El Club de la Tragedia: Revisores y revisionistas
Hay acuerdo entre los que analizan hechos pasados en que, como la historia la escriben los vencedores y no solamente manejan el lápiz, también se encargan de destruir la mayor parte de las huellas que nos hubieran permitido después ahondar en las miserias intrínsecas a toda victoria, si se pudiera escuchar también a los derrotados.
El tremendo destrozo causado en las libertades, el respeto a las creencias ajenas y la quiebra en la solidaridad con los desfavorecidos de fortuna que, con caldo de cultivo especial en la larga guerra civil en España (1936-1939) tuvo el abono interesado en la presión demoledora sobre muchos derechos que ejerció la élite de los vencedores en las dos primeras décadas posteriores, generó, en las promociones que no vivieron aquellos momentos, un efecto colateral que califico de especialmente pernicioso.
Lo llamo, reconociendo que se ha acabado convirtiendo en un estado colectivo -en el sentido de generalizado o muy mayoritario- permanente, revisionismo estructural. Los españoles hemos consolidado, como sociedad, la situación de duda, de inseguridad. Y en ella hemos asentado nuestro comportamiento ante las dificultades.
Prisioneras nuestras instituciones de la angustia por no ser claramente capaces de dilucidar lo que más conveniente, llevamos décadas generando residuos de esta indecisión.
¿Efectos? Lamentables... Inseguridad jurídica, no exactamente la de un país habanero, pero sí la de quien tiene tal empacho mental que no alcanza a distinguir lo mejor de lo óptimo, lo aconsejable de lo bueno. Indefinición respecto a las condiciones básicas que regularían la convivencia, convertidos hoy en tierra de acogida sin haber sido capaces de resolver lo más urgente de las necesidades de los que ya están asentados.
Estado de derechos, en fin, y no de deberes. Defensores, entre ejemplos de la distonía que nos anquilosa, en los foros internacionales, de principios que, en nuestra pobreza económica (a veces, mental), somos incapaces de cumplir.
Aquellos vencedores se sentían armados con una trilogía -por supuesto, de factura interesada- que decían les protegía y justificaba: la verdad de la religión católica, el amor a la madre Patria, y el odio visceral al comunismo. Desmoronada hoy esta triada, ridiculizada en sus raíces sin haber conseguido sustituirla por nada coherente, la inseguridad se ha adueñado de la mayoría de los resquicios.
El español medio no cree en nada, desconfía de todos, critica cualquier cosa, niega cualquier autoridad o designio.
Es imprescindible que, remontándonos sobre las dudas, aparezcan personajes con poder de convicción que nos restituyan la confianza, cortando con las espadas de la eficacia y la respetabilidad, los nudos gordianos en los que se nos ha convertido nuestra ansia colectiva de revisarlo todo, ponerlo todo en cuestión, alborotar cada cajón de la sociedad y la cultura, sin alternativas, sin método, hasta sin ganas.
Tenemos que salir de aquí. De esto.
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