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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la libertad para abortar o para prostituirse

Entre los avances, indudables como necesarios, para conseguir solucionar, de una vez, el problema de la desigualdad de las mujeres (y otros colectivos, menores en número, también marginados) se nos han colado algunas confusiones muy graves.

Uno de los elementos que incluso manejan ciertos colectivos autollamados "feministas" es que la libertad para abortar y la libertad para ejercer la prostitución son dos derechos que dimanan del mismo tronco: el derecho para dispone del propio cuerpo como se desee.

Qué error, qué inmenso error. En primer lugar, la libertad para abortar se ejerce dentro ya de una limitación al ejercicio de la libertad, que es la de estar embarazada y, muy posiblemente, por estar mal informada, a partir de las estadísticas de que se disponen. Aunque ambos miren por una ventana a la misma calle, no es igual la libertad del que mira desde la cárcel o desde su casa.

Una mujer embarazada, por embarazo no deseado, por peligro grave para ella o por malformación del feto, ha de tener, en cualquier momento y sin explicación, el derecho a abortar. Por supuesto, habrá que crear, como elemento de protección adicional, un entorno educativo sexual serio y completo, la facilitación de medios preventivos para evitar embarazos no deseados y un sistema asistencial y desacomplejado que resuelva la petición de ruptura de embarazo solicitada por la mujer o aconsejable clínicamente (y, obviamente, siempre con el consentimiento de la gestante), de forma segura, rápida y legalmente regulada.

Ah, pero la prostitución supone un condicionando distinto de partida. La oferta del propio cuerpo a un desconocido a cambio de dinero no es un ejercicio de libertad, porque no se realiza en términos de igualdad, jamás. Si la mujer (o el prostituído, cualquiera que sea su sexo) accede a entregarse por dinero a la satisfacción sexual del otro, no está haciendo nada por su libertad, sino que se está proponiendo como objeto de esclavitud, de sumisión. No actúa como sujeto, sino rebajándose a la categoría de objeto mercantil, de cosa, con valor no en el mercado libre, sino en el mercado de otros seres que desean cambiar por dinero unas horas de su libertad sexual.

Dejemos la hipocresía colectiva. No es compatible la exigencia de libertad de géneros, no tiene justificación el esfuerzo y la legislación que se ha acumulado para castigar la discriminación sexual, y se mantenga una tolerancia respecto a la prostitución y, sobre todo, que no se deje sin castigo la actuación de "clientes", por no decir ya la de chulos, proxenetas o explotadores sexuales de todo pelo.

En los clubs de alterne, en las casas de masajes, en la prostitución callejera como en la de lujo, en las adolescentes que dicen que prefieren ofrecer su cuerpo por cien euros solo una noche para comprarse un vestido como en las inmigrantes irregulares que se apostan en la esquina sonriendo tristemente al transeúnte mientras un tipo -o varios- las vigilan con descaro a diez metros, hay seres explotados por otros. Son siempre mujeres, generalmente. Explotados por falta de dinero, de información, de futuro, de recursos. Presionadas por otros o utilizadas por ellos.

Persecución penal de los clientes de las prostitutas, ya. Como se viene haciendo en Suecia. La presunta libertad para su ejercicio no soluciona nada, lo complica. Como sucede en Holanda. Y en España, maestros en esconder la cabeza ante los verdaderos problemas, tenemos una contradicción fragante, ignominiosa, intolerable. No comparemos, por favor, el derecho a abortar con el hipotético derecho a prostituirse.

Y por cierto: una menor embarazada, en principio, tiene, no solamente el derecho a abortar, sino que, en principio, ha de considerársele el deber de abortar. Un deber que tiene que asumir el culpable de su embarazo: la sociedad que no ha sabido enseñarle la forma madura de comportarse sexualmente.

 (Aconsejamos leer el Libro "Explotación sexual y trata de mujeres", del que es editora Liliana Marcos, de la ed. complutense, 2006, que recoge las ponencias  del I Congreso Internacional sobre este tema, celebrado en Madrid, organizado por la AFESIP)

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