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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el dolor

Es amplio el tema, y mucho lo que se ha escrito sobre el dolor: intensidades, consecuencias, formas de controlarlo, enmascararlo o paliarlo. Dicen que el dolor se comparte y se alivia, cuando una persona nos muestra su cariño al vernos dolientes, aunque más bien parece que el dolor tiende a expandirse y a crecer, y que el propio, se debe sufrir en soledad, como recordatorio severo de que somos finitos, de que nos vamos.

Hay quienes se jactan de aguantar bien el dolor, y existen entrenamientos sicológicos para aprender a ignorar lo que nos duele, haciendo como si una zona del cuerpo no formara parte del nosotros. No es sencillo. Podemos mirar hacia otro lado (lo hacemos) cuando el dolor está en los otros, pero no nos deja desviar su atención si se ha instalado dentro del yo. "No estoy para nada -decimos- me duele la cabeza", la espalda, o una muela.

Recientemente, altos copetes de la iglesia católica nos han recordado que el dolor es mérito especial para entrar por esa puerta que conduciría al Paraíso prometido para quienes cumplen mandamientos y normas, ya que en este valle -de lágrimas para casi todos a pesar de que también unos pocos se salvan incólumes- hay que sufrir mucho para ser luego eternamente feliz. Habrá que verlo.

Lo que en este comentario nos apetece reflejar es que el dolor pone el acento sobre una cuestión nada baladí que tenemos, casi siempre, olvidada. La fragilidad del propio cuerpo, su vulnerabilidad. Tendemos a menospreciar que esa coraza de nuestra esencia es frágil, como un cántaro de barro. Cuando sentimos dolor, dolor intenso, todo nuestro yo se concentra en él, obsesivamente, y no hay otra cosa que podamos hacer sino atender a su reclamo.

Ha sido un logro importante de la Humanidad el descubrir que se consigue combatir el dolor creando euforias, aprovechando que se puede desorientar al cerebro enmascarándole la realidad con fantasías. Las bebidas alcohólicas han creado muchos momentos de alegría entre el dolor. Las drogas han propiciado el olvido de muchas desgracias, siquiera momentáneamente.

Nuestra sociedad, huyendo del dolor, se ha introducido peligrosamente en el mundo de las falsas euforias, provocadas con engaños al cerebro.

Cuando la droga se administra a enfermos terminales, ayudándoles a soportar el dolor que es antesala de la muerte, no se debería estar en contra de su aplicación. Cuando la droga entra en nuestras vidas para disimular los sinsabores cotidianos y crear espacios imaginarios, nos hacemos más débiles para afrontar la realidad, dejamos de ser nosotros mismos para convertirnos en zombies de la virtualidad, esclavos de la nada.

A todos los que duelen, les enviamos desde aquí nuestra simpatía, el cariñoso abrazo de los que sabemos que acecha, para vencer la delicada sensación de disfrute.

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