Carlos Slim juega con el Real Oviedo
El Real Oviedo estaba prácticamente desahuciado, y con él, ese sentimiento difuso pero reconfortante, de tener un objetivo común para los habitantes de Vetusta, que es conseguir con el club de sus amores (ocultos) recupere la categoría máxima en la Liga del Fútbol español (hoy, con el nombre de una entidad financiera).
Era algo ilusorio, sin duda. No existía posibilidad alguna de que la presunta capital del mundo volviera a tener un equipo de fútbol en la Primera División y, con ello, se volvieran a prender los fuegos de la rivalidad regional entre culomollaos y carbayones, reciperando aquellos magnos encuentros con el Sporting de Gijón, el equipo de la otra candidata a ser ombligo de la Humanidad; encontronazos de máxima efervescencia anímica, que, por designios malhadados, cuando no terminaban empatados, gababan los de las rayas.
Descendido a los infiernos, supervivente después de que la afición consiguiera matar a un hermano sobrevenido hijo de un vientre de alquiler, resulta que, por razones ignotas para el que esto escribe, el Real Oviedo de los sueños infantiles de miles de niños -muchos de ellos con bigote, encanecidos o calvos- necesitaba hasta hace unos días unos 4 millones de euros para salir del último bache, que, según el esctricto y desigual reglamento de la competición deportiva, significaría el final de la historia.
La derrota definitiva.
Cuando desde la tesorería del club de fútbol carbayón pusieron sobre la mesa que el club hacía agua, porque los ingresos actuales, a pesar de tanto amor, no daban ni para pipas, apareció, por fin, la furia ovetense, el pundonor extradeportivo, el cariño hacia las cosas imposibles. Hasta ahí podíamos llegar. Porque a los asturianos nadie nos tiene que decir lo que hay que hacer, porque hacemos lo que nos de la gana cuando nos de por hacerlo, aunque no haya nada que hacer.
Estaba Oviedo ciudad a punto de reunir los 2 millones de euros que servirían para alargar el tratamiento de prolongación de la eutanasia pasiva como un par de meses, a base de aportaciones de 5 en 5 euros, cuando apareció el primo de Zumosol, el magnate mexicano Carlos Slim, un ingeniero civil al que le sobran los miles de millones y que, como divertimento, se dedica a la filantropía, esto es, a hacer obras de caridad, escogidas como le pete.
Y el milagro se hizo. Compró Slim el Oviedo equipo de fútbol por 2 millones de euros contantes y sonantes, que, sumados a los que se recogieron en la calle, dan para reflotar el club y soñar hasta, después de pagar atrasos, en animar algo la cantera, que ha dado al fútbol español glorias de alcurnia.
No solo eso. Slim, al justificar por qué lo hacía, dijo o mandó decir que lo hizo por simpatía, porque le caía simpático el que en estos tiempos en que nadie quiere a nadie, los ovetenses quisieran tanto una entelequia.
Tiembla, Gijón. Ya puedes ir llamando a Bill Gates, pero ni por esas. Con los ovetenses no se juega. Solo Carlos Slim, al que le daremos el próximo Premio Príncipe de Asturias, que, con el permiso de Matías Rodríguez Inciarte, habrá que aglutinar en las modalidades del deporte, la cooperación internacional y la paz y la concordia.