Sobre el mito de la irrefrenable sexualidad
En la defensa del acusado por delitos de violación, sus abogados hacen con cierta frecuencia referencia a la "irrefrenable sexualidad" de su cliente varón, por si el juez advirtiera alguna posibilidad de aplicar circunstancias atenuantes, apelando a la similitud con la figura del síndrome de abstinencia sicotrópica. Una situación incontrolable para el individuo que obnubilaría su capacidad de raciocinio, influyendo sobre su voluntad de no querer hacer ese o tanto daño.
Los frecuentadores de casas de lenocinio, se justifican poniendo como explicación personal, cuando no como atenuante ético para su conciencia lasa, que tienen un impulso incontrolable, una inclinación incontenible al sexo, o que con sus legítimas no obtienen la satisfacción de sus deseos, por lo que deben acudir a pagarse los servicios imprescindibles. Son superdotados de la naturaleza o víctimas de la incomprensión de sus parejas, situaciones que les llevan a obtener esos desahogos que no podrían conseguir de otra manera.
Aunque los chistes y chascarrillos sobre sexo ya no están de moda, algunos graciosos de gabinete siguen contando para sus amigotes historietas en las que el protagonista exhibe una potencia sexual o unos órganos primarios que, por excesivos, son, en sí mismo hilarantes. En parecidos cuentecillos, las referencias al furor uterino han llenado, por su parte, páginas de la literatura sexual, algunos incluso gramaticalmente brillantes, y alimentado las correspondientes leyendas o justificaciones de algunas actitudes contra natura.
Se adivina, siempre, la mano de varones tejiendo los hilos del engaño.
Recientes crímenes, que la sociedad siempre juzga entre lo más abyecto, de las que han sido víctimas fundamentalmente mujeres y niños, vuelven a traer a colación el tema de la existencia o no de conformaciones mentales o físicas en ciertos individuos que les conducirían, fatalmente, a desear, por encima de todo, y caiga quien caiga o cueste lo que cueste, tener relaciones sexuales frecuentes. Máquinas de follar, como describió ácidamente Bukovsky.
Concebida como instrumento de poder, la sexualidad que se concentra en la práctica del acto sexual, es una deformación aberrante del ámbito de lo sensual, y esta visión mezquina ha sido alimentada históricamente, en beneficio y permisividad del varón, difundiéndose paladinamente como "forma correcta", habitual o "genuinamente admisible" del comportamiento del macho.
Lo sensual del ser humano no puede ampararse en esas concepciones míseras. Separándose de las más simples manifestaciones del ser en los animales, adquiere, en el hombre, muy compleja naturaleza. Gracias a ella, podemos disfrutar en el acto sexual, tanto en la realización del apareamiento en sí, como, sobre todo, en la relación íntima de amplio alcance temporal con nuestra pareja, en grados que van desde la pasión hasta el amor.
Los individuos que, como producto de una desviación educacional o, más probablemente, como consecuencia de una malformación síquica o genética, experimentan una irrefrenable sexualidad, quizá existan. Serán, por supuesto, escasísimos.Corresponde su estudio y análisis de su eventual curación y terapia al ámbito de la medicina y de la siquiatría.
Pero la existencia del mito no puede impedir reconocer que la consideración del pene como instrumento de poder es una miseria arrastrada de la cortedad intelectual de tiempos pasados. Las casas de placer son una forma despreciable de explotación de la mujer y de los necesitados económicos, proporcionando una torpe escusa a los clientes y a la misma sociedad connivente.
No debería discutirse que la cuestión sexual ha de estar basada en la libertad que respete el derecho de los demás a decidir lo que les gusta o no les gusta hacer, pero es necesario que nuestra sociedad defienda, con mensajes claros y contundentes, que la manifestación de la sexualidad individual no tendrá ningún amparo público: ni con la autorización de los negocios de prostitución, ni, por supuesto, con la tolerancia de cualquier forma de explotación sexual.
Que quien crea en el mito de su irrefrenable sexualidad se vaya a alardear con su cuento a otra galaxia.
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