Sobre el sexo de los ángeles
Parece ser que (suponemos que con base en la apreciación de quienes los han visto) los ángeles no tienen sexo. Nos referimos a los ángeles hechos y derechos, no a esas cabecitas angélicas cortadas de sus troncos que adornan, como expresión de sádico malgusto, algunos cuadros religiosos.
No les hemos levantado las faldas para escudriñar sus entresijos pero admitimos que sí, que esos seres con cuerpos de efebo bien alimentado, básicamente de raza blanca y con afición a dejarse el pelo largo y teñirlo de rubio, no tienen apetencias carnales.
La economía creativa supone que lo que no se utiliza, acaba languideciendo y, por ello, estamos seguros que los ángeles, si alguna vez tuvieron atributos sexuados, los han perdido con el transcurso de la mitad de la eternidad, que es, más o menos, lo que ya llevamos.
Que los ángeles no tengan sexo es una cosa y que los humanos no utilicen el que tienen, otra. Y lo hacemos, vaya si lo hacemos, con las respetables excepciones.
El cuerpo en su conjunto y el instrumento específico para el placer que nos ha sido felizmente dado, admiten, como es bien sabido, múltiples aplicaciones. Solo que de esta observación a que se pretenda ver al ser humano como objeto sexual va un abismo. Porque lo que nos parece, por el contrario, es que somos sujetos, no objetos sexuales.
Se habla mucho de sexo en en esta sociedad. Y de todas las variantes que ocupan atención, una de las que parece encontrarse en su propia adolescencia es la consideración de la sexualidad de los homosexuales, sean hombres o mujeres.
A muchos les resulta circunscribir a la persona que se ha reconocido homosexual al limitado espacio de su sexo, y de su comportamiento sexual.
Hora es de que maduremos y que, de la misma manera en que no nos planteamos cómo resuelven su búsqueda privada de comprensión, complicidad y placer, en el terreno sexual, las parejas heterosexuales, nos ocupe en la homosexuales, también, la mejor comunicación con ellos, entender su capacidad y proyectoy participar en él, si nos es grato o posible, respetando su intimidad sin querer sacarla a la luz de la murmuración.
Y ayudaría, desde luego, que algunos homosexuales dejaran de restregar ante las narices de los demás su condición de tales, poniendo énfasis, justamente, en lo que menos debería interesar: lo que hacen en la cama con sus parejas. Ni ángeles, ni plumas, porfa.
(Nota: Este comentario lleva el mismo título que otro publicado hace varios meses. Además de poner de manifiesto que la imaginación de este bloguero para inventarse títulos tiene limitaciones, queremos aclarar que no es una repetición de aquél, sino que glosa un aspecto diferente, aunque convergente en buena medida)
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