Sobre quienes ven los toros desde la barrera
Desde el 1 de enero de 2012, y hasta que el Parlament catalá cambie democráticamente de parecer, las corridas de toros permanerán abolidas en Cataluña. Será un hecho cultural, que marcará una diferencia más, y ésta bien definida, entre esta región y el resto de España.
Seguro que, con el espíritu práctico que caracteriza a los catalanes -"el català de les pedres en fa pa"- la Editorial Sopena (con sede en Barcelona), que se viene esforzando desde hace siglos en que los españoles aprendan idiomas en diez días, habrá suprimido, para las ediciones en Cataluña, un capítulo que la nova situació, el fet cultural sobrevingut, ha convertido en prescindible: "En los toros/ Át dzoe búl fáit" -en español/en inglés-, ahorrándose así el alumno que quiera ser monitor turístico en los Països un par de horas en el dominio de qualsevol lengua extranjera, incluído -ay!- el catalán.
Pero no hemos abierto esta página del Cuaderno para dar cancha ni a amigos ni a enemigos de las corridas (siempre habrá que puntualizar "de toros"). Nos proponemos algo más pedestre, que es denunciar -ante quien corresponda, que puede ser, todavía, González-Sinde, ministra española de Cultura- que la supresión del vistoso, cruento y emocionante, bello y abominable, espectáculo que sigue siendo fiesta nacional en el resto del país, supondrá -si se generaliza la práctica de decidir democráticamente lo que nos gusta o no, por ajustadas votaciones en los Parlamentos regionales-, en corto plazo, una pérdida sustancial de vocabulario y, por tanto, la desaparición de una parte de nuestra cultura (que es tambè la seva).
No se comprenderá, por ejemplo, lo que se quiere decir cuando se objeta a quien no se compromete con el caso, que está viendo los toros desde la barrera. Será necesario explicar lo que duele síquicamente el que la autoridad te meta un cuerno, y, por supuesto, nadie se referirá a esas gracias que hacen daño al prójimo, comentando que le han metido un buen pullazo.
Creemos que el cuadro de Gernika (léase Guernica) que pintó un afamado artista francés nacido en Málaga, llamado Paul Picasso (léase Pablo Picaso), no hubiera sido el mismo si al maestro de todas las generaciones de pintores que vieron sus cuadros no le hubieran gustado los toros, tanto en estofado como en la plaza.
Habrá, desde luego, también, que eliminar de los museos todas las demostraciones de esa barbarie genial que es pasar a un cornúpeta bajo un trapo, y que suele acabar -en las plazas de menor postín- con el astado arrastrado por las mulillas al desolladero y con el maestro bípedo dando una vuelta al ruedo con un apéndice del animal, y que la tradición ha decidido que sea, en general, una oreja.
Volviendo al lenguaje: por más que no disminuya la frecuencia (más bien tiene toda la pinta de aumentar), habrá que encontrar otras formas de referirse a quien padece -típicamente, sin saberlo- la enfermedad común de que le engañe la pareja, pues no tendrá tanta gracia referirse a él (o ella) como cornudos, y habrá muchos que no entiendan que quien les pone los cuernos en la mano y les hace empujar la carretilla, los utiliza para entrenarse en mejorar los pases con que obsequiará al repetable a la hora de la verdad, que suele empezar a ser a las cinco de la tarde ("las cinco en punto en todos los relojes").
¿Cómo asociar el darle una larga cambiada a un tema o a un energúmeno, con el mérito de despistar lo que parecería obvio, cambiándole los chips a quien viene bufando, con ánimo de apremiarnos a hacer lo que no nos apetece un rábano? ¿Se podrá entender lo que es recibir a la porta gayola, que es casi como decir me importa un pito, esa emoción de aguantar el tipo sin saber qué es lo que se nos vendrá encima, confiando solo en nuestra destreza para salir del paso, aún estando de rodillas?
No, nos creceremos ya como el toro en el castigo. Habrá que explicar que tener temple no es ir bien abrigado, sino saber estar a las duras como a las maduras, mandando, sin mover ni una ceja ni las zapatillas, bien plantáos, aunque se tenga la taleguilla rota y los machos sueltos; se perderán colores: ni negro zahíno, ni bragao, ni tal vez prieto o manchao; prevalecerán esas ridículas denominaciones de butano, teja, chicle o verde botella...; no habrá adeptos, en tendidos de sol como de sombra, a verónicas, manoletinas, pases de pecho, naturales,...¿quién creerá algo a pies juntillas si no habrá quien ponga así, en su suerte, las banderillas, sobre todo, si fueran de castigo?
No podemos terminar sin lanzar un mensaje a todos los catalanes que aman la riqueza cultural: suprimid, si así lo queréis, las corridas de toros en directo, porque siempre os quedará verlas por las televisiones nacionales o el resto de las autonómicas, pero no dejéis que desaparezca lo taurino del idioma.
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