Sobre algunos misterios desvelados del proceso de inseminación in vitro
El proceso de inseminación artificial de las hembras de los mamíferos -a partir, obviamente, de esperma de un macho de su especie- ha sido utilizado rentablemente por los ganaderos y veterinarios que han acumulado en la técnica una gran experiencia.
Lo que no se podía imaginar a finales de los años setenta del pasado siglo, cuando se consiguió el nacimiento del primer "bebé probeta" -y son muchos quienes hoy en dia siguen oponiendo reticencias éticas- es que la implantación de embriones humanos llegara a ser utilizada con tanta frecuencia con las hembras humanas, pudiendo decirse hoy en día que si alguien no tiene hijos, es realmente porque no quiere. Porque, rizando el rizo, se pueden implantar sin mayores problemas en el útero de una mujer estéril, embriones perfectamente viables de seres humanos.
El trabajo fuera de casa de la mujer, la edad cada vez más avanzada de las que desean ser madres, el aumento de las tasas de esterilidad en varones y otras razones -incluída la comodidad de poder elegir el momento del parto- han producido una eclosión de las Clínicas que se dedican a este oficio.l Se trata, en realidad, de una pareja de intereses, pues estas "Clínicas-Laboratorio" actían casi siempre en relación con una Clínica de Maternidad, en donde las futuras mamás pueden seguir contando con la atención particular del mismo equipo que las atendió desde el principio de su gestación.
Se culmina así un proceso de intensa carga publicitaria que ha conseguido mitificar lo que naturaleza había venido haciendo sin mayores aspavientos y, al menos, hasta la generación de nuestras madres o la inmediata anterior, no exigía más que la placentera colaboración de la pareja, el esperanzado compás de nueve meses, y la atención domiciliaria de una comadrona o una enfermera amiga de la familia.
Dados los orígenes de la técnica, no debería sorprender si se analiza el proceso expuesto, que hoy en día, los Laboratorios y Clínicas de Inseminación in vitro, empleen entre sus doctores a quienes lo son, no en medicina, sino en veterinaria. La inseminación de terneras, cerdas o yeguas -tan practicada para mejorar las cabañas bovina, porcina y equina, por ejemplo- ha dado confianza a estos expertos en los misterios desvelados de los procesos de fecundación y gestación provocadas.
Nada que ver con aquellas creencias infantiles o ingenuas, de las que dan cuenta algunos relatos antañones, de que los niños vienen de Paris, de que basta besar a tu novio para quedar preñada o de que para tener hijos hay que adoptar ciertas posturas o practicar determinados ritos. Hoy todos los infantes saben que los niños se generan en probetas, a partir de preparados criogénicos, y que los bebés vienen al mundo por parejas o en grupos de tres.
Un laboratorio para inseminación debe tener una Unidad de andrología para la extracción de semen de los donantes masculinos -conseguida, generalmente, por el método de la masturbación autopropulsada-, preferentemente jóvenes universitarios, a los que se recompensará simbólicamente por el esfuerzo; y, obviamente, una Unidad de Embriología para la fertilización de los óvulos fecundados con los gametos -ajenos o del mismísimo varón de la pareja- y el crecimiento ede los ovocitos in vitro, es decir, alimentados por una suspensión acuosa en una probeta, hasta la implantación de los blastoceles -varios, para mayor seguridad de que se alcanzará el objetivo- en el útero de la que será gestante y madre.
La donación de óvulos, que tiene sus riesgos, y que supone algunas penalidades -hay que anestesiar total o parcialmente a la donante, extraerle algunos ovocitos con una punción por vía transvaginal, con un mecanismo guiado por ultrasonidos, etc., en una operación que supone varias visitas previas, ayuno total y una intervención de una media hora- se premia con unos 1.500 a 3.000 euros, siendo igualmente preferibles mujeres jóvenes, vírgenes, universitarias, obviamente sanas. Se mantiene el criterio veterinario anterior de que la especie debe ser mejorada.
La regulación de este proceso, que tanto tiene que ver con las esperanzas de muchos ciudadanos de ser padres, y que supone ingresos extras para otros, que ha fortalecido un negocio rampante, con pingües beneficios -por lo que, se envuelve en misterios, ignorancias, desconocimientos provocados y torpes foros de maternidad que tienen el aspecto de ser teledirigidos-, es urgente.
Hay que reglamentar las clínicas y los laboratorios en que se realiza el proceso, concretar sus responsabilidades y métodos, precisar su dotación facultativa y otras medidas que eviten riesgos innecesarios a donantes y receptores.
No basta, desde luego, con lo que hay, con ser una reglamentación avanzada y reciente, porque hay que aplicarla con rigor.
No estamos ante un negocio, ni ante trato con animales, sino ante un servicio asistencial. de interés general, -en muchos países, cubierto por la sanidad pública-, cuyos protagonistas son - o deben ser- doctores en medicina, y ciudadanos -donantes y receptores- que asumen, libre y conscientemente, una función responsable en el proceso de la concepción y gestación inicial de un futuro ser humano -para algunos creyentes, ya desde la concepción, un ser humano-.
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