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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Familia

Sobre las distintas formas de amor no relacionadas con el sexo

Encontrarnos en estas fechas "entrañables", -como se nos repite machaconamente- nos ha proporcionado material para una pretensión bastante ambiciosa, que no nos consta haya sido glosada antes: explorar -literariamente- las distintas formas de amor que marcan la existencia del ser humano que no estén relacionadas con el sexo, y tratar de encontrar su explicación sociológica.

No pretendemos exhaustividad, pero no excluímos un cierto rigor metodológico. La condición que nos imponemos nos evita realizar ninguna puntualización más acerca de cualesquiera situaciones en las que el sexo interfiera con los grupos de personas, animales o cosas que enumeramos seguidamente, sin necesidad de hacer continuamente precisiones de lo que queda excluído.

Digamos, para empezar, que los sujetos u objetos de amor cambian bastante a lo largo de la vida, pudiendo decirse que, salvo casos aberrantes, el único elemento que permanece estable es el propio sujeto. Por eso, sin duda, casi todos las leyes, naturales, artificiales, como divinas, se refieren a "amar al prójimo como a uno mismo", sabiendo que es absolutamente imposible llegar a ese nivel con un ser humano.

Son muchos, y en número creciente, sin embargo, los humanos que llegan a amar aparentemente más que a sí mismos a algunos animales, en especial, a los gatos y perros con los que conviven y con los que alcanzan un grado de compenetración que jamás hubieran alcanzado con un congénere. En todo caso, los aman con bastante mayor intensidad que al resto (o casi) de sus similares, genéticamente hablando.

No hay más que ver a estos esforzados dueños (en realidad, convertidos en colegas) de animales a los que conceden una inteligencia sobrenatural (por lo que cuentan de ellos), recogiéndoles la mierda (mejor este acto, desde luego, que dejarla abandonada en los alcorques, parques de juego infantiles y aceras de tránsito peatonal obligado), llevándolos al veterinario regulamente o a la peluquería especializada en sacarles el dinero, o, incluso, comprándoles delicatessen en los hipermercados que también expenden algunos productos para humanos con elevado poder adquisitivo, fruslerías adecuadas para el disfrute gustativo al tiempo que controladoras del tránsito intestinal, tanto de bípedos como de cuadrúpedos.

Si el amor a algunos animales alcanza cotas insuperables para el amor humano que son capaces de desarrollar esos amigos de los primeros, no debemos dejar de referirnos a los arrebatos de amor que surgen en nuestra especie (nos referimos a la humana) en momentos muy especiales, por algunos objetos materiales igualmente muy singulares.

En este capítulo, por ejemplo, se localiza el deseo de posesión -no sexual, como tenemos apuntado, y, en este caso, por la propia naturaleza del objeto amado- de coches, artilugios mecánicos, vestidos, joyas, etc., que despiertan una inclinación hacia aquellos que se venera, que al sujeto paciente le resulta, si dispone del dinero suficiente, imposible de contención. Como en el caso de la pasión carnal, y curiosamente, no son pocas las ocasiones en que, una vez satisfecho el impulso, la cosa, perdida por ella el interés, es olvidada, abandonada o revendida con fuertes pérdidas.

Pero faltaríamos a la verdad si no indicáramos que, en muy específicas ocasiones y por determinados sujetos, es posible amar tanto a una persona como para desear convertirse en un objeto inanimado (por ejemplo, un Tampax, como fue confesado por una autoridad monárquica británica), o sentir por ella algo tan misterioso como para identificarlo como "amiguito del alma" (relación que presumía otras, menos confesables, entre, según quedó grabado para la posteridad judicial, el presidente valenciano Camps y un tal Alvaro Pérez).

Incluso puede llegar a obnuvilarles el pensamiento, como cuando la hoy ministra Leire Pajín invitó a sus rendidos amiradores a que "estén atentos al próximo acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta: la coincidencia en breve de dos presidencias progresistas a ambos lados del Atlántico, la presidencia de Obama en EEUU y Zapatero presidiendo la UE".

 

Sobre la familia, la propiedad privada y el Estado

Interprete el lector que el título de este comentario es un homenaje a uno de los mejores trabajos de investigación sociológica que haya realizado un ser humano: "El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado", de Friedrich Engels, escrito en 1884. Debía tener el deslumbrante filósofo muy claras las ideas porque lo escribió en dos meses.

Desde un plano más sencillo y sin ánimo revisionista, podríamos, sin embago, proponer algunas actualizaciones.

Por ejemplo, el concepto de familia ha sufrido sustanciales reformas.

Existen, básicamente, dos tipos de familia. El tipo, llamémosle, a), está en la actualidad compuesta de dos personas de cierta edad (más de sesenta años), de la que una de ellas cobra una pensión pública, independientemente de sus propiedades y restantes ingresos, y cuyos hijos -típicamente dos- ya llevan "emancipados" unos cuantos años, pero a los que ayudan económicamente. Este grupo es un residuo, o resto, de la familia histórica, a extinguir.

Los hijos de estos individuos en extinción, por lo general, no forman familia, aunque cohabitan con otra persona, y a pesar de que se les denomina a efectos fiscales "familia monoparental". Carecen de proyecto, salvo pasarlo lo mejor posible, consumiendo en su propio beneficio todo lo que ganan. No creen en nada. A diferencia de sus padres, a los que se referirán frecuentemente por su nombre de pila, y a los que animarán a "disfrutar de la vida", habitan en pisos de alquiler, pero tienen como bienes propios un coche lujoso y una televisión de plasma.

Sus mayores, habitan en un piso con varias habitaciones vacías y tienen un salón con las estanterías llenas de pequeños objetos y fotografías de "cuando los niños eran pequeños".

El tipo de familia b) está formado por una pareja heterosexual entre 35 y 40 años, y sus dos hijos mellizos (gemelos bivitelinos), obtenidos por el método de fertilización in vitro y posterior inseminación, en un procedimieno carísimo pero cómodo, pues se puede programar el día del parto, y ajustarlo con las vacaciones de otoño. Viven también en una casa de alquiler, los dos componentes adultos trabajan, y el vestigio humano se completa con una asistente -latinoamericana o rumana- que enseña a los niños canciones populares de su país (de ella) y ha dejado a su propia familia en su lugar de origen, al que sueña volver, con el producto de los ahorros y pequeñas sisas.

Es curioso de la evolución, de que aunque los del tipo a) consideran que los del tipo b) siguen siendo su familia, los del tipo b) raras veces consideran al tipo a) como familia sino, sustancialmente, como una obligación más o menos penosa, que les supone compromisos y la posibilidad de contar con una guardería durante los frecuentes viajes al extranjero que realizarán, "para conocer el mundo". Acabarán considerándolos como un estorbo, "una lata" o "mi cruz" (singularmente, si se trata de los ascendientes del otro elemento de la pareja), por lo que, si se quedan viudos -típicamente, viudas- los recluirán en una casa de mayores, "en donde estarán muy bien atendidos".

Estos residuos, con edades normalmente superiores a los 70 años, tendrán la oportunidad de crear una nueva familia no biológica, con los otros habitantes del albergue para la tercera edad, entablando relaciones intensas -utilizando principalmente monosílabos y bisílabos: sí, no, vaya, la-sal- con sus compañeros de reclusión y los cuidadores.

En aquellos casos, en los que los envejecientes/envejecidos puedan valerse de forma más o menos autónoma, y dispongan de medios económicos, se constituirán en unidades monoparentales o biparentales, siendo posible que formen parejas de hecho (sin connotación sexual de ningún tipo) con sus asistentes, generalmente de origen latinoamericano.

A su muerte, se les dispondrá una ceremonia de incineración  a la que acudirán unas diez personas, y sus cenizas serán esparcidas, subrepticiamente, por los montes cercanos a su lugar de nacimiento, para evitar el engorro de tener que visitar los cementerios y, porque, si bien se mira, resulta mucho más barato.

Existen otros tipos de agrupación de personas, que, podrían ser considerados como formas familiares espúreas, pero no tienen igual importancia numérica, aunque algunas modalidades han experimentado crecimiento notable. Es el caso de las formadas por una sola persona, relacionada ocasional y sentimentalmente con una, dos o cuatro, básicamente del otro sexo. En casos excepcionales, vivirán juntos, y se autollamarán "mi novia", "mi marido", o "compañero de piso".

(sigue)

Sobre jueces tiquismiquis y padres complacientes

Seguramente los juzgados españoles tienen mucho trabajo, pero hay algunos jueces que se toman muy a pecho la ingente labor de reformar el mundo como sea. El titular del juzgado de instrucción número 2 de Ourense parece ser uno de los jueces empeñados en demostrar urbi et orbe su capacidad de enseñar al prójimo lo que para ellos está bien, aunque sea a costa de violentar algunas reglas del sentido común.

En un lío de difícil ingesta está metidos un juez de Ourense, la Xunta de Galicia, la Fiscalía y los padres de un niño al que le gustan los bollicaos, las patatas fritas y las hamburguesas, entre otras chucherías. Tal afición a las golosinas y a la presunta comida basura ha llevado a un niño de 9 años a pesar unos 70 kilos, y a la Fiscalía de Ourense, en aras de la protección del menor, a pedir a los papás que entreguen la custodia del niño a quienes, aunque no lo quieran tanto como ellos, le van a poner a régimen para que pueda jugar al balón como manda los cánones deportivos de la Xunta: el centro de menores de A Carballeira, en As Burgas

Luis Montoya y Margarita Gabarres han pasado así a ser conocidos en toda España como los primeros padres, que se conozca en estos lares, que corren el riesgo de ser procesados, imputados y condenados por desobediencia judicial e incluso sustracción de menores, si persisten en negarse a comunicar dónde está su hijo.  

Entre jueces tiquismiquis y padres complacientes anda esta vez el asunto. La historia pequeña de nuestro pueblo fabricante de despropósitos sigue dando juego a la polémica.

Sobre preocupantes ficciones

Orson Welles lo consiguió por bastante menos dinero y con mucho más ingenio. Fue en 1938. El entonces desconocido cineasta mantuvo en vilo a los oyentes de su programa de radio por el anuncio de un ataque de marcianos. Dicen las crónicas que la gente se movilizó a millares, presa del pánico, aunque el instigador de la farsa solo pretendía publicidad para su obra "La guerra de los mundos".

Pasados los años, el personal está curado de espantos -ha habido guerras mundiales, múltiples guerras locales, descarrilamiento, inundaciones, desastres naturales y atentados infanaturales-, pero mantiene algunos recovecos de sensibilidad.

No le va a alarmar, por supuesto, que en Pakistán, Irak o sabealádónde varios terroristas suicidas se lleven por delante a varios centenares de ciudadanos que trataban de adquirir cuatro vituallas.

Tampoco se habrá de conmover porque algo más de mil millones de personas se encuentren por debajo del umbral de la pobreza -¿por qué no suben?; será que les gusta estar ahí, ¿no?-. Qué más dará que se esté deteriorando irreversiblemente el Planeta, y que algunos visionarios anuncien que o se toman medidas, -por cierto, de imposible puesta en pié-, antes de 2020 o nos iremos todos al garete, tal vez ahogados por la subida repentina de los mares.

Nos hemos hecho de piedra. Ah, pero que un niño norteamericano esté, aparentemente, aupado a los aires por un globo de helio que su papá estaba fabricando (los papás norteamericanos enseñan a sus hijos a disparar y fabricar globos de helio, por si acaso los necesitan algún día), habrá de movilizar al Ejército y la policía del país y a las televisiones de medio mundo.

"Por supuesto, les mantendremos puntualmente informados de lo que está pasando", decía una y otra vez la comentarista de una emisora de TVE ante las imágenes en las que el globo era atrapado en directo, mientras unas decenas de funcionarios públicos, en vehículos preparados para actuar de inmediato, se acercaban para resolver de una vez la intriga: ¿Estaría vivo el niño? ¿Se habría caído?

Qué desilusión. Era todo una farsa, una engañifla preparada por un padre ansioso de notoriedad. El niño nunca había estado en el globo. Su papá era un especialista en comunicación de masas y quería demostrar de esta estúpida manera que se puede movilizar a la población muy fácilmente, improvisando un Reality Show.

La próxima vez, el o quien lo intente, lo tendrán más difícil. Quizá deben utilizar un gatito, colocarlo en la copa alta de un árbol. La gente se ha hecho muy sensible a lo que pueda suceder a los gatitos y a los perritos.

Sobre las hijas del César

El discurso temperado del César Zapatero en las Naciones Unidas, defendiendo un espacio acorde para Palestina, Afganistán, Honduras y elogiando la solidaridad internacional, ha quedado desvirtuado por dos personillas que le acompañaron en su visita al Metropolitan Museum en donde los matrimonios Obama y Zapatero fueron fotografiados con las hijas de este último.

Nada de particular, en realidad. Dos adolescentes en busca de su identidad, rebeldes con algunas de las enseñanzas que les inculcan en casa, y que han decidido pertenecer a una de esas tribus urbana, por supuesto, pacífica.

No tiene la menor importancia. Las hijas de José Luis y Sonsoles se han sentido encandiladas -ambas- por Los Góticos, gente así como normal, que tiene algunas ideas para mejorar el mundo y que, como son adolescentes, habrán de perfilar cuando sean mayores.

Dentro de su candorosidad, los chicos y chicas góticos creen que viviríamos mejor atendiendo a las raíces históricas de hace un par de siglos, que se visten de negro y de forma más bien zaparrastrosa y, que, válganos dios, no están de acuero con cómo se hacen las cosas en este momento.

Ya sabemos que los padres no tienen la culpa de lo que pasa, pero si el Presidente del Gobierno español nos hubiera pedido consejo, le hubiéramos dicho que hasta que a sus hijas no se les pase el calentón contestatario era mejor no sacarlas por ahí.

No ya solamente preservar su intimidad, que es algo legítimo y hasta imprescindible, dado el afán de perseguir a los famosos y a sus circunstancias, sino por no mostrar presuntas debilidades en su formación que podrían servir para minar la credibilidad o la imagen de su padre.

Porque la foto con los Obama queda digna de enmarcar. Las hijas del César también ayudan a entender los problemas con los que se tiene que enfrentar el líder. Son múltiples. Porque no solo se refieren al paro, a la crisis económica, a ministros enfermos, o díscolos o resistentes a salir del armario. 

Llegas a tu casa, y tus hijas parecen venidas de la familia Monster a darte las buenas noches plantándote las tachuelas en el hígado...

Sobre historias de amor inolvidables

Las buenas historias románticas tienen un soporte trágico. Ese punto dramático es lo que, al parecer, da calidad sentimental a la trama.

El meollo puede ser una enfermedad incurable, un accidente fatal, la consciencia de un destino de rumbo insuperable que rompen de golpe el momento de felicidad que había costado mucho construir a ambos protagonistas (las historias de tríos o multitudes aún no gozan de idéntica popularidad).

Los amores han de ser imposibles, adúlteros, dispares en formación o procedencia socio-económica. La historia contada ha de ser de corta duración, o suficientemente discontinua para permitir que los amantes pudieran construir o reconstruir otras historias de amor, mucho más endebles, por supuesto.

La gracia está en hacer disfrutar a los Romeo y Julieta, Calixto y Melibea, Diego de Marcilla e Isabel de  Segura, etc., de un climax brevísimo y, cuando podrían esperar una solución pacífica y duradera a sus desvelos, todo se les ha de truncar de forma irreparable: generalmente, con la muerte de uno de los dos, tal vez de ambos.

Por eso, los personajes normales, no tenemos historias de amor inolvidables. Gracias a Dios, ...y ni siquiera aspiramos a tenerlas, porque amamos, ante todo, nuestra propia vida. El papel que asumimos consiste en andar por nuestra vida como actores secundarios, arañando aquí y allá, a veces a mordiscos, momentos felices que no encontrarían público, por su absoluta trivialidad.

Tampoco creemos que la lectura o la visión en la pantalla de esas historias de amor evidentemente ficticias, nos haga sentir envidia de aquellos otros seres irreales.

No puede ser envidia lo que nos conmueve, al contemplar el final fatal del serio y rígido protagonista, finalmente otra vez enamorado, que ha puesto en peligro su vida y la de su esposa -adúltera- lanzándolas a una loca y heroica aventura en una población diezmada por el cólera en la China profunda de los años 20 del pasado siglo ("Velo Pintado", S. Maugham.

No puede ser exactamente el deseo de vivir la misma historia que ha supuesto juntar durante unos días intensos a dos seres que tienen su vida organizada al margen de ellos mismos, y que no se han mostrado dispuestos a cambiarla; tampoco entenderemos que lo mejor para ambos es seguir, la una, como infeliz casada con un aburrido aunque cariñoso individuo, padre de sus hijos, y, el otro, como aventurero solitario, lamiéndose cada vez más lejos las heridas de unas batallas que solo nos dejó entrever. ("Puentes de Madison", basada en la novela de Robert Wallace)

No tiene mayor disculpa el que nos conmovamos con el cuento de la pasión soterrada entre un misterioso potentado y una institutriz consciente de su humilde origen, hipotéticas barreras insalvables que, cuando están a punto de superar, les hacen descubrir otras aún más inverosímiles que llevan a sus protagonistas a una desesperación que solo podrá superarse con el fuego y la ruina. ("Jane Eyre", película y novela homónimas, escrita ésta por Charlotte Brönte en 1847).

Pero, ¿qué tendrán esas historias de amor inolvidables, que nos envuelven, nos hacen soñar y sufrir, y que recomendamos, fervientemente, a nuestros amigos y a las personas a las que deseamos seducir?

 

Sobre la ley concursal y la declaración de insolvencia familiar

La todavía llamada nueva Ley Concursal -en realidad aprobada en marzo de 2004- ha abierto la opción para la autorización legal de la suspensión de pagos por los particulares, a semejanza de las leyes de quiebra familiar que están vigentes en otros países europeos. 

El primer caso español de aplicación a particulares de esta posibilidad, fue el de el matrimonio Gil Esteve, que debía unos 160.000  euros y que fue declarado en 2005 en concurso, alcanzando luego de 1 año y medio un acuerdo con sus acreedores por el que consiguieron rebajar el 30% su deuda con ellos y aplazar el resto a cinco años, sin intereses. Desde entonces, un par de miles de familias se han acogido en España a esta opción. Muchas más vendrán, dada la grave situación de crisis.

La posibilidad de reducir la deuda -con una quita o disminución de hasta un 50% y pagar el resto en 5 años-, es, desde luego, atractiva, pero está sujeta, por supuesto, a la petición de concurso ante el juez, y a que éste la resuelva satisfactoriamente. Este trámite puede hacerse incluso antes de que se produzca la efectiva situación de insolvencia, anticipándose a ella cuando el deudor crea que su imposibilidad de pagar será inminente.

El proceso supone costes y trámites (abogado, procurador, pagos al administrador concursal, etc), por lo que no es aconsejable para pequeñas deudas y tampoco para quienes no tienen más propiedades que una vivienda para hacer frente a sus pagos. El deudor ha de preparar una memoria con la evolución de las actividades económicas en los últimos tres años, que presentará ante el juez. Si la deuda es inferior a 1 millón de euros (tratándose de personas físicas) se podrá solicitar el procedimiento abreviado.

Una vez que el juez haya nombrado los administradores concursales (uno solo para el abreviado), éstos deben realizar un informe completo con la cuantía de los ingresos, deudas y patrimonio del deudor, clasificando los créditos según las preferencias que señala la ley.

Con ese informe en la mano, se negocia un convenio entre acreedores y deudor, con las condiciones límite anteriormente expresadas. La familia en situación de insolvencia no puede vender entre tanto ninguno de sus bienes, quedando momentáneamente liberada del pago de cualquier deuda, incluídos los intereses que le pudieran corresponder.

Puede que las familias duden de iniciar este procedimiento que, como todos los judiciales, asusta a la generalidad. Pero a la fuerza ahorcan y, además, el ejemplo de las numerosas empresas que están solicitando declaración concursal, debería estimular a las familias a no tragarse a solas el marrón de la crisis. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que en la mayoría de los casos, el procedimiento no va a paralizar el crecimiento de su deuda hipotecaria.

Quiere esto decir que si el grueso de la deuda familiar es una hipoteca sobre la vivienda, para avalar el préstamo concedido por una entidad financiera, ésta va a resistirse de su derecho a ejecutar la garantía, porque el embargo le dará la opción de recuperar el resto del préstamo aún no pagado.

Esta situación es la que, en nuestra opinión, y contrariamente a lo que vienen publicitando algunos bufetes de abogados, no es aconsejable que las familias con sus bienes hipotecados acudan a esta solución para acreditar su insolvencia. Es preferible negociar directamente con la entidad financiera el aplazamiento de los pagos o unas nuevas condiciones de devolución del préstamo.

Urge, por tanto, la promulgación de una reglamentación específica para las situaciones de endeudamiento familiar en estado de insolvencia pasajera, en especial, el que permita tratar con rapidez y justicia aquellos casos en los que el disbalance ha sido creado, no por despilfarros ni alegrías injustificables de los afectados, sino por la pérdida del trabajo de alguno de los miembros familiares (o la reducción de sus salarios), a raiz de la crisis económica general que, evidentemente, ellos no han provocado.

Sobre los territorios afectivos

Pocas ocasiones brinda en la actualidad nuestra sociedad para las reuniones familiares. Entiéndase por éstas las que convocan a diferentes clanes, a personas que no han convivido en la niñez. A advenedizos. Es decir, aquellas en las que se mezclan familias políticas, elementos colaterales, allegados, primos, consuegros, cuñados.

Las bodas y los funerales son los momentos adecuados para contrastar los efectos del eventual impacto emocional que sufren personas que, procedentes de diferentes vivencias, tienen que compartir, por convencionalismo social, unos momentos de sus vidas, reflejando en ellos la máxima emotividad aparente.

Tomemos el ejemplo alegre por excelencia. Las bodas. Conscientes del descalabro posible, para evitar profundos choques emocionales,en los banquetes nupciales, lo habitual es que la familia de cada contrayente se alinee con los suyos. Se evitan así silencios dolorosos, conversaciones vacías, preguntas incómodas. Pasa el día la boda, y, salvo escasas excepciones, las dos familias segurirán sin conocerse.

El efecto es que, con el paso de los años, se puede producir la sorpresa de encontrarse con desconocidos primos del novio o de la novia, o descubrir, pasadas décadas, que el hermano de tu consuegra es el simpatiquillo que te saludaba en la cafetería de la Facultad.

El verdadero banco de pruebas emocional en lo que respecta a los territorios afectivos es la reunión de Navidad en la que se congregan los hermanos, sus cónyuges, y tal vez, los hijos aún no emancipados. O, en la mejor de las combinaciones posibles, los consuegros y los hijos de ambos.

Excelente ocasión para ver la delimitación que se opera sobre las zonas de afectividad y sus efectos colaterales. Trátese de entrar en el terreno afectivo de la familia política, dénse consejos al yerno o a la nuera sobre cómo actuar, aconséjese acerca de la carrera que deben seguir los hijos de los primos o júzguese el carácter hiponcondríaco del hermano de su cuñada.

Los zarpazos para defender el terreno acotado de intrusos pueden ser mayúsculos. ¿Qué se creerá éste/ésta, flotará en el ambiente, a poco que, guiado por la ingenuidad y la buena voluntad, el adosado pretenda entrar en la zona de protección familiar. Si se quiere iniciar una discusión con la pareja,aventúrese una opinión acerca de su herman@, de los motivos del padre o la madre para hacer cualquier trivialidad, de las razones por las que el sobrino ha fracasado.

Sobre la propensión a la suplantación de personalidad por parte de los padres

Si la crisis económica tiene algún efecto positivo. que sirva al menos para simplificar el número de falsos benefactores de los niños que la imaginación y avidez de los comerciantes ha ido echando sobre las espaldas de los padres.

Desde el ratoncito Pérez hasta Papá Noel, pasando por los Reyes Magos o el Niño Jesús, son unos cuantos los espíritus que han delegado en el bolsillo de los padres su presunta voluntad de premiar las buenas obras y enderezar las inocentes maldades infantiles.

La única efemérides variable es, como se sabe, el ratoncito Pérez, que pone a los niños alguna cosilla bajo la almohada para compensarles el disgusto de haber perdido un diente de leche. La teoría dice que el tal Pérez cambia dientes por chocolatinas, libros de cuentos o monedas. Pero como es un sistemático incumplidor, han de ser los padres quienes mantengan la tradición; y cuando el niño les dice que ha puesto el diente y el ratón no "les dejó nada", argumentan que quizá estaría ocupado aquella noche, y que prueben a la siguiente.

Las conmemoraciones de los demás benefactores en grado fraudulento, se acumulan todas en el final de año y principios del siguiente. Hay una inflación de impostores en esas fechas. Sus celebraciones han ido incrustándose sin piedad en el calendario, a golpe de avidez mercantil, y son muy pocos los niños que renuncian a recibir regalos en todas ellas: por San Nicolás, el 24 de diciembre, o en la noche del 5 al 6 de enero.

La confusión es tal que desde hace ya decenas de años, con esto de la globalización, no solamente se pone el Nacimiento en las casas -nos referimos siempre a las clases medias, que son las que mantienen en pie las tradiciones- sino también se incrusta en el salón un abeto o pino (con su raíz o ya cortado a motosierra), y se dejan calcetines en la chimenea, paquetes bajo el árbol, zapatos y turrón junto a la ventana, además de comprar papánoeles de Ikea para colgarlos del balcón, como señuelo.

Padres, basta ya. Rebeláos. Abandonad el cuento. Decid a los niños, desde temprana edad, que los únicos dadivosos que existen de verdad son los padres. Y que, para nuetros hijos, llevamos haciéndoles regalos desde que nacen. Así que si Pérez, Melchor, Baltasar, Jesús, Nicolás o Gaspar quieren dar alguna señal, pues que se mojen; pero ya está bien de que unos lleven la fama y otros carden la lana.

Sobre la mujer trabajadora y la realización personal

Nuestra sociedad nos ha urdido una trampa, y hemos caído en ella. El trabajo remunerado se nos aparece, aquí y ahora, como la fórmula idónea para realizarse personalmente, para satisfacer el deseo de ser útil a la sociedad, a cambio de una justa compensación que nos permitiría llevar "una vida digna".

Hay tantos apriorismos en una manifestación como la anterior que, sencillamente, da miedo mirar el pozo al que nos ha conducido la búsqueda de un mejor bienestar. "Trabajo remunerado"; "realización personal"; "ser útil a la sociedad"; "justa compensación"....

En un momento social en el que le hemos puestos adjetivos pomposos a los sustantivos más honrosos, convirtiendo la expresión que combina ambos en un término vacío, cabe también preguntarse lo que debemos entender por "vida digna" ... y, por supuesto, lo que sería una "muerte digna".

El concepto de calidad de vida -alternativa más tradicional a la expresión "vida digna"- ha evolucionado con el tiempo y depende, claro está, del nivel adquisitivo y de la ubicación gegráfica del sujeto.

Pero tener una vida digna resulta, más que nada, condicionado por designios de los conductores de la sociedad. Gentes superiores al resto de los mortales que no están, como podría suponerse, preocupadas por el individuo sino por los intereses que defienden. Que no son sino los de aquellos que les pagan, vamos.

Nuestra mejor juventud trabaja intensamente, con la ayuda eficaz de instrumentos informáticos y telemáticos cada vez más sofisticados, para aumentar el rendimiento económico de sus empleadores. Sin llegar a saberlo, quizá, su "calidad de vida" se realiza a costa de disminuir la de los empleados de mayor edad, a los que sustituyen, que son prejubilados o despedidos sin piedad.

Su mejor "calidad de vida", puede haber sido conseguida a costa de la ética, que es sacrificada en el altar de la eficacia. Y, en general, su "calidad de vida" se logra a costa de asumir un sacrificio personal muy elevado: en tiempo libre, en disfrute de pareja, de los hijos, de los amigos, del resto de la familia.

Las mujeres están ahora en esa rueda, metidas de hoz y coz. Por supuesto que somos fervientes defensores de la igualdad entre sexos. Una igualdad que debe conseguirse, ante todo, desde la igualdad de oportunidades desde la cuna y que demanda una profunda modificación de las pautas sociales, que tardará algunas generaciones en conseguirse, pero que va por muy buen camino.

Lo que no parece haberse iniciado es la reflexión para cambiar el concepto de "realización personal". ¿Nos realizamos más trabajando por cumplir los objetivos de un empresario avispado? ¿Por viajar cada año quince días a un país del que ignoramos casi todo a tomar doscientas fotografías? ¿Por tener un auto más caro?.

¿O nos realizaríamos más si nos fuera posible tener la seguridad de haber ayudado a comprender mejor el mundo en que vivimos, y a hacerlo un poco mejor?

Mujeres del mundo, uníos.

Sobre el ejercicio de la medicina y la perspectiva del paciente

La despersonalización de la medicina ha propiciado la diferenciación dramática entre dos tipos de médicos, inmersos cada uno de ellos en el magma de la pérdida de humanidad en el ejercicio de los postulados de Hipócrates.

Los médicos siguen siendo los demiurgos más creíbles de nuestra sociedad agnóstica. Pertrechados de un arsenal de técnicas oscuras, defendidos por palabras incomprensibles y aupados desde la necesidad del enfermo, la distancia entre el médico y el paciente puede ser infinita. Cuando se acude a un centro hospitalario, mientras se espera a ser atendido entre desconocidos, en una sala frecuentemente inmunda y ruidosa, hay tiempo para sospechar de que somos simplemente cuerpo, y de que, puestos junto a los otros, y, en especial, junto a los que están más cerca del poder, no somos nada.

Hay, sin embargo, otro tipo de medicina, que subsiste a pesar de todos los pesares. El del médico próximo, nada petulante pero sabio, que capta lo que necesitamos, y nos lo ofrece sin petulancia. Esos herederos de los médicos de cabecera de antaño, trasforman, con las medicinas adecuadas y las palabras de ánimo, nuestras dolencias en vapores. Con rapidez y contundencia, aliviando con presteza nuestra enfermedad común.

Porque hay dos tipos de enfermedades y dos momentos para el diagnóstico. La mayor parte de las veces, cuando acudimos a la consulta del galeno, necesitamos un remedio sencillo, pero que hay que saber diagnosticar. Desde la depresión senil, a la bronoconeumonía del adolescente, pasando por la rotura fribilar, la diarrea estival o la hernia inguinal, lo que necesitan muchos es tener a alguien quien les atienda de forma certera y próxima.

Otras veces, la medicina no tiene remedio verdadero, o si lo tiene, es a costa de asumir un gran riesgo. ¿Sabe su médico trasladarle, sin aumenta el dolor ni la inquietud?. ¿De qué vale saber que tenemos un cáncer avanzado que nos mandará al otro barrio en pocos meses? ¿Para qué someter al enfermo a costosas e inútiles intervenciones que prolongarían, solamente el sufirmiento?

Hace falta una profunda revisión de los principios éticos con los que se ejerce la medicina. Porque entre los galenos que se quejan, convertidos en neo-proletarios de lo poco que ganan y el escaso tiempo libre de que disfrutan, y te largan al quirófano como si fueras un cuerpo interte y los que atienden, con el cariño y su buena experiencia profesional por delante, a los sufrientes, hay una gran diferencia.

Perspectiva del paciente, la llamaríamos.