Sobre las provocaciones de los obispos y las de los niños
Al obispo de Tenerife, Bernardo Alvarez, lo han puesto a caldo porque en una entrevista, en la que respondió amablemente acerca de varios asuntos de toda naturaleza, y, en cierto momento, se refirió a la provocación que algunas niña/os menores realizan sobre los adultos sensibles a sus turgencias, gracias y devaneos, a los que seducen al pecado. No lo dijo así, pero se le entendía. Pecado de la carne, contra el sexto mandamiento, el de no desearás cometer actos impuros.
Monseñor evocaba a la multitud de Lolitas que, enseñando piernas, vientres y tangas, bailotean en torno a los, aunque serenos, son potenciales rijosos espectadores de su alegría contagiosa. Mezclaba también, por lo que hemos leído, la afirmación de que la homosexualidad perjudicaba a las personas y expresaba su opinión de que algunas manifestaciones homosexuales son simultáneas con el abuso de menores, y de que hay adolescentes que son conniventes y hasta lo desean.
Para los representantes más fieles de nuestra sociedad mojigata, desde el portavoz del gobierno socialista -ni más ni menos que el Ministro de Justicia, Bermejo, hasta el columnista de la esquina (véase El acento de EP del 29 de diciembre de 2007), las declaraciones o evocaciones de Monseñor son una provocación. El obispo no sabe que los niños son inocentes, inimputables, tiernos y dulces. Su frase es una invitación a la pederastia, un despropósito, un peligro para quien tiene a su cargo a los feligreses tinerfeños, niños incluídos.
Anda ya. El señor orbispo tiene mucha razón. Lo sabe todo el mundo. Lo saben, o deben saberlo, los padres de esos infantes que andan desbocados haciendo lo que les viene en gana, con eso de que aún no tienen plena consciencia de sus actos. Pero la tienen. Tienen madurez para ver todo tipo de películas, asistir a cualquier espectáculo de provocación, vestirse y actuar como quieran. Los que no han alcanzado la madurez, parece, son quienes miran hacia otro lado, y disparan contra el obispo.
Porque es verdad que una parte importante de la adolescencia está sin criterios, provoca a sabiendas -una provocación no dirigida seguramente a los adultos, sino a sus cogeneracionales-, y, lo saben hasta las piedras, muchas de las salidas del armario se producen justo al terminar la niñez, allí donde comienza el impulso sexual de la persona.