Sobre el fútbol como manifestación de la desigualdad
La Liga española ha cerrado el 16 de mayo de 2010 uno de los capítulos más desgraciados de su historia. Dos equipos -Barça y Real Madrid- han manifestado una superioridad aplastante respecto a los demás que competían en la misma división. Quizá para algunos fue emocionante comprobar que hasta el último partido no se estaba plenamente seguro acerca de cuál de esas dos formaciones deportivas podría alzarse con el título liguero.
Pero para los jugadores, técnicos, responsables y, sobre todo, para los seguidores, de los restantes equipos de la competición, no había habido tal espectáculo. Saber que vas a perder ante equipos cuyos presidentes y promotores manejan millones como quien lava, y ante figuras que están cobrando cien veces más que tú para humillarte, no te da satisfacción alguna.
Por eso, creemos que o se corrige la situación, o el fútbol español ha entrado en un camino muy peligroso. No hay que estar feliz de tener una competición en la que hay dos equipos formados por jugadores capaces de hacer filigranas propias de arena circence con el balón en los pies y otros catorce -o dieciocho- que tienen que luchar entre sí por la permanencia en la categoría.
Y ni siquiera es posible recurrir a la previsible alegría de vencer al contrario cuando esos equipos de atletas excepcionales salen a sudar la camiseta fuera de España. No. La experiencia de este año ha venido a demostrar que, cuando esos equipos que se pasean como apisonadoras por los campos españoles, se ven en la tesitura de enfrentarse con los campeones de otras ligas, en certámenes internacionales, no obtienen tan buenos resultados como cabría esperar de sus éxitos en la competición española.
Esas figuras conquistadas a golpe de talón, que asombran con sus florituras en los campos de los equipos mucho más modestos de la geografía española, demuestran los vacíos en su preparación, incluso desvelan su falta de motivación, y les cuesta mucho ganar y, al cabo, se comprueba que, chocando contra un igual, deben resignarse a saber perder.
Esta es la enseñanza. Hay que favorecer que todos los equipos de una misma competición lo hagan, más o menos, en igualdad de condiciones.
Si, amparándose en que las reglas son iguales para todos, se consiente que dos equipos dispongan de prácticamente todos los medios publicitarios, se repartan entre ambos los derechos televisivos, construyan estadios para albergar ciudades enteras, y utilicen desde sus cuevas de influencia todos los resortes para convertir un deporte en maniobra de acumulación de poder y dinero, ya no hay que hablar de deporte, ni de espectáculo. Ni siquiera de negocio.
Nos da la impresión de que estas reflexiones no son ajenas a las que se deben estar haciendo en los cuarteles del Barça y del Madrid. Hay que sacar conclusiones si se ha visto que estos equipos capaces de obtener cien puntos en la Liga nacional, cuando compiten en igualdad de condiciones, lo pasan mal como cualquiera.
Crece el riesgo de que incluso la afición de esos dos equipos acabe cayéndose de la burra, y, por eso, sus presidentes y principales accionistas, que han visto en el fútbol un estupendo negocio publicitario, ponen esa cara de pocos amigos cuando sus deportivos frankestein pierden en las competiciones extranjeras, porque ven sus inversiones en peligro.
Devolvamos al fútbol la dignidad de un espectáculo deportivo, recuperemos las canteras locales, ayudemos a los equipos modestos a salvar sus economías y premiar a los jóvenes deportistas de sus barrios.
(Nota para poco informados en fútbol, a pesar de que un 10% de la información diaria de los media españoles se dedica a este deporte: En la Liga 2009-2010, el Barcelona solo perdió 1 partido de 38 jugados; la diferencia entre el Madrid y el Valencia, siguiente clasificado, es de 28 puntos; el Xerez, último clasificado, terminó con 65 puntos menos que el Barça.)
0 comentarios