Influencia de las mandrágoras y la corteza de abedul sobre la sexualidad
En ese magnífico libro de aventuras, amores y desvaríos que es el Génesis, hay pasajes que desbordarían cualquier imaginación humana, al menos, en condiciones normales. La historia de Jacob, el padre de José y hermano del que le comió el plato de lentejas a cambio de la primogenitura (Esaú) es, sin duda, una de ellas.
Recordemos el relato bíblico. Tuvo Jacob doce hijos, que los niños de mi generación sabíamos nombrar de memoria: Rubén, Simeón, Leví, Judá, etc. La mojigatería imperante por entonces (que no tiene nada que ver con la ignorancia rampante actual, aunque condujera, en ciertas ocasiones, al mismo resultado) nos ocultó que los tuvo de cuatro mujeres. Pero lo más notable es que también se nos ocultó que tuvo un hijo decimotercero, una hembra, a la que llamaron Dina.
La historia de Jacob es un cuento de amor y sensualidad, y también de traiciones y misoginia y supersticiones. A dos de las últimas me refiero en este comentario.
La mandrágora es el nombre con el que ha trascendido una planta -posiblemente inaginaria- con virtudes mágicas, a la que se atribuía la fertilidad en las mujeres y, por extensión piadosa, el deseo sexual. Raquel, la mujer más amada por Jacob y a la que el inescrutable Jahvé había hecho estéril, cambió a la fértil esclava Lía (corresponsable hasta entonces de cuatro hijos de Jacob) unas mandrágoras por el mérito indudable de conseguir que el patriarca, ya un anciano, entrase nuevamente en ella. (1)
De la fecundidad de ambos, nacieron aún dos hijos varones, y una hembra, la tal Dina, lo que, según la secuencia, motivó que "se acordase Dios de Raquel y la hizo fecunda". Por tal razón, y no por la de dejar que tu marido disfrutara con terceras personas, se atribuyó a la mandrágora la virtud de la fertilidad y de lo afrodisíaco, llegando incluso a aberraciones medievales tales como aconsejar que la más adecuada para tales fines era aquella que creciera en donde hubiera caído el semen último de un ahorcado; no se había inventado Playboy ni el sostén Playtex, por supuesto.
Otra cualidad sorprendente que se atribuye en el mismo pasaje, se centra en la hipotética y muy asombrosa propiedad de las ramas peladas de algunos árboles, de subcorteza blanca, que son capaces, cuando se come de ellas, de ayudar a generar animales de pelaje claro. Jacob aplicó este principio de la patafísica para quedarse con la producción de su malvado suegro (suegro y malvado por partida doble, pues Jacob se casó con sus dos hijas como previo a sendos trabajos de redención heptanuales), ya que le había prometido para él todas las ovejas y cabras de lana blanca..
Y ya basta por hoy; solo restaría extraer la moraleja, que es la que adelanté en el comentario anterior, al que me remito y gloso: "Si se desea que la población mundial no siga creciendo exponencialmente, vigílese lo de las mandrágoras y utilícese el preservativo". Aunque la iglesia católica no lo admite oficialmente, tampoco desaconseja leer la Biblia y, la verdad, le pone a un@ de muy buen tono.
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(1) No pretendo ser grosero, sino fiel al relato bíclico.
Por cierto, Dina no es un nombre muy usado en la actualidad en nuestro país, pues solo me consta que sirva como unidad de fuerza del sistema de medidas CGS, o como apócope de nombres más rotundos, como Aladina, Enedina, Gerundina, etc.; en América y Asia tiene más aceptación.