Sobre la noche oscura de la moda
En varias ciudades de Europa, se ha celebrado una noche de la moda. Los comercios de élite, ésos en donde los escaparates lucen precios para prendas y complementos que superan el salarios mensual de la inmensa mayoría de los mortales, han abierto sus puertas.
No se trataba de dejar entrar a todo quisque para que llenase con sus manos grasientas los preciados paños, ni falta que hacía. Las invitaciones para el evento debería ser rigurosas, y la difusión de la conmemoración, por supuesto, limitada.
En fin, al menos en Madrid, la convocatoria resultó un éxito completo. Alfombras rojas sobre las zanjas abiertas en donde, hoy Gallardón, mañana su oposición, buscan el tesoro que enterró Tierno y no encontró Aguirre.
Miles de nenas con faldas tipo cinturón y escotes andróginos (es metáfora) poblaron, sobre sus zapatos de más de diez centímetros, los sitios transitables y lucieron su palmito con el traje que llevaron en el último sarao. Otros tantos pijos de salón, con el pilo engominado y camisas de seda finísima, hicieron los mismos caminos, tomándose el cava que les ofrecían y riendo y dándose abrazos, todos entre sí.
A las doce de la noche, el espectáculo terminaba. Los actores secundarios del evento se fueron retirando a sus lugares habituales de copeteo, las chicas que emulaban modelos de pasarela (o lo eran ellas mismas) se fueron a sus casitas a descansar de la exhibitio, y los empleados de las tiendas de moda pasaron uno de sus peores días. No hubo caja, les arrancaron algunos botones a las piezas de tanto valor, y desaparecieron algunos cinturones.
Noche oscura de la moda.
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