Sobre la avaricia y otros pecados capitales
La denuncia pública hacia la "avaricia de algunos" que, como diagnóstico ético, formuló Joaquín Almunia, Comisario Europeo, en una entrevista de Los desayunos de Radio Tres, ha sido muy comentada, al menos, en los círculos del diletantismo intelectual españoles. Ni las temibles subprime, ni los caprichosos van, ni los artificiosos tir, ni los malévolos bonos basura: la avaricia.
Desde que el Papa Gregorio I en el siglo VI, sistematizó, incluso en exceso (añadió la Vanagloria, que suprimiría después Tomás de Aquino, seguramente por lo que le atañía, y haciendo abstracción de la exótica actualización del cardenal Girotti), la avaricia tiene solución. Ergo, la crisis económica, siguiendo en la misma posición ética versión cristiana, se solucionaría si esos "algunos" a los que se refirió Almunia, y que están bastante bien detectados, utilizaran el antídoto previsto para este pecado capital: la generosidad.
Los anglosajones, que siempre han buscado su propia razón de las cosas, tanto desde las islas británicas como desde las islas norteamericanas (desde Olimpia hasta Florida), han olvidado la distinción entre avaricia y lujuria, que suelen designar con el mismo vocablo, en familia: greediness. Pero no es lo mismo, claro.
El primero es un pecado social, cuya traslación a los códigos penales está, en general, aún inmatura; y la lujuria es un vicio que tiene pocos destinatarios, aunque, cuando trasciende de las cuatro puertas de la soledad de uno mismo, y causa daño a otro, puede causar gran alarma social si se encuentra en su camino con los celos, la estulticia y un arma, y por eso, cada vez ocupa más espacio en los Códigos penales y en los media.
Pero volviendo al tema principal. La solución, pues, ni inyectar más liquidez al sistema, ni establecer cortapisas puntuales al mercado, ni perdonar las deudas a ciertos sectores estratégicos: más generosidad de algunos, señores.
Y contra la lujuria, castidad. Pero eso ya es otro cantar.
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