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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Educación

Sobre los aires de provincias

Hay dos maneras -al menos- de referirse a los aires de provincias.

Una, quizá la más común, es tenerlos como indicativo de las atmósferas menos contaminadas, con las que prueba bien ponerse en contacto, para cambiar de aires. Hace ya bastante tiempo, cuando viajar al extranjero era equivalente a cruzar la cordillera cantábrica para los que vivíamos en Asturias, las familias que podían permitirselo iban a León (a los pueblos de El Bierzo, a Valencia de Don Juan, a Benavente) a cambiar de aires, a secar.

Pero queremos referirnos a los aires de provincias con otra acepción, peyorativa, que implica que quien tiene el aire a provinciano, delata su condición de pueblerino. Como también dicen quienes se sienten por encima de los otros, "se les nota el pelo de la dehesa", para ridiculizar la  proveniencia del otro.

Hace años, al comienzo de la primera etapa socialista, se puso de moda recurrir al origen pueblerino como condición que realzaba el camino seguido desde la cuna hasta el pedestal en donde algunos querían colocarse. Así, todos retornaban a su genealogía para encontrar un pueblo chico del que venir, como salvaguarda para discurrir entre otros progres y obreristas, creyéndose así a salvo de críticas de proletarios de tradición.

Con todo, es cierto que existe un aire de provincias. Esa condición se genera, de forma natural, cuando, a base de hablar con los mismos coetáneos, ver las  mismas caras y paisajes y dedicarse a copiar y pretender gustar a los mismos referentes, se acaba adquiriendo, sin darse cuenta, un aire similar a lo que nos rodea.

Ese tufillo provinciano, como todos los tufos, no es en sí mismo ni bueno ni malo, e incluso viene bien durante algún tiempo para hacerlo contrastar con otros tufos diferentes, pero si se queda solamente en aura pretenciosa, más que aroma, como sus portadores pretenden, resulta cheiro, olor a cerrado, a podredumbre, a emanaciones de cloaca.

Sobre la falta de método como elemento de éxito

Deberían reconocer la verdad. Pocos en España de los que han llegado a un resultado excelente, en cualquiera de los campos del arte o de la ciencia, han alcanzado la cima como consecuencia del método.

El éxito premia, con una inmensa regularidad, la ausencia de método, el desorden, la desesperación, la penuria. Por eso, guiados por esa amarga experiencia, tanto planificadores como inventores, han admitido que el caos es el caldo de cultivo para las mejores innovaciones.

Seguramente habrá algún ingenuo que piense que la situación es diferente en la investigación privada. No es así, al menos de forma significativa. Salvo que las grandes empresas tienen más opciones de repartir los descubrimientos de sus centrales, de forma que se pueda atrapar alguna subvención a la investigación, presentando con cierta verosimilitud los resultados foráneos como conseguidos desde aquí.

Las consecuencias son extraordinarias y, para no causar la inevitable conmoción social, no se divulgan, pero los principios se siguen escrupulosamente por cuantos están en el ajo del asunto. No es necesario crear equipos investigadores, ni dotarlos de materiales adecuados, ni generar programas con la pretensión de que, al recorrerlos exhaustivamente, conduzcan a un barrido de todas las opciones, descubriendo, pasito a pasito, el sendero de la mayor probabilidad, en el que se encuentra la esquiva fórmula, el resultado genial. Quiá.

La metodología es justamente la contraria.Tengamos un grupo desmotivado de gentes, preferiblemente doctores, malpagados, hacinados en despachos o laboratorios poco iluminados, y sometámoslo con un reducido presupuesto al ejercicio perverso de exigirles publicar sus elucubraciones, acertijos, trasuntos  e incluso conclusiones, con la premisa de que del número de páginas se derivará una parte importante de su sueldo.

Es importante que las publicaciones se hagan en inglés, pero si no fuera posible, será suplido el tema haciendo juzgar el trabajo de aquellos que, no necesariamente siendo los más incompetentes, se hayan distinguido, sin embargo, por su capacidad para lamer las posaderas de quienes mandan.

Lamentamos tener que desvelar el secreto, pero alguien debería decirlo de una vez. El camino más seguro para llegar al éxito no es el método, es  su falta. Produce resultados excelentes en la vida económica de los devotos y, por añadidura, ocasionalmente también recibe su premio en el mundo de la ciencia, porque, al fin y al cabo, el azar es uno de los motores que rigen el Universo.

Y es tan barato ponerlo en funcionamiento...

Sobre lo irrecuperable

Claro que hay cosas irrecuperables evidentes. La muerte nos lleva lejos de aquí a los que amamos (también, gracias a Dios, a los que nos odian). Pero hay otras irrecuperabilidades menos claras.

El fuego proporciona un arsenal de pérdidas. Es muy duro sobrevivir a la quema de todo lo material que poseemos. También es muy seductor, mandar al fuego todo lo que hemos hecho. Lo han protagonizado artistas, escritores, músicos. También envidiosos de su obra, para que no quede nada o casi nada de lo que han pretendido (o conseguido) dejar con mérito para la posteridad.

A niveles modestos, causa una especial alegría descubrir en un cajón olvidado, en una morada ya en desuso, algo que fue abandonado sin saber por su dueño, hace tiempo. No importa qué: un pañuelo, una caja con medallas, unas monedas. Qué placer cuando, en una librería de viejo, de pronto, aparece en el libro que hojeamos, una postal, una nota, una flor seca, dejada allí por un desconocido. Cabe preguntarse por el sentimiento que los habría puesto entre las hojas, qué raqzón llevaría a sus depositantes a perderlos: ¿la muerte? ¿un descuido? ¿la ruina? ¿la desesperación, acaso?.

Irrecuperable es la posible satisfacción por aquel momento que se nos fue, invicto, entre las manos. El beso o la caricia que perdimos, ocupados en otras andanzas más confusas. El mérito que ellos, los que podían, nos negaron, sucumbidas las nuestras en ambiciones de otros, más impetuosas.

Irrecuperable la niñez y las ganas de saber rellenando las pizarras incólumes aún del cerebro. 

 

Sobre la formación útil para la vida

Un cuento que viene al pelo de lo que queremos exponer es aquel en el que se nos presentaba a un joven ignorante conduciendo a un sabio bastante petulante en una barca no muy segura, a la otra orilla de un ancho río. Durante la primera parte del trayecto, alarmado por el grave desconocimiento cultural del muchacho, el ilustrado -una persona mayor- le recriminó duramente: "Has perdido la mitad de tu vida".

Pero sucedió que la barca basculó en este punto, y ambos cayeron al agua tumultuosa. El momento era crítico. "¿Sabe Vd. nadar?"- preguntó el mozalbete al añejo, mientras braceaba hacia la orilla. "No", replicó el otro, luchando contra el agua. "Pues ha perdido usted la vida entera", sentenció el fulano, ya a punto de alcanzar la orilla.

El cuento nos ha parecido siempre cruel, insolidario, y dudosamente ejemplar en cualquier sentido. Porque, ¿acaso la moraleja es que no hace falta estudiar ni pretender ser sabio, y que lo deseable es disfrutar alegremente de la vida, como un animalito?. Pero, hechas estas importantes salvedades, sí hay un punto en él que nos sirve para extraer alguna miga.

Seguramente la inmensa mayoría de los jóvenes de hoy saben nadar -y hasta surfean-, navegan como los ángeles por internet -y mantienen varios chats simultáneamente-, tienen un ipod -con el que oyen música techno- y creen que los demás son menos hábiles al volante de un utilitario. Seguramente la mayoría de los que tienen más de sesenta años no van a la playa a nadar, no son duchos en informática, dicen amar la música clásica y prefieren viajar en el ave.

Nos parece grave, sin embargo, que sean pocos, independientemente de su formación académica -ingenieros como licenciados en filosofía oriental-, los jóvenes que sepan arreglar sin inundar la casa un grifo que gotea, conectar correctamente a la red el interruptor eléctrico de un cuarto, o cambiar la batería de su coche (si es que aciertan a encontrarla).

Por no hablar de la ignorancia supina de nuestros jóvenes en conocer cómo realizar una instalación de fontanería, poner tomas de luz nuevas en toda la casa, o arriesgarse a cambiar el radiador del vehículo. Puede que se nos objete que los mayores no sepan mucho más al respecto -habría que realizar un sondeo, y hasta entonces, permítasenos que lo dudemos-: en cualquier caso, tiene peor remedio.

Porque, ¿de qué vale saber resolver integrales curvilíneas, entender algo de nanopartículas o haber leído a Kirkegaard o a Reverté, si tienes que estar toda el fin de semana a oscuras porque el servicio de reparación de urgencias no contesta y no sabes ni lo que es un fusible?

En fin, y algo más en serio, que no estaría de más que a los niños y adolescentes se les enseñara, entre coles y lechugas, algunas cosas muy útiles para la vida común, aunque con ello se la pongan algo más difícill a fontaneros, electricistas y mecánicos chapucillas.

Se divertirían más en esas prácticas y, ya que no hay milicias ni auxilios sociales obligados, seguro que mejorarían en conocer al compañero, compañera, miembro o incluso miembra -en el caso de que hubiera alguien que creyera pertener a esta última clase.

Sobre la educación para la ciudadanía

Puede que no sea el momento más oportuno, pero siempre será necesario dedicar algunas palabras hacia lo que se llamó, desde que el mundo es mundo, buena educación. Es decir, educación para la ciudadanía. Con otras palabras, respeto hacia los demás.

Tiene que ver con el principio básico de toda ética con pretensión de universal, que ya en otras ocasiones hemos recordado -no hagas a otro lo que no quisieras que te hicieran a tí, amarás a tu prójimo como a tí mismo-, aunque no guarda completa identidad con él, porque hay elementos que no suponen apelar al principio de reciprocidad.

No es necesario acudir a la reciprocidad para entender que cualquier persona sana, en especial si es joven, debiera ceder su asiento o la preferencia de paso, a una embarazada o a un anciano, y no enfrancarse aún más en la audición estentórea de un MP3. No sería imprescindible esgrimir la igualdad de géneros para que sea visto como una agradable cortesía y no como una muestra de machismo el que el varón se adelante para abrir las puertas de los locales a sus acompañantes mujeres -después, tal vez, de dar un rápido vistazo para cerciorarse de la inexistencia de peligros-.

Tampoco hace falta haber aprendido de memoria el manual de la buena educación para que los hombres desciendan por delante en las escaleras o se adelanten al subir (si ellas llevan faldas, y, en todo caso, evitando quedarse rezagados). No habría por qué interpetar como una invitación a la reciprocidad de los restantes comensales si uno de ellos coge el cuchillo como quien agarra un sable o masticara a dos carrillos o se obstinara ene hablar con la boca llena, escupiendo restos de la masticación en nuestra pechera.

Al margen de debates -muy interesantes, desde luego- sobre si la religión A enseña mejor comportamiento ético que las B y C y obviando la discusión acerca de si la perfecta laicidad es el ideal de la enseñanza para los Estados aconfesionales, se constata fácilmente que lo que nuestra sociedad ha perdido es mucha educación para la ciudadanía.

Váyase un fin de semana a un centro comercial (por ejemplo, San Sebastián de los Reyes) y compruebe cómo un número importante de conductores habrán aparcado sus vehículos obstaculizando uno de los dos unicos carriles de tránsito, supuestamentete por no haber encontrado aparcamiento fácil en los sitios reservados al efecto, o por simple placer de considerarse ombligo del mundo. Serán o no conscientes de que con ello habrán ayudado a provocar aún mayores embotellamientos. Vea los carritos de la compra abandonados fuera de sitio, en medio de los carriles, por ciudadanos ddespreocupados de lo que pase a los demás.

Con los vehículos, desde luego, los ejemplos que se encuentran son múltiples: dobles filas ante restaurantes y discotecas, aparcamientos obstaculizando salidas de garaje o zonas de descarga; etc. Pero también, la falta de respeto a los demás se manifiesta sin necesidad de ir parapetado tras una masa de acero y plástico: en las colas ante las taquillas del cine, o para ir a pagar la compra, siempre habrá alguien más listo que los que aguardan pacientemente que se aproximará para hacer valer su desvergüenza, despreciando el tiempo de los demás ante el suyo...

Educación para la ciudadanía, sí, nos hace mucha falta.

¿Le tranquiliza saber que sólo el 10% de las multas de tráfico son cobradas? ¿Le preocupa conocer de dónde habrán sacado su dinero los habitantes de todos los poseedores de casas, automóviles y ritmos de vida superiores a los suyos? ¿Tiene la curiosidad de comprender qué hacen -descartado que vayan a su trabajo o vuelvan de él?-, y de qué viven -propietarios, pensionistas, agentes comerciales- los miles de conductores que, a media mañana de un día laboral bloquean las vías principales? ¿Qué tipo de actividades hacen merecedor a un alto ejecutivo de algunas entidades para ser remunerado hasta veinte o treinta veces más que un jefe de gobierno? ¿...?

Sobre fracasados y triunfadores

Empezamos con la puntualización trivial de que, en esto del triunfo o del fracaso, hay una fuerte componente de subjetividad. Muchos hombres y mujeres felices -y, por ello, triunfadores- aparecerían como desgraciados a los ojos de otros. No tienen camisa, o la que lucen lleva jirones. Criterios alejados, cierto, de los que distinguen entre las prendas de Massimo Dutti y Springfield o Emporio y Giorgio Armani.

Pero, sutilezas aparte, se puede descubrir una línea conductora que predispone -como conditio si ne quanon- al triunfo. La concentración en unos pocos objetivos, la persistencia en ellos, el contar con el grupo de apoyo o padrinos adecuados y haber crecido a la sombra del líder sin precipitarse hasta llegado el momento de aparecer con nombre propio en la palestra, son elementos persistentes del éxito, presentes siempre que alguien triunfa.

Por el contrario, quienes abarcan o pretenden abarcar muchos temas, cambian frecuentemente de ubicación o de empresa, son individualistas, y no pertenecen a ningún grupo, puede que sean felices con su camisa hecha de harapos, pero no los veremos liderando ningún emprendimiento terrenal.

La inteligencia o las dotes naturales o adquiridas no parecen juzgar un lugar relevante. Tampoco, dentro de un mismo grupo, las mejores calificaciones; aunque en cada promoción, por ejemplo, de ingenieros de caminos -o bomberos- todos los colegas recuerdan quienes han obtenido los mejores números, es raro que los primeros lleguen más alto que los últimos, quienes, por el contrario, se evidencian más hábiles para aprovechar mejor las compañías y relaciones que les ofrece su camada.

Hemos hecho desde la redacción de este blog una relación de casos en los que se cumple la aplicación de estos principios, pero preferimos dejar las listas concretas a la experiencia personal de nuestros lectores.

Sobre algunas formas de felicitar el Año Nuevo

Modelo Uno.-

Estimado amigo (o estimada amiga):

Desearía que el próximo año no trajese aún más ruido acerca del cambio climático y sus repercusiones, pero me temo que eso no será posible. La inmensa mayoría de los que viven de polemizar por los temas más triviales han encontrado ahí un filón inagotable, al menos por unos años.

Por eso, le brindo una idea para 2008: Cada vez que alguien le hable sobre el calentamiento global y la pérdida de hielo en los polos, dígale que, según sus simulaciones, el efecto se dilatará aún otros mil o dos mil años y que es probable que para entonces las nuevas generaciones humanas ya nazcan sin pelo y con las piernas más cortas, por lo que es casi seguro que necesitarán menos energía para calentarse.

Modelo Dos.-

Desaría que el próximo año nos trajera aún más felicidad, pero me temo que no será posible. Además de las guerras y disputas que ya tenemos heredadas de este año que se acaba, se aumentará la previsión de calentamiento global del planeta, esto es, nos calentarán aún más. Porque aunque se seguirá negociando el clausulado del tratado de Bali y Estados Unidos, India, China y Gabón manifestarán su decisión de controlar sus emisiones, pero sin tomar medida alguna, en verdad se seguirá contaminando muchísimo, y muchísimo más que ahroa. Así que la temperatura media subirá una décima de grado celsius cada dos o tres meses,  o no subirá nada, según los modelos del Foro para el Cambio Climático, el ITM, y la percepción individual del vecino de abajo y el tendero de la esquina.

Por eso, le deseo que aproveche el momento de la mejor manera psoible. Un viaje al glaciar Perito Moreno antes de que se derrita por completo sería lo más adecuado. No se fíe de los que dicen que el glaciar se rompe porque en realidad se enfría. O tal vez prefiera fotografiar las últimas tortugas de Borneo o las playas de las Seichelles antes de que desaparezcan bajo el mar. No se fíe de lo que le diga nadie, todos tienen intereses económicos, cualesquiera que sea la opinión que expresen.

Esos recuerdos inolvidables le prepararán adecuadamente para el próximo e inevitable diluvio universal. Tal vez  le toque vivirlo. Puede por ello que le interese empezar a construir una barca y empesar a meter en ella una pareja de las especies que le apetezca conservar.

Suyo afectísimo,

Sobre la formación de los menores españoles

 

Un Informe sobre la educación en varios países, reaizado por la Organizacion para la Cooperación y el Desarrollo Económico, está levantando críticas acerca de la mediocre educación que evidencian los jóvenes españoles, en comparación con otros países desarrollados.

El profesor Julio Carabaña (EP, Aula libre, 3 de diciembre de 2007, "Avisos para no quedar en evidencia comentando PISA) advierte de la necesidad de interpretar prudentemente los datos, ya que "diferencias de 10 puntos y hasta de 20 puntos son diferencias pequeñas", para estadísticas cuya puntuación media es 500 por definición y la desviación típica, 100.

Quizá el elemento más sorprendente es que el conocimiento asimilado por los alumnos tiene escasa relación con el gasto en enseñanza. Estados Unidos e Italia, que gastan más el doble que España, obtienen resultados similares.

El Informe aparece, en conjunto, como un mapa de datos variados cuya interpretación puntual no conduce a conclusiones realmente aprovechables. Habría que centrarse más en las tendencias de expresisón de conocimientos por parte de las poblaciones de cada páis, y allí se puede deducir que España ha perdido en comprensión de textos. En los demás aspectos, los jóvenes se mantienen fieles a su colectivo, generación tras generación.

En fin, habrá que encontrar nuevos indicadores que sean realmente significativos de por dónde va la población juvenil en esto de la educación. Los maestros de secundaria y los universitarios se quejan que sus discentes son más rebeldes, menos atentos, y tienen poca base de conocimientos. Los padres y el público en general vemos que los jóvenes son más pragmáticos, más hedonistas, menos cordiales.

En general, su preocupación por el dinero y los placeres inmediatos es, en nuestra opinión, lo que más nos extraña y duele a sus mayores. "En nuestra época no teníamos esa libertad", nos justificamos.

Al margen de los resultados casi indescinfrables de PISA, algo nos están diciendo los jóvenes que no saben donde está el río Jiloca (salvo que vivan a sus orillas) pero han viajado a la India dos veces y canturrean en inglés sabiendo lo que significa la letra, y pasan de ese rollo de las autonomías y del debate político. Jóvenes que, cuando terminan sus estudios, desplazan sin problemas en el trabajo a los "viejos de cincuenta", cobrando la mitad.

Porque la imagen de los jóvenes como grupos que solo se movilizan para un botellón en el que porrros y anfetas circularán libremente entre invitaciones a practicar el sexo, está tan equivocada como pensar que no hay muchos más jóvenes mejor formados que en las anteriores generaciones, más capaces, más sensibles. 

 

Sobre la educación sexual de los infantes

Un orgulloso padre de una preciosa niña de cuatro años, escuchaba con atención embobada lo que le contaba su hija acerca de cómo habían pasado el día en la escuela infantil.

"Nos enseñaron la reproducción". El papá aguzó el oído. "En el recreo, fuimos dos niños y dos niñas al servicio para ver si lo que nos habían enseñado era verdad".

El progenitor contuvo el aliento. "Nosotras les enseñamos a ellos la vulva" continuó la inocente criatura, dando fe de que había ampliado su vocabulario con la clase del día. "Y ellos nos enseñaron la pirulina".

Papá, atónito, pretendió quitar hierro al asunto: "Bueno, todos somos iguales. No hay diferencias, ya sabes".

La niña corrigió: "Qué va, qué va, papá. Las pirulinas son divertidísimas".

Nuestro amigo no sabe qué hacer. No se atreve a decirle nada a su mujer, porque duda si darle importancia al tema o dejarlo pasar. Tampoco quiere crear un espectáculo quejándose al centro escolar por lo inadecuado de ofrecer tal información a niños de tan corta edad.

Mientras nos reíamos con él por el desparpajo manifestado por la precoz intelectual, coincidíamos todos en que la educación sexual ha cambiado mucho. Pero, ¿se está guiando con algún objetivo, o simplemente, la vamos improvisando con la creencia de que todo vale? (equivalente al mensaje encerrado en el socarrón dicho asturiano de que "lo que no afuega, engorda").

Sobre el calentamiento global, en su versión individualizada

Hay una versión del calentamiento global que citan como catecismo los escépticos de este diagnóstico, que se titula: "Guía políticamente incorrecta del calentamiento global (y del ecologismo)", cuyo autor es Christopher C. Horner. Los que gusten de polemizar encontrarán allí un arsenal de elementos para sustentar su disidencia respecto a lo que se ha convertido en credo casi generalizado.

Pero el calentamiento global es evidente hasta en la calle. Pocas son las ocasiones en las que el observador atento no alcance a ver sus manifestaciones. En la cola de la pescadería, por ejemplo. Siempre habrá alguien que quiera colarse (seguramente) y alguien que lo detectará y aprovechará para hacer revisión de la mala educación mundial.

Un ejemplo socorrido, pero permanente, es el de las disputas entre automovilistas. A muchos no les basta avisar con bocinazos que el semáforo está ya verde desde hace unos microsegundos, o que esperaban más agilidad del que les lleva la delantera en incorporarse al carril de la autopista. Estarán dispuestos a bajarse del coche y acercarse a la ventanilla del que acaba de consagrar su estupidez por cualquier minucia, expresándole con duras palabras lo que piensan de él y de su familia más querida. Más calentamiento.

Pero el ejemplo máximo del calentamiento que hace mella en el ambiente, es el aumento de la agresividad política. No parece posible que nuestros dirigentes se pongan de acuerdo en nada. Ni en una postura común frente al terrorismo, o para la renovación de los poderes judiciales, elegir entre desalación o trasvase o si hay que bonificar a los mileuristas o animarlos a tener más hijos.

Ignoran todos cuantos calientan sus motores que, como dice el refrán alemán, "Nada se come tan caliente como se cocina". Los alemanes lo dicen en alemán, claro. (Nichts wird so heiss gegessen, wie es gekocht wird)

Sobre las violencias no domésticas

La violencia de género está ocupando la atención de los media y de los políticos españoles, ya empeñados en la carrera electoral que conducirá a la victoria de Rodríguez Zapatero en marzo de 2008.

Son 69 las víctimas de violencia sexista, asesinadas por individuos probablemente con graves deficiencias síquicas, cuyo carácter violento ha conducido a no aceptar una situación que la inmensa mayoría de los varones superarían sin entrar por la puerta de la aplicación del código penal.

La violencia de género es una lacra social, y, a nuestro entender, está favorecida por la publicidad que se da a los casos protagonizados por estos degenerados mentales que creen poseer derecho sobre la vida y los movimientos de las personas que -puede ser- alguna vez amaron.

Pero es que esta sociedad tiene violencias mucho más importantes, y que, por tanto, deben reclamar atención prioritaria, incluída la aplicación del derecho penal como última ratio. Racismo y marginación en relación con el origen social de la persona. Violencia sobre bienes públicos y privados, motivada simplemente por el propósito de destruir la posesión de otros. Desprecio y acoso a personas en el trabajo, en las diferentes modalidades de mobbing, que van desde el aislamiento o el impedimiento de promoción a individuos o grupos por sus creencias o ideologías, hasta la presión sobre las costumbres, hábitos o comportamientos del perseguido.

Hay muchas violencias no domésticas que causan más víctimas que las domésticas. La violencia en el volante, manifestada millones de vences cada día en los que apuran el paso del semáforo con sus potentes vehículos, sin importar el riesgo en que ponen a los demás, realizan adelantamientos temerarios, insultan a cada momento en la pretendida defensa de derechos inexistentes...

Hay, además, una violencia que nos sobrevuela, creando una amenaza consistente sobre nuestras vidas. La violencia de no entender al otro, por sus creencias y devociones, pretendiendo que lo nuestro es mejor y más perfecto, y el otro, un imbécil o un débil mental por no entenderlo. Si, además, nuestra supuesta superioridad nos lleva a invadir el espacio de los otros para tratar de corregirlo con nuestras ideas, no pidamos que las normas de respeto recíproco sean el idea de la sociedad que hemos construído.

Sobre la ética periodística y la libertad de información

SAR la infanta Elena y el Duque de Lugo, Sr. Marichalar, están pasando por un mal momento. No hace falta ser un lince de la percepción de lo que sienten los demás para entenderlo así. Las razones por las que han decidido suspender -temporal o definitivamente- su convivencia, pertenecen a la esfera íntima de sus relaciones.

Puede argumentarse que, dado el carácter emblemático de la Familia Real española, sus funciones de representación y el indudable influjo que sus actitudes y formas de actuar tienen sobre una parte de los españoels (y otros ciudadanos del mundo), difundir la noticia de la ruptura provisional de la pareja y ahondar en las causas que pudieron motivarla, entra dentro de las servidumbres de todo personaje público, y los miembros de la Familia Real lo son.

Puede también expresarse que la libertad de información, desde el ejercicio ético de la profesión periodística, es un elemento central de la democracia española.

Nadie lo duda. Pero hay que sentir una seria repulsa hacia algunas formas de entender el periodismo, porque ni proporcionan información relavante ni divertdia  ni ayudan a elevar el nivel cultural y los conocimientos de los que la reciben. ¿Quién puede defender como periiodismo el que se aborde, después de un seguimiento atosigador durante varios días, a la Princesa Elena, para pregutnarle a sopetón: "¿Es el Sr. Marichalar homosexual?".

No cabe en esa pregunta vulnerar tantos principios al mismo tiempo: respeto a la persona y a sus tendencias sexuales, respeto a la dignidad de un miembro de la Familia Real, vulneración de la intimidad, agresión verbal, vulneración del respeto a los hijos del matrimonio, ataque a la ética y a la profesión periodísticas...

¿Por qué no os calláis, periodistillas de baja estopa?

Sobre la tolerancia de la violencia en una sociedad autista

Resulta sorprendente que ninguno de los viajeros presentes en el vagón de metro de Barcelona en el que las cámaras recogieronel ominosos ataque de un energúmeno violento a una pacífica ciudadana ecuatoriana, tuviera la valentía de interponerse entre el agresor y su víctima.

Este hecho, que no es en absoluto esporádico, aunque el efecto mediático lo haya magnificado, viene a poner en evidencia el desprecio ciudadano hacia las dificultades del prójimo. Pocos están dispuestos a mediar en un conflicto, aunque sea tan evidente la situación como la sucedida en ese transporte público. Todos hemos sido testigos, y seguramente, también cómplices, de la falta de motivación para denunciar los flagrantes atentados contra la seguridad ciudadana que se producen a diario en nuestras calles.

El fenómeno de la violencia de género no es ajeno a este contexto. Individuos aparentemente normales, pero socialmente distorsionados, cometen faltas y delitos a la vista del público sin que nadie intervenga.

Es imprescindible una mayor concienciación ciudadana, que estimule la denuncia de cuantos casos de abuso de fuerza o presunto derecho, maltratos, chicaneos, comportamientos sexistas o racistas, se están produciendo a diario. También hay que situar en el mismo contenedor, los deterioros intencionados de mobiliario urbano, de propiedades privadas, de oposición injustificada al uso de la fuerza pública, y, en general, hay que apoyar y exigir el ejercicio de una policía seria, serena, activa. No a la indolencia porque tenemos que perseguir colectivamente a loso violentos.

Porque los violentos son, sobre todo, cobardes. Y una sociedad autista estimula su proliferación y la manifestación de temperamentos que traducen su cortedad mental en la agresión hacia los más débiles, sintiéndose ellos fuertes porque ven que nadie se coloca en el camino entre sus víctimas y su explosión de furia desquiciada. No son antisistema. Son la escoria de una sociedad autista, en la que lo único que parece primar es la búsqueda individual del bienestar, sin preocuparse por cómo les va a los demás.

No nos damos cuenta que, para los violentos, todos podemos ser víctimas propiciatorias. Unicamente nuestra solidez como grupo defensor de los derechos y libertades conseguirá mantener a raya a estos personajillos aberrantes de nuestra pacífica e indolente sociedad de bienestar.

Sobre la Universidad

Ha empezado (o está a punto de empezar, que hasta en eso la sociedad ha perdido la pista) un nuevo curso universitario en España. La inmensa proliferación de Universidades y títulos, algunos de los cuales resultan de difícil interpretación respecto a su verdadera aplicación práctica o individualidad, ha contribuído al alejamiento de la sociedad civil respecto a la endogamia universitaria.

Las intenciones eran buenas, pero los resultados son perversos, o, cuanto menos, inadecuados a los objetivos pretendidos. La exigencia de exclusividad a los docentes en los años ochenta, en la pretensión de que tuvieran una dedicación intensa a la investigación y a la docencia, llevó a la titularidad y a las cátedras a muchos jóvenes que no tenían la preparación adecuada, por muchos títulos oficiales que se apresurarían a obtener. Por supuesto, algunos cátedros sin especiales escrúpulos favorecieron a sus familiares para que alcanzaran la preciada sinecura de ser funcionario universitario, creándose así sagas que solo hae falta casar los nombres del personal para detectar. La historia sigue.

El deseo  incalificable (queremos decir, con adjetivos elogiosos) de todas las Autonomías de crear Universidades y títulos "más acomodados a las realidades locales", ha multiplicado las necesidades de docentes, generado un maremágnum de títulos sin especial valor de mercado, y varias generaciones de titulados en paro o infraempleados en el mercado laboral.

Nos faltaba Bolonia, que con sus acuerdos de homologación va a conseguir dar el tiro de gracia a la enseñanza técnica (entre otras), porque las carreras de ingeniería -salvo excepciones que los especialistas y el mercado conocen bien- mantenían un cierto prestigio, por la dificultad de sus enseñanzas (que no, hay que decirlo, por la verdadera adaptación a las necesidades reales de un mundo tecnológicamente avanzando a velocidades vertiginosas) y la conservación de poder en la Administración pública, gran canalizadora de recursos financieros hacia el mercado, como es sabido.

Sería muy conveniente que se crearan Comités de especialistas, libres de ideologías, sinecuras, compromisos, y conocedores de lo que demanda cada carrera, cada especialidad, para que revisaran todos los planes de estudio. No es casualidad que la medicina post MIR mantenga su prestigio, o que los ingenieros civiles sean preferidos a otras especialidades. No es casualidad que los licenciados en Derecho tengan que realizar prácticas jurídicas para debatirse en el complicado mundo procesal. No es casualidad que los licenciados en económicas o empresariales copen los puestos de control de muchas empresas. No es casualidad que los licenciados en filosofía pura o ciencias acaben empleándose -con éxito laboral- en grupos multidisciplinares del mundo real. No es casualidad...

Esta sociedad necesita debatir desde la objetividad. Los que más gritan suelen ser, por desgracia, los que más tienen que perder si se descrubre que van desnudos.

Sobre la educación de los jóvenes

La educación oficial enseña poco. Faltos de motivación y autoridad, maestros y profesores se quejan más que se esfuerzan, por lo general en vano, en imponer disciplina en las aulas. Sin disciplina, por supuesto, mal se puede enseñar. ¿Pero con qué arsenal cuentan? ¿Apoyo en los hogares, reconocimiento social, castigo a los rebeldes, suspensos a los que no saben?.

La exigencia de una alta nota media para acceder a algunos estudios universitarios, y la cómoda consideración de que trasladar a otras instancias el problema, anima a sobreponderar los resultados de los exámenes. Los currícula se hinchan. Los padres, disculpan. La sociedad mira hacia otro lado...no es tan importante saber para triunfar, ¿verdad?

¿Qué hemos construído?. Entre la población adolescente parece haber tomado la batuta una masa (el problema es especialmente grave entre quienes tienen entre doce y diecisiete años) desmotivada, descreída, ignorante y agresiva. Son adjetivos fuertes, pero a poco que se escarbe en la opinión social de los juicios adultos (y, por supuesto, de quienes tienen más de cuarenta años), bastante compartidos.

A partir de las 24 h de ayer (22 de septiembre) se celebró en Europa una noche en blanco. Interesante experiencia para motivar a la ciudadanía a vivir sus ciudades, conocerlas mejor, compartir sus ratos libres con los demás. ¿Captarán el mensaje del interés en visitar museos, abrir debates, comunicar ideas o impresiones?.

Viendo las largas colas que se formaban ante algunos museos, que recordaban las de aquellos que esperaban turno para ver el reflejo de la habitación del artista en la pupila de la liebre pintada por Durero  o se atropellaban para pasear a uña de caballo ante los cuadros de Tintoretto, supngo que la mayor parte de los participantes en la noche blanca responderían: "¿Para qué?. Eso son ideas trasnochadas, inútiles. Carpe diem, disfruta de la vida".

Los jóvenes ya viven sus noches en blanco, casi a diario (pero especialmente los fines de semana), en espiral crecientemente desordenada desde hace décadas. No ignoremos el resultado, la infeliz cosecha de cada madrugada de alterne: miles de adolescentes borrachos, enajenados por la ingesta de drogas y alcohol, la basura de sus festejos abandonadas en las calles, vecinos molestos, peleas y heridos, denuncias por variados delitos, actos vandálicos, costes.

¿Son todos los jóvenes así?. Desde luego que no. Los que se comportan así son una minoría. Pero atención. Entre los más sensatos y la cola de esa juventud, allí donde militan los desorientados, los faltos de ideologías y de modelos, hay una diferencia posicional como nunca la existido entre los jóvenes. Esa ruptura intrageneracional tendrá consecuencias: Seguramente, las está teniendo. Creemos que la educación no puede renunciar a dotar de autoridad a los educadores. Hay que ayudar a recuperar el orden para la transmisión de conocimientos y respeto a los valores cívicos.

Si observamos el comportamiento de los niños de menos de siete años, resulta ser ordenado, emocionalmente inteligente, curioso y obediente a los mayores. ¿Por qué? Porque en esa edad no se ha renunciado a su educación: padres, abuelos, tutores de guarderías y maestros se esfuerzan en transmitir, desde su autoridad, normas, enseñanzas, premios y castigos.

Después de esa edad, los principios educativos parecen trasladarse a la televisión, los juegos informáticos violentos, la introspección desde la opulencia o la subordinación al grupúsculo que dominan aprendices de matones.

Hay muchas formas de pasarlo bien, de divertirse sanamente. Enseñémoselas a los más jóvenes, eduquémolos también para divertirse. La voluntad de perder la razón en cada fiesta, con drogas y alcohol, en la pretensión de liberarse, no ahonda más que en el diagnóstico de un grave problema. Los niñatos de doce a diecisiete años creen tenerlo todo resuelto, imaginan que su rebeldía es adecuada, porque ningún adulto se atreve a decirles, no, eso no es así, así no vais a ninguna parte.

La educación de la adolescencia debe replantearse: en casa, en las aulas, en la calle. ¿Quién es el primero a la primera que se atreve a decir a un grupo de jóvenes que vociferan y dan empellones, saltos y fingen pelearse en un lugar público, pareciendo ignorar que no están solos, que están molestando a los demás, y que, de paso, están perjudicando su imagen?. ¿Les apoyaremos los otros adultos, o nos encogeremos de hombros, alegando que no es para tanto?.

La asignatura de la Educación para la Ciudadanía tiene ahí un campo de actuación cuyos beneficios sociales pueden ser altísimos. Si el miedo al infierno, al palo o al suspenso no arredra a algunos jóvenes, al menos, que sientan la vergüenza pública si no se avienen a adoptar un modelo cívico y ético ampliamente compartido.