, Ellen Johnson-Sirleaf, y a una activista yemení cuyo currículum alguien paseaba por la mesa, Tawakul Kerman, el millón de euros (aproximado) en que consiste el galardón.

Un premio, como los de los otros cinco ideados por el inventor de la dinamita (y otras sustancias que valen para el amor como para la guerra), al que se añadió mucho después el de Economía, con el que Alfred Nobel decidió compensar, después de muerto, su mala conciencia por haberse hecho inmensamente rico fabricando explosivos en lugar de, por ejemplo, papillas para bebés.

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(1) Lisístrata y sus amigas, protestando contra la guerra, suscribieron un juramento que se concretaba, más o menos, así: "No tendré ninguna relación con mi esposo o amante, aunque me lo suplique de rodillas; permaneceré intocable en mi casa, vestida con mi más trasparente seda de color carne, y haré que me desee, pero no me entregaré a él; y si el me obliga por la fuerza a yacer con él, me comportaré tan fría como el hielo y no le tocaré ni estimularé."

Sobre mujeres, programas e improvisación

Llegado el período electoral, los candidatos masculinos se empeñan en buscar el voto femenino, dándose baños (siempre figurados, por supuesto) con posibles votantes del otro sexo, en los que prometen eliminar, ya que no la pequeña diferencia (santo Dios, que ni se les ocurra), algunas de las que siguen acartonando el panorama socioeconómico.

Tienen, desde luego, trabajo. Alguien debió convencer a Rubalcaba de que atesora más sex appeal (atractivo para la cópula mental) que Rajoy. Y está dispuesto a sacar partido a esa presunta diferencia positiva, convertida en una delicada joya, casi una anomalía, en el maremágnum de desventajas y hándicaps que ofrece su candidatura frente a su terrible opositor, a quien dan por vencedor incluso los militantes socialistas.

Promete Rubalcaba que si el llegara a gobernar, obligará a que las empresas que facturen más de 11 millones de euros y empleen por encima de 250 personas, tengan paridad sexual en sus Consejos de Administración. La inmediata pregunta que surge es, desde luego, ¿y qué?. ¿A quién beneficia? ¿A las esposas e hijas de los empresarios? ¿A las entidades que otorgan títulos de máster?

Porque no sabemos, exactamente, cuántas empresas cumplen esa condición, pero estamos seguros de que lo que no podrá nadie es calibrar los efectos de una imposición tan estrambótica.

Ya puestos a hacer promesas para captar el voto femenino (en especial, el desempleado, que es el más proclive a creerse cosas), se podía expresar que, en caso de resultar elegido por la urnas, se obligaría a que todas las empresas, pymes como multinacionales, emplearan a tantos hombres como mujeres (para evitar disquisiciones angélicas, siempre refiriéndose al sexo fisiológico manifiesto).

Incluso, si se acepta, como nos atrevemos a vaticinar, que las opciones del candidato Rubalcaba a salir ganador de esta desigual contienda (síndrome del mistreated o abused dog aparte) son aritméticamente nulas, puede -en beneficio de animar la aburrida campaña- prometer cualquier cosa que se le pase por la cabeza.

Por ejemplo: revisar el catastro de propiedades inmobiliarias, con inspección sistemática de las zonas de alto estándin y de los poseedores de vehículos (automóviles como de recreo) de lujo; imponer como tope máximo a los salarios de cualquier tipo de empresas el de 10 veces el salario menor de la misma; ofrecer programas educativos a todos esos miles de esforzados latinoamericanos -fundamentalmente mujeres- que son parejas de hecho de ancianos con Alzheimer, Parkinson o problemas de movilidad; vigilar efectivamente el reparto de droga a la entrada de escuelas y colegios; prohibir la prostitución (no solo la callejera); limitar la exhibición del cuerpo femenino (desnudo como vestido) como reclamo publicitario; etc.

En el día de la mujer trabajadora, haciendo un repaso

Ni siquiera lo que es objetivamente bueno, lo es sin matices.

El reconocimiento de la igual capacidad de ambos sexos, venida de la posición menos rotunda de no discriminación de la mujer y, en algunos sectores, encastrándose hacia la insolente discriminación positiva, no tuvo un camino fácil desde el desprecio hacia lo femenino.

Porque la mujer se consideró, en una mutación de valores provocada en no se sabe bién en qué momento de la historia, más débil, más frágil, menos inteligente. Un objeto hermoso; alguien necesitado de protección especial; un ser de poco o ningún valor, no apto para la guerra, aunque sí para el trabajo; una esclava; una prostituta o un objeto carnal; un estorbo; la mitad en valor de un varón...

No alardeemos de nuestra hipotética sensibilidad para defender lo más adecuado para resolver todos los casos. Hay anécdotas archirepetidas que sirven para apuntar hacia luces y sombras, abriendo polémicas que resultan muy del gusto de los que a todo le quieren dar la vuelta sin profundizar en el meollo.

En su momento (ayer, 1931, Congreso de los Diputados), cuando se abrió -con las reservas de quien no está seguro de que el vino no se haya agriado después de cientos de años en las barricas abandonadas en los sótanos de lo que es más urgente, oportuno o conveniente- el debate sobre el sufragio femenino, Victoria Kent y Clara Campoamor, las dos únicas diputadas de aquella República heroica, discreparon sobre lo que era mejor. Ambas tenían razón, posiblemente.

Se nos llena hoy la boca con la defensa de la paridad de sexos en los Consejos (mujeres: Alicia y Esther Koplowitz y las hijas de la segunda, Ana Patricia Botín, Amparo Moraleda, María del Pino, Covadonga O´Shea,...; pero también podíamos apuntar a cómo se eligen los hombres más capaces, tantas veces después de pasar los filtros del linaje y calibrar la fuerza de los dineros).

Nos llevamos las manos a la cabeza ante tanta violencia de género (aquí corren más peligro las Merylin, Betsabé, Celia Ignacio,...; pero no se puede generalizar: entre los asesinos hay gentes de orden con permiso de armas,  amantes despechados hábiles con la navaja o el martillo).

Estamos aún lejos de las 3 mujeres asesinadas a diario, en escalofriante promedio, en Turquía, (ese país cuya cercanía nos es imprescindible a la Europa bamboleante). Puede que lleguemos, si nos obstinamos en hacer publicidad de la locura, del desprecio al otro, de la "prostitución consentida", de "fórmulas para disfrutar plenamente del sexo" en las que la mujer cuenta como adminículo. Puede que lleguemos, si animamos a los adolescentes a que sigan los instintos de su naturaleza... y si, desde las alturas, confundimos igualdad de género con técnicas de folclore electoralista.

A favor del trabajo de la mujer, por supuesto. Pero, aún más, a favor del acceso sin trabas a la cultura, a la formación, al ocio. A favor de que la mujer, a igualdad de tarea, gane lo mismo que el varón de idéntica capacidad y desempeño, por supuesto. Pero no a costa de que el ("gran") empresario se beneficie más porque tenga la opción de elegir entre mayor oferta de trabajo.

A favor de que la mujer pueda realizarse con un trabajo adecuado, digno (qué palabra), leal, útil, remunerado adecuadamente. Claro. Pero no presentando como si fuera un logro su acceso a los Ejércitos, al frente de las batallas, a los trabajos más duros, las tareas de máximo riesgo. Y también a favor de otras formas de realización que no impliquen necesariamente trabajar para otro, sino por otros. Para varones como para hembras.

Hay tanto por hacer...se cuelan tantas voces que distorsionan el mensaje. Convivimos con tantas trampas, que a veces, creyendo avanzar, giramos en tiovivo.

Hacia la igualdad de la mujer árabe

El extraordinario momento que se está viviendo en Egipto y Túnez en el que la presión popular, con improvisación pero firmeza, está forzando el cambio -esperemos que pacífico- desde sendos regímenes totalitarios incrustados en sus estructuras políticas, que parecían destinados a reproducirse, a una mayor democracia, no puede hacernos olvidar la gran asignatura pendiente de los países árabes: liberación de la mujer.

Liberar a la mujer (no tanto del dominio del varón, como de la sociedad machista en su conjunto) es la concreta expresión de la democracia. Ningún país puede pretender defender los valores de la equidad, el respeto mutuo, la preocupación por el desarrollo conjunto, ..., si se margina a las mujeres sistemáticamente.

Las raíces de este desprecio, tan rentable para un colectivo que así elimina de un golpe a la mitad de la competencia, no se encuentran en ningún libro -ni sagrado ni profano-, ni en la experiencia, ni en el sentido de oportunidad, sino en la esencia misma de la miseria de todo aspirante a dominante, que pretende que por ser mejor en algo marginal ha de ser reconocido como más idóneo también en lo sustancial.

Los varones no son más inteligentes ni más perspicaces que las hembras, ni siquiera más resistentes al dolor o al sacrificio, pero sí, considerados uno a uno respecto a sus posibles émulas, poseen mayor fuerza bruta. Y han venido ejerciendo esa capacidad, sobre todo, donde tiene un ámbito de expresión más sencillo: el familiar, con sus parejas, con sus mujeres.

Leemos con emoción que la mujer árabe está presente en las manifestaciones por la democracia de Túnez y Egipto, ocupando, con mayor frecuencia cada vez, un lugar en las calles y en los foros. En Túnez, en particular, nos había ya sorprendido agradablemente, siempre que tuvimos ocasión de visitar aquel país, la presencia importante de la mujer en las aulas universitarias.

Esas mujeres que están manifestándose ahora están poniendo un énfasis especial en la necesidad y la urgencia de que los países árabes abran la puerta hacia la completa democracia: no tiene que ver con velos ni con creencias. Es la eliminación de una injusticia colectiva que, tampoco hay que engañarse, aún tiene sus restos de raíces en el mundo occidental, dispuestos para volver a crecer y asentarse, cómodos entre desprecios, falsedades, egoismos, dogmas, miserias del alma humana.

Sobre las razones y efectos de un cambio de look

Empezaremos recordando que las referencias al look, están, para los que cuidan la pureza del lenguaje español, posiblemente en las últimas. En la vigésimotercera edición del diccionario de la RAE, está propuesto eliminar de ese anglicismo, por el que todo el mundo se viene refiriendo hasta ahora a la imagen o aspecto propias y ajenas, especialmente cuando se trata con ello de diferenciarse o llamar la atención.

Como estamos en época de culto al cuerpo y a la juventud, son muchos los que viven pendientes de su look, diga lo que diga la Real Academia. Cambiar de look (léase lúc) es un ejercicio, a veces obsesivo, al que se dedica mucho dinero.

El cambio de lúc es siempre físico. Puede consistir en un corte de pelo, hacérselo tintar, someterse a una intervención facial, a un estiramiento del vientre, a una operación de succión de la grasa que creemos sobrante o, en los casos menos agresivos -aunque no siempre más baratos- vestirse de una determinada manera o ponerse coturnos para parecer más alto.

Las mujeres, a pesar de sus indudables avances en el mundo occidental por demostrar su independencia, son las más proclives a cambiar de look, y las que aparecen más preocupadas por sus efectos.

¿Qué tal me ves? ¿Te gusta cómo me queda? son preguntas frecuentes de las féminas a sus parejas. También pueden preguntar lo mismo a otras mujeres, pero en ese caso, la respuesta no suele tener interés para las demandantes más como vehículo para sacar consecuencias de la opinión expresada por las interpeladas. (Exceptuamos el caso en que estas últimas sean sus propias compañeras sentimentales).

Sin dar a la cuestión muchas vueltas, se cambia de look por algún grado de inseguridad. Si se hace de cuando en cuando, y se reduce a cambios externos -no físicos- la explicación puede ser simple: se pretende estar más atractiv@, gustar, ir a la moda, variar la presentación del producto que somos todos nosotros, cambiando la envoltura.

Si se cambia de look frecuentemente, o si éste afecta a intervenciones quirúrgicas, lo más probable es que hayamos caído víctimas de alguna más grave incomodidad.

Como tenemos ejemplos que podemos extraer de la vida pública y de los entornos próximos, bastará invitar al lector a hacer un análisis elemental de las razones por las que cree que ese personaje (mandatarios de país amigo, princesas, ex-presidentes de gobierno, cantante cincuentón, empresario de la construcción o del transporte, etc.) se ha sometido a una operación de embellecimiento.

Y, al cabo de unos días, puede preguntarse por los efectos conseguidos.

Sobre la mujer del prójimo

"No desearás la casa de tu prójimo. No desearás la mujer de tu prójimo, su sirviente, su sirvienta, su buey, su asno, ni nada que le pertenezca a tu prójimo".(Libro del Exodo, Sección Itró, 20;14).

Se puede decir más alto, pero no más claro. Yahvé (El Eterno), en sus conversaciones privadas con Moisés, sitúa a la mujer del prójimo al mismo nivel que cualquier otra pertenencia de aquél, salvo la casa, a la que deja en un lugar superior, al dedicarle una frase aislada.

Unos siglos más tarde, el profeta Mahoma tuvo una revelación más precisa, que le permitió escribir en la Sura de la Luz: "Y di a las creyentes que bajen la mirada y guarden sus partes privadas, y que no muestren sus atractivos a excepción de los que sean externos; y que se dejen caer el tocado sobre el escote y no muestren sus atractivos excepto a sus maridos, padres, padres de sus maridos, hijos, hijos de sus maridos, hermanos, hijos de sus hermanos, hijos de sus hermanas, sus mujeres, los esclavos que posean, los hombres subordinados carentes de instinto sexual o los niños a los que aún no se les haya desvelado la desnudez de la mujer" (28;31).

El persistente propósito del Supremo Hacedor, en sus revelaciones a los iluminados del pueblo judío (y revisionistas), por situar al hombre varios metros por encima de la mujer, podría ser interpretado como una señal inequívoca de que habló, no solamente por la boca, sino por el cerebro y las intenciones de los varones.

Pero, ¿por qué debería tener interés Quienquieraquefuese en salvaguardar de deseo a la mujer del vecino? Se ha indicado en sesudos estudios que era una manera de perseguir, para obtener garantías respecto a la filiación, el adulterio, en una época en que los medios anticonceptivos eran prácticamente desconocidos.

Esta explicación valdría para comprender que se ordenara mantenerse alejado de la casa del vecino, sino era para tomar unas pastas con té, servida con sumisión por una de sus esposas, sumisamente arrodillada ante los varones domunantes. ¡Sin embargo, prohibir desear a su mujer -la de él- es una condición exorbitante!. Urge una revisión, actualizada y no machista de estas supuestas Leyes divinas, que, al permanecer intocadas durante tantos siglos, han perdido poder coercitivo para aparecer como galimatías sin sentido.

Proponemos, aún reconciendo no haber recibido una iluminación especial, la revisión de ese Mandamiento. Y sugerimos que las próximas normas reveladas sean redactadas por mujeres. Los varones les debemos una compensación histórica y el reconocimiento de que Dios, donde quiera que deseemos ubicarlo, no puede ser utilizado para discriminar a las mujeres.

Sobre la femineidad

El Día Internacional de la Mujer es una ocasión adecuada para reflexionar sobre la femineidad. Aunque incorpórea, pertenece al grupo de las especies amenazadas. Hay muchas; tantas, que la mayoría no son celebradas. Pero, desde este modesto pedestal en el que nos aupamos cada día, nos atrevemos a defender que la femineidad debería gozar de especial protección.

Habrá que comenzar haciendo alguna disquisición que nos recuerde de qué se trata -o debería tratarse. Porque femineidad no guarda referencia, ni siquiera lejana, con la ahora indiscutida igualdad de géneros -que, por cierto, mal entendida o adrede mal interpretada, está perjudicando a la mujer en algunos campos-.

Tampoco tiene que nada que ver con esas actividades, ocupaciones, condicionamientos y mitos que han servido para marginar, en casi todas las culturas, a la mujer respecto a la indefendible superioridad del hombre -ni en lo síquico ni en lo síquico. Por supuesto, ni mucho menos, la femineidad tiene su templo en la preocupación por imponer a la mujer comportamientos, gestos, gustos y precocupaciones por el aspecto físico, destinadas a gustar al otro y que, todavía hoy, a pesar de las demostraciones en contrario desde el otro sexo, se creían privilegio de las hembras humanas para atraer al macho.

La femineidad debería restringirse, exclusivamente, a aquello que, salvado el aspecto exclusivamente morfológico que señalan las diferencias sexuales, reúne sutiles características que solo se podrían encontrar en las mujeres. Sutiles, no porque sean difíciles de encontrar, sino más bien poque son incorpóreas, metafísicas. Solo se captan desde la sensibilidad.

¿Existieron alguna vez tales elementos? Cuando se decía -incluso se dice a veces- "qué femenina es fulanita", ¿se significaba algo, en realidad?.¿ No se tratará de una falsa idea?; ¿una asignación gratuita?, ¿deformada con ánimo de contraponerla a lo valioso, la masculinidad? ¿Utilizada incluso para molestar, como la que se utiliza todavía en ciertas ocasiones para zaherir, cuando se dice "¡Maricón el último!"?. No seas femenino, serviría para expresar, torpeza, debilidad, ingenuidad, asumiendo que ha de entenderse que es una vejación, un demérito, ser considerado gay o mujer, porque estas subespecies propenden a la poesía, a perder el tiempo con lo que no es útil, con lo que no vale la pena.

Separando, pues, la femineidad como la idea que conduce a la consecución de la igualdad de acceso al trabajo por parte de mujeres y hombres (para lo que habría, además, mucho que discutir, si es todo logro o no supone otras servidumbres), ¿qué nos queda? ¿Gestos?. No, desde luego. Si lo femenino fuera gestual, se entendería como femenino el comportamiento de algunos homosexuales que parecen complacerse en exagerar actitudes y posturas, copiando en caricatura, a veces estrafalaria, los elementos superficiales que entienden, algunos varones por naturaleza, que componen las características visibles del "otro sexo".

Por supuesto, también, los conceptos de femineidad y masculinidad tradicionales están imbuídos del sesgo aportado por sus creadores, que no podían ser otros que los dominantes en la sociedad. Fundamentalmente hombres, pero no todos, necesariamente. Hay que admitir, siendo lógicos, que también las mujeres contribuyeron a perfilar el núcleo de las "cualidades femeninas", no siempre entendidas como "valores", sino, y a menudo, como "deméritos".

Habrá que descubrir la femineidad (como la masculinidad), despojándola de estereotipos, de diferencias que apuntan exclusivamente a lo sexual, de formulaciones interesadas o ingenuas que descansan en la idea motriz de que la igualdad entre hombre y mujer ha de ser absoluta. Porque de ser capaz nuestra sociedad de hacerlo así, profundizando en las diferencias entre hombres y mujeres, adquiriríamos nuevas potencialidades.

Admitiendo incluso la posibilidad de que lo que nos diferencia se ponga de manifiesto únicamente cuando, liberados de toda atadura preconcebida, hombres y mujeres se muestren unos a otros como son, productos de la máquina incansable de la naturaleza, conducida -¿lo sabremos algún día de forma inequívoca?- por el azar o por la necesidad.

Feliz día de la Mujer, hombres y mujeres. Podríamos dedicar hoy un poco de nuestro tiempo a identificar eso que nos diferencia desde la poesía, separando, con el bisturí, todo aquello que copiamos del viejo estereotipo, sin habernos detenido a descubrir lo que, en verdad, distingue, desde la profundidad del alma, a los hombres de las mujeres.

Sobre pleno empleo, mujeres y jóvenes

Hemos comentado en otros momentos la función esencial que cumple el trabajo, en relación con la supervivencia del individuo. No aceptamos que nos haga más libres (produce escalofrío intelectual recordar el "Arbeit macht frei" nazi) , ni nos convence que responda a un castigo divino, ni contiene en sí mismo elementos suficientes para lograr nuestra felicidad.

La mayoría, trabajamos simplemente para obtener una remuneración que nos permita subsistir, esclavos de la verdad incontrovertible de que quien no trabaja no come, o, para traducirlo al lenguaje de estas latitudes,  come peor. Superada la condición mínima, se pueden considerar otros componentes que añaden satisfacción: cumplimiento de objetivos, reconocimiento social, ascenso personal o éxito de grupo. Y, naturalmente, cuanto mayor sea la remuneración, tanto mejor.

El trabajo sin remuneración, realizado independientemente de la estructura social, no garantiza la supervivencia. Es casi seguro que pescar, cazar o recolectar los frutos de la tierra fuera de nuestra propiedad o desprovisto de licencias nos conduzca a la cárcel o al despojo de lo cazado  o recolectado.

Ni siquiera nos servirán el deseo y las ganas de trabajar dónde y cómo sea, si no encontramos empleador. No menos lamentablemente, la cualificación, incluso alta, no garantiza que obtengamos un puesto de trabajo, porque puede que nuestro saber haya devenido inútil o muy caro en el mercado laboral.

La demanda de trabajadores es uno de los medios, y en nuestra opinión, el más importante, que nuestra sociedad mercantil utiliza para controlar a los individuos. ¿De qué forma?. No muy sutil, en el fondo, y bien conocida. Con la remuneración por el trabajo se consigue generar una dependencia malévola entre los factores capital y trabajo que no ha podido construirse jamás en la Historia como una relación de igualdad.

En épocas de crisis, la falta de ingresos en las familias que sufren la lacra del desemplo, impone nuevas tensiones al mercado laboral, y pone de relieve la esencia de las raíces de la remuneración por el trabajo. Es una obviedad: el desempleado que no tiene medios para su subsistencia y la de sus dependientes, está dispuesto a trabajar por menos dinero, incluso en economías sumergidas, en trabajos de más riesgo y a aceptar que se le infracualifique.

Aunque se suela argumentar lo contrario, el salario no guarda relación con la productividad -plusvalía real- del individuo, y éste no tiene capacidad para conocer la suya.

Incluso, en ciertos casos flagrantes la falta de relación alcanza niveles estrambóticos: la remuneración con la que se remunera a ciertos altos cargos en muchas empresas e instituciones más bien tiende a recompensar el menosprecio a los intereses generales, o de sus accionistas, con misiones impuestas por minorías de control para obtener mayores beneficios de los que les corresponderían.

La cantidad de trabajo disponible en una sociedad y su distribución por sectores depende, en fin, del nivel de desarrollo tecnológico que haya alcanzado. No es una variable que se pueda estirar como la goma. Viene afectada directamente por los avances técnicos, que provocan a nivel general la sustitución de las ofertas de empleo para los trabajadores demandantes que, de pronto, se pueden encontrar como no cualificados para los nuevos métodos, o descubrir que son despedidos porque su actividad anterior ha podido ser sustituída por la máquina.

En el sector de las nuevas tecnologías, la creación y generación de empleo es particularmente constante, y con efectos dramáticos sobre las relaciones con el capital y el sistema productivo. En absoluto puede pretenderse que el individuo consiga acomodarse con facilidad y, si lo hace, no sin graves traumas, a las nuevas exigencias, por grandes que sean sus deseos de cualificarse y su preparación previa. La capacidad de aprendizaje y adaptación del individuo medio no es muy grande.

Por su parte, en las sociedades menos avanzadas se puede advertir cómo subsiste una demanda mayor de trabajo que no precisa de altas cualificaciones, y que se distribuye, con salarios a menudo mezquinos, entre individuos que aún no han sido sustituídos por las máquinas en el sistema productivo, aunque pudieran serlo, de contarse con la capacidad de inversión adecuada.

En estas sociedades infradesarrolladas tecnológicamente, los salarios mínimos proporcionan lo básico para la subsistencia, al no existir asistencia social, lo imprescindible para que el trabajador no se muera de hambre. Lo que no impide que muchos, desde luego, mueran de inanición o de enfermedades para cuya curación carecen de medios económicos. Esto se tolera, hoy en día, a pesar de las alabanzas al mundo globalizado y a la solidaridad.

En las sociedades más avanzadas económicamente, la mayor cualificación media ha traído efectos particulares, que también se pueden calificar de dramáticos. Y en los que el individuo tiene también poca capacidad de reacción.

Por un lado, el acceso de la mujer al mundo laboral, ha causado una fuerte competencia por los puestos de trabajo -recordemos que la cantidad de trabajo disponible y su distribución por cualificaciones es una constante del sistema económico, en cada momento-, rebajando el salario medio real, en beneficio del capital, que puede elegir entre más demandantes. Se produce también otro efecto nefasto: el incremento del tiempo improductivo.

Por otra parte, los avances tecnológicos han causado una pérdida masiva de funciones que venían a ocupar los individuos con menores cualificaciones, y que, además, cuando subsisten, se pueden acabar considerando como vergonzosos o indignos (abriendo vetas hacia la entrada de la inmigración y el subempleo).

No es posible, en fin, admitir que la hipotética superior cualificación de algunos pocos justifica sus altas remuneraciones. A pesar del oscurantismo en que se intentan mover las cifras de honorarios, salarios y primas compensatorias de los altos ejecutivos, se reconoce que sus ingresos alcanzan cifras que no guardan lógica alguna respecto a las de los escalones técnicamente cualificados.

No hace falta tener mucha imaginación para suponer que se remunera una fidelidad y el ejercicio de salvaguarda de los secretos e intimidades más oscuros de sus grupos y empresas.

Mientras la mayoría de la sociedad civil anda preocupada por resolver las tensiones provocadas por la crisis económica entre el empleo y las prestaciones sociales, buscando pactos y acuerdos cuya naturaleza exacta el individuo de a pié (entre los que nos encontramos, con orgullo) no alcanza a precisar, nos permitimos lanzar la mirada hacia la complejidad de elementos que han configurado una estructura de capital y trabajo.

Una estructura fundamentalmente insolidaria, que permite, a pesar de todas las buenas palabras, sostener como forma axial del sostenimiento familiar la remuneración por el trabajo. El salario viene decidido, no por el mérito o por la eficacia, ni tampoco por los intereses de la sociedad en su conjunto, sino, con señalada frecuencia, por los intereses específicos del capital y las decisiones de sus gestores, bien compensados éstos por su labor de guardianes del secreto.

Las mujeres y los jóvenes se han convertido en elemento de cambio del mercado laboral. Su incorporación favorece, no a las familias, no a la productividad global, sino a la renatabilidad viciosa del sistema capitalista.

Si queremos avanzar tomando medidas efectivas para corregir las malformaciones del sistema, analícese el conjunto de la estructura económico salarial, su reparto por subsistemas productivos, el coste de la asistencia social y cómo afecta a las cualificaciones laborales, y realícese una reflexión seria y completa acerca de lo que deseamos conservar y lo que es necesario apoyar preferentemente en nuestra economía.

El mercado, por sí solo, tampoco funciona en este concreto aspecto. Y los cursos de capacitación en jardinería, peluquería, monitores turísticos o soldadura -por ejemplo- no son más que engañiflas de los que los proponen para quienes los ven como una solución para conseguir un bien imprescindible: un trabajo remunerado.

Sobre Cibeles, Arco y la belleza femenina

Sobre Cibeles, Arco y la belleza femenina

Ifema, la fundación ferial de Madrid, sirvíó de marco en febrero de 2010 dos ferias singulares: Arco 2010, la presentación de varios expositores-galeristas de arte y la Pasarela Cibeles, muestra del quehacer de algunos modistos consagrados y posibles nuevos valores del mundo de la moda.

Al visitar ambas Ferias, y tener ocasión de asistir a algunas de las exhibiciones, es posible realizar algunas comparaciones entre ambos espectáculos. Porque, ante todo, se trata de una puesta en escena, de...como se suele definir utilizando el extranjerismo...una performance.

Hagamos una reflexión previa. Para aquellos seres humanos cuyo sentido estético no se ha visto vapuleado ni adulterado por conmociones extra-artísticas, el cuerpo femenino -una mujer joven, desnuda, en posición demostrativa de su esplendor- significa la concreción de la belleza,, el canon por excelencia de lo que provoca admiración y deseo.

Así ha sido reconocido a lo largo de la historia del Arte, por múltiples artistas (masculinos y femeninos) y así cabe también adivinarlo en la intención subyacente de todo modisto: vestir a la mujer hermosa para gozar mejor de su desnudo.

Que nuestra sociedad está sobresaturada de imágenes y que el objeto del arte y de la moda ha derivado hacia la intención, por parte de los llamados creadores, de llamar la atención -como sea-, es una obviedad. Pero ello no debiera impedirnos reconocer, para rescatarlos, los propósitos que deben impulsar una obra artística, sea cual sea su manifestación. Se trata de presentar la belleza, para ofrecerla como objeto de disfrute al observador y, si se consigue, además, que el espectador reflexione sobre otros mensajes, mejor que mejor.

En esta libertad, ejercida individualmente, y perfeccionada desde la formación y la cultura artística, no debieran tener influencia ni críticos intencionados por móviles oscuros, ni galeristas ávidos de obtener pingües ganancias con la falsedad de las corrientes artísticas que intencionadamente crean, ni modistos formando grupos de presión y opinión sobre lo que, en se grupito de connivencias, pretendan imponer a los crédulos como valores de una vanguardia que no avanza a ninguna parte.

¿Llenar grandes espacios con manchas, tratar de herir sensibilidades presentando, en la pretensión de ridiculizarlas, posiciones y creencias de algunos grupos, detenerse en la muestra de los atributos sexuales, realizar combinaciones de objetos habituales, agrandarlos o empequeñecerlos, desnudar parcialmente a la mujer para ridiculizar su anatomía en lugar de ensalzarla, combinar fibra de vidrio reforzada en moldes gigantescos, insinuar que alguien podrá ponerse un pantalón en el que se destaque una funda para un pene semierecto, forman parte del arte?

No, rotundamente no. Hay que recuperar la muestra de mensajes constructivos, rescatar la permanencia de las demostraciones artísticas. Se puede y debe reflexionar sobre lo que ocupa y preocupa a nuestra sociedad, criticarlo desde la inteligencia, denunciar la explotación de los desfavorecidos y humildes. Se puede y debe investigar sobre los ropajes que hacen más atractiva la desnudez subyacente de la mujer, creando belleza en su vestidura.

Algunos artistas y modistos (que también lo son), se mantienen en la línea de trabajar con la estética, de comunicar, superando la temporalidad, valores esenciales de la experiencia humana. No es fácil, desde luego. Lo sencillo es ponerse ante un lienzo en blanco y llenarlo de masas de pintura, cubrir el cuerpo de una mujer joven de estrafalarios trapos y pretender que si se consigue llamar la atención, escandalizando a los proclives, se ha creado algo.

Pero el tiempo demuestra rápidamente que el artista-reyezuelo va desnudo. El, no el arte.

Sobre la inseminación artificial y sus efectos secundarios

Una de las complicaciones más serias de la inseminación artificial es el síndrome de hiperestimulación ovárica que, en su presentación más grave, puede provocar incluso la muerte de la mujer que esté sometida al tratamiento.

Los síntomas se presentan a los 4 o 5 días de la extracción de los óvulos. Los casos más graves suelen estar asociados con el embarazo y exigen hospitalización inmediata para recuperar la pérdida de líquido, el balance electrolítico, controlar a la paciente y, si fuera necesario, provocar el aborto. En todos los casos, se manifiestan con náuseas y dolores abdominales.

No es cosa de desarrollar en este Comentario el panorama de las posibles complicaciones de un proceso que está siendo seguido, con éxito, por miles de pacientes en España (y en el mundo). Los lectores que puedan seguir el inglés y deseen ilustrarse en el tema, pueden darse un recorrido por la excelente información que proporciona el ivf-infertility.com.

La curiosa cuestión que nos motiva a meternos en esta camisa de once varas es la reciente Sentencia de la Audiencia Provincial de San Sebastián, que absuelve de responsabilidad a un equipo médico que no advirtió a la paciente que estaba siendo sometida a un tratamiento de infertilidad de que entre los efectos secundarios de la administración del preparado farmacéutico Neo-fertinom se hallaba la posibilidad de sufrir graves problemas cardiovasculares, como el que sufrió la mujer, a la que se provocó un infarto isquémico (en este caso, un ictus cerebral, que le supuso una hemiplejía permanente).

El Neofertinom es un medicamento-droga, obtenido a partir de la orina de mujeres menopáusicas, del que también habrán oído hablar los aficionados al ciclismo, pues se utiliza(ba) como estimulante para obtener mejores resultados en las competiciones deportivas.

Dice la Audiencia, entre otros obiter dicta, para justificar su fallo, confirmatorio de la Primera instancia, que "el efecto secundario de los medicamentos suministrados (lo) desconocían los propios facultativos" (ya que) "la información suministrada en el prospecto español del Neo-fertinom carecía de la exhaustividad suministrada en el americano".

Learn English, mother-to-be ladies, if you wish know for the better the way you are probably walking when engage yourselves in ivf- infertility processes. But be conscious from the inconvenient collateral consequences. According to our high-court judge´s opinion, some ivf-infertility risks are only published to terrify naïve English women.

 

Sobre la libertad para abortar o para prostituirse

Entre los avances, indudables como necesarios, para conseguir solucionar, de una vez, el problema de la desigualdad de las mujeres (y otros colectivos, menores en número, también marginados) se nos han colado algunas confusiones muy graves.

Uno de los elementos que incluso manejan ciertos colectivos autollamados "feministas" es que la libertad para abortar y la libertad para ejercer la prostitución son dos derechos que dimanan del mismo tronco: el derecho para dispone del propio cuerpo como se desee.

Qué error, qué inmenso error. En primer lugar, la libertad para abortar se ejerce dentro ya de una limitación al ejercicio de la libertad, que es la de estar embarazada y, muy posiblemente, por estar mal informada, a partir de las estadísticas de que se disponen. Aunque ambos miren por una ventana a la misma calle, no es igual la libertad del que mira desde la cárcel o desde su casa.

Una mujer embarazada, por embarazo no deseado, por peligro grave para ella o por malformación del feto, ha de tener, en cualquier momento y sin explicación, el derecho a abortar. Por supuesto, habrá que crear, como elemento de protección adicional, un entorno educativo sexual serio y completo, la facilitación de medios preventivos para evitar embarazos no deseados y un sistema asistencial y desacomplejado que resuelva la petición de ruptura de embarazo solicitada por la mujer o aconsejable clínicamente (y, obviamente, siempre con el consentimiento de la gestante), de forma segura, rápida y legalmente regulada.

Ah, pero la prostitución supone un condicionando distinto de partida. La oferta del propio cuerpo a un desconocido a cambio de dinero no es un ejercicio de libertad, porque no se realiza en términos de igualdad, jamás. Si la mujer (o el prostituído, cualquiera que sea su sexo) accede a entregarse por dinero a la satisfacción sexual del otro, no está haciendo nada por su libertad, sino que se está proponiendo como objeto de esclavitud, de sumisión. No actúa como sujeto, sino rebajándose a la categoría de objeto mercantil, de cosa, con valor no en el mercado libre, sino en el mercado de otros seres que desean cambiar por dinero unas horas de su libertad sexual.

Dejemos la hipocresía colectiva. No es compatible la exigencia de libertad de géneros, no tiene justificación el esfuerzo y la legislación que se ha acumulado para castigar la discriminación sexual, y se mantenga una tolerancia respecto a la prostitución y, sobre todo, que no se deje sin castigo la actuación de "clientes", por no decir ya la de chulos, proxenetas o explotadores sexuales de todo pelo.

En los clubs de alterne, en las casas de masajes, en la prostitución callejera como en la de lujo, en las adolescentes que dicen que prefieren ofrecer su cuerpo por cien euros solo una noche para comprarse un vestido como en las inmigrantes irregulares que se apostan en la esquina sonriendo tristemente al transeúnte mientras un tipo -o varios- las vigilan con descaro a diez metros, hay seres explotados por otros. Son siempre mujeres, generalmente. Explotados por falta de dinero, de información, de futuro, de recursos. Presionadas por otros o utilizadas por ellos.

Persecución penal de los clientes de las prostitutas, ya. Como se viene haciendo en Suecia. La presunta libertad para su ejercicio no soluciona nada, lo complica. Como sucede en Holanda. Y en España, maestros en esconder la cabeza ante los verdaderos problemas, tenemos una contradicción fragante, ignominiosa, intolerable. No comparemos, por favor, el derecho a abortar con el hipotético derecho a prostituirse.

Y por cierto: una menor embarazada, en principio, tiene, no solamente el derecho a abortar, sino que, en principio, ha de considerársele el deber de abortar. Un deber que tiene que asumir el culpable de su embarazo: la sociedad que no ha sabido enseñarle la forma madura de comportarse sexualmente.

 (Aconsejamos leer el Libro "Explotación sexual y trata de mujeres", del que es editora Liliana Marcos, de la ed. complutense, 2006, que recoge las ponencias  del I Congreso Internacional sobre este tema, celebrado en Madrid, organizado por la AFESIP)

Sobre las razones de la inferioridad de las mujeres

El 25 de noviembre se conmemora -es decir, se lamenta- el maltrato de género, eufemismo para culturetas que traslada la preocupación reciente en ciertos países occidentales por las cifras que reflejan los asesinatos, fundamentalmente de mujeres, a manos de sus parejas (básicamente, hombres).

Como resulta evidente, el número de asesinatos es un reflejo reducido del número de agresiones físicas y éstas, una pequeña muestra de los maltratos síquicos y todo ello, en conjunto, una expresión de la subordinación de la mujer a un concepto masculino de los valores.

Se ha escrito tanto sobre las razones de esta injusticia, que cabría remitirse, sin más, a unos cuantos buenos análisis sobre el tema. En nuestra opinión, más intuitiva que erudita, el reconocimiento de la fuerza del grupo sobre la individualidad ha dado predominio a los hombres respecto a las mujeres en las dos actividades esenciales para subsistir: la caza y la guerra.

No parece que el parto, en un análisis superficial, apareciera para nuestros ancestros directamente vinculado con un acto sexual concreto. Igual que los preadolescentes contemporáneos no son muy conscientes de las muy probables consecuencias físicas al cabo de las 37 semanas del coito que han realizado, es muy probable que aquellas tribus primigenias atribuyeran el nacimiento de las crías, con lo que comporta de carga física para la colectividad, a un defecto de la fisiología femenina.

Por tanto, era a la mujer a la que correspondía amamantar, cuidar y proteger aquella rémora, hasta que pasaba a ser útil.

El papel de las religiones en el sostenimiento de esta subordinación no ha sido despreciable. Las religiones aparecen como una fórmula de dominio (la opción de poder comunicarse con la divinidad, con lo arcano, de dominar lo desconocido, es una manifestación de superioridad) y las mujeres no han necesitado controlar al grupo para nada.

Todavía hoy, la manera como las mujeres se comportan con total naturalidad -esto es, franqueza- para contar sus más variadas preocupaciones o problemas, constituye un ejemplo de igualdad, de libertad, al que los varones, en general, no han podido o sabido acceder.

Es importante la femineización de nuestra cultura yes imprescindible eliminar las raíces marginatorias de las mujeres en otras culturas -en el sentido de costumbres arraigadas- en las que se castiga a un ser humano, no por no tener pene, sino por no haber necesitado nombrar líderes para sobrevivir y haber encontrado las razones de agruparse exclusivamente en la posibilidad de ser algo más felices. 

Sobre la noche oscura de la moda

En varias ciudades de Europa, se ha celebrado una noche de la moda. Los comercios de élite, ésos en donde los escaparates lucen precios para prendas y complementos que superan el salarios mensual de la inmensa mayoría de los mortales, han abierto sus puertas.

No se trataba de dejar entrar a todo quisque para que llenase con sus manos grasientas los preciados paños, ni falta que hacía. Las invitaciones para el evento debería ser rigurosas, y la difusión de la conmemoración, por supuesto, limitada.

En fin, al menos en Madrid, la convocatoria resultó un éxito completo. Alfombras rojas sobre las zanjas abiertas en donde, hoy Gallardón, mañana su oposición, buscan el tesoro que enterró Tierno y no encontró Aguirre.

Miles de nenas con faldas tipo cinturón y escotes andróginos (es metáfora) poblaron, sobre sus zapatos de más de diez centímetros, los sitios transitables y lucieron su palmito con el traje que llevaron en el último sarao. Otros tantos pijos de salón, con el pilo engominado y camisas de seda finísima, hicieron los mismos caminos, tomándose el cava que les ofrecían y riendo y dándose abrazos, todos entre sí.

A las doce de la noche, el espectáculo terminaba. Los actores secundarios del evento se fueron retirando a sus lugares habituales de copeteo, las chicas que emulaban modelos de pasarela (o lo eran ellas mismas) se fueron a sus casitas a descansar de la exhibitio, y los empleados de las tiendas de moda pasaron uno de sus peores días. No hubo caja, les arrancaron algunos botones a las piezas de tanto valor, y desaparecieron algunos cinturones.

Noche oscura de la moda.

Sobre la mujer, como objeto de adoración interesada

Un título alternativo para este Comentario hubiera sido: La utilización del género como pretexto. Porque queremos referirnos a la repetida apelación al respeto que merece lo femenino, a la desmesurada, por impropia, apelación a que las mujeres deben ser objeto de especial consideración en estos tiempos, en relación con ese otro ser devenido en abyecto, que es el varón, el hombre con testículos.

Si no estuviéramos totalmente convencidos de que la falsa polémica sobre las virtudes de lo femenino frente a lo masculino no encuentra eco en la inmensa mayoría de las mujeres, no nos meteríamos en estos berenjenales por donde queremos que discurra este artículo. Para casi todas las mujeres, como para prácticamente todos los hombres, las mujeres no solamente son alter ego merecedor de la misma estima que los varones, sino que de la confluencia activa de las opiniones y esfuerzos de ambos sexos es donde toma toda su carta de naturaleza el propósito humano de avanzar, de hacerlo cada vez mejor, de hacerlo juntos.

Hay individuos que, faltos de formación pero, sobre todo, caídos en patologías lamentables, creen que la hembra que tienen al lado, por lo que sean, es cosa suya. Obsesionados por la posesión sexual de lo que ven solo como objeto, sufren la aberración de considerar que les pertenece la vida de alguna mujer, que pueden aplicar el injustificable principio de que "o conmigo o con ninguno". Pueden llegar a matar. Matan.

No faltan tampoco algunas mujeres que, sojuzgadas por conceptos sociales inasumibles por la sensatez, víctimas de la ignorancia y una tradición de reparto de roles que ancla sus raíces en el reparto interesado de los roles, que se había instalado en algunas sociedades que no tienen posibilidad de pervivir hoy día, creen que su lugar está entre los hijos, tras las cuatro paredes de una casa, sintiéndose así más protegidas de un mundo al parecer hostil, del que no les han dado las claves.

Aquí y ahora, hay hembras que imitan el comportamiento de los hombres por querer triunfar en las batallas planificadas por varones, compiten con criterios que deberían revisarse, todos juntos. Hay hembras que sacan partido a su belleza, que se dejan vestir o desvestir para seducir, venden su cuerpo en locales, en prostíbulos, en desfiles de pasarela, en anuncios de productos que utilizan su imagen atractiva como reclamo de un comprador mal informado.

Recuperemos de una vez la imagen de la mujer. Un ser imprescindible al concepto de lo humano, un compañero de este viaje, merecedor de idéntico respeto que el que lleva testículos, madre, hermana, amiga, socia, del padre, hermano, amigo, socio, que lo necesita de forma imprescindible para ser, entre los dos, la misma esencia.

Si la igualdad necesita un Ministerio, que no olvide que la inmensa mayoría de los hombres y las mujeres de este país, como de cualquier otro país civilizado y honrado, están a favor de esa catarsis en la que ambos sexos tienen que pedirse perdón por lo mucho que sea han ignorado, confundiendo la cama con la calma.

Sobre el trabajo y las mujeres

Es el día de la mujer trabajadora en esta parte del planeta en donde somos dados a las advocaciones, en fechas elegidas por lo general siguiendo criterios mercantilistas. No es el caso. Como todos los articulistas dedicados a ilustrar sobre el tema se encargan de recordarnos, lo que se conmemora aquí es el asesinato en 1857 de más de cien mujeres trabajadoras (146) del sector textil que murieron en Nueva York al ser incendiada la nave en la que se habían hecho fuertes en una huelga, reinvidicando una jornada de solo diez horas.

La mujer se ha incorporado en España, como en la maýoría de los países occidentales, al trabajo remunerado. En cuanto al trabajo no remunerado, aquí como en cualquier lugar del globo, las mujeres han llevado siempre la parte más gravosa: cuidado del hogar, de los enfermos, trabajos de apoyo a los varones asalariados no reconocidos, desprecios, vejaciones (incluso autorizadas por religiones que entronizaban a dioses machos y machistas).

Queda tanto por hacer para que la mujer se iguale al hombre en los aspectos formales, que la labor no puede llevarse a cabo sin una profunda conmoción social. Algunos de los supuestos logros o avances por la igualdad de sexos, son falsos: no gana nada especial la mujer a la que se hace empuñar las armas contra el prójimo, no es motivo de orgullo para nadie que para ganar el sustento con el que sacar adelante a su familia, haya mujeres dentro de las minas, carretando pesados fardos o conduciendo camiones pesados.

Tampoco es justo para ellas que para acallar algunas voces o edulcorar conciencias se impongan cuotas mínimas o se eleven a puestos de más responsabilidad, de forma digital, a algunas hembras. Solo cuando el reconocimiento a la igualdad se haya extendido a todos los resortes de esta sociedad controlada por valores masculinos, podremos hablar de igualdad.

Entonces sabremos apreciar el mayor valor de la sensibilidad, valoraremos lo que significa educar a los hijos en la familia, entenderemos que el trabajo remunerado no nos hace libres. Nos hace libres el actuar unidos, hombres y mujeres, codo con codo, para mejorar el bienestar de todos. Y, desde luego, nos hará sentirnos orgullosos el que, cuando una mujer, con capacidad para ello, conseguida desde la igualdad de oportunidades en escuelas, oficios y trabajos, decida estar en el mundo laboral remunerado, no tenga ni que enseñar más pierna, ni sonreir mejor, ni aguantar comentarios sobre su pelo ni, desde luego, imitar a los machos dominantes para que le hagan un hueco.