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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre las mentiras piadosas y las desvergonzadas

Para situar al lector, respecto a la metodología para la clasificación no académica de las mentiras que emplearemos en este comentario, válgale que una mentira piadosa es, por ejemplo, la que difunde que existe una recompensa a las buenas obras, más allá de la muerte (cuestión que no ha sido comprobada jamás, a pesar de las decenas de miles de años de existencia de una especie de hombres erectos, algunos de cuyos ejemplares deberían ser escarmentados algún día por su utilización de los demás en beneficio propio).

Una mentira desvergonzada sería la de quien pretende que una forma segura de ganar méritos eternos es otorgar dádivas terrenas a los administradores de la mentira piadosa.

No queremos, sin embargo, restringir el ámbito de las mentiras piadosas y desvergonzadas a la metafísica, pues la realidad cotidiana nos da múltiples ejemplos de unas y otras. Resulta ser mentira piadosa la de quien, para salvar su pellejo de ir a la cárcel, afirma que el dinero que se le ha descubierto en sus cuentas corrientes y molientes, proviene de ocultaciones al Fisco de las rentas de un edificio recibido en herencia y, en cambio, pasa a ser desvergonzada si pretende que no se enteraba de lo que hacía su santa esposa trajinando con la pasta gansa de sus gananciales, porque él estaba ocupado en administrar bien los dineros públicos.

Resulta ser mentira piadosa la de quien afirma que el descalabro financiero mundial no va a afectarnos apenas porque tenemos el mejor sistema bancario concebible y es mentira desvergonzada expresar que apoyamos que la economía griega no se vaya al garete con un préstamo de 3.600 Millones de euros -de un total de 30.000 aportados por el conjunto de la Unión Europea-, no porque nos asuste lo que pueda pasar con la nuestra a corto plazo, sino por pura solidaridad europea y porque no lo necesitamos para otras cosas, porque estamos saliendo de la crisis.

La mayor parte de las mentiras que pululan por ahí son desvergonzadas. El deseo de tomar al interlocutor por tonto ha llevado a la multiplicación de la desfachatez. La paradoja es que, si el destinatario de la mentira desvergonzada no replica, pasa a ser tomado por tonto esférico por el mentiroso, y la autoestima del que es bombardeado con cuentos infumables baja cada vez más. 

No confundamos la educación con soportar la inventiva chabacana con una sonrisa. Exijamos inteligencia al mentirosos. Proponemos llevar una bocina siempre a mano -bueno, en el bolsillo- y cuando se nos intente hacer comulgar con las ruedas de molino de una mentira desvergonzada, le avisemos de que no nos la ha colado, con un sonoro bocinazo.

Claro que el inconveniente es que el estruendo que se organizará será mayúsculo. Pero como las ciudades españolas tienen ya tanto ruido incontrolado, el mal quizá no sea tan grave y, pensando en positivo, nos divertiremos, hasta que se alcance la proporción que creamos soportable de mentiras piadosas respecto a las desvergonzadas.

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