Sobre el calentamiento global, en su versión individualizada
Hay una versión del calentamiento global que citan como catecismo los escépticos de este diagnóstico, que se titula: "Guía políticamente incorrecta del calentamiento global (y del ecologismo)", cuyo autor es Christopher C. Horner. Los que gusten de polemizar encontrarán allí un arsenal de elementos para sustentar su disidencia respecto a lo que se ha convertido en credo casi generalizado.
Pero el calentamiento global es evidente hasta en la calle. Pocas son las ocasiones en las que el observador atento no alcance a ver sus manifestaciones. En la cola de la pescadería, por ejemplo. Siempre habrá alguien que quiera colarse (seguramente) y alguien que lo detectará y aprovechará para hacer revisión de la mala educación mundial.
Un ejemplo socorrido, pero permanente, es el de las disputas entre automovilistas. A muchos no les basta avisar con bocinazos que el semáforo está ya verde desde hace unos microsegundos, o que esperaban más agilidad del que les lleva la delantera en incorporarse al carril de la autopista. Estarán dispuestos a bajarse del coche y acercarse a la ventanilla del que acaba de consagrar su estupidez por cualquier minucia, expresándole con duras palabras lo que piensan de él y de su familia más querida. Más calentamiento.
Pero el ejemplo máximo del calentamiento que hace mella en el ambiente, es el aumento de la agresividad política. No parece posible que nuestros dirigentes se pongan de acuerdo en nada. Ni en una postura común frente al terrorismo, o para la renovación de los poderes judiciales, elegir entre desalación o trasvase o si hay que bonificar a los mileuristas o animarlos a tener más hijos.
Ignoran todos cuantos calientan sus motores que, como dice el refrán alemán, "Nada se come tan caliente como se cocina". Los alemanes lo dicen en alemán, claro. (Nichts wird so heiss gegessen, wie es gekocht wird)
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