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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sexo

¿Inteligentes o hermosas?

¿Inteligentes o hermosas?

Entre las maneras de llamar la atención en una protesta, se está consolidando como fórmula preferible la de desnudarse. Con un poco de suerte, se obtendrá la primera página de la mayor parte de los diarios.

A condición de que quien se desnude sea una mujer joven y hermosa.

Esta opción publicitaria solo tiene competencia en el género (prefiero hablar de sexo, pero quiero estar con estos tiempos) masculino con la de quemarse a lo bonzo. Solo que en este caso no me consta que la performance pueda repetirse, al menos con el mismo protagonista.

He seleccionado esta foto, publicada en varios media con ocasión de las manifestaciones del 25-S en Madrid, aquella(s) en las que se estableció un cerco parcial al Congreso de Diputados, cuyo objetivo quedó un tanto desdibujado, por diversas razones.

Creo que será difícil que el lector -hombre o mujer- se fije en el cartel que está colocado en el suelo, al lado de la protagonista del hermoso espectáculo. Por eso, lo incorporo a este Comentario, evitándole la molestia de desviar su atención del objeto central del mensaje.

Dice así: "LOVE REVOLUTION. PAZ AMOR LIBERTAD PASSION. EL AMOR ES EL QUE NOS UNE, TOD@S SOMOS IGUALES. HEMOS NACIDO LIBRES Y MORIREMOS LIBRES" (1).

He pensado que si los boicoteadores de la manifestación contra la apatía y desconexión de los señores y señoras diputados respecto a los intereses de la ciudadanía están detrás de lo que motivó que esta señora o señorita y su cartel centraran la atención de los fotógrafos en ese acto de libertad, no lo pudieron haber maquinado mejor.

El cartel no dice una tontería. Tampoco una obviedad. En realidad, por más vueltas que le de a significantes y significados, no se qué diablos quiere expresar. Me resulta, enigmáticamente, vacío. Más aún, si vuelco mi curiosidad hacia la mujer yacente, descubierta con unas braguitas de puntillas, en estudiada descompostura.

No tengo información para juzgar la inteligencia de la "manifestante", aunque dispongo, como el lector, de amplios datos para juzgar su belleza. Y, en una línea peligrosa de pensamiento, seguramente estimable como poco convencional, me hago una pregunta: Si pudiéramos tener influencia alguna, ¿Cómo preferiríamos que fueran las mujeres -esposas, amigas, hermanas, hijas, nietas, transeúntes, clientes, colegas, competidoras, camareras, mineras, ministras, empresarias, profesoras, etc.-?

¿Inteligentes o hermosas?. No me contesten ahora; esperen a después de la publicidad. Por supuesto, la encuesta está abierta a ambos géneros, digo, sexos.

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(1) En esta foto no se ve la frase que completa el cartel, que se distingue en otra, también publicada, en la que se tuvo la precaución de sostener firme el papel con unos zapatos, dispuestos a cada lado : "Solo el amor vencerá el miedo"

 

El Club de la Tragedia: El show de los políticos

El Club de la Tragedia: El show de los políticos

La Presidente de la Comunidad de Madrid (Spanien), Esperanza Aguirre ha expresado con rotunda crudeza, su singular opinión respecto a la forma de tratar a aquellos arquitectos que son autores de obras que no le gustan. "Habría que matarlos", dijo.

No hay que ser críticos con la frase, ya que resulta producto de una improvisación, en un mal día, ante la visión del edificio de la Casa Consisterial de Valdemaqueda, que a la experimentada política, falta de orientación estética en ese momento por los expertos, le pareció horrible, aunque se le estaba advirtiendo -en voz baja- que "tenía premios".

Seguro que, de haber tenido más tiempo para preparar la idea, Aguirre hubiera precisado mucho mejor su propuesta, sin tener que, posteriormente, como hizo, que pedir perdón por la ocurrencia, expresada en ese lenguaje coloquial ahora tan de moda, por el que, sin mala intención, pedimos que se mate, se elimine para siempre, se ahogue en sangre, lo que, en el fondo, solo nos disgusta un poquito, porque no está de acuerdo con lo que pensamos o queremos.

Nada que ver el show de la Presidente con el que nos ha ofrecido la concejala de Los Yémenes (otro pueblo puesto en el mapa por un acontecimiento mediático convertido en tema de interés mundial), Olvido Hormigos, que se dejó filmar en una operación de manipulación íntima, confiando equivocadamente que ese vídeo casero tuviera un uso exclusivamente personal por un "amiguito del cuerpo" (el suyo, aunque ahora, con seguridad, su palmito tendrá miles de admiradores).

Las imágenes de ambos ¿sucesos? están disponibles en internet, y el lector, si aún no lo ha hecho y le apetece estar bien informado de las naderías que ocupan las conversaciones de nuestro agora, puede, según sus sentimientos, creencias y tendencias, escandalizarse, admirarse, sonreir, disfrutar, etc. (1)

Es parte del show, voluntario o fortuito. El show de los políticos. Su actuación, realizada por cualquiera de nosotros -aunque reconozco que la bella Olvido pone el nivel alto- no tendría interés. El mismo guión, protagonizado por un político, es un bestseller.

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(1) El vídeo de la masturbación de la edil -que, dicho sea de paso, a ratos parece estar realizando un trabajo forzado- estará para siempre disponible en la red, como recordatorio de que no, en política, no sirve cualquier compañero de cama, porque ha saltado a centros de difusión que no controlan ni youtube ni facebook, como youporn.com.

 

Sobre las esquelas

Las esquelas mortuorias y las sexuales ocupan una buena parte de las páginas de los medios escritos. Es claro que la mayor parte de los lectores de periódicos no los compran por estos anuncios y, por ello, es evidente que los que utilizan este soporte para comunicar su mensaje no cuentan con dirigirse más que a una pequeña porción de los que buscan informarse con él.

Tampoco necesita comentario alguno, por la misma naturaleza de lo que se difunde, que quien lee las esquelas y quien se interesa por los anuncio sexuales, salvo la curiosidad ocasional de unos y otros, son públicos diferentes.

Las esquelas, además de informar sobre una defunción, cumplen una función de naturaleza social, especialmente en provincias. Los deudos y los compañeros del difunto y, en algún caso, las instituciones que dirigían o a las que pertenecían, pagan la esquela con frecuencia para poner en evidencia la importancia del fallecido, o la consideración que le tenían. En cierto sentido, también, hacen publicidad de sí mismos, de los que viven todavía.

Por supuesto, para los familiares cercanos, especialmente los que dan a la esquela un contenido religioso, al anunciar las exequias o el culto de despedida que se prevea, pretenden conseguir la mayor asistencia posible a tales actos, como muestra de afecto final al que se fue y como manifestación de influencia social.

Por eso también, cuando muere algún famoso, sea cual fuere su actuación en vida, concurren muchos personajes, interesados y curiosos, que venden su producto, aprovechando la muerte del otro.

Los anuncios sexuales, muestra deplorable de los vicios y miserias que pululan en nuestra sociedad, pretenden vender una mercancía denigrada y denigrante a un colectivo misérrimo, que está dispuesto a pagar por obtener una satisfacción a la líbido, de quienes son incapaces, por motivos generalmente inconfesables, de amar al prójimo, creyendo que el dinero proporciona la felicidad de una compañía ocasional.

Deberíamos meditar en dos direcciones, respecto a estas esquelas. En cuanto a las de contenido sexual, deberían eliminarse, por más que proporcionen ingresos muy interesantes a los medios, y relegarse a publicaciones restringidas; no debemos pagar por la impresión de páginas que no deseamos y que, a muchos, ofenden y, á la inmensa mayoría, nada interesan.

En cuanto a las esquelas, no tiene sentido discriminar, en tamaño y en cantidad, la noticia de una muerte. Todas las esquelas deberían ser idénticas, y de discreto porte. Si alguien desea pagar por un obituario, que lo haga, pero en loor del difunto, no de los vivos.

Sobre orientaciones e identidades sexuales

Esto de los géneros, sexos, apetencias y debilidades, gracias a los descubrimientos continuos de aficionados, investigadores, estudiosos e imaginativos, se está poblando de tantas variedades que está resultando muy difícil, no ya entender de qué va la cosa, sino escribir o hablar de ella sin herir susceptibilidades.

Un tinerfeño -la ubicación geográfica del sujeto no añade al caso precisión de interés científico- preocupado por entenderse mejor a sí mismo, y después de haberse sometido a diversos tratamientos en su cuerpo de hombre, y sintiéndose ya mujer, descubre que le gustan las mujeres.

Acude, para encontrar alguna explicación a su problema, a un consultorio sexual acreditado, (EP, 23.07.2010), con una pregunta obvia, dados sus antecedentes: "¿Yo soy transexual y lesbiana?".

La respuesta del experto (o experta) aclara, no solamente las dudas del consultante, sino que sirve de modelo general para explicar, en realidad, todos los comportamientos y sentimientos relacionados con la sexualidad.

Una cosa es la identidad sexual, otra las características físicas, y una tercera, diferente, la orientación sexual, "que marca la dirección del deseo". Si las dos primeras no coinciden, se es transexual; si no coinciden las características físicas y la orientación sexual, tendremos caracterizados a homosexuales y lesbianas.

La respuesta, por tanto, al demandante de información sería: "Sí, es usted, un hombre transexual lesbiana".

Las posibilidades que abre esta sistematización a los interesados de descubrirse mejor a sí mismos, son bastante atractivas (en el supuesto de que tuvieran dudas de cómo catalogarse). No hemos podido ponernos de acuerdo en cuanto a la definición de todas las opciones, habida cuenta de que se pueden aceptar comportamientos bisexuales, lésbico-homosexuales y que, por supuesto, existen eunucos transexuales homosexuales y seguramente mujeres heterosexuales que se orienten sexualmente hacia los varones.

Esperamos no habernos liado. Pero los hombres y las mujeres heterosexuales orientadas sexualmente hacia los sujetos del sexo opuesto son los que nos parecen más necesitados de atención sicológica. Preguntaremos a Vampirella.

Sobre la evolución de los focos de atracción sexual

Sin ánimo de realizar un estudio sociológico, pero la proximidad del verano, que se acompaña con crecientes calores, cambia los atuendos, especialmente de las mujeres occidentales que, más afectadas que los varones por las subidas de temperatura, se aligeran de ropa para andar más cómodas, desprendiéndose de algunas prendas y reduciendo el peso de la totalidad.

Por supuesto, no son ellas las únicas en sufrir la presión del calor reduciendo peso, según una ecuación empírica que bien podría traducirse por Q.P = cte, siendo Q la temperatura Kelvin predicha por el experto de la tele (adecuadamente transformada desde grados Celsius o Fahernheit) y P el peso propio y de la vestimenta (en kilogramos o libras), descontadas los zapatos y la bisutería. No son las únicas, pues no se puede decir que sean pocos los varones que, con el mismo pretexto térmico, cambian la franela por el lino y el zapato de cordón por las sandalias de rejilla.

Lo que pretendemos que ocupe la atención de este Comentario frívolo, no es lo que queda cubierto en tiempos de calor, sino lo que se descubre, y por qué se hace el deshabillé, e incluso para qué, si fuera exigida tanta profundidad de análisis.

Empezamos nuestra crítica, para que se comprenda mejor la intención, sobre la ostentación de piernas -peludas o mondas- que hacen algunos tipos del sexo masculino (al menos, por natura). Tal exhibición (desagradable a la vista, en general) no parece tener mucho que ver con estar más fresco, sino con serlo.

Por cierto -si se nos permite la disgresión, porque no viene a cuento- causa sonrojo ajeno ver a un peludo casposo en camiseta acompañando a una dama cubierta y recubierta con varias capas de ropa y una pañoleta recogiendo hasta la última brizna de sus cabellos, ofreciendo de este modo ambos a pública contemplación sus confesiones, miedos, actitudes de dominio y solapadas creencias.

Volviendo al predio. Unas piernecillas asomando desde unos pantaloncetes cortos hasta llegar a unos zapatos náuticos no deben producir frescor al cuerpo de su dueño, y, desde luego, no causan escalofríos de pasión, sino más bien, repelús, muy especialmente si el propietario es uno de esos cincuentones o sesentones que parecen haber descubierto su lado exhibicionista con el declinar de la edad y la potencia.

En el caso de las féminas, la forma de vestirse en los calores tiene algo que ver con la edad, aunque no solo. Las jovencitas desde 12 a 17 años lucen en estos tiempos de confusión unas minifaldas -no encontramos quizá la denominación adecuada- cuyo principal objetivo es enseñar el máximo de pierna, con el reto de que no se vea la parte inferior de sus braguitas.

Si alguna se viste con pantaloncito o pantaloncete, será cuestión a destacar en ese atuendo que deberá colocarse la cintura de forma tal que se enseñe el comienzo superior de  aquella prenda citada en el párrafo anterior, antes tenida por íntima, y que su color ha de hacer juego o jugueteo con la que tiene por función ensalzar los senos, propios o inventados, que también ha de dejarse traslucir, por si las dudas de la capacidad económica de su portadora.

Tiempos aquellos en los que, por lo que nos han contado, nuestros bisabuelos se emocionaban al ver unos tobillos del sexo contrario y que, yendo algo más allá, como se nos dice en boca de Don Fabrizio, señor de Lampedusa, hacían el amor con la luz apagada y sin despojarse de los camisones. Tiempos estos en los que cualquier actriz o actor de carácter no se librará de una escena de sexo explícito, sea cual sea la historia que se nos quiera contar y venga o no a cuento con el guión.

No podemos sacar conclusiones de este despliegue de lo que hace un par de decenias se considerarían impudicias, que hoy habrán de ser vistas como exhibición normal y hasta arriesgaremos el ser calificados como atrasados, obsesos y viejunos. Quede solo constancia de que el enseñar más cuerpo para estar más fresco es un error de concepto.

Porque, a menudo, lo que se enseña desnudando el cuerpo ante desconocidos es el plumero del que no sabe muy bien en qué consiste el atractivo mayor de una persona. Eso sí que lo saben las señoras de esos treinta años que van de los 30 a los 40, que se enfundan en unos pantalones ajustados a la cadera y en unas blusas combinadas que dejan el campo justo a la imaginación sin comprometer la compostura.

Sobre amor, erotismo, y porno duro

Amor, erotismo y pornografía son tres palabras unidas por el azar, porque muy poco tienen que ver entre sí.

Ni siquiera representan tres situaciones de relaciones entre seres humanos, pues si la primera es un acto en el que el sujeto que lo experimenta ejerce el control total o parcial del mismo, esperando recibir más de lo mismo, el generador de las segundas carece de relación con el destinatario y si ocasionalmente la posee, no lo hace para provocar más erotismo ni más porno.

Por ir concretando, la actitud del amor surge de la devoción hacia uno mismo -el que no se ama no puede amar- y alcanza su mayor nivel cuando se proyecta hacia el otro, fuera de nosotros, y se refuerza con el amor del otro, llegando a ocasionales puntos álgidos con el llamado acto sexual -erróneamente llamado "hacer el amor", pues lo deshace-.

En tanto, el erotismo es una cualidad que se detecta solo en ciertas situaciones, y se disfruta fundamentalmente con la cabeza, que es el miembro especializado en detectarlo.

Por su parte, el porno -y su aberración infantil, el porno duro- es una estructura de negocio bastante trapacera destinada a enfermos mentales mal diagnosticados, por la que uno o varios contemplan, a distancia insalvable, lo que otros -dos o más- hacen con sus órganos más húmedos.  

Quizá uno de los puntos de confluencia de las tres es que tienen como referencia (básicamente), los cuerpos humanos y que, por distintas razones, se encuentran en franca decadencia. Aunque no vamos a aportar estadísticas, se hace cada vez con menos frecuencia el amor (no el sexo) y son relativamente pocos los interesados en el porno, blando o duro, salvo quizá aquellos que, con el avance de la edad y la decaída de la líbido, se apoyan, además de en píldoras físicas, en muletas visuales para animar la cosa.

De todos estos tres declinares, el que más sentimos es la reducción del erotismo. Lo erótico también se muere, sepultado por la vulgaridad y el mal gusto, con el que tiende a ser confundido, olvidando que es un estado intelectual y que, por tanto, no depende del emisor de sensaciones, sino de la actitud del que las recibe.

Hagamos más erotismo, no la guerra.

Sobre los confines de la heterosexualidad

Escribir que nuestra sociedad occidental le da una importancia desmesurada al sexo, es proclamar una evidencia. Los matices implican, sin embargo, reconocer que se puede aplicar también a la cuestión el aforismo de "dime de lo que presumes y te diré de lo que careces".

La sexualidad es un aspecto más de la pulsión vital, vinculada a muy particulares sensaciones placenteras cuando se acude a la relación sexual con una persona a la que amamos. Desgraciado el ser humano que no ha conocido el goce de a mar a otro y haberlo hecho desde la intima satisfacción de sentirse entregado a él, en una unidad que no por pasajera es menos intensa ni dramática. Porque el paseo por el amor y la muerte es, como sabe todo adulto sensato, la sensación característica de nuestra racionalidad.

Pero la cuestión que queremos proponer no está relacionada con la intensidad del amor, ni del sexo, sino que deseamos poner el énfasis sobre la forma de practicar el segundo en parejas heterosexuales. Se dice que lo que sucede en la intimidad de cada alcoba es un misterio que solo comparten los que lo viven de puertas adentro. Bueno. Aunque esta defensa de la intangibilidad de lo que afecta a las relaciones sexuales de la pareja no ha de impedir ahondar en lo que nos une a todos los humanos que es, también en este tema, mucho y sustancial.

Quienes han estudiado algo de estadística saben que lo que se define como "comportamiento normal" no es sino una manera semántica de referirnos a la realidad de que, junto a una mayoría simple de comportamientos más comunes, existen mucho otros comportamientos que se desvían de ellos. Son, obviamente, registros también normales, lo que no impedirá considerarlos no habituales y, respecto a lo que es normal, desviados e incluso, si la desviación es extrema, aberrantes.

Una pareja heterosexual practicará, por propia naturaleza, habitualmente, el acto sexual de la forma como han sido conformados los respectivos sexos. Se ha considerado tradicionalmente como un tabú, cuando no como una aberración, la práctica del sexo anal- Sin embargo, nos atrevemos a afirmar que una mayoría inmensa de parejas heterosexuales lo practican ocasionalmente como una manifestación más del comportamiento íntimo.

¿Son por ello aberrantes?. No osaríamos tal calificativo. Pero esas mismas parejas hablan de aberración, porque así han sido socialmente educadas, cuando se imaginan el sexo practicado entre personas homosexuales.

Dejemos ya la cuestión sexual en su lugar, comportándomos con sentimentalmente adultos. Hay otras características más definitorias de la persona que la forma cómo practican el sexo. Hay mucho que decir todavía desde la sinceridad en la valoración de los comportamientos sexuales, porque, aunque hayan caído tabúes, el tema sigue estando impregnado de deformaciones, temores  y falsedades. Libertad, pues, pero preocupémonos de otros aspectos más relevantes del ser humano, muchas de ellas, más patentes manifestaciones de su racionalidad.

Sobre el misterio de la igualdad sexual

Si el lector se ha tomado la molestia de echar un vistazo sobre los Presupuestos disponibles por los diferentes ministerios españoles para 2010, habrá advertido que hay un cambio de escala para recoger la cuantía destinada al llamado Ministerio de la Igualdad, que dirige y administra (o el verbo que sirva para mejor designar su labor) la Ilma. Sra. Bibiana Aído.

81 milloncejos de euros equivalen a un miniMinisterio -minidosterio-, no ya sin cartera, sino sin pasta que guardar en ella. Hasta las letras del edificio ministerial han debido ser pintadas a mano, con rotulador, para reducir gastos.

La escasa dotación para el funcionamiento de este invento cuyo objetivo real resulta aún desconocido para la inmensa mayoría de los observadores políticos y no políticos, revela, con todo, que no hay voluntad de que muchos programas  entren a formar parte de la actividad de este misterioso Minidosterio, del que se sabe únicamente que su principal función es luchar contra la "violencia de género", o sea, con palabras más clásicas contra el sadismo sexual.

No vamos a ridiculizar el objetivo del Minidosterio, en absoluto, porque estamos en contra de toda violencia y, desde luego, contra la ejercida contra ese "segundo sexo" cuya situación dominada tan brillantemente describió Simone de Bouvoir, mucho antes de que aparecieran el tercer y cuarto sexo, y para seguir...

Los estudiantes de las facultades de Derecho deben seguir siendo ilustrados (suponemos) entre los dos tipos de igualdad cuya defensa y valores preconiza la ya viejuna Constitución de 1978: la igualdad ante la Ley (principio jurídico establecido por el art. 14 de la CE) y la igualdad real (art. 9.2).

El misterio de Aído a desentrañar es el de la igualdad real, pues el otro -mal que nos pese a los investigadores que no peinamos datos ni nos dejamos seducir por los que peinan otros- está sepultado en insondables profundidades, bajo la losa de la independencia del poder judicial.

De la desigualdad real tenemos casos a barullo, en esta España democrática. En la enseñanza, en donde para recuperar a los más torpes y más vagos, hemos bajado el nivel de lo que se exige a raseros que podrían superarse desde el estado de morón (en la terminología de los grados de idiocia de Goddard). En el acceso a los puestos de trabajo, para lo que sigue siendo fundamental tener padrino, aunque hayas acumulado varios títulos y diplomas universitarios obtenidos lo mismo da que en Harvard, que en la UPM, que por  correspondencia. Y

Por supuesto, en la disponibilidad para que te llamen para ejercer un cargo público o privado relevante, en el que podrán jubilarte a los 47, despedir por las buenas a los 52, mantenerte como presidente de un Banco privado, o reclamarte  como salvador de la TV pública -con indudables méritos, por supuesto, para cualesquiera de las razones argüidas- a los 83.

Y, para no hacer largo el cuento, desigualdad real, por supuesto, entre hombres y mujeres, entre homosexuales y heterosexuales, entre emigrantes y nacionales, entre socialistas y populares, entre jóvenes y maduros, entre minusválidos y personas sin minusvalía, entre ricos y pobres, entre católicos y musulmanes (por no decir de los agnósticos), entre las atenciones de médicos, funcionarios -jueces, policías, profesores, etc- y autoridades de cualquier pelaje, según quienes sean los pacientes, ciudadanos o clientes...

Sobre el síndrome de la vagina expectante

El síndrome de la vagina expectante, expresión que invita a ver en ella reprobables connotaciones machistas, parece que fue mentado, aunque no consta que definido, por Francisco Javier Álvarez, catedrático de Derecho penal en la Universidad Carlos III, cuando presentaba un libro sobre su especialidad, en el marco del Colegio de Abogados de Madrid.

La plática del ilustre jurista versaba sobre los desequilibrios entre las penas y la gravedad de los delitos y, también, acerca de la obsesión por penalizar algunos comportamientos que podrán aparecer como desagradables pero que no perjudican a nadie, en tanto que otros, que causan graves descalabros a la economía y a la sociedad, son castigados con penas irrisorias. 

El comentario a la conferencia, junto con otros añadidos de su cosecha, lo realiza José Yoldi, en El País del 21.12.09, en un artículo cuyo título invita ya a disparar la imaginación,  "El derecho a ser un cerdo".

Nos tememos que el "síndrome de la vagina expectante" sea solo un recurso literario, un alibi para presentaciones jurídicas que hagan reir al personal y reclamen titulares en las gacetillas.

Alvarez emitía el juicio de valor -obviamente, con la sana intención de hacer risas al mismo tiempo que lanzaba dardos contra el recuerdo de las apetencias sexuales de algunos influyentes mediáticos- de que era preferible dejarse azotar en sostén por una prostituta emplumada o bajar fotografías de impúberes despelotados para uso propio, que tener a la parienta con apetencia sexual.

Si el lector se toma la molestia de investigar en Google sobre el significado del término, comprobará que, salvo un par de rijosos comentarios, no hay literatura, ni clínica ni ácrata, sobre la cuestión.

Habrá que concluir que -salvo la utilización anómala en dicho foro jurídico- las vaginas expectantes solo existen como material imaginario del subconsciente varonil, apto para confeccionar chistes verdes que puedan ser contados con babosa fruición por reprimidos o presuntos impotentes en reuniones de varones acomplejados con una copa de más.

Lo que existen, por supuesto, son pésimos amantes, machos decadentes y, en el otro lado, mujeres deseando que se las quiera y no que se las mire como objetos para rápido solaz de torpes apresurados.

Sobre la sexualidad y la persona

Es una lástima que nuestra sociedad esté confundiendo sexualidad con sensualidad, porque nos estamos perdiendo lo mejor.
Quienes más sufren con este descalabro de valores son los jóvenes, a quienes nadie parece haber explicado educación sensual, esto es, la que tiene que ver con los sentimientos y que, a diferencia del sexo, puede y debe crecer con la edad y robustecerse y animarse con la formación integral de la persona.
Si hay dos colectivos que pudiéramos detectar como especialmente afectados, aunque por diferentes razones, podríamos apuntar hacia las mujeres (en particular, las más jóvenes) y los homosexuales (en concreto, los que hayan decidido reconocer su orientación sexual públicamente).
Es lamentable advertir que multitud de adolescentes, prácticamente niñas, se lanzan cada fin de semana a la calle en traje de conquista, vestidas con una ausencia de recato que no tiene que ver con la moda, sino con la presentación de sí mismas como objeto sexual. No es cuestión de juzgar la situación ni bajo la presunción de gazmoñería ni prejuicios. Basta conocer mínimamente la cuestión, visitar los lugares de reunión de los jóvenes, detectar los estados de intoxicación de demasiados de entre ellos, e interesarse por conocer los resultados de esas explosiones de sexualidad.
Hay que enseñar a los padres y maestros a enseñar la diferencia entre libertad sexual y ejercicio de la sensualidad. El sexo produce placeres inmediatos, pero su falta de control conduce, especialmente a las mujeres, a situaciones de subordinación. Podemos discutir sobre la cuestión y matizarla, pero, y no solamente en nuestra sociedad, quien más pierde con el libertinaje sexual es siempre la mujer.
En cuanto a los homosexuales, la persistencia en identificar los comportamientos sentimentales con la tendencia sexual, les perjudicia. En lugar de entender que las relaciones de afectividad homosexual son una parte, absolutamente lícita y natural, de manifestación de la sensualidad humana, la facción heterosexual mal educada en atender a sentimientos, tiende a representar las parejas homosexuales desde la práctica del sexo únicamente.

Lamentable simplificación y adulteración de situaciones a la que ha llegado nuestra sociedad, apelando, paradógicamente, a los valores de la libertad y de la igualdad de géneros.

Sobre el sexo de los ángeles

Parece ser que (suponemos que con base en la apreciación de quienes los han visto) los ángeles no tienen sexo. Nos referimos a los ángeles hechos y derechos, no a esas cabecitas angélicas cortadas de sus troncos que adornan, como expresión de sádico malgusto, algunos cuadros religiosos.

No les hemos levantado las faldas para escudriñar sus entresijos pero admitimos que sí, que esos seres con cuerpos de efebo bien alimentado, básicamente de raza blanca y con afición a dejarse el pelo largo y teñirlo de rubio, no tienen apetencias carnales. 

La economía creativa supone que lo que no se utiliza, acaba languideciendo y, por ello, estamos seguros que los ángeles, si alguna vez tuvieron atributos sexuados, los han perdido con el transcurso de la mitad de la eternidad, que es, más o menos, lo que ya llevamos.

Que los ángeles no tengan sexo es una cosa y que los humanos no utilicen el que tienen, otra. Y lo hacemos, vaya si lo hacemos, con las respetables excepciones.

El cuerpo en su conjunto y el instrumento específico para el placer que nos ha sido felizmente dado, admiten, como es bien sabido, múltiples aplicaciones. Solo que de esta observación a que se pretenda ver al ser humano como objeto sexual va un abismo. Porque lo que nos parece, por el contrario, es que somos sujetos, no objetos sexuales.

Se habla mucho de sexo en en esta sociedad. Y de todas las variantes que ocupan atención, una de las que parece encontrarse en su propia adolescencia es la consideración de la sexualidad de los homosexuales, sean hombres o mujeres.

A muchos les resulta circunscribir a la persona que se ha reconocido homosexual al limitado espacio de su sexo, y de su comportamiento sexual.

Hora es de que maduremos y que, de la misma manera en que no nos planteamos cómo resuelven su búsqueda privada de comprensión, complicidad y placer, en el terreno sexual, las parejas heterosexuales, nos ocupe en la homosexuales, también, la mejor comunicación con ellos, entender su capacidad y proyectoy participar en él, si nos es grato o posible, respetando su intimidad sin querer sacarla a la luz de la murmuración.

Y ayudaría, desde luego, que algunos homosexuales dejaran de restregar ante las narices de los demás su condición de tales, poniendo énfasis, justamente, en lo que menos debería interesar: lo que hacen en la cama con sus parejas. Ni ángeles, ni plumas, porfa.

 (Nota: Este comentario lleva el mismo título que otro publicado hace varios meses. Además de poner de manifiesto que la imaginación de este bloguero para inventarse títulos tiene limitaciones, queremos aclarar que no es una repetición de aquél, sino que glosa un aspecto diferente, aunque convergente en buena medida)

Sobre la prostitución callejera

Un periódico de gran tirada (EP, 1 de septiembre de 2009) celebra a su manera la vuelta de las vacaciones de agosto, publicando en primera página, con mayor refuerzo gráfico en las páginas interiores, la fotografía de un joven que enseña manifiestamente sus genitales a una dama de piel morena con la intención de que le realice, si la imaginación no engaña, una felación.

Las fotografías interiores, recogen diversas situaciones de otros jóvenes, con los pantalones igualmente bajados, realizando un coito anal, recibiendo/realizando una felación, practicando una masturbación asistida.

¿Qué se intenta demostrar? ¿Cuál es el valor de la noticia?. Lo desconocemos. Hace falta estar ciego para no haberse dado cuenta de que la gran permisividad que en el terreno sexual se ha implantado entre nosotros, ha traído como consecuencia de que, cobrando o sin cobrar, la práctica de sexo ha pasado a ser parte, para muchos, de las acciones que se pretende abandonen el recinto de lo privado para pasar a ser dominio público.

Nos parece, desde luego, grave, que en las calles de Barcelona (o Madrid, o en las de cualquier otra ciudad del mundo) se practiquen las diversas modalidades del acto sexual a la luz pública. Nos parece, por supuesto, grave, que se aireen en revistas de amplia difusión fotografías de famosos reales o pretendidos realizando, con mayor o menor claridad, manifstaciones íntimas de su amor o de su líbido.

Estamos en contra, también de la permisividad que ha conseguido poblar de Clubs, enmascarados como Hoteles de carretera, nuestra geografía, en donde, por las escasas labores de inspección que se reportan, se concentran miles de inmigrantes irregulares, atrapados en redes mafiosas que les obligan a prostituirse, entre otras presiones de clara naturaleza delictiva.

No es cuestión de mojigatería. Es de decencia y sentido común, de coherencia con los principios de una sociedad que, por abierta, no puede ser permisiva con el delito.

Mal, muy mal, por El País. No por su denuncia, sino por el apoyo gráfico que le ha dado. No hacía falta para aumentar la credibilidad de la noticia.

Sobre el picaflor

El picaflor es un pájaro del sexo masculino que luce adornado con plumajes de variados colores y que se dedica a flirtear con las damas que están o se presentan como sentimentalmente desocupadas, dándoles conversación, contándoles chistes y chascarrillos y, por apariencias, flirteando, es decir, tratando de engatusarlas.

Como los picaflores andan casi siempre rodeados de multitudes del sexo contrario, podrían ser considerados como el colmo del éxito de cualquier seductor.

A su alrededor, todo son risas de fémina. Mientras realiza su despliegue de frases ingeniosas y ocurrencias, levanta envidias entre otros picaflores más tímidos y menosprecios entre los que se creen que todo el monte es orégano y que tanto esfuerzo es un desperdicio.

No están siempre claros los objetivos del picaflor, que, en principio, por su comportamiento,  parecerían similares a los del ligón: convencer al objeto del flirteo de las conveniencias de irse juntos a la cama y realizar una coyunda con opciones de ser recíprocamente placentera.

Nada más erróneo. La confusión proviene de que ni picaflores ni ligones manifiestan su propósito directamente, aunque, al ser pájaros, si se les mira con atención sus evoluciones, a ambos se les acabe viendo el plumero.

El ligón es de vuelo largo: se acerca al grano dando un rodeo, que, en ocasiones, puede ser tan rebuscado que no conduzca sino a calentar los motores de uno y otra.

El picaflores es de vuelo corto. Esta diferenciación es sustancial, pues si por error se le tomase por un ligón, puede ser motivo de grave desazón para aquella que no controle el alcance de la operación de acoso y se confunda creyendo que hay plan donde no hay más que estéril galanteo.

Por que los picaflores no pretenden más que pasar un rato agradable, ser amigos, tal vez recuperar tiempos pasados de una adolescencia atropellada, consumiendo los últimos cartuchos en conversaciones triviales.

Pero atención: las mismas palabras, utilizadas por el ligón,  pretenderán tranquilizar a la flor a la que se rinde adoración, para que no se le espante a la primera de cambio, y así cercar a la presa antes de comérsela.

El picaflor, al aclararse así, es sincero. El ligón, un bribonzuelo. El primero no persigue llevar al término convencional su arduo trabajo (entendido de esta forma la realización del acto sexual con su conquista). Se contenta con exhibir el trofeo de su admiración en sociedad. Ese es su premio.

De todas formas, picaflores y ligones tocan, al decir de los expertos, menos bola que los discretos. Todos los que hacen ostentación de sus conquistas, según Gregorio Marañón explicó en su libro sobre el comportamiento de los Don Juan, lo que andan es, en verdad, flojos de testosterona.

Si aceptamos esa conclusión marañoniana, los picaflores harían más fácil el trabajo a otros, pagando copas y refrescos a cambio de unas sonrisas y de lucir palmito. Eso sí, al llegar de vuelta a sus casas, mientras se ponen el pijama para acostarse en soledad, pueden consolarse imaginando que pocos creerían que tanto desvelo no les ha conducido a ningún fruto.

 

Sobre la excitación de la primavera

Que la primavera la sangre altera lo saben hasta en los conventos de clausura (suponemos). Con el final del invierno, la naturaleza dormida estalla de golpe, y esa eclosión simultánea y contagiosa se propaga por todos los escalones del mundo animado.

Los seres superiores sentimos también esa emoción, que se traduce en experimentar una alegría especial, un deseo de encontrar y manifestar a los demás que estamos otra vez, después del letargo invernal, dispuestos a todo, a empezar de nuevo un ciclo.

¿Poesía? No tenemos más que mirar alrededor y observar cómo las aves preparan sus nidos, y los enamorados bípedos se arrullan en cualquier esquina. Para alegrarnos la vista, las faldas se acortan, los escotes se prolongan, y las ciudades y pueblos se llenan otra vez de jóvenes -ellas y ellos- dispuestos a la aventura del amor.

Bienvenida, primavera. Contágialo todo. Entra a raudales por las esquinas de nuestra falta de imaginación, de nuestra apatía, de la sensación de desánimo y derrota. Dános la fuerza de la juventud, de los que creen a pies juntillas, sin saber la respuesta, que cualquier problema tiene solución. Llénanos de esperanza.

Sobre el amor y otras actitudes más o menos relacionadas con el sexo

Se ha escrito y hablado tanto sobre el amor que parece todo ya tratado. Lo único nuevo en esa historia es el amor que cada uno siente por el sujeto amado, y eso es lo que motiva, como razón estética, su exaltación poética en vates profesionales y aficionados. "Si no tengo amor, nada soy", escribía el convertido Paulo a los Corintios (13, 1-3), y es creencia de muchos, aplicándola a los presuntos efectos positivos del sentimiento de amar a una persona concreta.

En época de revisiones y escepticismos como ésta, la reconsideración del amor es uno de los tabúes no confesados del ser humano. Parece que la necesidad de amar está vinculada con la preocupación por resolver el sentimiento de soledad que provoca el conocimiento de la propia mortalidad.

Deseamos compartir las preocupaciones vitales, las grandes como las pequeñas, con alguien, y esa actitud de comprensión recíproca bien se puede llamar amor. No hay razón especial para pensar que ha de regirse, así considerado, por la idea de monogamia. Tanto más cuanto compartamos con mayor número de personas las mismas inquietudes, menos solitarios nos encontraremos, y más amor -o sea, más apariencia de solución- encontraremos para nuestras interrogantes.

Para casi todos los humanos, sin embargo, el amar está, en un principio, relacionado con otro deseo, que es el de practicar el sexo de forma consentida con la otra persona. La mayor parte de la gente respetable, al menos en público, no reconocería que desea realizar el acto sexual o muchas de sus aproximaciones graduales si no es con una base de amor. El amor confesado perdona cualesquiera estridencias en el acercamiento al otro.

En estas fechas (San Valentín, 14 de febrero) en las que son muchos los jóvenes -y no tan jóvenes- que se confiesan su amor o refrescan su comunicación, no estaría de más realizar el ejercicio mental de recapacitar porqué amamos. No es un fenómeno que pueda resolverse con respuesta colectiva. Cada ser humano ama por una razón, seguramente, diferente, personal; incluso no coincidente con el del alter ego amado.

La razón que más nos gustaría detectar, a propios como a extraños, es que se ama para compartir. Y se ama mucho a una persona concreta para compartirlo todo con ella. Aunque ese deseo se quede, como todos los objetivos teóricos, asintóticos, a más o menos distancia real y, en no pocos casos, la confesión de que "nos amamos" se convierta en una farsa de dos ante los demás. O, aún más dramáticamente, si decimos, sin quererlo, "te amo", de uno frente a otro.

 

Sobre el mito de la irrefrenable sexualidad

En la defensa del acusado por delitos de violación, sus abogados hacen con cierta frecuencia referencia a la "irrefrenable sexualidad" de su cliente varón,  por si el juez advirtiera alguna posibilidad de aplicar circunstancias atenuantes, apelando a la similitud con la figura del síndrome de abstinencia sicotrópica. Una situación incontrolable para el individuo que obnubilaría su capacidad de raciocinio, influyendo sobre su voluntad de no querer hacer ese o tanto daño.

Los frecuentadores de casas de lenocinio, se justifican poniendo como explicación personal, cuando no como atenuante ético para su conciencia lasa, que tienen un impulso incontrolable, una inclinación incontenible al sexo, o que con sus legítimas no obtienen la satisfacción de sus deseos, por lo que deben acudir a pagarse los servicios imprescindibles. Son superdotados de la naturaleza o víctimas de la incomprensión de sus parejas, situaciones que les llevan a obtener esos desahogos que no podrían conseguir de otra manera.

Aunque los chistes y chascarrillos sobre sexo ya no están de moda, algunos graciosos de gabinete siguen contando para sus amigotes historietas en las que el protagonista exhibe una potencia sexual o unos órganos primarios que, por excesivos, son, en sí mismo hilarantes. En parecidos cuentecillos, las referencias al furor uterino han llenado, por su parte, páginas de la literatura sexual, algunos incluso gramaticalmente brillantes, y alimentado las correspondientes leyendas o justificaciones de algunas actitudes contra natura.

Se adivina, siempre, la mano de varones tejiendo los hilos del engaño.

Recientes crímenes, que la sociedad siempre juzga entre lo más abyecto, de las que han sido víctimas fundamentalmente mujeres y niños, vuelven a traer a colación el tema de la existencia o no de conformaciones mentales o físicas en ciertos individuos que les conducirían, fatalmente, a desear, por encima de todo, y caiga quien caiga o cueste lo que cueste, tener relaciones sexuales frecuentes. Máquinas de follar, como describió ácidamente Bukovsky.

Concebida como instrumento de poder, la sexualidad que se concentra en la práctica del acto sexual, es una deformación aberrante del ámbito de lo sensual, y esta visión mezquina ha sido alimentada históricamente, en beneficio y permisividad del varón, difundiéndose paladinamente como "forma correcta", habitual o "genuinamente admisible" del comportamiento del macho.

Lo sensual del ser humano no puede ampararse en esas concepciones míseras. Separándose de las más simples manifestaciones del ser en los animales, adquiere, en el hombre, muy compleja naturaleza. Gracias a ella, podemos disfrutar en el acto sexual, tanto en la realización del apareamiento en sí, como, sobre todo, en la relación íntima de amplio alcance temporal con nuestra pareja, en grados que van desde la pasión hasta el amor.

Los individuos que, como producto de una desviación educacional o, más probablemente, como consecuencia de una malformación síquica o genética, experimentan una irrefrenable sexualidad, quizá existan. Serán, por supuesto, escasísimos.Corresponde su estudio y análisis de su eventual curación y terapia al ámbito de la medicina y de la siquiatría.

Pero la existencia del mito no puede impedir reconocer que la consideración del pene como instrumento de poder es una miseria arrastrada de la cortedad intelectual de tiempos pasados. Las casas de placer son una forma despreciable de explotación de la mujer y de los necesitados económicos, proporcionando una torpe escusa a los clientes y a la misma sociedad connivente.

No debería discutirse que la cuestión sexual ha de estar basada en la libertad que respete el derecho de los demás a decidir lo que les gusta o no les gusta hacer, pero es necesario que nuestra sociedad defienda, con mensajes claros y contundentes, que la manifestación de la sexualidad individual no tendrá ningún amparo público: ni con la autorización de los negocios de prostitución, ni, por supuesto, con la tolerancia de cualquier forma de explotación sexual.

Que quien crea en el mito de su irrefrenable sexualidad se vaya a alardear con su cuento a otra galaxia.

 

Sobre la necesidad de cuotas masculinas

Alarmas desplegadas. La inmensa mayoría de los opositores que obtienen plaza en la judicatura, en las convocatorias para proveer vacantes funcionariales, los primeros números de las carreras de ingeniería, son mujeres. Ha caído el mito, mantenido como engaño durante siglos, de que los hombres estaban mejor dotados para competir, que su cerebro estaba mejor organizado para lo abstracto, que se concentraban mejor.

Qué mal momento. En algunos países, se está favoreciendo la entrada forzosa de mujeres en consejos de administración, gobiernos de Estado, puestos de responsabilidad -al menos, intermedios-, porque con esas cuotas femeninas, se quiere compensar un desequilibrio histórico, una injusticia.

Pero, qué error, qué inmenso error. Si alguien no lo remedia, visto lo que está sucediendo por la facilidad con que las mujeres consiguen, en igualdad de condiciones, los puestos que se deciden por oposición libre, dentro de poco, ellas coparán todos los ámbitos de responsabilidad, decisión y control.

Cuotas masculinas, ya.

Sobre la rivalidad entre el goce sexual y el intelectual

No existe, como es conocido, acuerdo entre la forma de excitar al máximo el placer ligado a la comida. Hablamos, por supuesto, de la relación del hombre con los platos elaborados, no con el alimento; es decir, de la sensación que provocan las cosas de comer cuando se encaminan, detectadas convenientemente por todos los sentidos, hacia estómagos sin más hambre que la justa, y coordinados por cerebelos satisfechos.

En unas latitudes, la tortilla de patata (con o sin cebolla) o los calamares en su tinta, figuran entre las cumbres preferenciales. Avanza uno algunos pasos, y se encuentra con que hay individuos que se hincan de rodillas ante una buena cabeza de cordero a la que no le falten ni los sesos ni los ojos vacuos o unas habichuelas picantes a rabiar y enmascaradas con chocolate sobre unas tortas de harina de maiz.

Hay, por lo demás, algunos iluminados que quieren convencernos de que los platos tradicionales admiten unas cuantas vueltas de creatividad y sazón, si se presentan en plato grande y espolvoreados con otras especies además del perejil, el hinojo y la albahaca.

Existe, por el contrario, pleno acuerdo con los placeres del sexo, porque tanto quienes lo han probado como los que no, coinciden en que la relación con otro connivente en intercambiarse humores y tocatas es lo mejor que está inventado. Incluso mentes privilegiadas, en principio, legas en la materia, lo han elevado a la categoría de pecado mortal, susceptible de merecer las eternas penas del infierno, si se practica de ciertas formas y con otras gentes salvo el/la legítim@ -vaya nombre-; puede ser pecado susceptible de ser cometido hasta sin practicarlo, si no recordamos mal: solo el propósito ya merece culpa si se desea prenda ajena.

Al grano, pues. ¿El placer intelectual, en qué lugar se encuentra?.  La primera apreciación que se le ocurre a cualquier interpelado es que no resultan comparables. Son peras y manzanas, velocidad y tocino. Porque lo intelectual está ligado a la subjetividad:hay quienes disfrutan leyendo un libro y quienes escribiéndolo, aunque no lo lea nadie. Hay quien se transmuta ante un paisaje tropical y quien se pasa días mirando las evoluciones al destapar un hormiguero. Etc.

Y es que, además, uno se puede dispensar un placer al intelecto sin necesidad de preparación: no hay que gastarse dinero en invitaciones, ni insistir en hacer fallidas llamadas telefónicas, ni se debe aguardar la ocasión a que la pareja deje el campo libre por haberse ido de viaje con la empresa. Te vas a un museo o al Botánico o eliges entre las ofertas de la cartelera y ya tienes montada la posibilidad de un orgasmo de meninges.

Con riesgo, desde luego, si has confiado en lo que opinó el vecino sobre la creación artística de un tercero, que bien puede parecerte el mayor bodrio de tu vida. Pero es que te puedes escapar a los cinco minutos, y nadie se va a quedar dolido por este interruptus, salvo quizá algo tu bolsillo.

Pero si se analizan de forma distendida, se encontrarán similitudes entre los placeres sexual e intelectual y, en especial, en el método para alcanzar el climax.  Hay que prepararse para ser experto, y tal vez años: cultura se llama por un lado, práctica por otro. Hay que desearlos, para disfrutarlos más. Se aprecia más lo que ha costado que lo que te regalan. 

Aunque lo ideal sería compartirlos, ambos tienen vida en solitario, a dúos o incluso en multitudes. Se puede seguir a los expertos, pero, sobre todo, es mejor dejarse guiar por la propia experiencia. Me gusta, no me gusta, es el juicio mayestático que corresponde a cda uno.

Jorge Wagensberg ha publicado hace poco un libro con un montón de ejemplos del goce intelectual, con el objetivo de demostrar desde la práctica su superioridad respecto al sexual. Resulta interesante su proceder erudito (y divertido), aunque creemos que el grado mayor de placer imaginable consistiría en compaginarlos.

No consistiría el asunto en leer un libro sobre la insoportable levedad del ser mientras retozamos en la cama, sino en vivir con la curiosidad intelectual para tratar de entender mejor lo que nos rodea o, por lo menos, buscar la armonía con el entorno y, cuando apetezca escaparse del raciocinio, entrar por la deliciosa puerta de los placeres de la carne en otra dimensión, por un ratito.

Sobre la participación de los cónyuges y parejas en las campañas políticas

A las parejas de los políticos españoles no les gusta participar en la campaña electoral. No lo hacen, no lo han hecho, y si llegó el caso, lo hicieron a disgusto. Se da por supuesto que participan de las ideas de sus compañeros de alcoba, pero no suelen manifestarlo públicamente, aparentemente conscientes de que eso no aumentaría el número de votos.

Sonsoles de Rodríguez Zapatero prefiere cantar en su coro que en los mítines de su esposo. Elvira de Rajoy lleva una vida discreta con sus hijos, y básicamente solo acompaña a D. Mariano públicamente para ver juntos al Papa de Roma. Ana de Llamazares solo se fotografía junto a su esposo en los actos familiares.

Se pueden, tal vez, encontrar algunos ejemplos en contrario, pero no cabe identificarlos con vocaciones políticas o de verdadero apoyo: Ana Botella de Aznar es un modelo singular, tal vez asimilable a Carmen de Felipe González, con cometidos políticos surgidos a contrapié.

Y la misma valoración puede hacerse mirando desde los pocos ejemplos del otro sexo: El esposo de Esperanza Aguirre, conde de Murillo D. Fernando, prefiere dejar vía libre a las inquietudes de su pareja, cuidando sus reses y jugando al golf (entre otras cosas). José Sobrino de Rudí hace negocios en Zaragoza, pero no aparece por la alcaldía. Etc.

Contrasta este desapego por la vocación pública de sus consortes, lo que se ve en la campaña americana. Hillary se apoya en Bill Clinton, y Obama tiene su valedora en Michelle, que se hace acompañar de Maria Shiever, la esposa de Schwarzenegger que, vaya por Dios, es republicano. Todos los candidatos hacen campaña con sus parejas al lado, cuando no en actos multitudinarios simultáneos.

Sobre la igualdad de género

Dice la Biblia:(Poema acróstico de la mujer perfecta, Proverbios 31) "Una mujer perfecta, ¿quién la encontrará/Vale mucho más que las perlas".

Dice el Corán:(Sura 12,28): "Es una astucia propia de vosotras. Es enorme vuestra astucia".

La preocupación de los libros religiosos por ordenar la vida de las mujeres, combinando cualidades y virtudes con defectos y desvaríos imaginados por los dominadores, no deja de ser un ejemplo más de la persistente voluntad de los varones en controlar a esos seres más resistentes físicamente, más longevos, capaces de parir y, para colmo, menos dados a la dispersión intelectual.

Hoy, las mujeres son consideradas teóricamente como iguales al varón. Allí donde se trata de medir la capacidad ajustándose a un programa -escuelas técnicas, oposiciones, etc.- ganan casi siempre, ocupando los mejores puestos, copando los números uno de las promociones. Se han empeñado en ser guardias civiles, soldados, mineros, y allá van, con las monteras, los gorros, los galones y los cascos de seguridad, superando testeros, saltando potros, haciendo llaves de judo.

En los temas sexuales, se han convencido de que allí había también terreno que ganar y, animadas por sus madres y con el recelo sistemático de sus padres, han elegido la libertad en las relaciones, el disfrute por el disfrute en ese terreno antes misterioso del sexo; toman, cuando les parece, la iniciativa; hablan de culos y de relaciones guay con la misma ligereza que antes solo cabía en los salidos del carril.

Podíamos pasar revista a multitud de situaciones en las que las mujeres han ganado posiciones frente a los varones, aprovechando los marcos favorables, contando con la connivencia y la comprensión de los hombres convencidos de la necesidad de la igualdad y, cuando no encontraban el escenario adecuado y el objetivo les apeteció o les era necesario, luchando a brazo partido por vencer la resistencia de los machos dominantes.

Hora es ya, pues, de que reflexionemos. La sociedad necesita de la colaboración de los dos sexos para mejorar. Esa igualdad que en los países más avanzados está ya muy admitida, no debiera hacernos olvidar que existen muchos otros desequilibrios mayores que la igualdad de género. Que hace falta llevar la educación a todos los estratos, la igualdad de oportunidades, la cooperación internacional.

Estamos seguros de que la sensibilidad de las mujeres por los problemas sociales, precisamente por el camino que han recorrido para alcanzar posiciones de poder (las pocas que hoy lo tienen todavía), debería enfocarse, preferentemente, más que en luchar para dominar puestos en el mundo de la empresa, -incluso en la política-, para conseguir que el mundo fuera más justo, más solidario, mejor. Porque si no fuera así, nos daría lo mismo estar dominados por varones que por hembras, mientras los collares sean los mismos.