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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Terrorismo

Sobre la virtualidad realizada

La instrumentalización del futuro para conseguir los objetivos deseados -generalmente, beneficios propios- es, en realidad, un deseo de casi todos los seres humanos. No hay, en principio, nada reprochable en ello: estudiamos, trabajamos, actuamos, para que el futuro nos sea más favorable.

Así debiera ser. Solo que, para algunos, el futuro se convierte también en un campo de experimentación en el que forzar las voluntades de otros son parte del juego. Los demás se convierten en personajes secundarios de la película de la vida personal, y todo parece valer.

Habíamos leído del bombero que quemaba los bosques para no perder su trabajo; sabemos de la dedicación con la que los políticos de uno y otro signo echan pócimas y mejunges de verdades, comentarios, maledicencias y especulaciones, para condicionar la voluntad adormecida de los posibles votantes.

Lo que nos era desconocido hasta ahora es que los responsables de nuestra seguridad fueran capaces de educar terroristas para probar la solidez de sus estructuras de control. En esa plataforma de ensayo en el que el material consumible son unos seres humanos convertidos en cobayas ideológicas, se incita al terrorismo para que las fuerzas de seguridad se apunten méritos y afilen sus instrumentos de detección.

Por supuesto, no vale cualquiera para ser víctima de este experimento. Tampoco cualquier institución para promoverlo. En Estados Unidos, el 27 de octubre de 2010, ha trascendido que el FBI se dedica a animar a algunos individuos del perfil adecuado para que preparen atentados en lugares y transportes públicos.

Desde el 11 de septiembre de 2001, al menos cinco musulmanes, de origen yugoslavo, han sido acusados de estar preparando un ataque a la base militar de Fort Dix. En Nueva York, un imán local y el propietario de una pizzería que estaba en suspensión de pagos, están procesados por blanqueo de capitales y conspiración terrorista. Otros dos, hasta entonces anónimos ciudadanos de Newburg, fueron detenidos por pretender diseñar un atentado contra una sinagoga del Bronx.

La traca final ha sido la detención  de Farroque Amed, un americano-paquistaní que preparaba un ataque contra el metro de Nueva York.

El espectáculo está servido pues se ha sabido que, todos ellos, tuvieron detrás, para animarles a cometer estos delitos que hubieran conducido a violentas masacres, no a una cédula de Al-Queda, sino a equipos entrenados del FBI, agentes bien pagados y serios, que simularon ser grupos fundamentalistas.

A todos los acusados, jamás se les habría pasado por la cabeza cometer un acto del tipo que se les acusa. Los especialistas del FBI trabajaron duro para calentarles los cascos, prometiéndoles dinero a espuertas, consumiento todo el tiempo que fue necesario y dándole al asunto la credibilidad que es capaz de aportar un buen guionista.

Solo queda por decir que, obviamente, los equipos de las fuerzas de seguridad norteamericanas, han sido -en su momento- felicitados por haber conseguido desmantelar las supuestas cédulas islamistas radicales que ellos mismos habían sabido crear. La ficción supera a la realidad y, además, tiene la ventaja de que se puede hacer tangible cuando haga falta.

Y, desde luego, no hay que dudar que la realidad sin estímulos externos seguirá su curso: dos artefactos, según se cuenta, preparados en Yemen e inconfundible aspecto sospechoso de haber sido realizado por chapuceros fueron descubiertos en aviones que tenían por destino a Chicago, por especialistas internacionales en detectar cacharros con cables y aspecto de lavadora reciclada.

Mientras tanto, en los aeropuertos occidentales -en los demás, ya depende-sigue realizándose una inspección tan exhaustiva (es un decir) como ridícula (es una constatación), con complejos equipos y una dedicación exasperante.

El único objetivo aparente, al decir de los viajeros que han sido descubiertos con una botella de agua, una sospechosa loción capilar o un cinturón con hebilla metálica, es conseguir cabrear a un porcentaje creciente de ciudadanos, convirtiéndolos en potenciales delincuentes. Por algunas de las expresiones que mascullan mientras se desnudan ante los detectores de metales, estarían dispuestos a cometer algún delito de agresión o destrucción de bienes públicos.

No faltará, pues, trabajo para algunos. Alá, Al-Queda, el FBI y la instalación del miedo como doctrina sean loados.

Sobre los riesgos de las misiones

La muerte de tres españoles en Afganistán (dos militares de la Benemérita y un intérprete civil), como resultado de un atentado protagonizado por un chófer afgano al servicio del destacamento, es un resultado inesperado, lamentable, injusto, del trabajo que el Ejército está realizando allí, calificado de Misión Humanitaria.

Como España es un país con política exterior pacífica, la inmensa mayoría de las tareas que se le encomiendan a su fuerzas armadas tienen objetivos que se han de enmarcar dentro de las preocupaciones de la sociedad civil, es decir, humanitarias.

Con ello podría estar significándose que la guerra, -bien para prepararla, evitarla o ejecutarla-, fin único para el que se han creado y mantienen teóricamente los Ejércitos, ha dejado de ser el eje constitutivo de su esencia.

El trabajo de nuestros militares en el exterior, aparece teñido de componentes místicos, casi religiosos, con los que el resto de la población, y a lo mejor, ellos mismos, pueden caer en el error de pensar que su misión es la de enseñar la verdad de la fe, y propagar la buena nueva de que todo el mundo es bueno y de que tenemos que amarnos los unos a los otros como nos amamos los demócratas occidentales.

Los talibanes de Afganistán están demostrando cuando tienen ocasión que quieren recuperar el poder del que han sido desposeídos por Estados Unidos y una coalición de países secundarios, después de haber sido ayudados a instalarse en él.

La estancia humanitaria de nuestras tropas en Afganistán tiene, al contrario que cualquier misión militar o religiosa, fecha de salida. Es evidente que no se han satisfecho los objetivos que se habían propuesto. Por su naturaleza, equivale a un encargo, un contrato y ha convertido a nuestros militares en mercenarios.

(seguirá)

Sobre ayuda al desarrollo, cooperantes y pago de rescates

Los dos cooperantes españoles que llevaban nueve meses prisioneros de un grupo de terroristas han sido liberados. Se llaman Albert Villalta y Roque Pascual y habían aprovechado sus vacaciones para llevar, como lo habían hecho hecho otras veces, junto con otros compañeros, ayuda humanitaria a las poblaciones paupérrimas de Mali, Senegal, Mauritania, Níger y Burkina-Fasso.

Tuvieron mejor suerte que el cooperante galo Michel Germaneau, que fue asesinado por sus raptores. El secuestrado, también estaba en poder de otra facción de AQMI (Al Qaeda del Magreb Islámico), en algún lugar del desierto del Sahel, esa franja semiárida que es frontera natural de la miseria africana.

Un portavoz del grupo de delincuentes aprovecha la ocasión para hacer apostolado de su desfachatez, después de explicar que el Gobierno español ha accedido a gran parte de sus peticiones (la liberación del único condenado por el secuestro, Saharaui y la entrega de un rescate de 10 millones de euros):

"Y es una lección dirigida a los servicios secretos franceses para que lo tengan presente en el futuro. Tuvieron posibilidad de actuar con cabeza y responsabilidad con los muyahidines; también tuvieron la posibilidad de haber evitado la locura y el enfado que llevó a la muerte de sus propios ciudadanos" (traducción de un comunicado de un tal  Salah Abu Mohamed, su portavoz, en versión publicada por la prensa española).

Al mismo tiempo, el Gobierno español se congratula, como hacemos todos, de la liberación de ambos rehenes (antes, de la de Alicia Gámez), y agradece la cooperación, de cuyo alcance real nos preguntamos casi todos, de "los gobiernos de la zona".

A medida que se van conociendo detalles de cómo se realizó la negociación de rescate y quienes fueron sus intermediarios y, sobre todo, sus razones, es imprescindible ocupar el tiempo de razón replanteándose la entrega de ayudas a países que no disponen de policía ni medios para garantizar la seguridad de quienes acuden a entregarles ayudas, pero sí tienen la capacidad, al parecer, para movilizar eficazmente sus teclas para colaborar a que un grupo de asesinos con móvil ideológico abominable cobre por la liberación de sus secuestrados.

Si es verdad que se les entregaron diez millones (o lo que fuera) y que el delincuente Saharui (de nombre verdadero Omar Uld-Sid Ahmed-Ham) tuvo que ser puesto en libertad como contraprestación, que se deduzca el importe de la ayuda al desarrollo -¿4.300 millones de euros al año?-, y que alguien nos explique con claridad en qué consiste su idea de estado de derecho, que tanta fuerza posee para contaminar la nuestra.

(Según informaciones de prensa, y en el marco de la ayuda al desarrollo con Mauritania, España se comprometió en 2007 a una aportación global de 20 millones de euros anuales, con motivo de VI Comisión Mixta Hispano-Mauritana de Cooperación Científica y Técnica, Cultural y Educativa, para el periodo 2008-2010, además de haber condonado la deuda de 20 millones de euros que mantenía el país, resultado de los programas FAD).

Sobre misiones, turistas, pobres y fanáticos

Los atentados de Bombay del pasado 28 de noviembre han servido para realizar diferentes tipos de análisis, que -nos atrevemos a calificar- varían desde lo pertinente a lo cerril, de lo atinado o lo estúpido.

Lo más coherente nos parece referirse a la existencia de un grupo organizado, fanático, dispuesto a inmolarse causando daños a personas y bienes, preferiblemente extranjeros y preferentemente destruyendo edificios singulares y extraer consecuencias de ese nuevo atentado.

La referencia que algunos media han hecho, tratando de ridiculizarla, a la actuación de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, nos ha parecido insolente, trivial y desprovista de todo interés. No van por ahí las preocupaciones, y el deternerse en la anécdota es equivocar completamente el objetivo, reflejando la vacuidad y cortedad de miras de quienes sacan punta a una nimiedad.

Presente cuando los primeros disparos, que causaron decenas de muertos en el hall del Hotel donde se hospedaba la delegación española que iba a estrechar lazos empresariales con las autoridades indias, el que Aguirre hubiera quedado más o menos tiempo, en relación con la evacuación del resto de los expedicionarios, carece de repercusión alguna.

La India no es un país en guerra, la Presidenta no tenía capacidad de acción en el escenario y, con seguridad, tenía cosas más importantes que hacer que esperar a que la situación se aclarara (además, del comprensible deseo de largarse cuanto antes de un sitio en donde estuvieron a punto de matarla). Salió en la foto, sí, y con calcetines, pero porque los desocupados no tienen sensibilidad hacia los problemas graves de los demás, y trivializan lo más drámático.

Porque, en cambio, lo cierto es que el mundo tiene un problema importante en esa zona. Un grave problema. La crisis económica golpea desde los dos extremos. Desde el lado de los avariciosos y tramposos líderes económicos y sus secuaces, que nos han llevado hasta aquí, inflando sus globitos financieros, y desde el lado de las economías pobres, en donde hay grupos ideológicamente muy convencidos, y que parecen lanzados a destruir, implorando a Alá, todo lo que les suene a imperialismo norteamericano, siempre que sea presa fácil.

¿Tiene sentido, para los terroristas, que hayan colocado las bombas en los hoteles de lujo de Bombay y en el barrio judío.? ¿Tiene sentido que hayan hecho explotar bombas en trenes de cercanías en Madrid que llevaban a currantes a su trabajo? ¿Lo tiene que hayan lanzado aviones con pasajeros madrugadores contra las torres gemelas? ¿Tendrá sentido el próximo atentado?

¿Cuál es el conjunto intersección de los propósitos que guían estas acciones? ¿Lo sabemos? ¿Lo sabe alguien? 

Sobre el uso de la violencia como apoyo a las ideas

Hay violentos. Están ahí. Matan, hieren, insultan, vociferan. Los más encarnizados, si tienen armas, explosivos, los usan; por supuesto, con intención de matar. ¿A quienes?: no son selectos, porque cualquier muerte vale para demostrar que existen, para liberar su furia, para convencer de que tienen razón.

Su objetivo principal son los que piensan distinto, desde luego. Puede ser su pareja. Puede ser el que practica otra religión, tiene otro credo. Puede ser alqguien que lleve uniforme. Vale quien ha tomado una decisión que les perjudica. Podemos ser, en fin, todos, sin importar lo que hayamos hecho, lo que creamos, lo que somos.

Pero, sobre todo, si se puede elegir, elegirán los que estén descuidados, lo más débiles, los indefensos, los que sean más fáciles de atrapar y de matar.

Tiene una gran ventaja estar dispuesto a matar por las ideas. No hacen falta ideas. Se acaba manejando únicamente el explosivo, la pistola, la rabia por la rabia.

Y enfrente, una larga fila de asombrados sensatos, aparentando la mayor tranquilidad posible, caminando con los labios apretados entre los muertos que causan los descerebrados, los violentos.

 

Sobre la relación entre terrorismo y nacionalismo

La banda armada ha vuelto a matar a un inocente. Ha fracasado, porque su objetivo era matar a muchos, matarnos a todos.

Todos somos inocentes cuando un terrorista elige víctimas como demostración de su mensaje. Porque, por supuesto, los terroristas tienen siempre un mensaje.

ETA lo tiene, lo explicita de tanto en tanto, de asesinato en asesinato, de bomba en bomba. Lo llevan, como marca permanente, los mutilados y heridos, para que todos seamos testigos de lo que tienen que decir.

Y por supuesto que todos estamos al tanto de su mensaje. El de su incapacidad para entendernos, su cortedad para expresarse con palabras, su vacío de ideas y sentimientos, su miedo de que se note que están huecos, un cascarón conteniendo solo aire viciado, podre.

Por eso matan, para no tener necesidad que explicarse. Matan porque sí, para que aprendamos los demás, el inútil valor de las palabras. El desprecio que sienten hacia la sensatez, la democracia, la calma, la solidaridad... donde esté una pistola, donde haya bombas.

Desgraciadamente, hay algunos que, poseídos por el miedo que les produce saber que algunos descerebrados andan sueltos por ahí utilizando las armas, tratan de dar ideas, sentido, a los irracionales que se quieren manifestar con la muerte del otro, a los autores e instigadoreas de los asesinatos premeditados por la banda terrorista. Tan fácil elegir una víctima. Potencialmente, lo somos todos. Todos los demás.

Que estos cómplices ideológicos, disfrazados de demócratas, defiendan a ETA en nombre del nacionalismo no es solamente un insulto a la inteligencia. Es un insulto al nacionalismo. Los vascos, como los catalanes, los andaluces, los asturianos,..., como todos los españoles racionales, saben defender con argumentos, palabra sobre palabra, lo que quieren. Confrontando serenamente sus deseos con los deseos y argumentos de los otros.

Descansa en paz, Juan Manuel Piñuel Villalón. No descansaremos tranquilos hasta poner bajo los pies de la Justicia a tus asesinos, porque con tu muerte como con el sufrimiento de cada víctima del terrorismo, nos hacemos más fuertes.

Sobre el canje de delincuentes por rehenes

Lo más sencillo es afirmar rotundamente que la oferta del presidente de Colombia Alvaro Uribe, para conseguir la inmediata liberación de Ingrid Betancour, secuestrada desde hace seis años por las FARC y gravemente enferma -Hepatitis B, leishmaniasis, depresión-, es un error. Uribe promete excarcelar a (¿todos?) los guerrilleros en prisión, incluso aunque hayan sido condenados por delitos de sangre o de lesa humanidad.

Lo más difícil es asumir que, tal como están las cosas, si no se hace nada -interpretado aquí por "otras cosas distintas de las que se han estado haciendo"-, Ingrid morirá en algún lugar de la selva colombiana y un número no bien precisado de rehenes de las FARC seguirá privado de libertad y de las más elementales condiciones que garanticen su salud.

Como difícil es entender porqué Venezuela y Ecuador han amparado y seguramente amparan a terroristas, -jugueteando con supuestas identidades ideológicas con ellos-, y por qué el gobierno colombiano recela tanto de la lealtad de sus vecinos como para suscitar incluso un conflicto diplomático con aires de sainete torticero abatiendo a Raúl Reyes por una patrulla colombiana en terrenos ecuatorianos.

Menos sonrisas, menos negociaciones, señores. Actúen. El tiempo pasa para siempre. No se debe hacer esperar al estado de derecho en el closet, entre las escobas, los cubos de agua de fregar y los mandiles. Hay que analizar cómo romper la línea de simpatía de los revolucionarios con el pueblo. Porque, mientras exista, los rebeldes se sentirán legitimados, y los poderes públicos, se verán más débiles.

Sobre el Once-Eme, los terroristas y el respeto a la vida de los demás

Hace cuatro años, en un día muy distinto a hoy, se nos rompió aún más la tranquilidad a los españoles. Casi doscientos fueron asesinados en una inmolación causada por el fanatismo, el desprecio a los demás, la intolerancia. Vivíamos ya con la mosca detrás de la oreja, porque éramos muy conscientes de que no todos valoran las razones de los otros, y algunos, faltos de argumentos, creen que podrán vencerlas a bombazos y a pistoletazos.

En momentos como aquél -pero en cualquier lugar del mundo se pueden econtrar, ay, ejemplos similares casi cada día- se debe entender que no todos somos iguales. Claro que no. Y no se trata de diferencias congénitas, no hay que hablar de malformaciones de la naturaleza, de desgracias provocadas por los genes. No. Hay que referirse a un mal que está permanentemente entre nosotros, los humanos, que lleva a algunos a creer que tienen razones más poderosas que las de la mayoría.

Y, en realidad, es muy posible que haya seres humanos que tengan razones más poderosas. Suelen estar callados. Si acaso, escriben sus ideas en libros que pocos leen. Raras veces, alcanzan puestos políticos desde los que asumen el riesgo de que los asesinen antes de que puedan ayudarnos a ser mejores.

Lo que nunca se podrá dar es que las minorías fanáticas que albergan la idea irracional de que van a vencer con las armas, las bombas, los asesinatos y la tortura, la fuerza de la razón, puedan hacerse de forma permanente con el control de la especie humana, ni siquiera de un grupo.

Porque si la sinrazón se instala entre nosotros, dejaremos de ser humanos.

Víctimas del Once-Eme y de todos los extremismos, presentes. Que vuestro recuerdo no nos abandone jamás a los pacíficos. Sois razón de vivir.

Sobre el asesinato como forma de eliminar alternativas de poder

El asesinato de Benazir Bhutto, segura ganadora, según las encuestas más fiables y la misma sensación popular de lograr una alternativa democrática en Pakistán, al corrupto y acabado régimen dictatorial del general Musharraf, ha dejado al país al borde de una guerra civil. Ni siquiera se debería emplear el eufemismo de "alborde", cuando una ola de asesinatos y atentados se extiende por la antigua colonia británica, expresando el malestar y la impotencia de una población que vive sumida en la pobreza, la corrupción y la falta de futuro fiable.

Los intentos de injerencia occidental en la política del sudeste asiático har un venido cosechando sistemáticos fracasos. En los informes de los organismos multilaterales sobre la situación de corrupción en Pakistán, Bangla Desh, la India,...no se deja lugar a dudas: las inversiones de las empresas multinacionales han de pagar un fuerte peaje, que es administrado en provecho propio por las clases dirigentes. Los líderes ocasionales, surgidos de poderosas familias y castas, que consiguen con su verbo enardecido calentar las ilusiones de los más oprimidos, son fácilmente víctimas de atentados: las familias Bhutto, Gandi son el exponente de un caos administrativo y político que no garantiza ni el recambio ni la estabilidad.

La forma más barata de vencer al enemigo, cuando se manejan intenciones económicas cuantiosas es encargar su asesinato. Benazir Bhutto sabía que se exponía a ser víctima de un atentado mortal; sufrió varios intentos, y acabó sucumbiendo al fanatismo teledirigido de un testaferro.

Dos son las reflexiones que pueden hacerse: el avance hacia la democracia debe venir desde dentro, desde la construcción de un aparato institucional que garantice el acceso democrático al poder; el apoyo de los países occidentales, dirigidos por obsesiones capitalistas cortoplacistas, al partido o la persona que se haya podido hacer con el poder (por supuesto, mediante un golpe de estado), no permitirá revestir de legitimidad lo que se consiguió de forma espuria.

El discurso de Benazir Bhutto en estas elecciones era un discurso inteligente, social y conciliador. Algo nos recuerda de ese planteamiento a una persona inteligente pero igualmente visionaria, que sucumbió víctima de los enemigos invisibles: Salvador Allende. El camino de Chile hacia la democracia desde aquel execrable crimen fue tortuoso, difícil, irrepetible.

Pero el motor del cambio no vino desde fuera, sino que fue provocado por la aparición imparable de un sentimiento contagioso, mayoritario, imparable, de repulsa, de ansia de libertad. Conocemos poco de lo que se mueve internamente en un país más lejano, colectivamente menos culto, como lo fue Chile. Aunque nuestra sensación es muy segura. El enemigo de la estabilidad de Pakistán no es Al-Qaeda. Es la pobreza, la incultura y, no en última instancia, la reiteración de los Estados Unidos y la miopía de la Unión Europea por validar la criminalización del acceso a la democracia.

 

 

Sobre la delincuencia agresiva en España y la seguridad ciudadana

Al polifacético médico no ejerciente José Luis Moreno le han molido a palos por negarse a dar la clave de acceso a sus cajas fuertes. No le sirvieron ni los guardias de seguridad de su palacete, ni su fiel y, por lo que parece, volátil y cobardica, servidumbre. Una banda de gentes del este (albano-kosovares?) le rompió varios huesos y se ensañó con él. El conocido presentador de TV, y admirado ventrílocuo, se resistió, dice, a que le allanaran la morada.

No es caso único, aunque por la relevancia social del personaje ha alcanzado máxima difusión. Son ya demasiado frecuentes los episodios de asaltos a casas particulares, en las que una banda de gentes armadas y sin miramientos, irrumpen en la tranquilidad de los otros, les apalean para garantizar que les cuentan donde guardan joyas y dineros, y se van en unos minutos por donde han venido. Locales comerciales de postín, qué más da si situados en pleno centro de las ciudades, sufren asaltos, incluído el espectáculo circense de estrellar un coche que no es de los delincuentes contra la vitrina a prueba de golpes.

Los responsables de la seguridad ciudadana, que pagamos entre todos, se esfuerzan en decir que son casos aislados y que, por supuesto, los culpables serán pronto apresados y caerán bajo el peso de la justicia.

Los resultados de estas actuaciones policiales y la proliferación de actos como los aquí descritos, hacen pensar, más bien, que la situación no está en absoluto controlada, y que se está produciendo un efecto llamada, cuyos convocantes son ex-militares de esas zonas de conflicto permanente que bordean la Unión Europea, y que disponen de armas que nadie ha detectado ni retirado.

¿Qué hacer? ¿Debemos armarnos todos para responder a esta guerra de guerrillas en la que los objetivos son las propiedades privadas? ¿Son los guardianes de seguridad, fiables? ¿Tenemos que resignarnos ante la posibilidad de que un día nos asalten, y, en ese caso, rendirnos sin oponer resistencia? ¿Será lo mejor dejar las cajas de seguridad, abiertas, y turrones y bebidas a disposición de los posibles asaltantes?

Nos gustaría que la policía y la guardia civil recuperara su plena credibilidad, arrumbando a esos mafiosos, difundiendo las capturas de los delincuentes cuando se produzcan, y aumentando su presencia efectiva. Y, por supuesto, gozando de una preparación adecuada para contrarestar a estos criminales de nuevo cuño.

Sobre el asesinato como forma de llamar la atención sobre el programa político

Supongamos que Vd. vive aislado del resto del mundo, porque no quiere tener contacto nada más que con las personas de su pequeño grupo.

Ud. conoce algunas palabras de una lengua primitiva que solo articulan unos pocos y que, en realidad, sirve para expresar limitadamente los aspectos técnicos e incluso la diversidad de sentimientos, pero está firmemente convencido de que todos los niños de su pueblo deberían saber ese idioma de base ancestral, porque es un signo diferenciador de su idiosincrasia. Por ello, aplaudirá que en las escuelas se enseñe fundamentalmente ese galimatías, con el argumento de que si los demás tienen interés en entenderse con uno, ya aprenderán nuestra lengua. Pero ese es un detalle, en realidad, sin mayor importancia. Qué importa cómo decir las cosas si no se tiene todavía nada que decir.

Supongamos que Vd. tiene la sensación de que los demás -los que están al otro lado de las montañas y aquellos que sigan sus instrucciones, sean las que sean, y aunque no le conste que sigan instrucción alguna--, le oprimen. Sus enseñanzas, cualesquiera que sea su contenido, han limitado desde la cuna su capacidad de expresión, coartan su libertad. ¿Libertad, para qué?. Bueno, no se ha planteado aún demasiadas preguntas, las respuestas no son ahora lo importante.

Lo importante es que cualquier cosa que hagan, digan o  imaginen esos "otros", cuya alteridad reside exclusivamente en que no pertenecen a su minúsculo grupo, le servirá como razón para manifestar su inmenso descontento. Su angustia vital, porque no le dejan cultivarse en soledad. Lo que Vd. querría para su pueblo es el aislamiento total, ahondar en sus raíces profundas -tan perfectas-, y por eso reclama para la independencia absoluta de su territorio. Cualquier decisión que provenga de más allá de su grupúsculo, Vd. la rechaza como indeseable, imperialista, centralista, como una expresión mezquina de la opresión que quieren ejercer sobre Vd., sobre su ansia de libertad, que le gustaría imponer a los otros, porque Vd. es la perfección y los demás, el ocaso.

Supongamos que Vd. ha sido captado desde niño por unos individuos que le prometen vivir con holgura, a cambio de un pequeño papel circunstancial, en la defensa de esos ideales de libertad. Le pedirán tal vez, pero no es seguro que lo hagan, que mate a alguien. No deberá conocer nada sustancial de esa víctima, si llega el caso. No le importará que tenga familia, que sea un trabajador, que no le haya hecho nada. Deberá matarlo porque se lo han ordenado así para llamar la atención sobre el programa político.

Porque Vd. quiere que su pueblo tenga autonomía. No importará conocer que su pueblo, en verdad, no le está pidiendo nada, que abomina de Vd. y de su talante, que quiere que desaparezca de su vista, que se sumerja en sus cavernas. No se ha preocupado Vd., en realidad, de conocer el programa político que le han dicho que quiere defender. Vendrá después, las ideas no son ahora necesarias.

Vd. está en guerra. Mientras saborea un refresco de limón bien cargado de ginebra cara, y lee las páginas que le han dado con las instrucciones, piensa en que, después de haber matado a su víctima, volverá a vivir cómodamente, emboscándose entre las demás personas, haciendo creer que su actividad es normal, que Vd. es una persona normal.

No será difícil su misión. Matará por la espalda, y la sonrisa que aflorará a su rostro cuando huya a su apariencia normal, no disimulará su inmenso vacío. Pero creerá que está cumpliendo un destino sublime, porque se lo han dicho gentes que no conoce, y que le han prometido que alguna vez confeccionarán un programa político magnífico en el que podrá vivir en libertad, y ya no necesitará matar a nadie para vivir como un potentado. Tendrán, eso sí, que indultarle de los minúsculos delitos con los que se ha manchado de sangre las manos. Por eso, habrá que negociar una amnistía para que la normalidad vuelva a su entorno.