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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la formación útil para la vida

Un cuento que viene al pelo de lo que queremos exponer es aquel en el que se nos presentaba a un joven ignorante conduciendo a un sabio bastante petulante en una barca no muy segura, a la otra orilla de un ancho río. Durante la primera parte del trayecto, alarmado por el grave desconocimiento cultural del muchacho, el ilustrado -una persona mayor- le recriminó duramente: "Has perdido la mitad de tu vida".

Pero sucedió que la barca basculó en este punto, y ambos cayeron al agua tumultuosa. El momento era crítico. "¿Sabe Vd. nadar?"- preguntó el mozalbete al añejo, mientras braceaba hacia la orilla. "No", replicó el otro, luchando contra el agua. "Pues ha perdido usted la vida entera", sentenció el fulano, ya a punto de alcanzar la orilla.

El cuento nos ha parecido siempre cruel, insolidario, y dudosamente ejemplar en cualquier sentido. Porque, ¿acaso la moraleja es que no hace falta estudiar ni pretender ser sabio, y que lo deseable es disfrutar alegremente de la vida, como un animalito?. Pero, hechas estas importantes salvedades, sí hay un punto en él que nos sirve para extraer alguna miga.

Seguramente la inmensa mayoría de los jóvenes de hoy saben nadar -y hasta surfean-, navegan como los ángeles por internet -y mantienen varios chats simultáneamente-, tienen un ipod -con el que oyen música techno- y creen que los demás son menos hábiles al volante de un utilitario. Seguramente la mayoría de los que tienen más de sesenta años no van a la playa a nadar, no son duchos en informática, dicen amar la música clásica y prefieren viajar en el ave.

Nos parece grave, sin embargo, que sean pocos, independientemente de su formación académica -ingenieros como licenciados en filosofía oriental-, los jóvenes que sepan arreglar sin inundar la casa un grifo que gotea, conectar correctamente a la red el interruptor eléctrico de un cuarto, o cambiar la batería de su coche (si es que aciertan a encontrarla).

Por no hablar de la ignorancia supina de nuestros jóvenes en conocer cómo realizar una instalación de fontanería, poner tomas de luz nuevas en toda la casa, o arriesgarse a cambiar el radiador del vehículo. Puede que se nos objete que los mayores no sepan mucho más al respecto -habría que realizar un sondeo, y hasta entonces, permítasenos que lo dudemos-: en cualquier caso, tiene peor remedio.

Porque, ¿de qué vale saber resolver integrales curvilíneas, entender algo de nanopartículas o haber leído a Kirkegaard o a Reverté, si tienes que estar toda el fin de semana a oscuras porque el servicio de reparación de urgencias no contesta y no sabes ni lo que es un fusible?

En fin, y algo más en serio, que no estaría de más que a los niños y adolescentes se les enseñara, entre coles y lechugas, algunas cosas muy útiles para la vida común, aunque con ello se la pongan algo más difícill a fontaneros, electricistas y mecánicos chapucillas.

Se divertirían más en esas prácticas y, ya que no hay milicias ni auxilios sociales obligados, seguro que mejorarían en conocer al compañero, compañera, miembro o incluso miembra -en el caso de que hubiera alguien que creyera pertener a esta última clase.

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