Sobre la perplejidad
La perplejidad es una cualidad muy difícil de utilizar bien, ya que debe extremarse su uso cuidadoso para que no se confunda con devoción o cursilería. Ejercida en su forma natural, revela una posibilidad de salvación de los escépticos, mirada desde la tabla de los convencidos.
Los perplejos genuinos son escasísimos, porque hace falta un nivel intelectual que raras veces se alcanza. Solamente pueden ser reconocidos como perplejos los que, creyendo dominar una ciencia, una disciplina, un dogma, se encuentran, de pronto, con que había más cosas escondidas hasta entonces, y que se desvelan con todo se esplendor, poniendo en solfa lo que entendíamos como inamovible.
Por ejemplo, es casi seguro que una buena parte de los mil¡tantes del PP se encuentren perplejos (a lo mejor, ya se les ha pasado), al descubrir que se podía utilizar el partido por algunos de sus dirigentes para enriquecerse personalmente. Esa perplejidad, al ser de naturaleza política, no debe ser muy disímil -aunque haya discusiones para entendidos acerca de cada una- con la que sintieron los afiliados y simpatizantes al PSOE cuando quedó al descubierto que este partido que predicaba desde la honradez había organizado una trama, en torno a Filesa, para engordar las arcas propias y, posiblemente, algunas de las ajenas, viendo de conseguir más votos.
Los perplejos pueden darse en todas las épocas y disciplinas y son gente imprescindible para avanzar. Existen manuales y guías para perplejos, que pertenecen tanto al campo de la ciencia como de la literatura. La más elaborada es la que escribió Maimónides (Rabino Moshe Ben Maimón), de exacto título Guía de Perplejos, que contiene toda su filosofía (y que resulta prácticamente ininteligible, por desgracia, provocando una perplejidad de genuina esencia en el lector no iluminado).
En la mitología bíblica, el primer perplejo fue Adán que, por comer una manzana en cuyo contenido se le había prometido distinguir del bien y del mal y ser como dioses (él y su costilla), fue castigado a perder el Paraíso, con lo que se inició una época oscura de la especia humana que, en el campo real, aún no ha terminado ni se sabe cómo podrá terminar.
Vivimos hoy una situación proclive a la perplejidad, pudiendo decirse que los niveles de perplejidad han bajado varios peldaños. Se puede estar, hoy por hoy, perplejo por múltiples motivos que, apenas hace un par de décadas, serían impensables. Perplejo de la actuación de la judicatura, como colectivo, empeñada en hacer ver sus filias y fobias personales y políticas; perplejo, desde luego, por la desfachatez con la que se actúa en las más variadas instancias, sin tener en cuenta la menor pudibundez.
Se haría necesario, incluso imprescindible, recuperar los niveles de perplejidad intelectual de los tiempos clásicos. Es que, tal como se han puesto las cosas, lo extraño sería no mostrarse perplejo-
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