Sobre amor, erotismo, y porno duro
Amor, erotismo y pornografía son tres palabras unidas por el azar, porque muy poco tienen que ver entre sí.
Ni siquiera representan tres situaciones de relaciones entre seres humanos, pues si la primera es un acto en el que el sujeto que lo experimenta ejerce el control total o parcial del mismo, esperando recibir más de lo mismo, el generador de las segundas carece de relación con el destinatario y si ocasionalmente la posee, no lo hace para provocar más erotismo ni más porno.
Por ir concretando, la actitud del amor surge de la devoción hacia uno mismo -el que no se ama no puede amar- y alcanza su mayor nivel cuando se proyecta hacia el otro, fuera de nosotros, y se refuerza con el amor del otro, llegando a ocasionales puntos álgidos con el llamado acto sexual -erróneamente llamado "hacer el amor", pues lo deshace-.
En tanto, el erotismo es una cualidad que se detecta solo en ciertas situaciones, y se disfruta fundamentalmente con la cabeza, que es el miembro especializado en detectarlo.
Por su parte, el porno -y su aberración infantil, el porno duro- es una estructura de negocio bastante trapacera destinada a enfermos mentales mal diagnosticados, por la que uno o varios contemplan, a distancia insalvable, lo que otros -dos o más- hacen con sus órganos más húmedos.
Quizá uno de los puntos de confluencia de las tres es que tienen como referencia (básicamente), los cuerpos humanos y que, por distintas razones, se encuentran en franca decadencia. Aunque no vamos a aportar estadísticas, se hace cada vez con menos frecuencia el amor (no el sexo) y son relativamente pocos los interesados en el porno, blando o duro, salvo quizá aquellos que, con el avance de la edad y la decaída de la líbido, se apoyan, además de en píldoras físicas, en muletas visuales para animar la cosa.
De todos estos tres declinares, el que más sentimos es la reducción del erotismo. Lo erótico también se muere, sepultado por la vulgaridad y el mal gusto, con el que tiende a ser confundido, olvidando que es un estado intelectual y que, por tanto, no depende del emisor de sensaciones, sino de la actitud del que las recibe.
Hagamos más erotismo, no la guerra.
0 comentarios