Sobre la intimidad
La instalación de aparatos de rayos equis en los controles de aeropuertos que permiten dejar al descubierto la silueta de los viajeros y otras líneas de sus principales contornos, ha provocado una considerable reacción, por parte de quienes alegan que se afecta a la intimidad de las personas.
Es conmovedor que haya gentes que crean que todavía tienen intimidad que preservar. Porque las fronteras de la intimidad, física y síquica, hace ya años que han venido sufriendo tales embates, que no deben quedarle ni trizas ni cenizas.
No nos engañemos, sin embargo. De muchos de nosotros se conoce prácticamente todo y, además, la información está disponible al alcance de cualquiera, con la única condición de que tenga un ordenador y un buscador conectado a internet.
Gracias a esa exposición permanente de la propia desnudez, en absoluto consentida, recibimos llamadas a nuestros teléfonos -fijos o móviles- con la intención de ser encuestados sobre las más variadas opiniones y gustos y a las horas más inoportunas; tenemos que soportar que se nos atiborre el buzón de nuestra vivienda con propaganda jamás solicitada.
A despecho de las leyes de protección de datos, se acumulan ficheros en lugares misteriosos sobre nuestros gustos, compras realizadas, trayectoria profesional, datos domiciliarios y bancarios, correos electrónicos y relaciones de amistad o familiares.
Ah, pero de otros individuos de la misma especie humana no se conoce absolutamente nada. No ya por Vd., al que maldito se le hacen falta, si no tampoco esos mismos Estados con apariencia omnipresente que se empeñan en vigilarle cada movimiento, y con persistente dedicación le sacan los euros de su trabajo como autónomo o asalariado para alimentar una braquicefalia locuaz y que ahora se han propuesto desnudarle físicamente cuando tiene que tomar el avión, para cerciorarse de que no lleva consigo explosivos.
Porque la forma que han decidido de tranquilizarle a Vd. ante la evidente amenaza terrorista es demostrarle a Vd. y a la gente como Vd., que nos quieren en pelota. Así nos ven. Como en el cuento de Andersen, solo que al revés. Ahora no es el Rey el que va desnudo, somos nosotros, los súbditos disciplinados del sistema los que vamos en porretas. Nosotros que, por supuesto, jamás hemos pensado colocar una bomba en ninguna parte, y que nos habíamos creído que podíamos preservar nuestras carnes tolendas de la curiosidad ajena con unos cuantos trapitos de rebajas.
Mientras tanto, los malos, con identidades falsas y en lugares inaccesibles, con argumentos incomprensibles pero armas y explosivos que les han vendido algunos que se dicen de los nuestros, estudian nuevos métodos sangrientos con los que vulnerar los costosos mecanismos que hemos pagado con la promesa de detectarlos, aunque, por lo visto, solo sirven para confirmar que nos tienen en pelota.
1 comentario
Maria -
Yo fui educada en la cosideración del pudor como un bien en si mismo y ahora no puedo enseñar el culete a ningún guardia aunque tenga mi mismo genero.