Entre modas, vestidos y desnudos
No vamos a explayarnos en este Comentario acerca de la importancia de la moda, en especial, de la que se dirige a la mujer.
Ocupa espacios físicos y síquicos, mueve dineros y voluntades. Orienta, incluso, promociones oficiales, vocaciones tempranas y, como muy pocas otras actividades humanas, es capaz de concitar a su alrededor el interés de una pirámide compleja.
En medio de la estructura de negocio, bullen unos cuantos comerciantes y sus ojeadores, copistas y modistos, que imitan, envidian, lucen, destrozan o ensalzan lo que muy pocos genios, iluminados por la luz de algo parecido a la inspiración, conciben en una hoja de papel y que ejércitos de varios miles, con menos luz y posiblemente a destajo, cortarán sobre telas y coserán con puntadas presurosas, dándole a la idea -o a la fotografía hurtada en un desfile- la forma física que servirá para cubrir y embellecer otros cuerpos, situados a miles de kilómetros de distancia.
La moda no tiene mucho que ver con las artes, pero maneja elementos que se le pueden asimilar. Por ejemplo, se podría pensar que el cuerpo femenino es el lienzo o bastidor (permita el lector que nos concentremos en la moda dirigida a la mujer, que es la que polariza lo sustancial del interés del sector, desde ambos lados del mercado de la pieza, tanto de la oferta como de la demanda) y el traje es el motivo que se refleja en él, equivalente a un paisaje con casitas, un jardín con flores, una cacería con leones o una batalla campal con muchos decapitados.
Como fenómeno sociológico, la moda refleja estupendamente, también por analogía, la selección de valores que los distintos estratos de la sociedad considera relevantes, y sirve, en consecuencia para detectar ante quién o quienes se realiza la exhibición de su posesión, y porqué se hace ésta.
Basta pasear, con los ojos abiertos, por una metrópoli, compararla con el juego de gustos y poderes en cualquier ciudad de provincias, acercarse a un pueblo remoto o sumergirse en una barriada y observar cómo visten en ellas las mujeres, captando los mensajes de lo que se está moviendo detrás de las tramoyas y bastidores de los vestidos, que ya no cubren ni son muestras de pudor, sino que han trascendido al campo de los valores y de la destrucción de los clichés.
Incluso en el mundo árabe -y, si se permite el desafío, especialmente en él-, la calle es muestrario de la combinación de recato, sensualidad, muestra y ocultación dirigida que está implícita en la voluntad de sustraer a la contemplación parte del cuerpo -o casi todo- para cubrirlo con ropajes, sean éstos estrafalarios, opacos, atrevidos o mustios, y dar así un mensaje, en el que el cuerpo y el vestido forman una unidad.
Ah, pero es que la moda está hoy en día -dicen- al alcance de cualquiera, porque "vestir a la moda" es muy barato. Es apasionante observar a grupos de mujeres probando, tocando, valorando, cada uno de los cientos -o miles- de prendas que ese invento genial que es la cadena Zara les pone, cada dos semanas, y por mínimos dineros, a su disposición. Un mercado consumista formado por quienes tienen pocos recursos y compiten, a escala local y en otra división económica, con diosas y cariátides de semanario que llaman "fondo de armario" a lo que para ellas -sacerdotisas en su calle, en su barrio- es la envoltura nuestra de cada día.
Se puede escribir mucho sobre la moda, sin pertenecer a ese mundo, y hablar bien de él, porque no todo habrá de estar, ni lo está, mal cosido ni pergeñado con maldad, aunque se puedan adivinar bastantes intereses bastardos.
Pero lo que nos trae hoy a este recinto de vanidades menores, que vive de la obsesión subyacente por ser el más bello, (o por aparentarlo, utilizando como poder de seducción las plumas que diseñan otros y con las que nos vemos, complacientes, en el espejo personal de la madrastra de Blancanieves/, es el valor que ha cobrado el desnudo en esta sociedad de apariencias.
La moda es ahora y siempre, también, desnudo, carne, exhibición de intimidad, haciendo de lo oculto, muestra pública. Sabedores de ello, los desfiles de "creaciones" de modistos encumbrados ya a la fama, se concentran, desde hace tiempo, en poner al descubierto partes, antes y en otras épocas consideradas íntimas, del cuerpo de las modelos.
Esas mujeres forzosa, escandalosamente bellas, seleccionadas de entre los animales con apariencia humana que resultan más hermosos, extraídos con independencia del lugar de la Tierra en donde hayan sido encontrados para ponerlos sobre las pasarelas, nos enseñan sus cuerpos, llamando con ellos la atención al observador, con mucha más intensidad que la ropa, el calzado o los complementos que llevan con fingido donaire. Cuerpos que no se pueden imitar, porque son, estéticamente, perfectos.
La moda ha evolucionado hacia la exhibición controlada del desnudo y, conscientes de que el valor para despelotarse no está al alcance de cualquiera -aunque todo tiene, por supuesto, un precio, que vencerá el innato temor- hay algunas mujeres que se ofrecen para señalar, como iconos, el final de una época, convirtiéndose en orgullosas precursoras de la debacle de la moda que viste, para consagrar la que desviste.
Tomemos un último ejemplo del que, como otras veces, Interviú sirve al propósito de desnudar a un famoso, mostrando un cuerpo al que da valor servir a la curiosidad de lo que esconde un ropaje: Terelu Campos, la hasta ahora conocida simplemente como presentadora de programas del corazón, se ha alineado, con fatal decisión, entre las representantes de una tendencia anti-moda, que consiste en mostrar a desconocidos los efectos sobre la propia carne de la tijera y la aguja que no manejan modistos, sino cirujanos en quirófanos.
Su desnudo completa, con sello personal, la forma, íntima, que nos hace entender por dónde está yendo, de verdad, la moda.
3 comentarios
Tere -
Angel Arias -
Porque una opinión, aunque sea mala (no digo ya cuando, como la tuya, es excesiva), anima. Anima mucho.
Santiago Alfageme -