El Club de la Tragedia: El comentario como noticia
Como ya somos todos mayores, sabemos bien que la verdad objetiva no existe y que es importante quién nos cuenta las cosas, porque de ello depende que podamos construir nuestra propia opinión.
Ignoro si en las Facultades de Periodismo (Ciencias de la Información) se esfuerzan en convencer a los educandos de que hay que ser objetivos y neutrales, pero tal propósito me parecería decididamente equivocado.
La contribución a la formación de la persona implica ayudarle a construir una opinión acerca de las cuestiones fundamentales en las que pueda encajar sus propias vivencias, y que le den las herramientas para seguir perfeccionando, a lo largo de su vida, en proceso continuo, su concepto del ser y saber ser.
Los informadores, especialmente cuando lo que comentan se dirige a destinatarios con menor formación y capacidad crítica y, por lo tanto, más proclives a dejarse impresionar por lo que se les presenta como fuentes de autoridad, tienen una gran responsabilidad, porque se convierten en garantes, no ya de la noticia, sino, por la facultad para escoger los detalles que juzguen más relelevantes de la verdad material, de la posible interpretación que, quienes no tienen acceso a las fuentes, den a la noticia.
Son varias las posibilidades de interferencia entre la verdad absoluta y la material comunicada, y de encubrir o disimular lo objetivo entre lo subjetivo. El informador debería, ante todo, preocuparse por trasladar la información que conozca sin suprimir nada de lo que entienda sustancial para comprenderla, pero separando bien lo que está comprobado de lo que es especulación. Y, si se aventura a comentar la noticia, habría de hacerlo de forma culta, instruída, pero, también, comprometida: las interpretaciones nunca son neutrales.
He oído bastantes veces que para estar bien informado hay que leerse periódicos o escuchar emisoras (de radio o televisión) de las diferentes tendencias. Esta imposible labor, que obligaría al ciudadano a estar en continua operación de filtrado y síntesis de lo que se le ofrece, ni siquiera garantizaría que obtuviéramos todos los datos y, aún disponiendo de todos los datos, es casi seguro de que no seríamos capaces de integrarlos en una conclusión perfecta, admisible por cualquiera sin reticencias.
Los cambios de informadores que se produjeron en julio de 2012 en los medios públicos no son triviales. Supongo que al Ejecutivo de Rajoy no le gustaba la forma en que estos informadores glosaban ciertas noticias y, por eso, como no se pueden cambiar los hechos, han decidido cambiar a los que nos los cuentan.
Seguramente fue incluso determinante para justificar internamente el, a la luz pública, injustificable trueque, la alta calidad profesional ampliamente reconocida de los sustituídos y, aún más, se tuo en cuenta el alto número de fieles seguidores de los programas que dirigían, esto es, su capacidad para inducir conclusiones en los informados.
Si abrigábamos dudas, no habían transcurrido 24 horas de las sustituciones cambios, y ya estábamos en situación de deducir, con hechos, las razones principales por las que se trataba de eliminar lo que el Gobierno actual consideraba una molestia para sus objetivos de poner luz en lo que le resultara más conveniente y usar la omisión donde le apetecía, sin más que analizar la forma y manera en que los sustitutos están ahora actuando.
El procedimiento seguido es de libro. Se trata de conceder más énfasis a lo que tiene poca importancia relativa, consumiendo con ello el tiempo dedicado a la información, en perjuicio, pues, de lo relevante. Se pone, simultáneamente la lupa de la noticia en el ángulo que interesa más al capataz, no al pueblo llano que somos quienes pagamos, yendo en rápida pasada de vuelo distante por lo que pudiera perjudicar la imagen del que reparte los salarios a los peones que manejan la tijera.
Volvemos, pues, a tiempos de censura. Entiéndaseme: habrá siempre sesgos en la forma en que se comentan la noticia. La ideología del que comenta es, no solo inevitable, sino imprescindible. Pero la ideología del que comenta no tiene porqué coincidir del que provoca la noticia: si es así, el modelo se convierte en servilismo. La forma de ejercer censura será más sutil, pero no por ello menos efectiva.
Si la manera de dar la noticia cuenta con la complicidad del informador, entramos en patraña. Se reduce la dosis de información, pasándola por un doble filtro y se edulcora antes de servirla; si, además, la situación está diagnosticada como enferma de diabetes, el escándalo huele a chapuza indigestible, genera aún más peligro de que no se pueda ni intuir la componenda.
Ahí la tenemos, pues. Se sustituye lo económico por lo deportivo, lo político por lo folclórico; se eligen con mimo las palabras para presentar lo que hace -o no hace- el poder y se secciona, de las tomas en directo, lo que apetezca contar de lo que dijo, sacando lo feo por su lado más favorable, casi apetecible. Del contrario, poniendo más distancias, se hace, en coherencia malévola, lo opuesto.
La consecuencia es inmediata: el comentador se hace parte de la noticia, y el comentario es, por encima de lo que sucedió, no solo malversación, sino noticia.
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