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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Biología

Influencia de las mandrágoras y la corteza de abedul sobre la sexualidad

En ese magnífico libro de aventuras, amores y desvaríos que es el Génesis, hay pasajes que desbordarían cualquier imaginación humana, al menos, en condiciones normales. La historia de Jacob, el padre de José y hermano del que le comió el plato de lentejas a cambio de la primogenitura (Esaú) es, sin duda, una de ellas.

Recordemos el relato bíblico. Tuvo Jacob doce hijos, que los niños de mi generación sabíamos nombrar de memoria: Rubén, Simeón, Leví, Judá, etc. La mojigatería imperante por entonces (que no tiene nada que ver con la ignorancia rampante actual, aunque condujera, en ciertas ocasiones, al mismo resultado) nos ocultó que los tuvo de cuatro mujeres. Pero lo más notable es que también se nos ocultó que tuvo un hijo decimotercero, una hembra, a la que llamaron Dina. 

La historia de Jacob es un cuento de amor y sensualidad, y también de traiciones y misoginia y supersticiones. A dos de las últimas me refiero en este comentario.

La mandrágora es el nombre con el que ha trascendido una planta -posiblemente inaginaria- con virtudes mágicas, a la que se atribuía la fertilidad en las mujeres y, por extensión piadosa, el deseo sexual. Raquel, la mujer más amada por Jacob y a la que el inescrutable Jahvé había hecho estéril, cambió a la fértil esclava Lía (corresponsable hasta entonces de cuatro hijos de Jacob) unas mandrágoras por el mérito indudable de conseguir que el patriarca, ya un anciano, entrase nuevamente en ella. (1)

De la fecundidad de ambos, nacieron aún dos hijos varones, y una hembra, la tal Dina, lo que, según la secuencia, motivó que "se acordase Dios de Raquel y la hizo fecunda". Por tal razón, y no por la de dejar que tu marido disfrutara con terceras personas, se atribuyó a la mandrágora la virtud de la fertilidad y de lo afrodisíaco, llegando incluso a aberraciones medievales tales como aconsejar que la más adecuada para tales fines era aquella que creciera en donde hubiera caído el semen último de un ahorcado; no se había inventado Playboy ni el sostén Playtex, por supuesto.  

Otra cualidad sorprendente que se atribuye en el mismo pasaje, se centra en la hipotética y muy asombrosa propiedad de las ramas peladas de algunos árboles, de subcorteza blanca, que son capaces, cuando se come de ellas, de ayudar a generar animales de pelaje claro. Jacob aplicó este principio de la patafísica para quedarse con la producción de su malvado suegro (suegro y malvado por partida doble, pues Jacob se casó con sus dos hijas como previo a sendos trabajos de redención heptanuales), ya que le había prometido para él todas las ovejas y cabras de lana blanca..

Y ya basta por hoy; solo restaría extraer la moraleja, que es la que adelanté en el comentario anterior, al que me remito y gloso: "Si se desea que la población mundial no siga creciendo exponencialmente, vigílese lo de las mandrágoras y utilícese el preservativo". Aunque la iglesia católica no lo admite oficialmente, tampoco desaconseja leer la Biblia y, la verdad, le pone a un@ de muy buen tono.

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(1) No pretendo ser grosero, sino fiel al relato bíclico. 

Por cierto, Dina no es un nombre muy usado en la actualidad en nuestro país, pues solo me consta que sirva como unidad de fuerza del sistema de medidas CGS, o como apócope de nombres más rotundos, como Aladina, Enedina, Gerundina, etc.; en América y Asia tiene más aceptación.

 

De cacería

De cacería

El Rey D. Juan Carlos resbaló el 13 de abril de 2012 mientras se encontraba cazando elefantes en Botsuana y, trasladado de urgencia a una clínica en Madrid, fue operado de rotura múltiple de la cabeza del fémur, recuperándose satisfactoriamente.

Unos días antes, (el 6 de abril) D. Felipe Juan Froilán, hijo de la infanta Da. Elena, se hirió en un pie con una escopeta de perdigones del calibre 36, que pretendía montar apoyándola en él, mientras se encontraba pasando unos días con su padre.

Dos episodios que han dado mucho que hablar en los mentideros de Palacio, siendo aprovechados por los cazadores de piezas reales para disparar contra la Monarquía.

Los argumentos vienen al pelo sin esfuerzo. Por una parte, se esgrime sin tapujos la falta de sensibilidad deducible en quien, después de afirmar estar "hondamente preocupado" por lo mal que lo están pasando "muchas familias españolas" se va con unos amigos a matar un proboscídeo.

Por otra, se lanzan al aire voces escandalizadas, pidiendo la aplicación de la justicia, para procesar y multar de inmediato al Sr. Marichalar, bajo cuya custodia parental se encontraba el menor accidentado que, a sus 13 años, no podía (no debería) manipular armas de fuego; incluso se sugiere a Da. Elena -por si lo hubiera menester- que pida la inhabilitación del padre por comportamiento irresponsable.

Estos dimes y diretes relacionados con las armas encuentran su mejor sazón por una cuestión de aún mayor empaque, descubierta a finales de 2011, por la que quedó con el culete al aire un miembro adjunto de la Familia Real, D. Ignacio Urdangarín, del que se supo que tenía negocios relacionados con hipotéticos tratos de favor con los que había podido comprar y reformar un palacete de alto estándin, éste, desde luego, muy real.

No tengo en mi libreto la defensa de la Monarquía, pero sí me inclino a defender la sensatez y denunciar el peligro de tirar por la ventanilla la llave de contacto de la avioneta en la que volamos, confiando únicamente en la pericia del azar para sacarnos del trance.

Nos gustará más o menos, pero el Rey tiene en la Constitución española muy tasados cometidos, entre los que no figura, desde luego, quedarse en su Palacio rezando o lamentándose por lo mal que les va a sus súbditos. Y, hasta donde estamos informados y podemos intuir, no tenemos la menor tacha que hacer a este Rey, del que, desde luego, disentimos en cuanto a la afición a la caza (por varias razones: falta de medios, respeto a la vida en general, y no verle la gracia a tumbar a un bicho al que necesitamos para comer, de un balazo).

Tiene la Casa Real una asignación aprobada en los Presupuestos Generales que, además, se nos ha ofrecido recientemente algo pormenorizada (y no han faltado voces que se apresuraron a aplaudir esta decisión de levantar algo el velo de cómo se gastan los dineros los monarcas). Se nos ha dicho, y así lo hemos incorporado a nuestro acervo cultural monárquico, que el único Patrimonio del Rey es el que ha conseguido reunir, por ser un buen administrador, de lo que pudo ahorrar del sueldo que tiene aprobado, y del que, además, paga rigurosamente sus impuestos.

¿Qué problema habrá, pues, en admitir que, correspondiendo a su alto nivel de ingresos, que triplica el de nuestro Presidente de Gobierno, y ahora que está en el calendario fiscal la recuperación del impuesto sobre el Patrimonio, gaste sus ahorros como le peta? ¿Hay algo malo en matar un animal de gran porte, -"descatalogado", eso sí-, seguramente un bicho al que a S.M. siempre le hizo "mucha ilusión" ver cómo caía abatido, doblándose de patas, para poder cortarle los colmillos y hacer con ellos alguna talla especial o regalárselos a quien más los aprecie?

Sigo preguntando: ¿No tiene este país sensibilidad para comprender el disgusto de ese padre separado, al tener que explicar a su ex que el hijo ya espigado, curioso como él, aficionado a los libros de caza como el abuelito, se deshizo un pie porque se le disparó una escopeta, a pesar de las precisas instrucciones que le habría dado de que nunca, nunca, apoyara los cañones en el pie para montarla, una vez que hubiera quitado el seguro?

Y, en fin: ¿No basta a esos republicanos indomables, incapaces de reconocer el favor que hace a este país anárquico tener un Monarca carismático, el haber escuchado de los portavoces de la Casa Real que el presunto delincuente Sr. Urdangarín, que ya expresó que tiene todos los argumentos posibles para demostrar su inocencia, recibió indicaciones concretas del jefe de la Casa de que debía abandonar de inmediato cualquier negocio relacionado con las Administraciones Públicas?

Abandónese, pues, la cacería. La pieza está en veda y, chascarrillos aparte, corresponde a una especie protegida, por la cuenta que nos tiene. En este momento tenemos mayores problemas que disparar contra la Monarquía, aunque se haya celebrado con nostalgia republicana el 14 de abril, como corresponde a nacidos sin más alcurnia que la que uno mismo haya podido echarse a las espaldas, sin padrinos ni árboles genealógicos que lo sustenten.

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(Nota: Me he permitido retocar la foto que los media publican de S.M D. Juan Carlos junto a un tipo desconocido y un elefante de prominentes colmillos y en posición letal, poniéndole al acompañante humano el rostro de D. Froilán)

 

Las malas jugadas de la memoria

Le habrá pasado al lector. Tratamos de identificar a los personajes que aparecen en las fotografías de hace cuarenta o más años y que se supone fueron miembros de nuestra familia, y dudamos. ¿Era el bisabuelo Antonio? ¿Esa que está junto al tío Jorge era su mujer, la que murió a mediados de siglo, o una hermana que se fue a Santo Domingo?

Si no tenemos la posibilidad de acudir a un especialista familiar en recordar anécdotas, datos y fechas, es probable que renunciemos a efectuar la identificación y, por tanto, la verdadera identidad de los fotografiados se pierdan para siempre, confundiéndose con el anonimato de los millones de seres que nos han precedido con la señal de la fe (o sin ella) y duermen ya el sueño de la paz (es decir, de la materia vuelta energía cosmogónica).

También hemos podido ser testigos de cómo la memoria flaquea incluso tratándose de nosotros mismos. Hechos y circunstancias que nos parece haber vivido, corresponden -al parecer, por lo que nos cuentan otros con mayor autoridad o claves para recordar lo que pasó en verdad- a nuestra imaginación, tal vez a la esfera de nuestros sueños.

Ah, también puede suceder que nos encontremos con alguien que asume el protagonismo principal de una historia en la que no traspasó el ámbito de mero espectador. Miles fueron los que participaron activamente en la transición política, corrieron delante de los grises cuando estudiantes; mucho antes, las guerras europeas se poblaron de héroes que protagonizaron hazañas propias de películas norteamericanas.

Por los detalles exasperantes con que nos cuentan su mili, el viaje a Thailandia o la operación de menisco, podríamos pensar que nuestros ocasionales interlocutores se han creído en el centro de algo muy importante, cuando deberían estar convencidos de que lo suyo carece de interés a partir de las dos micras de su ego.

Queremos, en realidad, asumir un papel más importante del que la realidad nos concede. Pocos son los elegidos, y, si analizamos el material, es ínfimo el número de los que ocupan espacios verdaderamente relevantes en la historia de la humanidad que debe ser, por lo demás, una parcela minúscula en la historia del cosmos.

Todos estaríamos seguros de identificar a algunos, pocos personajes difuntos hace tiempo. Pero tal vez esa identificación sea errónea, fruto de una trampa tendida por quien ha puesto nombre al retrato, o por una equivocación involuntaria.

Tal vez no estamos seguros de cómo era el rostro de ninguno de nuestros antepasados, independientemente de lo cerca que los tengamos en el árbol genealógico, que hayan sido humildes braceros, el emperador de Bizancio. la reencarnación de Shiva o la pareja de bonomos que despidieron del paraíso.

 

 

Con algo más que dos pelotas

Ese desiderátum oficial de lograr la igualdad de los géneros -que no se debe confundir con la fusión de los sexos- donde ha conseguido sin duda su objetivo es en la pérdida de identidad sexual en el lenguaje, quizá porque es uno de los escasos espacios en donde los políticos están convencidos de no tener mucho que decir y, por tanto, en el que los ocupantes del agora popular se manifiestan sin directrices ni tapujos.

Resulta así, sin que nadie les haya impuesto esta forma de comportamiento verbal, que en el lenguaje los hombres y las mujeres de nuestro pequeño país se ahn hecho iguales, y utilizan el mismo vocabulario, idénticas frases, los mismos giros y retruécanos. Hombres y mujeres usan las apelaciones a los atributos sexuales sin importarles si los tienen o no, para dar fuerza a lo que expresan

Hay que hacer, sin embargo, una importante precisión: las imágenes de metafórico contenido sexual que tienen su origen en características diferenciadoras del sexo masculino, son empleadas por las mujeres sin ningún problema, pero la situación inversa no se produce jamás.

Para algunos, esta situación puede aparecer como una consecuencia más de la pervivencia subliminal de la "añoranza del pene", entendido este apéndice como símbolo de poder.

Nuestra interpretación, es justamente la contraria: resulta un ejemplo claro del imparable desprecio por parte del segundo sexo (a despecho de lo que piensen el primero y el tercero) hacia ese adminículo y sus pendejos colaterales que forman parte inseparable -al menos, no desgajable sin dolor- del cuerpo masculino y, cuya utilidad, con los nuevos tiempos que ahora corren, se ha visto no solo controvertida, sino puesta al mismo nivel  que el consolador y otras manipulaciones que están al alcance de cualquiera.

Tal vez esta trivialización de lo específicamente viril sea la razón por la que muchas féminas están con harta frecuencia hastaloscojones o les importaunpito lo que les pueda suceder, e incluso exigen/prohiben que nometoqueslosgüebos a la primera de cambio en que el entrometido quiere hacerles la puñeta.

El desequilibrio, sin embargo, ha pasado a ser de signo inverso. Porque, como quedó expresado, estamos aún por oir -no digamos ya, por ver- que un varón esté hastalosmismosovarios o le importeuncoño cualquier asunto que realmente le parezca de poco interés o le cause la menor sospecha de desazón. Lo que no nos impide imaginar que, de seguir las cosas su evolución natural, descartemos que esté próximo el momento en que los varones empiecen a notar en el habla que tiene más fuerza apelar a los órganos sexuales femeninos que a los propios.

Son, al fin y al cabo, los efectos de la evolución del lenguaje, al encuentro de las expresiones que encajan mejor con lo que el momento pide. Cada vez son menos los necios de capirote, los bobos de baba y más los tontos del culo, y los maricones de cartel van cediendo sitio a los gilipollas y cornudos.

No queremos extendernos en más elucubraciones, porque echar mano a lo que se entiende por insulto en una sociedad acaba siempre por levantar alguna ampolla.  Quizá, hoy por hoy, lo peor que se puede llamar a un tipo es banquero y, en cambio, ser emprendedor está bien visto, y no digamos, ser bloguero, estar enredado con cientos de desconocidos en intercambios de paridas.

Por la razón que fuere, hasta la nueva presidente del FMI ha declarado públicamente, viniéndole al cuento por culpa de aquel que sustituye -caído en el pozo de una sensualidad de cajón y billetera-, que hay demasiada testosterona en las decisiones económicas, lo que es equivalente a poner el dedo en la llaga de lo impregnado que de sexo está el ambiente, pero no el virtual, el que surge de los recovecos de la líbido.

Entre dimes y diretes

Toda noticia sometida a la acción de dimes y diretes sufre una deformación proporcional al número de chismosos por los que se propaga y su alejamiento de la verdad será tanto mayor cuanto más interés exista en ocultarla.

Este principio indiscutible que consagra la capacidad de imaginación del ser humano para adornar con elementos de su cosecha, antes de contársela a un semejante, una información, ha alcanzado su versión capital en tierras alemanas, por obra y gracia de un bichito de los que, parodiando a aquel ingenioso ministro que fue Sancho Rof, aunque no se mataría si cayera de lo alto de una mesa, sí que lo hubiera hecho, ahorrando disgustos, si todos los alemanes se lavaran las manos después de hacer sus necesidades y las ministras alemanas lo pensaran dos veces antes de ponerse delante de un micrófono.

Ilse Aigner, la lamentable protagonista del hundimiento de las exportaciones agrarias españolas, no solamente no ha reconocido su grave error al imputar el brote mortal de E.coli (variedad mutante, pero váya a Vd. ahora a fiarse de los investigadores teutones) a los pepinos españoles, sino que persiste en la equivocación, una vez demostrado que no tenían nada que ver con el episodio que se desató en Hamburgo, afirmando ahora que, de todas maneras, los pepinos tenían bicho.

Podemos afirmar ahora, con contundencia, que los alemanes son unos guarros. Les hemos visto muchas veces salir del baño sin haber hecho pasar sus manos por el grifo. También estamos en condición de indicar que para ser ministra -o lo que sea- de Agricultura y Defensa de los consumidores en Alemania no es necesario saber del tema, sino solo estar afiliado al CSU de Baviera.

La Sra. Aigner es de profesión técnico en helicópteros -gracias a un cursillo de un par de meses-, que debe ser equivalente a reparador de televisiones en España, lo que no tendría mayor importancia -hay especialistas en esa rama del saber que son excelentes comunicadores- si supiera mantener la boca cerrada ante lo que no sabe.

Ilse Aigner, dimite, por favor. El prestigio de Alemania, al que has mancillado de forma difícilmente recuperable, lo exige. Los pepinos españoles saldrán del agujero en el que los has metido, pero tu incompetencia enciclopédica no tiene remedio.

Sobre la pista de la Escherichia Coli

La bacteria Escherichia coli es, casi con certeza, de todos los organismos procariotas, el que creíamos conocer mejor. Imprescindible para la digestión de los alimentos, capaz de provocar la fermentación de la glucosa y la lactosa, las cepas de este bacilo han sido estudiadas durante generaciones por biólogos, técnicos en aguas sanitarias, e investigadores de todo tipo.

Antes de que se le cambiara el nombre, en atención a su descubridor, el bacteriólogo alemán Dr. von Escherich, era conocida como Bacillum coli, y para la generalidad de los mortales era, aunque de forma anónima, el causante habitual de cólicos y diarreas -hoy llamadas gastroenteritis-, que aparecían cuando se ingerían alimentos en mal estado o aguas contaminadas por heces y que, en su inmensa mayoría, se curaban al cabo de un par de días tomando mucha agua y manteniéndose a dieta "blanda".

La aparición de esta nueva cepa mortal de la Escherichia coli en Hamburgo ha puesto, sin duda, en desarreglo mental a los prestigiosos bacteriólogos de Alemania, pero también de todo el mundo. Después del descalabro de haber atribuído a los inocentes pepinos españoles y a una manipulación poco cuidadosa de las hortalizas almerienses el origen de la infección, ahora -es decir, en la mañana del 4 de junio de 2011, cuando escribimos esto- no se sabe cuál pudo ser el foco que provocó el episodio de contaminación que ha causado ya 18 muertes y más de 2.000 enfermos, algunos muy graves.

Aunque no hay acuerdo absoluto sobre la identificación de la cepa de Escherichia que está detrás de todo esto, la opinión más extendida cree haber detectado que no es una variante, ni una mutación, sino el producto de la combinación de los materiales genéticos de varias bacterias de la misma familia: el serotipo E. coli 0104, que sería el que proporciona la base (un 80%), y que fue identificado en Corea en el año 2005, y otra u otras cepas (0517, 026,0111), también con potencial letal, al menos para los seres humanos.

Como ya sucedió recientemente con otros episodios sanitarios, la rápida propagación de la noticia se contamina de inmediato con la imaginación y el sensacionalismo de los medios y, también, con las actuaciones precipitadas y las declaraciones de incompetentes autoridades que, faltas de criterio y deseando únicamente salvar sus pellejos, crean alarmas sociales improcedentes, disparando al primero que pasa.

Nos parece que la investigación del foco de esta contaminación ha de buscarse, como en toda labor policíaca, analizando, ante todo, el mapa con la ubicación de los afectados. El análisis de lo que han ingerido o tocado en los últimos días supone realizar una extensa tabla de datos cruzados en la que hay que analizar todas las posibles correlaciones. Para conseguir de inmediato este contraste, se debe hacer a todos los afectados y a sus entornos familiares o laborales, un mismo cuestionario, quizá con más de cien preguntas al inicio, que se irán ampliando o perfilando sucesivamente, yendo desde lo general a lo más particular.

Se ha dicho por algunos medios que la(s) cepa(s) bacteriana(s) es/son muy resistente(s) a los antibióticos habituales. Llama la atención que, a pesar de su alto nivel relativo de propagación -un par de miles de personas afectadas no son de despreciar-, es reducido el ámbito geográfico y el número de casos no crece exponencialmente, sino que se ha contenido,  por lo que no parece que su difusión sea sencilla, y, desde luego, tampoco parece que se propague por contacto.

La causa ha de buscarse en la ingesta de algún producto por parte de los afectados, y es lo más probable que provenga de alguna granja animal (vacuno, seguramente), en las proximidades a Hamburgo capital, o a alguna partida de carne contaminada desembarcada en ese puerto.

En todo caso, nada que justifique la tremenda alarma causada y, por supuesto, hay que expresar nuestra más total reprobación hacia el comportamiento en este caso, tanto de las autoridades sanitarias alemanas como de la propia Unión Europea, que han actuado de forma insensata, generando un pánico colectivo sin fundamento y, lo que es aún peor, sin soluciones.

Contra pepinos, pepinazos

A los alemanes les gustan mucho los pepinos y, a algunos de ellos, concienciados ecológicamente a estas alturas de la película mundial, los cultivados sin pesticidas, crecidos al natural, a buen precio, y, obviamente, ofrecidos con todas las garantías de salubridad e higiene.

La empresa "Pepino Bio Frunet" es uno de los productores y exportadores españoles de hortalizas a Alemania. En especial, como su propio nombre comercial indica, su producto estrella son los bio-pepinos, que en aquel país se comercializan como Bio-Gürken.

El nombre de esta empresa es, por el momento, el único que ha trascendido, como responsable de que algunas de estas humildes hortalizas, no muy del agrado de los gustos españoles, hayan aparecido en los mercados de Hamburgo y otros lugares del norte de la Europa comunitaria, infectadas con un tipo realmente raro de E. colli (Escherichia colli), la cepa O104.

El caso no es para minimizar, porque ese cepa bacteriana puede provocar la muerte y, hasta el momento, (31 de mayo de 2011) se han registrado 14 fallecimientos -y más de 400 enfermos- que le son atribuídos por las autoridades sanitarias alemanas, en una extensión que ha dado al caso características de "epidemia".

Desde el momento en que se tuvo la sospecha de que una partida de pepinos españoles era portadora de la bacteria, se informó, su importación. Como es de imaginar, se creó una alarma general sobre las hortalizas españolas, cerrándose para ellas el mercado comunitario.

Es conmovedor ver ahora las fotografías de la consejera andaluza de Agricultura, Clara Aguilera, comiéndose "a pelo" un pepino ecológico, componente que ha pasado a ser constituyente de la dieta forzosa de los políticos españoles. Porque desde nuestro pequeño país se está negando la mayor: los pepinos portadores del bicho ese pueden que sean españoles, pero la bacteria de marras, no.

Conmueve, pero también, nos enrabieta. Haber apuntado hacia la tierra de cultivo de las hortalizas, sin haber realizado una mínima investigación, no ya respecto a lo que habían ingerido los afectados -algunos declaran no haber probado pepinos de ningún tipo- sino de lo que pudo haber sucedido a unos pobres pepinos españoles hasta llegar a un mercado de Hamburgo -proceso sometido a condiciones estrictas de trazabilidad-, es una temeridad cuyo daño comercial no puede menospreciarse.

Es como si, por haberse saltado una tuerca de una máquina fresadora automática alemana, con la desgracia de haber saltado un ojo a un operario, se prohibiese la importación de todas las máquinas herramienta con origen en las tierras teutonas, sospechosas de pronto en haber sido mal ensambladas.

Un pepinazo, vamos.

Para terminar el Comentario, recogemos que la penicilina y los antibióticos tradicionales "de amplio espectro" no sirven para tratar las diarreas, en los casos más graves, sanguinolentas, causadas por esta bacteria mutante, que produce las toxinas Shigas, a las que se imputa lo que se conoce como Síndrome urémico hemolítico (SUH o HUS, por sus siglas en inglés).

Los europeos nos hemos vuelto muy limpios (aparentemente, al menos), lavamos con agua clorada las hortalizas y legumbres que ingerimos, y son raros los episodios diarreicos.

Tanto lavarnos nos ha hecho, posiblemente, más vulnerables y, también, menos imaginativos respecto a lo que puede suceder en una manipulación de lo que comemos, que no está bajo control total (cajas que caen al suelo, camiones que se utilizaron antes para transportar ganado, expendedores, cocineros, sirvientes o el propio que ingiere el alimento, que no se lavan con jabón después de ir al aseo, etc.).

En Latinoamérica han hecho más estudios de cómo tratar a estas cepas. Parece que los antibióticos betapenems, que pertenecen al tipo de los Beta-lactámicos, (entre los que figuran penicilinas, cefalosporinas y muchos otros), administrados por vía intravenosa, son los únicos que han evidenciado la deseada eficiencia para atajar el síndrome. 

Mientras se resuelve el embrollo, un consejo para gente tranquila: comamos hortalizas españolas, que se nos han puesto muy baratas y siguen estando igual de ricas y nutritivas. Lo hemos hecho con la carne de ternera cuando la aventura de las "vacas locas", con las fresas italianas cuando "el desastre de Chernobil", con el aceite de oliva cuando los "bichitos de la colza", con las aves de corral cuando el episodio de la "gripe aviar", sin olvidarnos del "salmón noruego contaminado con mercurio", de la "merluza del norte con anisakis", y de las apetitosas "caballas y sardinas del norte", cuyo único defecto conocido es ser baratas hasta que las descubran los japoneses.

A las autoridades alemanas les puede importar el asunto del pedrisco que han levantado sobre el campo español un pepino, pero a nosotros, el que los alemanes no nos importen los pepinos no solamente nos hace la pascua y nos toca los pinreles, sino que nos parece increíble que nos sigan viendo como gastarbeiter que les limpiamos la basura con las manos sucias por su roña, después de las veces en que les hicimos la pelota por sus ocurrencias y nuestros esfuerzos porque se sientan en su casa cuando su idea del estado del bienestar los convierte en jubiletas, poniéndose morados con nuestros caldos y mariscos y rojos por el sol de nuestras playas. 

Sobre los índices de enajenación mental de un pais

No nos consta que alguien se haya preocupado por poner en circulación un índice (o varios) que sirvieran para medir y, por tanto, establecer impertinentes comparaciones, el grado de enajenación mental que soporta un país en un momento dado.

Tenemos la sospecha de que, si tal medida existiera, España se encontraría actualmente en uno de los lugares altos del palmarés colectivo, por la acumulación de sucesos casi simultáneos que no tienen aparente justificación.

Para precisar mejor de qué hablamos, actuemos primero definiendo por exclusión: no nos estamos refiriendo a lo que se entiende -también sin patrón de medida que conozcamos- por "índice de crispación", cuyos síntomas serían todo un conjunto variopinto de manifestaciones, en el área social como en la individual:

-los disturbios callejeros, las huelgas, las pellas(estudiantiles o no), las quejas en los media, las demandas jurídicas y antijurídicas, los exabruptos -incluso los acompañados de un llegar a las manos momentáneo-, pronunciados tanto en charlas de café como en ateneos, círculos, clubes o seminarios,...
-y, sin ánimo de ser exhaustivos, los comentarios de portería y taxi, los bajos rendimientos evidenciados en oficinas y despachos...
-o sea, y en fin, cualesquiera exhibiciones, siempre que sean racionales y, por tanto razonables, por las que un colectivo -grande o pequeño- trata de poner en claro su malestar a quien corresponda, aunque a menudo quienes sufren los efectos no tengan un pepino que ver con las causas del desánimo.



Hablamos aquí de las conductas irracionales, de los comportamientos sin justificación asumible, desproporcionados e injustificables desde la perspectiva de los sanos juicios. Todas estas acciones que se advierten faltas de aplicación de los sentidos comunes, deberían ser registradas cuidadosamente, porque pueden presagiar la contaminación grave de la irracionalidad, un efecto dominó de muy graves consecuencias.
Tenemos en España ejemplos como el que ha puesto en el candelero de las miradas de terror, el de la, por otra parte, hermosa ciudad de Olot, en el que un individuo mata a cuatro personas, dos de ellas (al parecer) porque no le pagaban lo que le debían y otras dos, empleados bancarios, porque (al parecer) se negaron a abonarle un talón sin fondos con el que los dos anteriores habían pretendido librarse de la persistencia con que el homicida reclamaba los abonos.

Gentes, a las que sus vecinos definen como absolutamente normales, hasta que asesinan a su pareja, o a sus hijos, o se cuelgan de un árbol después de hacer desaparecer a su novia. Por supuesto, también, grupos de trabajadores muy bien pagados que, un buen día, para llamar la atención, abandonan su ocupación en bloque, dejando a todo un país empantanado, con la cara de pasmáo, justificándose aquellos , cuando les pasa algo el calentón, que se sentían como perros encadenados a los que se les pegaba a diario y de los que, en consecuencia, el dueño no puede esperar un comportamiento amistoso.

No estamos, claro, al nivel de esos kosovares que engordaban y cuidaban en granjas a sus prisioneros serbios para que, una vez sacrificados, sus riñones y otros órganos pudieran ser más apreciados en el mercado de órganos (ni tampoco al nivel de quienes los adquirían). Por supuesto que lo que está acaeciendo no tiene nada que ver con los asesinatos de compañeros de colegio en inconcebible compensación por no haber aprobado una asignatura.

Obviamente, estamos (tocamos madera) muy lejos de aquellos compatriotas que, no hace ni los ochenta años, decidieron llegado el momento de ventilar a tiros sus diferencias respecto a los conceptos de orden establecido, propiedad, religión y, en fin, o me matas o te mato y luego vendrán las explicaciones. Y no digamos la distancia que afortunadamente nos separa respecto a los padres y abuelos de esos siempre gallardos centroeuropeos que, en un momento de calentura colectiva, decidieron que ya estaba bien de aguantar que los judíos tuvieran más suerte en los negocios.

Nos cansaría poner más ejemplos. Un índice de enajenación mental, refrendado por instituciones serias y competentes, pondría sobreaviso del calentamiento de las ollas de irracionalidad que forman parte de la esencia humana, activando el gen de la locura.

Sobre la intensidad del presente

Hay momentos que vivimos con mayor intensidad, en los que parece acumularse la carga emotiva. Esa sensación solamente la percibimos desde el presente, bajo la forma de un acaloramiento especial, una tensión del alma que dilata el ahora, haciéndonos creer fugazmente que esos instantes son más duraderos.

Lo llamaríamos "intensidad del presente", y si fueramos capaces de medirla y representar su evolución a lo largo de nuestra vida en un diagrama tiempo-intensidad, obtendríamos la secuencia de las cargas emocionales que han conformado nuesra existencia.

Si esto le pareció demasiado simple, le aconsejamos que espere a leer lo que viene ahora para calificarlo.

Cuando supimos que Melanie Griffith tenía como libro de cabecera "El poder del ahora (una guía para la iluminación espiritual)" de Eckhardt (Ulrich) Tolle, nos apresuramos a adquirirlo (10 euros, Gaia Ediciones, 2010). Conocer algo mejor los entresijos de la mente de la simpática actriz que ha decidido pasar el resto de su vida entre Antonio Banderas y sus períodos de desintoxicación merece la pena.

El libro no decepciona, desde luego. Este best seller (denominación que se consigue en EEUU escribiendo cualquier simpleza y que se traslada al cabo de unos meses o años -en este caso, el libro fue escrito en 2001- a Europa en una traducción que parece realizada por un estudiante de filología de segundo curso) es una colección de consejos para (tratar de) adquirir el control sobre el sufrimiento.

La clave de tal logro, si hemos entendido bien, es disfrutar del ahora, sin preocuparse por lo que se ha sido o se podrá ser, considerándonos como algo completo.

Para fundamentar este y otros postulados, Eckhardt recurre a lo que haga falta: "Una de las grandes comprensiones aportadas por la física moderna es la de la unidad entre el observador y lo observado: la persona que dirige el experimento -la conciencia observante- no puede separarse del fenómeno observado, y si miras de otra forma, el fenómeno observado se comportará de manera diferente"

Esta referencia elemental a la cuestión de la relatividad, teoría, como se sabe, abordada originalmente, no por Albert Einstein (1905) , sino por Jules Henry Poincaré y Hendrick A. Lorentz (1904), no aporta, en verdad, mucha enjundia, para reforzar las ideas de Eckhardt, un filósofo más bien de andar por casa que se cayó de su caballo particular cuando tenía 29 años y estaba en un tris de suicidarse. 

Más bien al contrario. Creemos que, si bien está el avanzar en el conocimiento de uno mismo, mediante la prospección y, sobre todo, por la vía catártica, aprendiendo a no dar importancia a lo que nos ha sucedido ni nos sucederá, lo que evitará agobiarnos, es imprescindible que algunos genios nos ayuden a entender mejor el cosmos.

Porque para entender lo que pasa alrededor, y poder disfrutar mejor de lo que tenemos a disposición, sin caer en un misticismo arrebatado propio de santones e iluminados, necesitamos que haya seres superiores entre nosotros, con muy amplios e innaccesibles (al resto) conocimientos de física, química física, matemáticas e ingeniería (entendida aquí como praxis de las anteriores ciencias), además de un buena base de filosofía para formar la coctelera.

Y es que, además de propugnar la alternativa de una vía beatífica válida para los más simples -a los que no despreciamos, en absoluto-, algunos -qué se le va a hacer- no cejamos en animar a que se mejore la educación de los que van a forma la vanguardia de nuestra sociedad, para que puedan explicarmos, siempre mejor, qué hacemos aquí, por qué razones, a cuénta de qué diantres.

Sobre las leyes del deterioro progresivo

Preocupados los físicos teóricos por encontrar una gran explicación al cosmos y su evolución, los que nos movemos con los pies en la Tierra -no por más inteligentes, voto al chápiro verde, sino por pura necesidad-, lo que advertimos es su deterioro.

El asunto del deterioro no tiene que ver con ningún principio de la Termodinámica (al menos, de los descubiertos hasta ahora), pero resulta de lo más inquietante, porque, aparentemente al menos, rige nuestra existencia y la de todo bicho viviente.

El deterioro es la degradación de lo que entendemos por estado perfecto de un ente, y puede venir provocado por acción de agentes externos o por la evolución natural del mismo.

De entre todas las formas de deterioro, nos interesa reflejar hoy la modalidad de deterioro progresivo, que sería aquel en el que el cambio resulta apenas perceptible, por realizarse, no a saltos, sino suavemente a lo largo del tiempo.

Los seres vivos nos encontramos en el reducto de actuación del deterioro progresivo, que es, a veces, visitado por el deterioro brusco, que aparece después de una enfermedad grave, una operación, un accidente, y que, una vez instalado en nosotros, es prácticamente imposible de erradicar, al menos, a partir de cierta edad.

Cuando estamos ausentes de un lugar durante algún tiempo, al volver a él descubrimos, en las personas -y cosas, especialmente en el paisaje- los efectos terribles que ha causado el deterioro progresivo.

Aquel a quien admirábamos por su belleza es hoy un amasijo corpóreo de pieles arrugadas; el ágil atleta se ha convertido en un anciano en silla de ruedas; el río al que alborotaban piscardos y caballitos del diablo, ha devenido una cloaca infecta.

Las leyes del deterioro progresivo son, desde luego, función del tiempo, aunque la curva que las representa es casi plana; es imperceptible para el que lo sufre en sus carnes o en su entorno, pero, a partir de un cierto nivel, se instala definitivamente en la retina, y convierte a su portador en un despojo.

Actuando sobre nuestro microcosmos, estas leyes de naturaleza aún bastante ignota, parecen contradecir las teorías acerca de cualquier expansión infinita del Universo, pues nos llevan a pensar que todo lo vivo avanza, lenta, inexorablemente, hacia su involución, allí donde la mierda.

Los principios generales que rigen el deterioro progresivo, deducidos de la apreciación empírica, podrían enunciarse así:

"Todos los seres vivos evolucionan de forma natural hacia su deterioro;

Todos los elementos físicos no naturales que son abandonados, se deterioran en poco tiempo;

El ser humano posee una predisposición natural a propiciar el deterioro de lo que no le pertenece;

No hay ninguna ley ni norma que pueda conseguir eliminar definitivamente el germen del deterioro, que es un endemismo del hábitat del hombre".

 

 

Sobre las iguanas

Pocas veces como en estos tiempos la Humanidad parece estar necesitada del auxilio del Guardián del centeno.

El guardián del centeno (The Catcher in the Rye, de J. D. Salinger) es la metáfora más afortunada de Holden Caufield, el adolescente protagonista:

"... me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno. "

Ya, ya sabemos que la traducción es equivocada y que nadie está guardando el centeno, sino que lo que Salinger pretende es presentar la imagen amable del atormentado Caufield, preocupándose, como haría un Catcher en el juego de béisbol, de que la pelota no caiga al terreno de juego, dándole el punto al contrario.

También sabemos que por estas latitudes el centeno ha sido sustituído por el trigo, por el girasol, la lenteja o, simplemente, se prefiere sembrar y dejar los terrenos sin atender, en baldío, cobrando, eso sí, las subvenciones.

Sea como fuere, el campo de centeno, o de trigo, es inmenso, pero nos hemos acercado al precipicio para jugar, para retozar.

No sabríamos ni siquiera explicar el atractivo que significa, habiendo tanto campo libre del que disfrutar, esa cortada a pico. Ni siquiera podríamos justificarlo por nuestro hipotético amor al riesgo. Nos gusta la tranquilidad, volver a casa a tomarnos el bocadillo, dormir arropados por mamá, soñar con los angelitos.

Si, extremando el cuidado, nos asomamos al borde -con precaución de que nadie nos empuje, en los alocados movimientos de algunos compañeros de juego- nos parecerá ver que abajo hay un terreno igualmente inmenso. Pero vacío, desoladoramente vacío.

Fijando nuestra atención, podemos creer que algo semejante a una iguana, -¿o es un dragón?-, estático como una estatua, junto a un árbol seco, nos espera.

No hay nadie más, no se sabe nada de los que, antes, hayan podido caer en el terreno de la iguana.

Sobre la belleza del cuerpo humano

Sobre la belleza del cuerpo humano

Ahora que estamos en verano y, como a pesar de las claras indicaciones sobre los riesgos de tomar el sol a porta gayola, el personal sigue despelotándose en las playas, podemos encontrar material de primera mano suficiente para analizar las condiciones estéticas del cuerpo humano.

Es evidente que estas apreciaciones serán siempre subjetivas. Aunque existen datos para afirmar que se puede contar con un general consenso a la hora de atribuir belleza canónica a algunos especímenes, si detectados en su sazón, también es cierto que parece darse una clara propensión a no valorar en demasía los defectos propios, lo que conduce a que no se está en igual condición de juzgar la fealdad o belleza del otro si resulta que hay en él la misma o parecida nariz prominente, orejas de soplillo u ojo casibizco.

También hay que considerar la influencia decisoria del paso del tiempo. No es lo mismo Laura Antonelli -valga como ejemplo- en sus 30 que con los kilos de más que la edad y las tribulaciones le han puesto.

Tampoco hay porqué descabalgarse con un "yo de belleza masculina no entiendo", siendo varón heterosexual, porque todos hemos envidiado a un Rock Hudson (antes, ay, de que se descubriera gay) o a un George Clooney (del que no consta, para defensa de puristas, al menos hasta el momento, otra propensión que al sexo-género tenido por opuesto).

Pero a lo que íbamos. Del espacio muestral disponible, cabe deducir que, a diferencia de lo que podemos apreciar en la inmensa mayoría de las restantes especies animales, el período en el que el ser humano goza de presunción estética es muy pequeño. No hay, por supuesto, mociquina de a quince que no sea guapa o fea. Hay, para envidia de casi todos, unos pocos ejemplares humanos que tienen, entre los 16 y los 35, una incuestionable belleza.

A partir de ahí, ni las inyecciones de botox, ni las operaciones de cirugía estética, ni las asistencias al gimnasio, pueden evitar que, llegados los cincuenta, las ojeras, los michelines, los inoportunos colgajos dérmicos y los achaques físicos y síquicos de la más variada naturaleza, desaconsejen la exhibición pública de nuestro deterioro.

Claro que, como cada uno es libre de hacer lo que quiera con lo suyo, siempre que no cause mal a otro, nada impedirá que se muestren, incluso con incomprensible ostentación, las muestras de la fealdad en que se convierte el cuerpo humano.

A los amigos de lo estético solo nos queda la opción de mirar hacia otro lado o concentrar la visión en esos jóvenes -reconocemos aquí nuestro sesgo sexual, afirmando sin tapujos y sin asomo de perversión que estamos especializados en cuerpos femeninos- que aún no han tenido tiempo a darse cuenta que lo nuestro es humano, que se deteriora sin posibilidad de contención, que el atractivo de la carne, perece.

Sobre las madres de los hijos de mala madre

En casi todas las lenguas, el peor insulto que puede lanzarse a un hombre -no suele utilizarse con mujeres- es llamarle hijo de mala madre. Hijo de puta, son of a bitch, Hürensohn, fils de putain, إِبْن كَلْبَه (Oueld El Kahba), etc.

Cuando se lanza tal andanada hacia la genealogía del otro, se desconoce, por lo general, todo sobre su madre. Lo que se quiere expresar, mediante ese arabesco lateral esa perífrasis, es que aquel a quien nos referimos es un canalla, un tipo nada de fiar, un elemento de cuidado.

En el día de la madre, ese invento comercial tan eficaz, queremos tener un recuerdo especial hacia las madres de los hijos de mala madre.

Ellas que, como todas las demás, los han amamantado o alimentado con biberón, que han vivido noches en vela cuando los suponían con varicela, sarampión o escarlatina, que se han emocionado cuando terminaron su formación profesional o su carrera, abrieron su tienda, taller o consulta, enseñan su foto cuando aparece en el periódico o esperan su llamada telefónica en este día señalado, no tienen la culpa de cómo son sus hijos.

Pero, sin saberlo ni sospecharlo siquiera, cargan con el estigma del juicio que nos merece el comportamiento desleal, retorcido, insolidario, egoista o despótico, de sus perversos retoños.

Por eso, debemos recuperar el buen nombre de todas esas madres, exculpándolas de que sus hijos nos hacen daño. Llamémosles a ellos por su nombre, avergoncémosles sin circunloquios por su comportamiento, clavándoles directamente en su prestigio la aguja de nuestro desprecio.

Para la restitución de dignidades arrebatadas a prostitutas y a sus hijos, ya dedicaremos otros días. La reinvindicación tiene también su recorrido.

 

Sobre la intimidad

La instalación de aparatos de rayos equis en los controles de aeropuertos que permiten dejar al descubierto la silueta de los viajeros y otras líneas de sus principales contornos, ha provocado una considerable reacción, por parte de quienes alegan que se afecta a la intimidad de las personas.

Es conmovedor que haya  gentes que crean que todavía tienen intimidad que preservar. Porque las fronteras de la intimidad, física y síquica, hace ya años que han venido sufriendo tales embates, que no deben quedarle ni trizas ni cenizas.

No nos engañemos, sin embargo. De muchos de nosotros se conoce prácticamente todo y, además, la información está disponible al alcance de cualquiera, con la única condición de que tenga un ordenador y un buscador conectado a internet.

Gracias a esa exposición permanente de la propia desnudez, en absoluto consentida, recibimos llamadas a nuestros teléfonos -fijos o móviles- con la intención de ser encuestados sobre las más variadas opiniones y gustos y a las horas más inoportunas; tenemos que soportar que se nos atiborre el buzón de nuestra vivienda con propaganda jamás solicitada.

A despecho de las leyes de protección de datos, se acumulan ficheros en lugares misteriosos sobre nuestros gustos, compras realizadas, trayectoria profesional, datos domiciliarios y bancarios, correos electrónicos y relaciones de amistad o familiares.

Ah, pero de otros individuos de la misma especie humana no se conoce absolutamente nada. No ya por Vd., al que maldito se le hacen falta, si no tampoco esos mismos Estados con apariencia omnipresente que se empeñan en vigilarle cada movimiento, y con persistente dedicación le sacan los euros de su trabajo como autónomo o asalariado para alimentar una braquicefalia locuaz y que ahora se han propuesto desnudarle físicamente cuando tiene que tomar el avión, para cerciorarse de que no lleva consigo explosivos.

Porque la forma que han decidido de tranquilizarle a Vd. ante la evidente amenaza terrorista es demostrarle a Vd. y a la gente como Vd., que nos quieren en pelota. Así nos ven. Como en el cuento de Andersen, solo que al revés. Ahora no es el Rey el que va desnudo, somos nosotros, los súbditos disciplinados del sistema los que vamos en porretas. Nosotros que, por supuesto, jamás hemos pensado colocar una bomba en ninguna parte, y que nos habíamos creído que podíamos preservar nuestras carnes tolendas de la curiosidad ajena con unos cuantos trapitos de rebajas.

Mientras tanto, los malos, con identidades falsas y en lugares inaccesibles, con argumentos incomprensibles pero armas y explosivos que les han vendido algunos que se dicen de los nuestros, estudian nuevos métodos sangrientos con los que vulnerar los costosos mecanismos que hemos pagado con la promesa de detectarlos, aunque, por lo visto, solo sirven para confirmar que nos tienen en pelota.  

Sobre la nanobiología

El perfeccionamiento instrumental permite al científico ampliar su campo de investigación hacia lo más grande y hacia lo más pequeño, con descubrimientos que si bien no consiguen disminuir la inquietud que produce en nuestra racionalidad la complejidad del mundo del que formamos parte, ofrecen algo de consuelo porque creemos entenderlo un poco mejor.

Entre los trabajos de investigación de máximo atractivo, hay que situar la nanobiología y, específicamente, el estudio de los quasi-virus. Como el lector con seguridad conoce, los virus son conjuntos de proteinas y lípidos en torno a un núcleo con información genética. Los quasi-virus carecen de esa información (al menos, que sepamos).

En la Jornada dedicada a los quasi-virus, organizada por la Fundación Ramón Areces el 21 de noviembre de 2009, se habló mucho de los quasi-virus. El acto se programaba también como un homenaje a Charles Darwing, que en 1859 pudo ver publicado On the Origin of Species.

Darwing no incorporó los microbios a su teoría de la evolución. Los virus no fueron descubiertos hasta 1898 por Loefller y Frosch, que investigaron el virus de la fiebre aftosa.

El profesor Esteban Domingo, director del Centro Severo Ochoa, recordó en su disertación que en 1 ml de agua hay del orden de 10 elevado a 8 partículas virales, y que en la biosfera se presentan 10 veces más virus que células (entre 10 elevado a 31 y 10 elevado a 32). Vivimos en un escenario de virus, sometido a permanentes mutaciones, algunas de las cuales -las negativas- provocan su extinción.

Los virus son el enlace necesario entre los principios darwinianos de la evolución y la teoría de la información genética, desarrollada por Eigen, Wilke, Saakian y otros científicos.

La cuestión de resolver la relación entre lo físico y esa parte de lo metafísico que está compuesta por la biología, puede estar en los quasi-virus, cadenas lipoproteicas que se alinean al azar, es decir siguiendo el principio de casualidad, hasta que se produce la transición crítica, el momento en que esas cadenas de transmisión que no acumulan información, pasan a transmitirla.

A Esteban Domingo alguien de la sala le preguntó cuál sería la primera acción que supondría el paso de la transmisión de no-información a información. No lo dudó: la copia del quasi-virus en otro idéntico al primero.

Los quasi-virus parecen, por tanto, ocupar ese lugar privilegiado que conectaría el mundo físico -el de la causalidad- con el metafísico -em el que las relaciones, aparentemente, están regidas por la casualidad-.

Si la función de copiarse a sí mismo es, como puede ser razonable, el primer acto de la cadena no-biológica para comenzar su evolución hasta la actual diversidad (hace más de cuatro mil millones de años), estaríamos cerca de entender, al menos conceptualmente, cómo pudieron suceder las cosas.

Solo nos faltaría explicar cómo, qué, quién, por qué, (se) introdujo la función copiar, doblegando por primera vez el ciego multiplicarse de las cadenas lípido-prótidas en el, hasta entonces, inane multiplicarse por azar de los quasi-virus.

 

Sobre las moscas y otros dípteros

Seguramente el animal visible más molesto para el hombre es la mosca. Tiene incluso una versión invisible -al menos, no está documentado que se la haya encontrado actuando en el lugar que le da el nombre- que es la mosca cojonera.

"Para ya de hacer de mosca cojonera", se suele decir, en lenguaje coloquial, para referirnos a aquel que nos fastidia, especialmente si es el hijo de su padre, cuando repite hasta la exasperación las pretensiones con las que no estamos, de momento, dispuestos a transigir.

También están los "moscones". En Asturias, moscones son los naturales de Grado. No confundir con Grao, porque no es que sea una forma de dicción más elegante, sino que este otro es un sitio de Valencia. Por cierto, bacalado tampoco es una expresión culta por bacalao.

De forma general, los moscones eran quienes que rondaban a las mozas guapas, diciendo tonterías, por ver si alguna de ellas se ponía a tiro, y que tenía el efecto de espantarles a los pretendientes serios. "El baile estaba lleno de moscones, -decía, contrariada, la niña casadera al volver a casa- y nos aburrimos como ostras".

Están, en otro lugar de la etimología práctica, las/los "mosquitas muertas". Son, generalmente, adolescentes que ni fú ni fá. Ocupan el sitio, pero no tienen gracia, no atraen pescado, no proponen actividades ni las realizan. "Menganita es una mosquita muerta. Qué desesperación", suele decirse de un lastre tan pesado.

Por extensión, se aplica a los varones de carácter pazguato. Pero es preferible decir, en ese caso, es un pasmarote, un tocacojones, un guebón o, simplemente, que alguien está de más en ese entierro.

Cuando alguien se siente amoscado, en sentido figurado, lo aconsejable es plantar la cara y andarse directamente al grano. No merece la pena rumiar en solitario la desazón, que es lo que significa esta mosca. Hay que pedir aclaraciones y acostumbrar a la gente a que vaya con las cosas por delante.

Y si la situación es real, y los dípteros nos molestan, se puede optar por el mosquitero y, si no hay una red tan fina a mano, optar por medidas más expeditivas.

Se suelen utilizar insecticidas para librarse de las moscas, mosquitos y otros bichos molestos. No es lo aconsejable, pues ese envenamiento se traslada al resto de la cadena trófica, matando pájaros y carroñeros. Es mejor la palmeta, que aunque tiene efectos restringidos (excepto en casos excepcionales, como el del sastrecillo valiente, que mató siete de un golpe), no perjudica el hábitat.

Se debería tener en cuenta, además, que las moscas no nos rondan por casualidad, sino que se sienten atraídas por lo que producimos y, sobre todo, por lo que desechamos. Viven de la mierda. Incluído el amasijo de carnes que, para ellas, constituye nuestro propio cuerpo y en donde confían (lagarto, lagarto) poner sus huevos algún día.

Sobre lo poco que sabemos de proteómica

Estamos a punto -cuestión de quizá otro par de centenares de años- de modificación natural del genoma humano, generándose así una nueva especie, la de un superhombre, homo sapiens ultrasapiens.

Pero también podemos ver el camino mucho más corto, si admitimos que los experimentos que se han llevado a cabo con cobayas animales, -ratones-, modificándolos genéticamente, consiguiendo prolongar su vida media muy por encima de lo que es normal en su especie, y alterando su comportamiento, pueden efectuarse con igual éxito con seres humanos.

Podemos estar a punto de identificar dos tipos de seres humanos. No los blancos y los de color. No los pro-palestinos o pro-judíos. Ni suquiera los norteamericanos y el resto del mundo. Simplemente, los que puedan pagar el acceso a esas nuevas tecnologías y los que no.

El primer párrafo de este comentario corresponde a las ideas que vienen siendo expresadas, desde hace ya varios años, por el grupo de científicos que componen la plataforma World Future Society. Parecen estar convencidos de que algunos cerebros humanos han evolucionado tanto que la inmensa mayoría no es capaz, por mucho que se esfuerce, de seguir sus elucubraciones. Solo se entienden bien con los computadores y es previsible que, con un poco de ejercicio adicional de esas neuronas hiperactivas, sus sucesores genéticos conseguiríán consolidar una mutación que viene anunciándose a la chita callando.

El segundo párrafo, recoge una parte de las declaraciones de Luis Serrano Pubull, biólogo molecular del Centro de Regulación Genómica de Barcelona (EP 11.01.2009) . Su equipo está estudiando la interacción de las proteínas sintetizadas por los genomas, es decir, la secuenciación de los genes. Esa interacción es la que provoca la diferenciación de las células, lo que las hace agruparse en sistemas que constituirán los diferentes órganos del cuerpo. Obviamente, por esas interconexiones cuyo móvil es aún desconocido, se provocarían mutaciones ocasionales en las células.

En nuestro organismo tiene lugar una frenética actividad que el cerebro aún no ha sido capaz de entender más que en una mínima parte y, por tanto, no le es posible organizarla. De momento, nos contentamos con el control de algunas funciones, y, especialmente, estamos satisfechos de conseguir estimular nuestra capacidad para incorporar información con algunos trucos.

Podemos soñar en que llegará el día en el que algunos cerebros puedan lanzar órdenes para que los genomas se comporten de una determinada manera. Incluso, podría dársele información directamente, sin necesidad de que pasara por células intermedias. Podríamos saber sin haber estudiado; conocer sin necesidad de acumular experiencia. Vivir más tiempo, o todo el que apeteciera, conservando lo esencial del yo: ¿la matrícula, el número del bastidor del motor?

Hacia el exterior como hacia el interior del ser humano, qué poco sabemos de lo que nos rodea y de lo que nos conforma. Qué lejos parece estar todavía Dios en ambas direcciones...y qué atractivo resulta, para científicos como para legos, descubrir las razones predispuestas en ese campo de experimentación inmenso que llamamos naturaleza.