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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el picaflor

El picaflor es un pájaro del sexo masculino que luce adornado con plumajes de variados colores y que se dedica a flirtear con las damas que están o se presentan como sentimentalmente desocupadas, dándoles conversación, contándoles chistes y chascarrillos y, por apariencias, flirteando, es decir, tratando de engatusarlas.

Como los picaflores andan casi siempre rodeados de multitudes del sexo contrario, podrían ser considerados como el colmo del éxito de cualquier seductor.

A su alrededor, todo son risas de fémina. Mientras realiza su despliegue de frases ingeniosas y ocurrencias, levanta envidias entre otros picaflores más tímidos y menosprecios entre los que se creen que todo el monte es orégano y que tanto esfuerzo es un desperdicio.

No están siempre claros los objetivos del picaflor, que, en principio, por su comportamiento,  parecerían similares a los del ligón: convencer al objeto del flirteo de las conveniencias de irse juntos a la cama y realizar una coyunda con opciones de ser recíprocamente placentera.

Nada más erróneo. La confusión proviene de que ni picaflores ni ligones manifiestan su propósito directamente, aunque, al ser pájaros, si se les mira con atención sus evoluciones, a ambos se les acabe viendo el plumero.

El ligón es de vuelo largo: se acerca al grano dando un rodeo, que, en ocasiones, puede ser tan rebuscado que no conduzca sino a calentar los motores de uno y otra.

El picaflores es de vuelo corto. Esta diferenciación es sustancial, pues si por error se le tomase por un ligón, puede ser motivo de grave desazón para aquella que no controle el alcance de la operación de acoso y se confunda creyendo que hay plan donde no hay más que estéril galanteo.

Por que los picaflores no pretenden más que pasar un rato agradable, ser amigos, tal vez recuperar tiempos pasados de una adolescencia atropellada, consumiendo los últimos cartuchos en conversaciones triviales.

Pero atención: las mismas palabras, utilizadas por el ligón,  pretenderán tranquilizar a la flor a la que se rinde adoración, para que no se le espante a la primera de cambio, y así cercar a la presa antes de comérsela.

El picaflor, al aclararse así, es sincero. El ligón, un bribonzuelo. El primero no persigue llevar al término convencional su arduo trabajo (entendido de esta forma la realización del acto sexual con su conquista). Se contenta con exhibir el trofeo de su admiración en sociedad. Ese es su premio.

De todas formas, picaflores y ligones tocan, al decir de los expertos, menos bola que los discretos. Todos los que hacen ostentación de sus conquistas, según Gregorio Marañón explicó en su libro sobre el comportamiento de los Don Juan, lo que andan es, en verdad, flojos de testosterona.

Si aceptamos esa conclusión marañoniana, los picaflores harían más fácil el trabajo a otros, pagando copas y refrescos a cambio de unas sonrisas y de lucir palmito. Eso sí, al llegar de vuelta a sus casas, mientras se ponen el pijama para acostarse en soledad, pueden consolarse imaginando que pocos creerían que tanto desvelo no les ha conducido a ningún fruto.

 

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