Los derechos de las mujeres
La celebración del 8 de marzo como Día por los Derechos de la Mujer cumplió el año pasado cien años, aunque los colectivos que se apuntaron, a lo largo del período, a esta conmemoración han variado bastante.
Hay, desde luego, motivos para expresar alguna satisfacción, pues, al menos en algunos países occidentales, los avances por la igualdad del segundo sexo respecto al primero han sido notables.
No tantos como notables eran las discriminaciones sufridas por las hembras humanas desde las remotas raíces de la evolución de unos seudoprimates autocalificados de inteligentes que tienen, justamente en la presión ejercida sobre ellas la demostración, al mismo tiempo, del egoísmo del varón para instrumentalizar a la mitad de los suyos, como de su torpeza para rentabilizar al máximo sus posibilidades como especie, descalificando las cualidades de sus madres, esposas, hermanas y compañeras.
El Día de la Mujer fue inicialmente un planteamiento posicional de algunas féminas respecto a la negativa del varón a concederle el derecho al voto, o al trabajo igualmente remunerado. Desde 1975, la ONU empezó a celebrar la fecha del 8 de marzo como Día Internacional de la mujer, que, un par de años más tarde, su Asamblea General pasó a denominar Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz, que da buena idea de los complejos intereses en juego.
Hay derechos de las mujeres que son objeto de polémica incluso en los países que presumen de haber alcanzado posiciones más igualitarias entre los dos sexos. El 7 de marzo de 2012, el ministro de Justicia español, Alberto Ruiz Gallardón abrió un capítulo nuevo, lleno de espinas, expresando que se estaría conculcando el derecho de la mujer a la maternidad.
Una mayoría de mujeres -al menos, si se atiende a las opiniones más comunmente explicitadas- defiende el derecho de la mujer a abortar, sin que la que toma la decisión deba dar explicaciones respecto a sus razones.
Son dos ejemplos (podría exponer otros, pero me detengo ahí) de "falsos derechos", como podría ser el "derecho a la ancianidad" o el "derecho a una muerte digna"; y no lo son, porque para ejercer lo que es natural no debiéramos apelar a ninguna doctrina jurídica, a ninguna posición legalista, sino a la esencia de las cosas.
Basta tener los ojos abiertos para reconocer que existen grandes bolsas de discriminación contra las mujeres, y que la pirámide de desencuentros empieza ya en los hogares, en las familias, y prosigue, afianzándose con garras muy potentes, en todos los sectores laborales y profesionales, en las más simples actuaciones de la vida diaria.
La igualdad entre ambos sexos para aquellas cuestiones en las que las capacidades potenciales son idénticas (y en algunas, incluso se puede defender la mejor capacidad natural de la mujer para desarrollarlas con más eficacia), no admite (no admitiría) controversia.
Pero conseguir la igualdad no supone dejarse caer en la trampa de ceder en lo que no es negociable, porque descansa en particularidades que no se comparten con el varón. Ese campo no pertenece más que a las mujeres. Como también se pueden encontrar terrenos que, por naturaleza, solo se han de referir a la capacidad de decisión del varón, sino afectan a derechos de terceros.
¿Un ejemplo de esto último? El desarrollo de la propia sexualidad como homosexual (siempre que no derive hacia el exhibicionismo, la vejación del otro, el gregarismo complaciente...terrenos también espinosos en los que puede caerse desde una libertad mal entendida).
Necesitamos -la humanidad- mujeres que no renuncien a serlo, que se defiendan como diferentes en lo que les es propio, y que no cedan un ápice, tampoco, en aceptar concesiones que no merecen individualmente, y que solo vendrían a señalar la injusticia de que, amparándose en cuotas, en proteccionismos interesados, se siga marginando a las más capaces en beneficio de las más contemporizadoras.
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