Sobre las violencias no domésticas
La violencia de género está ocupando la atención de los media y de los políticos españoles, ya empeñados en la carrera electoral que conducirá a la victoria de Rodríguez Zapatero en marzo de 2008.
Son 69 las víctimas de violencia sexista, asesinadas por individuos probablemente con graves deficiencias síquicas, cuyo carácter violento ha conducido a no aceptar una situación que la inmensa mayoría de los varones superarían sin entrar por la puerta de la aplicación del código penal.
La violencia de género es una lacra social, y, a nuestro entender, está favorecida por la publicidad que se da a los casos protagonizados por estos degenerados mentales que creen poseer derecho sobre la vida y los movimientos de las personas que -puede ser- alguna vez amaron.
Pero es que esta sociedad tiene violencias mucho más importantes, y que, por tanto, deben reclamar atención prioritaria, incluída la aplicación del derecho penal como última ratio. Racismo y marginación en relación con el origen social de la persona. Violencia sobre bienes públicos y privados, motivada simplemente por el propósito de destruir la posesión de otros. Desprecio y acoso a personas en el trabajo, en las diferentes modalidades de mobbing, que van desde el aislamiento o el impedimiento de promoción a individuos o grupos por sus creencias o ideologías, hasta la presión sobre las costumbres, hábitos o comportamientos del perseguido.
Hay muchas violencias no domésticas que causan más víctimas que las domésticas. La violencia en el volante, manifestada millones de vences cada día en los que apuran el paso del semáforo con sus potentes vehículos, sin importar el riesgo en que ponen a los demás, realizan adelantamientos temerarios, insultan a cada momento en la pretendida defensa de derechos inexistentes...
Hay, además, una violencia que nos sobrevuela, creando una amenaza consistente sobre nuestras vidas. La violencia de no entender al otro, por sus creencias y devociones, pretendiendo que lo nuestro es mejor y más perfecto, y el otro, un imbécil o un débil mental por no entenderlo. Si, además, nuestra supuesta superioridad nos lleva a invadir el espacio de los otros para tratar de corregirlo con nuestras ideas, no pidamos que las normas de respeto recíproco sean el idea de la sociedad que hemos construído.
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