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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Política

El Club de la Tragedia: La Monarquía como punching ball

La alocución navideña de S.M. El Rey Juan Carlos en 2012 fue difundida por tierra, mar y aire -el despliegue mediático fue intenso- pero el seguimiento resultó algo menor que otros años. Así fue puesto de relieve por quienes conceden a las cifras atributos subliminales o quasi mágicos.

No le doy yo ninguna importancia a que el tradicional y anodino "mensaje real" haya perdido algo de fuelle. La ceremonia ritual de nuestro Jefe de Estado leyendo con átona cadencia docenas de frases livianas a las que el protocolo procura vaciar de cualquier sentido directo, no invita precisamente a que los súbditos constitucionales se agolpen en torno al aparato de televisión para renovar su hipótética devoción monárquica como aperitivo obligado antes de la cena familiar.

Me ha llamado la atención, en lo formal, que El Rey se haya presentando apoyando sus septuagenarias posaderas en la mesa de despacho, lo que -además de evidenciar sus actuales dificultades para mantener el equilibrio- podía ser interpretado, por los puristas del modus comportandi, como un craso error de etiqueta.

Pero aún más me soprendió  la omisión a cualquier referencia al trabajo concreto realizado por la Monarquía en este año (Memoria de Actividades, ya que nos cuesta, aunque sea menos), la incomprensible intención de obviar el tratamiento de cualquier tema conflictivo -familiar o colectivo- (Cuentas de Explotacción y Resultados) y, especialmente, la ausencia de empatía hacia los problemas que acucian a una creciente cantidad de españoles, prisioneros en el desconcierto de una situación económica que no tiene visos de estar en vías de solución, y a la que desde la periferia catalana se ha propuesto, por sus dirigentes, el separatismo como medicina salvífica propia (Programa de Actuaciones).

Como estoy convencido de que el discurso del Rey es elaborado por un equipo de gentes que se toman con suficiente seriedad su tarea, (admitiendo, incluso, que el monarca ejerce alguna facultad supervisora ante las propuestas que se le hagan), el resultado final me resulta decepcionante.

Exponer la vaporosidad de la Monarquía, alardeando de lo etéreo, en un momento tan delicado, para que, desnudándola de toda opinión personal o preocupación mundana, se la convierta en el saco de boxeo más apetitoso en el que el descontento público golpee la inoperancia, la falta de criterios consistentes, y la ausencia de autocrítica de los muchos irresponsables detectados en las diversas instituciones del Estado, supone reconocerla como punta de lanza visible del desconcierto y subrayar su complicidad con incapacidad de conexión, entre los dirigentes y el pueblo llano.

Porque, en momentos como éste, que siete millones de personas estén dispuestas a oir lo que se les diga, es un regalo que no se puede desaprovechar. Y si se decide que la ocasión es adecuada para presentar al Rey en su urna de cristal, apoyando las nalgas sobre una mesa de trabajo vacía, nos están invitando, no a que nos hagamos republicanos (eso lo somos por convicción y por naturaleza), sino ácratas.

Porque si aún hay siete millones de sufridos ciudadanos que admiten que lo que diga El Rey el día de Navidad puede merecer la pena, son más ciertos los seis millones de desempleados que siguen esperando a que alguien con poderes les diga, ¡Levántate y anda a tu puesto de trabajo, porque nuestra sociedad te necesita!

(Sí, ya se que la Monarquía española no tiene apenas otro papel constitucional que el de representar las esencias del Estado, como símbolo rancio, pero, puesto que no es un trapo sino un ente de carne y hueso, no me resigno a verlo como un pasmarote de popa en un barco a la deriva)

La Carta Magna y las cartas de la baraja

El transcurso de los años ha contribuído a crear la desagradable sensación de que la Constitución Española vigente, -nacida en 1978 como producto de una inseminación artificial, atribuída al consenso de unos pocos ciudadanos redactores que se convertirían inmediatamente en ilustres, y al apoyo mayoritario de un pueblo bastante asustado por los ruidos de sables que acompañaban a las intenciones embalsamadoras del régimen franquista-, se nos ha marchitado.

Precisamente la conmemoración del 6 de diciembre, fecha en que se aprobó la Carta Magna, sirve desde hace varios años para poner de manifiesto, tanto la satisfacción por aquel acuerdo venerado aunque tenido por añejo, como la urgente necesidad que sienten otros para poner en revisión varios artículos, acusando a la letra impresa de haberse convertido en material de desacuerdo rentre los españoles. 

No faltan en la viña del Señor quienes aprovechan huecos para gritar que lo que hay que cambiar es el todo, como si, en un juego de cartas, estando repartidas para jugar con ellas a la brisca, uno de los que están sentados en la mesa dijera que se pasara al tute, porque le vienen mejor dadas.

Los puntos de tensión surgen y surgirán, de forma natural, siempre. Forman parte de la evolución constante de la Humanidad hacia el caos, implacable destino que solo resulta contrariado por éxitos, muy cortos en el tiempo, de un cierto orden. En pueblos como el nuestro, acostumbrados a crear crisis como el entorno en donde se desenvuelven más cómodos muchos de los de arriba como no pocos de los de abajo, las Cartas Magnas se han hecho, sabemos, para durar poco, y cambiarlas por completo cuando cambian los vientos.

La Constitución de 1978 es una más, por mucho que la alaben. Se ha cerrado con hilvanados de circunstancias, que cosieron, de tapadillo, los elementos de discrepancia ideológica, y, con el uso y desgaste, fluyen por los rotos los intereses particulares, gotas de descontento que, a fuerza de gotear, como nadie las sofoca, pues carece de autoridad para hacerlo, acaban formando corrientes de consideración.

Ni España es unánimente monárquica (ni tampoco republicana), ni hay consenso en que un Estado federal sea mejor que lo que tenemos (llámese como se llame), ni hemos llegado a saber muy bien qué es, y sobre todo, cómo se paga, el Estado social del que estamos orgullosos, ni vamos todos acordes en cuanto a las ventajas (y desvebtajas) de haber cedido el poder de decisión del gasto en temas como educación, sanidad e incluso la impartición (lentisima) de la justicia.

No se trata, creo, de repartir otra vez las cartas de la baraja constitucional, olviendo a picar aquí o allí de otras constituciones de países que, alguien debería analizarlo seriamente, aparecen como más avanzados que nosotros, incluso aunque lleven más tiempo con su Carta Magna del que aquí llevamos con esta última que se está urgiendo a cambiar

Se trata, en fin, y no aspiro a alcanzar la mayoría de adhesiones con lo que me parece una perogrullada, de que los españoles dejemos de lado nuestros impulsos de cambiarlo todo, para sacar el máximo provecho a lo que tenemos, dándole, de vez en cuando, si hace falta, aquí y allí, una mano de pintura. Jugar a lo que toca, sin trampas, y sin tener los ojos puestos en las mesas de al lado, en donde están, por lo que cuentan, con el vicio del julepe.

 

La subsistencia de la izquierda nacionalista

Las elecciones del 25 de noviembre de 2012 al Parlamento catalán, en las que, llevado por su ofuscación, Artur Mas decidió su autoinmolación en el altar del espejismo separatista liberal, deben ser analizadas, por supuesto, en base ideológica.

Que los votos que ha perdido CiU hayan ido a parar, casi en bloque, a engrosar los del Partit Republicà Català (PRC) es la consecuencia de la constatación por la parte de ese electorado migrante de que la propuesta de Convergencia estaba anclada en tres pivotes que suponían una banqueta inestable: el neocapitalismo liberal, el sentimiento separatista, y, la consecuencia de este último, una forma de gobierno republicana para Catalunya.

Si había que elegir un asiento desde el que ver mejor la función de la descomposición española, la lógica invitaba a votar el independentismo republicano.

Sin embargo, donde quiero poner el foco del análisis, es en el fracaso del mensaje del PSC-PSOE. Los socialistas catalanes no consiguieron captar más votos que los que hubieran conseguido de haber ido bajo las siglas únicas del PSOE.

La necesidad de la reconstrucción de un mensaje sólido, creíble de la izquierda moderada, con ideas, constitucional y posibilista, es fundamental. También para Cataluña.

Ni Alfredo Rubalcaba ni Carme Chacón representan esta opción. Porque el primero es, -aunque se empeñe en ofrecer tablas de salvación (sin convicción y, además, inútilmente), donde solo se ven restos del naufragio-, testimonio de la inviable estrategia social del PSOE. Y la segunda es, para muchos, una oportunista, capaz de travestirse de catalanista o andalucista, según le soplen los vientos electorales; además de recordar, sospechosamente, los tejemanejes que propició, intra-partido, el segundo Zapatero, el de Leire Pajín y compañía, el que premió la fidelidad, no al proyecto, sino a la persona.

La izquierda nacionalista moderada tiene corto recorrido. Si el PSOE le negara sus siglas al PSC, y éste se hubiera presentado solo en Cataluña, no hubiera recogido ni para pipas. Porque, según el manual de la Historia española, no se puede ser socialista y nacionalista. Se puede ser tibio en la apreciación del izquierdismo, pero no en la forma del Estado. Los nacionalistas de izquierda son republicanos, aunque sea contra la Constitución vigente.

 

 

 

 

Carenados de fondos, revisión de la quilla, cambio de cuadernas

En fútbol, como en política, ya que todo el mundo tiene opinión, aunque no sepa, hay pareceres para todos los gustos. Resulta así que los estrambóticos o descabellados también tienen cabida y, en ocasiones, hasta enmascaran los juicios más sensatos, dando lo que es más sencillo: voces.

La función del entrenador -quiero decir, del Presidente de Gobierno- es seleccionar el equipo más adecuado de los de plantilla, sacarlo a tomar decisiones y confiar, con los dedos cruzados, a que acierten con las metas.

Lo deseable es que la mar venga buena. Porque da gusto navegar a todo velamen por espacios abiertos, y volver a puerto con las bodegas llenas por haber hecho la pesca -ya se sabe: reducir el paro, mejorar el pib, reducir la inflación, aumentar las prestaciones, etc.-.

Si hay marejada, y la mar está picada -o sea, revuelta-, dicen los más sabios que es buen momento para hacer ganancia. Pero hay que ser lobo viejo. Si, siendo bisoño, o careciendo de barco para resistir golpes fuertes de mar, o sin tener tripulación avezada, es preferible achantarse y aguardar tiempos calmos.

Y estando en la mar, y tomando en cuenta las condiciones propia, si se tiene la sospecha de que, aún sin llegar a galerna, viene mala mar, aunque se pueda presumir de haber salido airoso en casos difíciles, vale más, si se está en condición, no tentar la suerte y acudir al refugio que dan los puertos.

Nada digamos si el casco está dañado, las vergas, palos o jarcias tienen asomo de vejez o la tripulación no anda de buenas, porque se sienten mal pagados o les ha entrado cagalera: en todos estos y otros casos, lo aconsejable es quedarse en lo seco y, haciendo pasar un tiempo, tomarse el refrigerio contando batallitas, propias o inventadas, para divertirse en el muelle.

Estamos en España para pocas bromas. Los más optimistas, creen que, siguiendo con los símiles navieros, bastará con un carenado de fondos, para aliviarse de costras del pasado. Y afirman que el momento es estupendo para invertir en la naviera: resulta reconfortante leer lo que dicen, aunque, leyéndolo, uno se pregunta si los que animan a salir a la mar, vendrán a bordo o se quedarán en el muelle, deseándonos buen viaje.

No son pocos, los que exigen una revisión a fondo de la quilla del buque insignia y, siendo tan sensible la columna vertebral, confiar en que resista plenamente sin necesidad de mandarlo todo por la borda y tener que agenciarse un nuevo barco portaaviones y principios. Si los expertos aprecian astilladuras de calibre, como barruntan, habrá que considerar como opción más adecuada, despiezar el barco constitucional y darle nuevos bríos, dotándolo de paso de aparellaje más moderno y sin copiar, esta vez, en demasía, sino atendiendo a lo que parezca adecuado al viaje que nos demos.

¿Será solo cuestión de cambiar el barco base, o será mejor revisar toda la flotilla, en especial, la de los barcos más galanes? Gran pregunta es ésa. Y, por cierto, mejor ir a alta mar en barcos resistentes que en miles de chalupas, aunque, para andar cerca de la costa y aligerar las cargas, vienen al pelo los barquitos.

En el terreno intermedio, piden algunos un cambio simple de un par de cuadernas acá y allá donde se noten más los abollones, y seguir tirando con la flota, hasta tener ahorrado con que comprarse algún nuevo navío, dotado con los mejores adelantes, que coexista con los buques que se salven de la armada (vencible). Aconsejan faenar entre tanto en plan costero, por zonas de menor calado, deseando que las irregularidades de la plataforma nos obsequien con un caladero inesperado, todo ello sin aventurarse por donde vayan los buques de más arqueo, a los que solo se podrá seguir, como las gaviotas, apoyándose en ellos.

Sea lo que sea, abruma a los que vamos dentro de una nave -que se nos presenta a veces, como fragata y las otras, más bien, puro paquebote- que no se nos cuente exactamente lo que pasa, y se nos vaya alejando a remolque de la costa mientras los altavoces difunden música celeste para entreternos; algunos barcos reportan/manifiestas que las vías de agua se hacen en ellos cada vez más evidentes; en otros, viento en popa.

Ayer, era una cosa del 4% que se difundió, como rumor, entre el pasaje, y que nos hizo recordar al último Maragall de los principios de su Alzheimer, perfectamente lúcido.

También se nos transmiten, a puntadas, disputas por los terrenos de estribor, entre marinería y oficiales, bien por un quítame allá ese euro del medicamento, que para tí será disuasorio pero para mí es definitivo, bien porque yo pongo un poco más de impuestos para consuelo de desamparados sin alarmar a los más ricos.

Por los terrenos de babor, solo se está de acuerdo en que vamos con el rumbo desviado y, aunque molesta la tripulación, no se siente con capacidad para organizar un Maine, y, por eso, se deja al personal decidir entre quedarse durmiento a la bartola, o devolver a la mar los anzuelos y aparejos. Temen muchos que nunca más volverá a haber una temporada de pesca como aquella que dejamos atrás.

Me ha parecido estupenda la metáfora de que S.M. El Rey desea pasar por el taller a que le arreglen algo de la mecánica ósea. Nacido en 1938, no es tan viejo, pero anda que fue muy baqueteado. Tiene hoy 74 años y si para algunas cosas parece que fue ayer, para la mayoría, tiene tufos de restauración borbónica (allá por 1931).

Por mí, no lo demoraría más. Que sus levantéis, coño, y al trabajo. Mientras unos se pongan a reparar las redes, que otros revisen todo el maderamen, cambiando lo que haya que cambiar, porque como se nos ha quedado la flota, en lo sustancial,  es pecata minuta discutir si debemos alejarnos de la costa o traer la mayoría a buen refugio.

Lo más importante es que se salve todo el pasaje de los barcos que flaqueen y tener confianza en que, si nos apretamos, entre los avíos de salvamento y las lanchas que llevamos a bordo, habrá sitio para todos.

 

Las virtudes de las mandrágoras

Las virtudes de las mandrágoras

No se si ya cité en este blog a  Cecil DMille por aquello de "Dadme un par de páginas de la Biblia y os haré una película", pero la frase tiene tanta enjundia que merece tenerla presente, para, convenientemente escrita con letra gótica en papel de estraza, forrar las tapas del libro sagrado.

Como todo buen contador de historias, Ramón Tamames también echa mano con cierta frecuencia, cuando se le contrata o es invitado para dar una conferencia, de párrafos extraídos de ese texto que aún sigue siendo explicado en iglesias, madrasas y sinagogas.

El 16 de octubre de 2012, en Peralejo (Cañada Real), en el acto de entrega de los Premios Club Español del Medio Ambiente (CEMA) en conmemoración extemporánea pero afectiva del Día Mundial del Ambiente -que es, en el resto del mundo, el 5 de junio-, Tamames pronosticó cómo y cuándo saldríamos de la crisis.

No quiero desvelar el secreto, porque, por lo que le entendí, el asunto será también núcleo central de su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Tamames parece haber encontrado la clave inspiradora en el hombre de Vitruvio, dibujado por Leonardo de Vinci, con sus cuatro brazos y cuatro piernas, que representarían, en la versión económica, los cuatro problemas principales (paro, destrucción de la biodiversidad, amenaza nuclear, tensiones económicas en la globalidad) y sus soluciones (que, -Dios y Tamames me perdonen-, no me lo parecieron tanto).

Más contundente me resultó el ilustre conferenciante, cuando, echando mano de la Biblia, criticó a los poderes fácticos de no haber guardado reservas en los años de bonanza. Hasta insinuó (evidentemente, sólo como genérica orientación), que en el Génesis se indica expresamente cuánto debe retirarse cada año del consumo: un quinto (20%), para que sirva de apoyo a los años de penuria. (1)

Dadme un par de páginas de la Biblia y os daré una conferencia y, con más tiempo, un programa político. Por eso, yo, apoyándome también en el mismo texto -un par de versículos antes de lo referido-, anuncio una parte de mi programa para salvar la economía mundial: más condones y menos mandrágoras.

La explicación para perezosos, espero poder darla mañana. Abstenerse obsexos.

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(1) Tamames indicó, de memoria, hasta el lugar de la Biblia donde encontrar el texto bíblico que cuenta el consejo que José, hijo de Jacob y Raquel, le dió al faraónde Egipto , cuando le interpretó los sueños en que siete vacas flacas se comían a las siete gordas y siete espigas raquíticas devoraron a las sazonadas:  Génesis, 41)

El Club de la Tragedia: Divorcio en los Poderes

El trío de conveniencia -poderes legislativo, ejecutivo y judicial- en cuya civilizada separación un tal Montesquieu cifró, copiando a los anglosajones, la libertad de un sistema político, en España parece estar decidido a avanzar un paso más: el divorcio.

No les bastaría, a algunos de sus miembros cualificados, con guardar las apariencias de un distanciamiento respetuoso. Se acabó con lo de "acatamos, aunque no compartimos" de algunas decisiones judiciales. Caigan las máscaras. Lo de "la justicia es un cachondeo" no era resultado de un calentón. 

El divorcio deriva de la voluntad de injerencia entre poderes que se querrían estancos. Jueces políticos, políticos jueces, ministros diputados, diputados encausados, beneficios y prebendas desaforados...

Un diputado de Almería, después de la lectura del Auto de un magistrado de la Audiencia Nacional en la que se juzgan (o sea, se califican) los hechos sucedidos en las manifestaciones populares ante el Congreso a finales de septiembre de 2012, ha expresado, meridianamente, el estado de los ánimos entre poderes: "el juez se ha comportado como un pijo ácrata".

No importa que la (des)calificación sea ininteligible, porque el ánimo de injuriar se sobreentiende. S. Sª se ha permitido exonerar de toda culpa a quienes organizaron un cerco al lugar de encuentro de quienes legislan, dada -indica, dogmático- la "decadencia de la clase política".

En realidad, por actuaciones que, por demasiado recientes, el pueblo llano no puede olvidar, que la "decadencia de la clase judicial" -no toda, pero no estamos en momento de matices- se ha hecho también evidente. Así que, en este punto, llevamos dos de tres.

De la "decadencia del Gobierno", conseguida en menos de un año de ejercicio del poder ejecutivo, tampoco caben dudas, sin necesidad de que lo expresen en este caso los jueces (que tienen caminos ya trillados para hacerlo, por la vía ancha del Tribunal Constitucional), pues los propios diputados de la oposición se encargan de expresarlo a diario, para conocimiento general.

Pleno, pues.

La reconciliación aparece inviable, pero el divorcio, que es el camino posterior a la separación (incluso de los tríos) es imposible. Los poderes se habrán creído, a fuerza de oírselo repetir a sí mismo y a los otros dos, que son totalmente independientes, pero tienen un punto común irrenunciable, que es de dónde proceden.

Y si se pierde esa noción, no quedará otro remedio que poner orden, barajando las cartas otra vez. 

Esto es así, porque, como dejó escrito el tal Montesquieu, el poder último pertenece al pueblo, que es quien, dadivoso, pensando en lo que le resultaría conveniente, lo repartió entre representantes de los tres estamentos. Siendo el autor del guión, siempre podrá replantearse las funciones de los actores y, en especial, la forma cómo se hace la selección (el cásting) y, en su calidad adicional de público, es el único capaz de realizar el control, juzgando la bondad de la representación, de quienes detentan los papeles.

Parodiando la reflexión de Job ante la prueba de la adversidad a que fue sometido, si no valiera ya a estas alturas del agnosticismo lo de "polvo eres y en polvo te convertirás", recuerden quienes tienen poder delegado que eso que ostentan con tanto orgullo "el pueblo se lo dió y el pueblo se lo puede quitar. En nombre, bendito sea, de la democracia"

Que añado, yo, aunque eso de la democracia no sepamos bien lo que es, ni siquiera tengamos la seguridad de que exista plenamente, necesitamos creer en su contingencia. Concéntrese en su trabajo, señores; que con hacer lo suyo bien, ya tienen bastante y, en realidad, para lo que vamos buscando, no necesitamos otra cosa.

 

 

El Club de la Tragedia: A porrazos

Las imágenes registradas respecto a los comportamientos de algunos ciudadanos  y de los agentes de la autoridad en relación con las manifestaciones que han tenido lugar a finales de septiembre de 2012 en Madrid, bajo el lema "¡Ocupa el Congreso!", obligan a todos los sensatos a una profunda reflexión.

Es, además, inevitable, encajar el análisis en relación con el contexto más amplio: situación de deterioro económico en absoluto controlada, crisis institucional abierta -forma de Estado, responsabilidad y credibilidad de las instituciones, movimientos separatistas de quienes debería actuar como garantes de la Ley- y, no en último lugar, sensación de falta de criterios, conocimientos, interlocución y hasta voluntades, de superar el delicado momento.

No me resulta fácil desligar el análisis de lo que está pasando, de la actuación desmesurada de algunos miembros de la policía en la represión de ciertos comportamientos, indudablemente reprochables, que exhibieron algunos de quienes acudieron a la fuente de Neptuno y aledaños para expresar, en teoría, un legítimo descontento.

Porque unos y otros -los manifestantes que lanzaron piedras y cohetes contra las fuerzas de orden, o que agredieron físicamente a alguno, y los policías que se ensañaron con ciudadanos caídos en el suelo o que abandonaban pacíficamente el lugar, estimulándolos a porrazos- rebelan la cúspide de la crispación que se está instalando en el país, y el riesgo creciente de que no vayamos a entendernos.

El Club de la Tragedia: Guindillas para todos

A nuestro país, o sea, a España, le hace falta un buen reparto de guindillas, quiero decir, algún estimulante grueso. El cotarro anda dormido y es imprescindible un buen meneo.

Amigos de los extremos -una de las dos Españas ha de helarte el corazón, españolito que vienes al mundo, te guarde Dios-, aquí no solo en lo ideológico se bascula también entre el ardor desaforado y el desprecio absoluto.

Pongo ejemplos: de una alegría impropia de bancarios, en la que se te prestaban dineros de sobra para comprar un piso con tres baños con solo enseñar una fotocopia de la nómina del mes pasado, ahora las cosas se vuelven cinturón y tirantes antes de soltar un euro para ayudarte a comprar algo que vas a hipotecar habiendo puesto tú más de la mitad de lo que vale en el mercado.

Más: todos aquellos que hablaban a boca llena de las grandes perspectivas económicas, de nuestra tecnología de rechupete y competitividad internacional, se les ha arrugado el entrecejo y despiden a mansalva a sus empleados, y ponen sábanas sobre la maquinaria recién comprada, mientras esperan que alguien lea el anuncio en segundamano donde la ponen a la venta por lo que quieran darles.

Item más, la inmensa mayoría se ha sentado a esperar que todo escampe, como quien confía en la salvación de sus ánimas, discutiendo de fútbol para mantener en ralentí sus motores intelectuales, asistiendo con complaciente pudor al espectáculo bastante deslabazado de quienes protestan (no tengo dudas que con toda razón, pero sin soluciones) por lo mal que les va, -sino a ellos, a sus vecinos-. 

Como lo de ponerse las pilas parece más propio de un anuncio de muñecas andadoras, uso un concepto chusco que cayó en desuso. Hay que repartir guindillas, para que, introducidas en los orificios corporales, aviven en todos las intenciones de hacer algo. Aunque no sea directamente útil, pero que se vea que todos movemos el culo.

In memoriam: Santiago Carrillo

El 18 de septiembre de 2012, a los 97 años de edad, falleció Santiago Carrillo. Había nacido en 1915, en Gijón; su padre fue un sindicalista destacado de la UGT y dirigente del Partido Socialista de Asturias, en momentos en los que ser socialista significaba otras cosas, de las que las hemerotecas dan testimonio.

Santiago Carrillo, a pesar de su escasa formación académica, fue un hombre inquieto, y culto. Yo lo conocí personalmente hace ocho años, y compartimos una sobremesa en el que entonces era mi restaurante, AlNorte, en Madrid. Fue el 12 de octubre de 2004, y, cuando se lo pedí, escribió unos renglones en el libro de visitas del local.

Escribió de corrido la frase. Su mujer, Carmen, le guiaba la pluma poniéndole, a modo de plantilla, una cuartilla para que no se torciera, porque no veía bien.

Esto fue lo que me dejó, para mi pequeña historia: "A los amigos de "Al Norte", en recuerdo de un cordial almuerzo, con un grupo de valiosos luchadores por la democracia española. Santiago Carrillo".

Era evidente -para mí, desde luego- que la dedicatoria no iba dirigida a mí, quien en absoluto podía ser considerado (y menos, por él) "valioso luchador". Entre los asistentes a la comida, se encontraba Fernando Reinlein (ex UMD), que había organizado la comida y seguramente Carrillo pensaba, sobre todo, en él.

Yo había leído, y aún tendría ocasión desde entonces de leer bastante más, ya mucho sobre Santiago Carrillo y sobre el Partido Comunista, y sobre las tensiones internas que habían desgajado en varias facciones los planteamientos doctrinales de sus fuentes idiológicas. No me considero un ignorante, ni creo ser un sectario, a la hora de analizar la Historia española del siglo XX, que el protagonizó en buena parte.

Por eso, tengo mi propia explicación de algunos hechos relevantes de ese tramo tan complejo de nuestro pasado común, que no es preciso exponer aquí y ahora, y que, posiblemente, solo tiene interés para mí, para justificar mi prudente alejamiento de todo extremismo.

No participó Carrillo en la redacción de la Constitución de 1978, pero se le puede considerar uno de los "abuelos" de la misma, pues la vida le había llevado a moderar sus ideas revolucionarias, dotándolas de un pragmatismo inteligente y hábil.

Tuve oportunidad de conocer bastante de cerca a alguno de los siete llamados "padres" de esa  Constitución, -que hoy se nos está quedando tiesa entre las manos-, y constatar que era apreciado por ellos y, desde luego, también por otros muchos ciudadanos, que siendo opuestos a sus teorías políticas, sabían echar mano de un gran respeto y una comprensión serena hacia lo que no compartían, sin encender los ánimos arojando petardos al pebetero.

Entre ellos, quiero referirme hoy, en esta necrológica, a quien fue durante años contertulio junto a Carrillo en la SER ("La Ventana", programa dirigido por Carles Francino), Miguel Herrero de Miñón, con el que también me relacioné gracias al restaurante.

Herrero me entregaba recetas de la España medieval, con el deseo de que las adaptase a los menús de mi "proyecto", que no era un negocio, sino, más bien, una excusa para organizar tertulias en las que algunos españoles se conociesen mejor y pudieran compartir sus ideas positivas. Esa es, desde luego, otra historia.

Descansa en paz, Santiago Carrillo. He escuchado en RN los comentarios que uno de tus hijos, José Carrillo, Rector de la Universidad de Madrid, respetado catedrático de Matemáticas, dedicaba a tu memoria y a la necesidad de que los españoles nos entendamos. 

No pude evitar tampoco leer algunos comentarios con los que presuntos descerebrados aportan su mala uva a las, prácticamente generales, referencias elogiosas o de respeto al fallecido. Son, como siempre, producto de anónimos terroristas de la red telemática, tipos que utilizan cualquier ocasión para verter su bilis sobre lo que no quieren entender, depositando gotas de odio e insultos contra todo lo que ven o imaginan que les es contrario.

No merecería la pena darles cancha, y menos, en momentos de duelo. Conviene únicamente dejar de manifiesto que estos pendencieros que esconden la mano, se sienten estimulados, especialmente, por su deseo de condenar como únicos culpables a quienes, en todo caso, no fueron más que uno entre varios de quienes cometieron errores que no hay que sacar de contexto. Episodios complejos y dramáticos que el tiempo otros análisis sensatos han podido aclarar suficientemente, y que, en cualquier caso, en tiempos de paz, y porque queremos que dure, la mayoría hemos colocado en el anaquel de lo que no merece la pena destacar en el presente.

Santiago Carrillo era un hombre fiel a unas ideas básicas, que la edad y la experiencia convirtieron en elemento de negociación, en postura intelectual que solo por la vía del diálogo democrático puede alcanzar, si las circunstancias lo permiten, viabilidad.

Como en el fondo de esa doctrina está la comprensión de atajar las necesidades apremiantes de los que menos tienen, la voluntad de cambiar el sistema para que sea más justo, para que todos tengan de verdad, iguales oportunidades, y para que los que más ponen, más reciban, yo estoy de acuerdo con lo que transmiten o transmitieron, como poso de su trayectoria vital, personajes de ideologías tan diferentes como Santiago Carrillo, Miguel Herrero, Miguel Roca o Gregorio Peces-Barba.

Por ejemplo. Como ejemplo.

El Club de la Tragedia: Atmósfera sobrecargada.

Mi primera intención fue titular este Comentario, "Reminiscencias de 1934", pero inmediatamente después pensé que la presentación de analogías entre el actual momento convulso, desordenado y oscuro, y la tensión social y política que se vivió en España en los años terminales de la Segunda República, me obligaba a realizar un análisis extenso para ser bien comprendido, que no sería posible recoger en un titular.

Dejémoslo, pues, así: la atmósfera está sobrecargada. Y no existen vías de escape abiertas para liberar la presión acumulada -ni siquiera se consigue detener la aportación de calor al contenido de la caldera-, por lo que es urgente encontrar medidas de alivio para que el mecanismo no explote. Han de ser, pues, en ese doble sentido: liberando vapor y reduciendo el calentamiento.

Los días 4 y 5 de octubre de 1934, comenzó una huelga general en varias localidades españolas, concebida también por alguno de sus instigadores como una simultánea insurrección armada contra el recién constituído gobierno de Lerroux. Las razones principales de este desencuentro tenían expresiones divergentes: para la izquierda revolucionaria se trataba del mantenimiento de una marginación intolerable, por lo que se centraban obstinadamente en un: "bendita sea la guerra"; para los republicaciones de izquierda, e incluso de centro-izquierda,  el modelo ya no servía: "no nos interesa la actual República; la nuestra está exánime". 

El seguimiento de la huelga general fue débil, en general, y se controló más o menos con la declaración de la ley marcial y la dura represión de los focos principales. Pero en Asturias , las organizaciones obreras -poderosamente estructuradas en torno a la actividad minera, y armados con explosivos y fusiles- tomaron un cariz especialmente violento, tanto en la expresión como en la opresión, que pasaría a la Historia reciente de nuestra incapacidad secular para entendernos como "Octubre Rojo".

Este episodio de desencuentros que preludió, de forma dramática, la inmediata guerra civil de 1936-39, que algunos vemos, a partir de datos e indicios sólidos, como un doble levantamiento desde dos direcciones yuxtapuestas frente a un idéntico objetivo, que era acabar de hundir al gobierno constitucional, que se ahogaba en su incompetencia : de los militares facciosos contra la República (atrayendo hacia sí una parte de la mayoría católica y de las "gentes de orden", incluído los capital-tenientes, etc.) y de la Alianza Obrera revolucionaria contra esa misma República (con su seguimiento de intelectuales ilusionados, detrás que no delante, de parceros humildes, desharrapados ilusos, infelices y engañados, aprovechados de izquierda, etc.).

¿Qué tenemos hoy? Un gobierno débil (a pesar de su espléndida mayoría parlamentaria, pero eso no basta en momentos de profunda crisis económica), una presión exterior insostenible, (por ambigua, desproporcionada e insolidaria, con injerencia intolerable y despótica sobre nuestra autonomía), una falta de objetivos para la reactivación económica evidente, (que ahoga cualquier previsión optimista respecto a la superación de la crisis) y, como especialmente importante, el rápido avance del deterioro de nuestro tejido social, exagerado en sus alcances por un irreductible terrorismo revolucionario (pero con base real: ese tejido está debilitado en lo económico, desorientado en los análisis, y confrontado dramáticamente a la evidencia de que el goce de las prestaciones pasadas no será recuperable).

Las enseñanzas de 1934 pueden ser variadas, según la ideología de los historiadores y su intención de adulterar o no la historia de los hechos, trayéndolos a su lámpara.

No resisto a hacer una escueta traslación de las urgencias que entonces no fueron asumidas, tal como las veo hoy.

En mi opinión, es urgente el acuerdo de eliminación de las disputas destructivas entre partidos -y no solo entre los dos mayoritarios-; es imprescindible dotar de máxima credibilidad nacional -la internacional me preocupa menos- al Gabinete, con personalidades competentes, dialogantes y creíbles, sin que se excluya la opción de un gobierno que incorpore miembros de otras formaciones políticas; las intervenciones policiales deben ser extremadamente cuidadosas ante las manifestaciones populares, evitando de todo punto enfrentamientos contra los que expresen pacíficamente su descontento, que incluso habría que propiciar; debe inexcusablemente negociarse con los líderes sindicales los términos que eviten cualquier convocatoria de huelga general, que a nada conduce, salvo al mayor deterioro de la economía y de la "paz social" (?); se ha de ser totalmente transparente en la evaluación de los costes de los servicios sociales (prestaciones de desempleo, jubilación, educación y sanidad),  dejando claro que esas partidas son irrenunciables y sus desequilibrios han de ser soportados por los que más tienen, y en proporción igualmente transparente e inversa; se ha de recuperar inmediatamente el prestigio de las Instituciones y muy particularmente de dos: de la Administración (impartición) de Justicia, con una reforma pactada, profesional, siendo intolerante con la corrupción y el enriquecimiento ilícito y acelerando la emisión de sus fallos...y es ineludible la renovación de la credibilidad de la Monarquía, con un traslado de la Corona al Príncipe Felipe, quien parece a salvo de los escándalos y errores recientes de su Familia.

Otros tendrán más ideas, y seguramente mejores. Que las expongan. En este momento, no me importa nada que gane la Roja, ni lo que pueda decir o callar cualquier entrenador o futbolista, corredor de bólidos o tenista. Tengo claras las prioridades del país. Y quien no las tenga claras, y crea que todo se va a solucionar con el paso tranquilo del tiempo, que deje el sitio, que no estorbe. Pongo dos fechas en el tapete: 1934-2012.

¡Ah, y no estoy escribiendo para un mundo global...estoy solo intentando clarificar los elementos que afectan a España!. No atisbo intenciones de alcanzar soluciones generales, y mucho menos, en la Unión Europea: la solidaridad de los ricos con los pobres no existe más que en los cuentos para niños, y bajo la forma aviesa de limosna para garantizar su subsistencia, no el bienestar de los que tienen menos.

 

 

El Club de la Tragedia: Ciudadanos túrgidos o crípticos

No solo es la economía la que tiene una componente sumergida. En todos los órdenes hay zonas ocultas a la observación normal, camufladas cuidadosamente para no ser detectadas.

Si por cualquier razón aflora una situación, -digamos, "delicada"-, los elementos que resultaron descubiertos se ocultan rápidamente, desapareciendo. Como sucede cuando levantamos una piedra musgosa en el campo, en pocos instantes, todos los animalillos que encontraban en ella su cobijo, se evaden de inmediato o se afanan en poner a recaudo, otra vez en la oscuridad, sus larvas o provisiones.

Me he convencido de que en la sociedad coexisten dos tipos de ciudadanos que, a falta de encontrar palabras más precisas para caracterizarlos, llamaré túrgidos y crípticos. (1)

Los túrgidos resultan inmediatamente detectables. Son diligentes en su trabajo, cumplidores con las normas, educados con los terceros, pagadores de sus impuestos, etc. Aunque no la tengan puesta en la fachada de su domicilio, la placa con sus características personales está a la vista de todos. Las Administraciones públicas los tienen perfectamente localizados y se aprovechan de ello para ejercer el control sobre su actividad, aumentar la recaudación con levas extraordinarias cuando necesitan ajustar sus presupuestos, etc.

Los crípticos viven, fundamentalmente, en la sombra. Cambian frecuentemente de domicilio, no han pagado nunca sus impuestos, procuran utilizar el segundo o el tercer apellido o un nombre inventado, manejan el efectivo y no las cuentas bancarias. Por supuesto, hay varias categorías, descendiendo a los que, oficialmente, ni siquiera existen. Habitan en las catacumbas del submundo no controlado.

No me tranquiliza nada conocer, de cuando en cuando, -coincidiendo con las pocas veces, hasta ahora, en que he necesitado solicitar algo de un servicio público- que soy tratado como un críptico, cuando para la Administración soy un túrgido, localizado en todos sus pormenores.

Y menos aún me sirve de consuelo entender que bastantes de los que se comportaron como crípticos, avezados en moverse entre oscuridades, me desplazan a codazos de mis pretensiones, incluso con la connivencia o la venda en los ojos de funcionarios -no importa si de medio pelo o larga cabellera- , políticos y otros detentadores de autoridad, a cuyo sostenimiento he contribuído (y vengo contribuyendo), con mis dineros y esfuerzos, como ciudadano disciplinado y de orden, durante decenas de años.

Con docilidad, pero sin sumisión. Apunten esto quienes se ocupan de analizar la Historia.

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(1) No me estoy refiriendo aquí a una tercera categoría, muy especial, innominada, que se encuentra por encima de estos estratos. La compone una élite que se reproduce, incansable y feraz, al margen de cualquier control. Para ellos, que por su naturaleza autodefinida están fuera del sistema, como manejan sus resortes y claves, las leyes y normas son parte de su producción y, por tanto, en su papel de autores, no sienten el deber de cumplirlas, sino únicamente de reformarlas o retocar su aplicación cuando y como les apetezca.

Precaución: sociedad en obras

Nunca antes tuvieron los seres humanos la posibilidad de saber, casi en el mismo instante en que se produce el suceso, lo que está pasando en cualquier lugar del mundo.

No quiero con esto afirmar que el individuo aislado tenga esa información y, mucho menos, que pueda utilizarla a satisfacción de sus deseos o necesidades.

Pero aunque no sea atribuíble esta opción, ni por tanto, rentabilizable como ventaja personal en lo que depende de uno (al menos, para muchos), a nivel de una gran colectividad, tener información fiable para valorar las consecuencias de una decisión debería convertirse en una gran oportunidad. 

La eficiencia en el uso de ese herramental es superior en la esfera privada que en la pública. Pocas veces quienes tienen el poder para actuar como gestores de los poderes públicos dan la impresión de haber hecho uso óptimo de esa información, cuando vemos, a posteriori, los resultados.

Y tampoco vamos a engañarnos en algo: aunque se atribuyen los errores a una persona concreta -el Primer Ministro, el Presidente del Gobierno- o a un partido determinado (1), las responsabilidades tienen las mismas retorcidas e imbricadas raíces que los intereses; crecen en cualquier terreno abonado.

Estamos legitimados, por tanto, para suponer que los intereses públicos están subordinados a los privados; y aunque se han producido avances sustanciales en el bienestar de las clases medias en el mundo, la concentración del poder en las grandes empresas multinacionales -con facultades de actuación económica superiores a muchos estados, e influencia determinante sobre todos ellos-, nos lleva a pensar que el mantenimiento de ese bienestar no depende de decisiones de los órganos políticos. La realidad confirma la sospecha.

La percepción global del momento permite, desde luego, detectar varios ejes de conflicto entre los seres humanos: tensiones -algunas de extrema gravedad- derivadas de concepciones religiosas inconciliables, procedencias étnicas y otras cualidades arbitrarias, alimentadas de continuo con viciosos argumentos; desigualdades económicas, tecnológicas, sanitarias, educativas afectando a miles de millones de personas, tolerados o estimulados con falsos programas de actuación; diferente distribución de los recursos tanto naturales como generados entre países y zonas, y especialmente, del agua y la energía, que causan desequilibrios en su mayor parte subsanables; desconfianza en el uso de la tecnología (no solamente la atómica) por parte de grupos a los que se atribuyen decisiones nacidas de fanatismos o ilegitimidad, correspondida en sentido contrario con argumentos no muy disímiles.

Si alguna vez existió un modelo global de actuación por la sociedad humana (mi opinión es que no lo hubo), la disponibilidad de mayor información no facilita encontrar una nueva vía.

El mercado no ha funcionado como asignador eficiente de ciertos recursos básicos -ni a nivel macroeconómico, ni en el micro-; el conocimiento de las situaciones de desigualdad ha generado deseos de mejorar -y rencores- en poblaciones que antes ignoraban niveles de bienestar del que disfrutaban las élites, o los creían inalcanzables, sojuzgadas sus previsibles ansias por el temor; etc.

El comunismo ha fracasado con similar estrépito, aunque sus partidarios opinen que no ha tenido las mismas posibilidades de recomponerse que su alter ego social, el capitalismo. Sus principios teóricos han sido adulterados por la autogeneración de castas dirigentes en su seno y por la incapacidad, entre otros defectos, de remunerar aceptablemente o distribuir las plusvalías no utilizadas en el desarrollo colectivo, para premiar adecuadamente a los individuos que más aporten y estimular a los rezagados.

La sociedad global está actualmente en obras. La sensación de disponer de mucha información provoca la presión de tomar decisiones apuradas, creyendo que van a lograr efectos deseados. La caja de experimentación es la realidad misma, y las consecuencias se advierten a gran escala, sin posibilidad de corrección.

Calma, calma. No cambiemos lo que ha venido funcionando hasta ahora. Y, sobre todo, que no se abandone el apoyo que se ha de prestar a los más débiles; por razones éticas, desde luego. Pero también porque ahora los menos favorecidos -no hablemos de la diosa Fortuna, por favor, seamos serios- están unidos por la información y a los que más tienen se les ha visto el plumero.

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(1) Algo obvio: los errores nunca son reconocidos por los adeptos del Partido que gobierna; y su crítica alcanza la máxima virulencia por los que gobiernan respecto a los que le precedieron en el uso de este poder.

El Club de la Tragedia: La burbuja política

Ocupados en la contemplación estéril del estallido de otras burbujas, no nos hemos apercibido de que tenemos en el país una burbuja que se resistirá a estallar, hasta que la pinchemos con la aguja del control colectivo: la burbuja política.

En un artículo excelente, César Molinas (El País 9 de septiembre de 2012), quien preludia un libro con el inquietante título de "¿Qué hacer con España?", anunciándolo para 2013, desarrolla la certera idea de que "la clase política española no solo se ha constituído en un grupo de interés particular (...) sino que ha dado un paso más, configurándose como una élite extractiva".

La reflexión de Molinas está tan sólidamente trabada que no me voy a arriesgar a hacer un resumen de su exposición, y dejo al lector que no tenga ocasión o ganas -tempus fugit- de adentrarse en el artículo, con la tarea de imaginar, con la única frase que cito -si ha llegado hasta aquí en mi Comentario-, cuáles podrían ser los argumentos en los que basa su conclusión.

La capacidad de autoreproducción y defensa de sus posiciones de privilegio que se atribuye en el artículo, en el cumplimiento de un inconcebible objetivo antisocial, a la clase política española, empeñada obsesivamente en su perpetuación en ella -¡cómo si servir a los demás fuera una profesión!-, es el rasgo más sobresaliente de unas personas que se empeñan en ocultar información y que demuestran en cada circunstancia que no saben, pero contestan.

La continuidad en sus puestos, les resulta beneficiosa para medrar económicamente, porque su estrategia no está basada únicamente en la remuneración que perciben de las arcas públicas. Hay más, mucho más. Orgullosos de cuanto consiguen, tienden lazos hacia su futuro, buscan garantizar su futuro empleo en la empresa privada o consolidar su futuro en la Administración pública.

Los ingenuos que los contemplan en su loca aventura, podrían suponer que, como en la fábula de la rana que quería llegar a igualar al buey en tamaño, ilusionada con su capacidad de inflarse, arribaría un momento en que explotaran, convirtiéndose en sus propias víctimas.

No hay ninguna esperanza, ni atisbos, de que vaya a suceder así. Cuando está en el poder, la clase política se cierra en banda, aprovechando el momento para hinchar sus plumas, sacando pecho de lo que deberían ser sus debilidades, incongruencias e ignorancias y ocultando celosamente sus carencias.

Si caen del pedestal, la alternativa no es mejor, pues, no tardan en recomponer sus pertrechos, recuperando, como si no hubiera pasado nada, los mismos rostros (las ideas no les parecen necesarias) que anteriormente ocupaban el estrado, en un juego de tomaydaca que sería gracioso en caso de que no nos tuviera a los demás ciudadanos como prisioneros -¡constitucionalmente hablando!- de su capacidad extractiva de lo que nos pertenecería, en competencia o connivencia con los más ricos del lugar, con los que forman piña, porque quieren ser de los suyos

La crisis es un acto de Dios para la clase política española, algo que viene de fuera, y lo defienden de forma unánime. Más certero y conciso, difícil. César Molinas da en el clavo con su martillo de hereje.

Un consejo: Si hay algún político que esté libre de pecado, que se salga de inmediato del grupo, antes de que empiecen a caer chuzos de punta sobre el cobijo de la manada. Se oyen truenos que presagian una descomunal tormenta.

Desprecio de la forma y alabanza del fondo

"Menosprecio de corte y alabanza de aldea" es el título de un opúsculo (tiene poco más de 60 páginas) de Antonio de Guevara en el que, entre muchas citas y otros enjundiosos pareceres, se refiere a un tal Pindárido, que respondió a una pregunta del rey de los espaciatas, afirmando que "la cosa más fácil para el hombre es reprender a otros y la más difícil dejarse reprender".

No importa el tiempo transcurrido desde entonces (bien sea computado desde Pindárido o desde Guevara), la observación reclama total validez, a la vista de la dificultad con la que todos, y especialmente los políticos, reconocen haberse equivocado. Más adelante, en la misma obrita, Guevara recoge el comentario de Plutarco en relación con un personaje sepultado por la historia trascendente, de nombre capitán Nidias, que "nunca erró en nada que emprendiese por consejo ajeno ni acertó nunca en nada de lo que emprendió por decisión propia".

La alarmante situación general del mundo, consecuencia de la rapidez con que se están produciendo los cambios y la incapacidad evidente de los líderes y de sus consejeros para encontrar soluciones adecuadas que eliminen las tensiones sufridas, aconseja recuperar, y con urgencia, una norma de actuación que se ha perdido. Podía expresarse así: Lo importante no son las formas, sino el fondo. No es el ropaje con el que se revisten las ideas (generalmente, en realidad, su ausencia), sino la consistencia de lo que se expone lo que cuenta.

No pretendo dar lecciones a nadie, pero quienes tienen voz pública en este escenario de aparentes miembros del Club de la Comedia española, deberían cuidar más sus declaraciones, atendiendo al fondo de lo que dicen. Deben entender que no los necesitamos para que nos cuenten sobre lo que no saben, ni nos expliquen lo que desconocen, sino para que nos trasladen, de la manera más sucinta y sincera posible, lo que perciben de la situación y, desde luego, lo que proponen que ha de hacerse. Sin improvisaciones ni ocurrencias, sino desde el fondo del conocimiento.

Han de perder el miedo a que los juzguemos por no reconocer que no saben de algunos temas. Porque lo que desconfiamos no es de que no tengan ni idea de lo que hay que hacer, sino de que, por tomar decisiones sin tener idea exacta de las consecuencias de lo que hacen, sin consultar ni escuchar a los demás, nos adentremos aún más en la cueva de ladrones de los que nos jalean para adoptar las medidas que interesan a otros, los que nos esperan en la oscuridad, no las que nos convienen a los que querríamos avanzar en campo abierto y dirigidos por los mejores y más capaces, no por mediocres empeñados en justificarse, criticados por desorientados satisfechos por el hecho irrelevante de señarlos con el dedo gritando que van desnudos.

Por qué nos pasa lo que nos pasa (y 3)

(Termino con este Comentario la presentación sucinta de las características principales de nuestro comportamiento colectivo.)

10. Insuficiente preparación de nuestros representantes en los foros internacionales. Este grave déficit afecta tanto a la formación personal de muchos portavoces, como, especialmente, a la falta de documentación y análisis previo de los temas por parte de los equipos. La consecuencia es, una vez más, la improvisación, pero también la falta de solidez de muchos argumentos.

11. Carencia de una posición internacional definida, adecuada a nuestro tamaño de país y afinidades internacionales. Las razones de ese "melifluo" comportamiento ante determinados países -Estados Unidos de Norteamérica, Alemania, Francia, Reino Unido, en particular- es formalmente incomprensible. Puede ser consecuencia directa de la insuficiente preparación idiomática de nuestros altos representantes, lo que nos impide expresar con rotundidad nuestra posición, y les resta capacidad negociadora. Parece, con todo, preferiblemente achacable a la ausencia de un perfil propio internacional, asumido por los grandes partidos, coordinado, que elimine personalismos e improvisaciones, dando peso a las ideas y no a los gestos. Es un error atribuir "talantes" a los países, porque esa es característica circunstancial de los portavoces, poro no hay que darle peso real en la negociación, sino que forma parte del teatro. Tenemos que corregir el déficit que supone que, cuando se cambian los interlocutores internacionales, en lugar de asumir la continuidad, se critique lo hecho por el anterior y se de la impresión de que hay que "volver a empezar". Es imprescindible definir una línea coherente y consistente: los políticos españoles deben entender, además, que un "exceso de política internacional" no da votos, los resta.

12. Error en la perspectiva de los temas internacionales cuya solución es, por esencia, colectiva. Un país intermedio no puede resolver cuestiones como el deterioro ambiental (cambio climático) o la globalización (ayuda al desarrollo), y debe cuidarse de adoptar posiciones de hipotético liderazgo. Los países más desarrollados utilizan su posición de forma ventajista. España no puede caer prisionera de la ingenuidad, y ha de estar atenta a las oportunidades, no pretender crearlas desconociendo la escasez de recursos naturales, y lo vulnerable de su ecónomía.

13. Urgente necesidad de replantear los vínculos comerciales con Hispanoamérica. La coincidencia en el idioma, más que las identidades culturales, se ha revelado históricamente como perjudicial para el cumplimiento de los objetivos económicos. Nuestra posición no es mejor que la de Estados Unidos, Francia, Holanda o Alemania, por ejemplo, debido a que nos obstinamos en centrarnos en las oportunidades comerciales aparentes, sin contar con apoyo institucional y diplomático efectivo, que se plasme en acuerdos recíprocos, que refuercen la seguridad jurídica, no simples expresiones de afectos y voluntades vacías. Mantenemos inconcebibles problemas de atribución de culpabilidad histórica por ambas partes. Hay que revisar también los impedimentos para expatriar beneficios de las empresas españolas actuando en la zona, lo que obliga a una reinversión de aquéllos en el país generador, afectando, pues, a la verdadera disponibilidad financiera reflejada en los Balances consolidados.

 

Por qué nos pasa lo que nos pasa (2)

(Sigue del Comentario anterior)

5. Escasez de organizaciones complejas regidas por líderes ejemplares. Somos un país de inventores, sin duda, en la que proliferan individuos para sacar adelante una dificultad que implique esfuerzo físico e intuición. Pero nos falta, capacidad para organizar equipos multidisciplinares. ¿Por qué así? Pues porque los que llegan más alto en las organizaciones son cuidadosamente seleccionados por su ineptitud, o, al menos, su "bajo perfil de autonomía", (ya que ésta se asocia con rebeldía), y la selección es tan efectiva, que se cuelan pocos que no cumplan con los baremos de sumisión al sistema, capacidad de adulación, participación en contubernios, comadreo extralaboral.

6. Desprecio de la capacidad emprendedora. El español no tolera el riesgo, que cree no poder controlar -valora en demasía las dificultades de cualquier emprendimiento, y "se arruga", aunque no dudará en criticar a los que se atrevan a hacer lo que él no acometió-. Paradójicamente, le gustan los juegos de azar y le entusiasma creer en un golpe de fortuna. Desde niños, se les educa para ser funcionarios, como destino que, una vez alcanzado, implica estabilidad y...poco trabajo. Hay, claro, funcionarios muy capaces, pero están aislados y, desde luego, no tienen fácil ascender a puestos de responsabilidad en la Administración, porque se convierten en sospechosos de desequilibrar la atonía colectiva. Los partidos políticos se han encargado, además, de completar con afiliados los puestos que correspondían a las convocatorias de plazas públicas, con variadas añagazas sepultadoras del mérito.

7. Marginación de la técnica. Es uno de nuestros males endémicos, a pesar del prestigio ocasional del que disfrutaron, en épocas pasadas, algunos ingenieros y profesionales técnicos. Somos, por los síntomas, más capaces para la creación literaria o artística. Esto es debido a múltiples razones: la confusión de eficacia en el desempeño de una función técnica con la contención de la responsabilidad social, muy mal interpretada por las organizaciones sindicales, que asoció (y asocia) al técnico con el apoyo al capital.

8. Dificultades para profundizar en el tratamiento de los problemas. Nos cansamos pronto de los análisis, a los que no vemos resultado inmediato, y manejamos síntesis apresuradas y, por tanto, erróneas. Caemos con facilidad en el engaño, porque nuestra avidez por llegar al final nos hace ingenuos.

9. Ausencia de reconocimiento objetivo. Nuestros modelos de actuación publicitados son los atletas o aquellos que tienen una facultad extraordinaria, a la que se da una proyección mítica, pero que no resulta imitable. Resulta significativo que una parte nada despreciable de las genialidades creativas no artísticas a las que admiramos (preferentemente, en personas una vez fallecidas) hayan compaginado su trabajo profesional con la creación literaria o el cultivo de alguna de las artes, no pocas veces mantenido durante años oculto en un cajón. La necesidad sicológica de reconocimiento personal fuerza a muchos de nuestros mejores valores a multiplicarse en objetivos individuales, dispersándose o malográndose, viéndose así frustradas, por carecer de apoyo, las expectativas que nos hubieran proporcionado a todos mayores ventajas. Vivimos alimentando un caldo de cultivo de agravios y "mala leche" en el que nadan islotes de descontento.

(continuará)

Por qué nos pasa lo que nos pasa (1)

El título de este Comentario no quiere ser una provocación (1), sino una reflexión personal acerca de los defectos (¡y de las virtudes!) que conforman lo que se entiende por idiosincrasia -ἰδιοσυγκρασία-, el temperamento peculiar de la población española, como conjunto, y que no corresponde solamente a cómo nos vemos, sino, sobre todo, a cómo nos ven.

Como el asunto daría para escribir varios libros, me limitaré, en general, a presentar las características de lo que condiciona, fundamentalmente, nuestra manera de enfocar las prioridades.

1. Menosprecio hacia la aplicación metódica para conseguir algo. Los españoles apreciamos, y mucho, el conocimiento que permite resolver una situación conflictiva, pero despreciamos la dedicación de quien se prepara para adquirir el conocimiento. El grupo marginará a los "empollones", "mustios", "siniestros", "aburridos", pero se volcará a seguir las instrucciones de los "brillantes", "convencidos", "iluminados", que tomen la tribuna para lanzar soflamas en momentos de dificultad, o controversia, aunque no tengan la menor idea de cómo resolver el tema.

2. Incapacidad para construir un "manual de acción" colectivo, asumido por todos como el fondo doctrinal indiscutible. Los españoles somos "iconoclastas", y concentramos muchas energías en destruir lo que aparece como sólido, complaciéndonos en ver cómo caen sus bases. Pero no nos preocupamos con igual intensidad para construir, con anterioridad, la alternativa. Así que improvisamos continuamente, sin tiempo para la reacción.

3. Miedo a la planificación. Nuestra esencia es la procastinación, el aplazamiento de la toma de decisiones, hasta que las situaciones se hacen acuciantes. En esos momentos, somos capaces de esfuerzos desmesurados, con heroísmos individuales que no tienen parangón, pero los resultados son bastante aleatorios y, en general, malos, cuando es preciso enfrentarse a graves dificultades, a contrarios bien organizados o a situaciones muy deterioradas.

4. Corrupción estructural de la valoración del mérito. No somos un país especialmente corrupto en lo económico- la evaluación concreta de la corrupción en las bambalinas del mercado mundial no es sencilla, porque solo se descubren circunstancialmente aspectos puntuales y marginales-, pero sí tenemos una tradición indestructible de corrupción en la selección de los mejores.

(seguirá)

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(1) La referencia a la conocida frase, cercana a la boutade, de Ortega y Gasset, referida a los españoles, de  que "lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa" es evidente.

El lenguaje del pueblo y el de los políticos

En el proceso electoral del 25 de marzo de 2012, en el que se decidía la composición de las Cámaras regionales en Andalucía y Asturias, los partidos políticos que obtuvieron mayor número de votos, no podrán gobernar.

Ni el PSOE asturiano ni el PP andaluz han conseguido diputados suficientes para conseguir la mayoría que garantizaría la Presidencia de sus autonomías.

El primero, ni siquiera uniendo sus fuerzas con Izquierda Unida, entidad con la que se le supone una cierta identidad idelógica, allá por los entresijos de la socialdemocracia posibilista; en consecuencia, Francisco Alvarez Cascos volverá a ser Presidente del Principado, aunque, en este caso, con el apoyo explícito de un Partido Popular que ha tropezado en hueso en una región que se inclina por cambiar de aires.

El PP andaluz no llevará a Javier Arenas a la presidencia porque PSOE e Izquierda Unida formarán un pacto de gobierno que garantizará la permanencia de Griñán en el sillón principal de la autonomía.

Los representantes de los diferentes partidos acostumbran a decir, después de unas elecciones, que han captado el mensaje del pueblo. A mí tal expresión me pareció siempre una solemne tontería, porque no creo que las poblaciones tengan una entidad colectiva, por lo que les niego la capacidad de expresarse de forma rotunda, salvo en momentos de exaltación, siempre dirigidos por la combinación de una grave situación de tensión que se percibe visceralmente como insostenible y un líder carismático que personaliza el cambio frente al preboste debilitado que ostenta el poder legitimizado hasta entonces (circunstancia dramática que conduce, como la Historia confirma, cuando la polarización se concreta en fuerzas equivalentes, a una revolución o a una confrontación armada, si la división de opciones contamina al Ejército).

Las elecciones de representantes son, en momentos de tensión económica y desorientación política, vigente la democracia, una lotería, esto es, reflejo de la incertidumbre y la falta de opciones convincentes. Las encuestas previas lo han venido a demostrar, incapaces de acertar con los resultados, ya que se suponía la victoria holgada del PP andaluz y la derrota estrepitosa del Foro por Asturias, y ninguna de las dos previsiones se produjo.

Expresada la opinión individual de un par de millones de votantes, fruto de la combinación de elementos tan diversos, el resultado no puede ser otra cosa que una papilla, un pupurri inextricable, y, para digerir en calma el cocinado electoral ha llegado el momento de los políticos, para pactar lo que les convenga a ellos.

Qué oportunidad más estupenda para que, por una vez, se sienten todos a la mesa de negociaciones para aportar, con claridad y honradez, ante la luz y taquígrafos del pueblo sorprendido, lo que se les ocurra para aglutinar, en una sola voz, como un clamor, al pueblo.

Ese pueblo que, cuando se le pide que vote, cuando faltan ideas convincentes, cuando los que las presentan no tienen poder de persuasión ni calidad para estructurarlas, se deshace en un caleidoscopio desorientado de ausencias,  impresiones, fobias, filias, intuiciones, devociones, desganas,...así hasta contabilizar los millones de pareceres que algunos se obstinan en llamar el lenguaje del pueblo, cuando es solo el eco de la desorientación de los que le reclaman que se exprese.

 

 

Ubi sunt?

Al escuchar a la vicepresidenta del Gobierno de España, Soraya Saenz de Santamaría (y Dios nos coja confesados), expresando que había que aclarar el caos de las cuentas municipales, según lo acordado en el Consejo de Ministros del 24 de febrero de 2012, me vinieron a la cabeza aquellos versos que dedicó Jorge Manrique a la muerte de su padre, y que a los niños de mi generación nos hacían aprender de memoria:

"¿Qué se hizo aquel trovar/ las músicas acordadas que tañían?/¿Qué se hizo aquel danzar/ aquellas ropas chapadas/que traían?"

La oía decir que "las administraciones municipales deberán presentar al Ministerio de Hacienda el listado de sus facturas pendientes de pago" y en mi cerebro resonaba, en versión libre: "¿Qué fue de tanta invención como trajeron?"

Nadie parecía moverse en la sala de Prensa; por la tarde, estuve atento a lo que imaginaba un vendaval de protestas de todos los ayuntamientos españoles, tan duramente vejados por esa crítica acerva hacia el trabajo de interventores, alcaldes, concejales, y secretarios municipales. 

También me preguntaba acerca del objetivo de unas palabras pronunciadas en foro de tanta repercusión pública y que, más que servir para tranquilizar a clientes y mercados, ponían el dedo en el ojo, sacando aún más sangre, del descontrol con el que, ya consagrado como verdad oficial, hemos tenido sumida la cosa pública en estos años de bienestar, músicas y danzas.

No hubo nada, no pasó nada. Como si viniera del más allá, o revoloteara como una paloma angélica por encima de la inmundicia de los demás, como si no hubiera habido más culpables que los otros, Saenz de Santamaría adoctrinaba, inflexible: "Con esta medida, el Gobierno trata de poner orden y saber lo que hay, para que una vez se conozca la deuda", tomar las decisiones oportunas.

Lo voy a traducir al lenguaje más simple que conozco: Ante la incapacidad de todas las Administraciones públicas para cumplir con sus obligaciones de pago, derivada del incumplimiento de sus cometidos constitucionales en el pasado, y ante su irregular gestión de los dineros públicos, el nuevo Gobierno, en posesión de la verdad dogmática y en uso de sus facultades superiores, les sustrae la capacidad de decisión y expone a sus gestores al escarnio.

Repaso mis conocimientos sobre la Constitución y me pellizco. ¿Tener la mayoría en el Congreso y ser el primero de la clase autoriza a poner patas arriba todo lo que han hecho los demás? ¿Lo que se destruya ahora, se recuperará algún día? ¿Todo se ha hecho mal y hay que demoler para construir? ¿Estaré soñando en otro país, he vivido en otra época?

Ubi sunt qui ante nos in hoc mundo fuere?

De la Gioconda de Leonardo a la copia de Rubalcaba

De la Gioconda de Leonardo a la copia de Rubalcaba

Tengo para mí que fue el propio Leonardo da Vinci quien pintó las dos Giocondas, y lo hizo al mismo tiempo, atando al extremo de un artilugio los pinceles con las mezclas de color que iba preparando y dejando solo para el final de cada sesión que alguno de sus discípulos le diera algunos retoques a la copia antes de entregarle al Giocondo los dos "retratos iguales" de su amante que le había encargado al artista.

Utilizó Leonardo el pantógrafo, del que era, si no su inventor, su perfeccionista. Y es por eso por lo que el original y su copia tienen los mismos defectos, es decir lo que los que quieren aparecer como cultos en interpretar las obras de arte llaman, sean o no italianos, "pentimenti" (arrepentimientos, por tanto).

Pero también tienen las dos obras, ahora que se las va a poder contemplar juntas, gracias a que algún cuidador del Museo del Prado de vez en cuando se da una vuelta por los sótanos atiborados de ese cementerio de genialidades, un tufillo encantador a creación genial.

El "original" es perfecto, sobre todo mientras estaba cubierto por la pátina del tiempo, con ese amarillo ocre que a poniendo la edad sobre las cosas.

Y la "copia", con los colores originales recuperados, no está nada mal, particularmente si pensamos en que su autor fue un genio y el lienzo ha resistido el paso de tanto tiempo y, por tanto, su contemplación nos devuelve aromas de hace siglos, permitiéndonos, además, poniendo ambas juntas, analizar lo que va de una a otra. Que haya debate, pues, que es lo que importa. 

El 4 de febrero de 2011, Alfredo Pérez Rubalcaba obtuvo el cargo de secretario general del PSOE, ganando por 22 votos de los compromisarios de la militancia socialista a su mucho más joven oponente, Carmen (antes Carma) Chacón. Ha prometido cambios en el partido, usando para ello el fondo de armario de su experiencia y realizar oposición seria y consistente frente al actual partido en el Gobierno, el camaleónico PP, hasta ahora verso libre de sí mismo.

Lo que más me gustó del discurso de Pérez Rubalcaba -de los resúmenes que pude ver en los telediarios- fue algo así como que no va a llorar, ni emocionarse, porque va a ser un líder fuerte: un machote, vamos. La referencia indirecta a las lágrimas que derramó para el lacrimario socialista la entonces candidata frustrada a presidente/a de Gobierno eran tan evidentes que no pude menos de sonreir para mis adentros.

No van a vencer tan fácilmente, estos jovenzuelos que quieren ocupar las plazas principales, desplazando las canas, las calvas y las barbas -o los retoques de bisturí-, esgrimiento simplemente que son socios del Real Madrid desde que sus papás los apuntaron el día de su nacimiento al club y alardeando de que aportan frescura al juego sucio o dando patadas por debajo de la mesa con el argumento de que son la envidia de muchos hinchas sobrevenidos, procedentes incluso del Barça, (y algunos ocupando en los últimos años puestos clave en la dirección del negocio).

Porque resulta que Rubalcaba se encontró una copia que es casi idéntica al original, allá en los sótanos de Ferraz, por lo que los neo-surrealistas tienen que esperar, al menos, hasta que se certifique su autenticidad del hallazgo. Tal vez no pasen dos años, pero es tiempo suficiente para estar entretenidos, mientras el PP, aprovechando que lo han dejado solo, campa a sus anchas como el chico del martillo. (1)

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(1) Esta es una referencia a otro cuento de Andersen, que mis lectores y los del genial autor conocen bien.