El lenguaje del pueblo y el de los políticos
En el proceso electoral del 25 de marzo de 2012, en el que se decidía la composición de las Cámaras regionales en Andalucía y Asturias, los partidos políticos que obtuvieron mayor número de votos, no podrán gobernar.
Ni el PSOE asturiano ni el PP andaluz han conseguido diputados suficientes para conseguir la mayoría que garantizaría la Presidencia de sus autonomías.
El primero, ni siquiera uniendo sus fuerzas con Izquierda Unida, entidad con la que se le supone una cierta identidad idelógica, allá por los entresijos de la socialdemocracia posibilista; en consecuencia, Francisco Alvarez Cascos volverá a ser Presidente del Principado, aunque, en este caso, con el apoyo explícito de un Partido Popular que ha tropezado en hueso en una región que se inclina por cambiar de aires.
El PP andaluz no llevará a Javier Arenas a la presidencia porque PSOE e Izquierda Unida formarán un pacto de gobierno que garantizará la permanencia de Griñán en el sillón principal de la autonomía.
Los representantes de los diferentes partidos acostumbran a decir, después de unas elecciones, que han captado el mensaje del pueblo. A mí tal expresión me pareció siempre una solemne tontería, porque no creo que las poblaciones tengan una entidad colectiva, por lo que les niego la capacidad de expresarse de forma rotunda, salvo en momentos de exaltación, siempre dirigidos por la combinación de una grave situación de tensión que se percibe visceralmente como insostenible y un líder carismático que personaliza el cambio frente al preboste debilitado que ostenta el poder legitimizado hasta entonces (circunstancia dramática que conduce, como la Historia confirma, cuando la polarización se concreta en fuerzas equivalentes, a una revolución o a una confrontación armada, si la división de opciones contamina al Ejército).
Las elecciones de representantes son, en momentos de tensión económica y desorientación política, vigente la democracia, una lotería, esto es, reflejo de la incertidumbre y la falta de opciones convincentes. Las encuestas previas lo han venido a demostrar, incapaces de acertar con los resultados, ya que se suponía la victoria holgada del PP andaluz y la derrota estrepitosa del Foro por Asturias, y ninguna de las dos previsiones se produjo.
Expresada la opinión individual de un par de millones de votantes, fruto de la combinación de elementos tan diversos, el resultado no puede ser otra cosa que una papilla, un pupurri inextricable, y, para digerir en calma el cocinado electoral ha llegado el momento de los políticos, para pactar lo que les convenga a ellos.
Qué oportunidad más estupenda para que, por una vez, se sienten todos a la mesa de negociaciones para aportar, con claridad y honradez, ante la luz y taquígrafos del pueblo sorprendido, lo que se les ocurra para aglutinar, en una sola voz, como un clamor, al pueblo.
Ese pueblo que, cuando se le pide que vote, cuando faltan ideas convincentes, cuando los que las presentan no tienen poder de persuasión ni calidad para estructurarlas, se deshace en un caleidoscopio desorientado de ausencias, impresiones, fobias, filias, intuiciones, devociones, desganas,...así hasta contabilizar los millones de pareceres que algunos se obstinan en llamar el lenguaje del pueblo, cuando es solo el eco de la desorientación de los que le reclaman que se exprese.
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