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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre historias de amor inolvidables

Las buenas historias románticas tienen un soporte trágico. Ese punto dramático es lo que, al parecer, da calidad sentimental a la trama.

El meollo puede ser una enfermedad incurable, un accidente fatal, la consciencia de un destino de rumbo insuperable que rompen de golpe el momento de felicidad que había costado mucho construir a ambos protagonistas (las historias de tríos o multitudes aún no gozan de idéntica popularidad).

Los amores han de ser imposibles, adúlteros, dispares en formación o procedencia socio-económica. La historia contada ha de ser de corta duración, o suficientemente discontinua para permitir que los amantes pudieran construir o reconstruir otras historias de amor, mucho más endebles, por supuesto.

La gracia está en hacer disfrutar a los Romeo y Julieta, Calixto y Melibea, Diego de Marcilla e Isabel de  Segura, etc., de un climax brevísimo y, cuando podrían esperar una solución pacífica y duradera a sus desvelos, todo se les ha de truncar de forma irreparable: generalmente, con la muerte de uno de los dos, tal vez de ambos.

Por eso, los personajes normales, no tenemos historias de amor inolvidables. Gracias a Dios, ...y ni siquiera aspiramos a tenerlas, porque amamos, ante todo, nuestra propia vida. El papel que asumimos consiste en andar por nuestra vida como actores secundarios, arañando aquí y allá, a veces a mordiscos, momentos felices que no encontrarían público, por su absoluta trivialidad.

Tampoco creemos que la lectura o la visión en la pantalla de esas historias de amor evidentemente ficticias, nos haga sentir envidia de aquellos otros seres irreales.

No puede ser envidia lo que nos conmueve, al contemplar el final fatal del serio y rígido protagonista, finalmente otra vez enamorado, que ha puesto en peligro su vida y la de su esposa -adúltera- lanzándolas a una loca y heroica aventura en una población diezmada por el cólera en la China profunda de los años 20 del pasado siglo ("Velo Pintado", S. Maugham.

No puede ser exactamente el deseo de vivir la misma historia que ha supuesto juntar durante unos días intensos a dos seres que tienen su vida organizada al margen de ellos mismos, y que no se han mostrado dispuestos a cambiarla; tampoco entenderemos que lo mejor para ambos es seguir, la una, como infeliz casada con un aburrido aunque cariñoso individuo, padre de sus hijos, y, el otro, como aventurero solitario, lamiéndose cada vez más lejos las heridas de unas batallas que solo nos dejó entrever. ("Puentes de Madison", basada en la novela de Robert Wallace)

No tiene mayor disculpa el que nos conmovamos con el cuento de la pasión soterrada entre un misterioso potentado y una institutriz consciente de su humilde origen, hipotéticas barreras insalvables que, cuando están a punto de superar, les hacen descubrir otras aún más inverosímiles que llevan a sus protagonistas a una desesperación que solo podrá superarse con el fuego y la ruina. ("Jane Eyre", película y novela homónimas, escrita ésta por Charlotte Brönte en 1847).

Pero, ¿qué tendrán esas historias de amor inolvidables, que nos envuelven, nos hacen soñar y sufrir, y que recomendamos, fervientemente, a nuestros amigos y a las personas a las que deseamos seducir?

 

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