Sobre lo irrecuperable
Claro que hay cosas irrecuperables evidentes. La muerte nos lleva lejos de aquí a los que amamos (también, gracias a Dios, a los que nos odian). Pero hay otras irrecuperabilidades menos claras.
El fuego proporciona un arsenal de pérdidas. Es muy duro sobrevivir a la quema de todo lo material que poseemos. También es muy seductor, mandar al fuego todo lo que hemos hecho. Lo han protagonizado artistas, escritores, músicos. También envidiosos de su obra, para que no quede nada o casi nada de lo que han pretendido (o conseguido) dejar con mérito para la posteridad.
A niveles modestos, causa una especial alegría descubrir en un cajón olvidado, en una morada ya en desuso, algo que fue abandonado sin saber por su dueño, hace tiempo. No importa qué: un pañuelo, una caja con medallas, unas monedas. Qué placer cuando, en una librería de viejo, de pronto, aparece en el libro que hojeamos, una postal, una nota, una flor seca, dejada allí por un desconocido. Cabe preguntarse por el sentimiento que los habría puesto entre las hojas, qué raqzón llevaría a sus depositantes a perderlos: ¿la muerte? ¿un descuido? ¿la ruina? ¿la desesperación, acaso?.
Irrecuperable es la posible satisfacción por aquel momento que se nos fue, invicto, entre las manos. El beso o la caricia que perdimos, ocupados en otras andanzas más confusas. El mérito que ellos, los que podían, nos negaron, sucumbidas las nuestras en ambiciones de otros, más impetuosas.
Irrecuperable la niñez y las ganas de saber rellenando las pizarras incólumes aún del cerebro.
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Guillermo Díaz -