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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre lo que sabemos del futuro

El interés por conocer nuestros orígenes como especie y la preocupación por plasmar con exactitud los hechos relevantes de cada generación, o descubrir los de las anteriores, para poder analizar la evolución que nos ha llevado hasta aquí y tratar de deducir de esa observación hacia dónde se nos está conduciendo o, si negamos el determinismo, hasta dónde podemos llegar, es sorprendentemente reciente.

El pasado del hombre está lleno de vacíos y, por lo que vamos descubriendo, de ominosos silencios, de interpretaciones fabuladas y de desencuentros entre seres con identidades morfológicas pero tremendas discrepancias ideológicas, que, lejos de aminorarse, se han ido incrementando con el paso de los siglos.

No podemos dejar de lado, como hecho sustancial, que una parte de la humanidad vive de la explotación de la otra, y que así ha sido, sino desde los primeros tiempos de la especie (que parece que sí, que fue de esa manera), en estos últimos. Tenemos un estupendo historial de guerras, de dominaciones, de exterminios, y la marea de esa crueldad del hombre contra sí mismo, llega a nuestros días, nos alcanza los pies, nos llega en muchos sitios hasta la cabeza.

Con estos antecedentes, lo que podemos predecir del futuro, lo que sabemos de él por extrapolación, no es muy tranquilizador. Si pusiéramos sobre un mapa terreste todas las zonas de conflictos -armados, comerciales, económicos, ideológicos- cubriríamos toda la superficie. Podemos, si nos apetece, hablar de un mundo tecnológicamente avanzado, pero deberíamos cuidarnos muy mucho de llamarlo civilizado.

Las recientes proyecciones sobre la evolución de la temperatura media sobre la superficie de la Tierra -ya no importa entrar a discutir si como consecuencia de un proceso natural o antropogénico- indican que subirá entre 3 y 6 ºC antes de 2035 y que la tendencia es irreversible.

Preocupados por la crisis financiera actual -cuando no por los resultados del último acontecimiento deportivo o las declaraciones de cualquier disminuído síquico no diagnosticado- no nos ocupamos de un riesgo que está creciendo a velocidad de vértigo: en muy pocos años los humanos se enzarzarán en una lucha brutal por las disponibilidades de agua limpia y energía primaria. Apelar a la solidaridad suena muy bien, pero nos devuelve, en la realidad, un eco vacío, metálico, con fragor a desastre.

Hay un libro de metáforas, muy leído e interpretado, que nos cuenta de un tal Noé que construyó una barca con capacidad sorprendentemente suficiente para albergar un par de animales de cada especie, y que permitió salvar de la destrucción lo mínimo de lo existente.

Dentro de un par de miles de años, la imaginación nos indica que esforzados exégetas podrían estar analizando señales y signos, tratando de descubrir qué pudo haber sucedido en este planeta en el que, bruscamente, varias zonas que aparecían hasta entonces como muy pobladas se desocuparon de una gran parte de los eucariontes.

Si esto sucediera, esos descendientes de trasuntos de Noé y sus allegados, podrían llegar a la hipótesis de que, en esa época anterior (la nuestra), incluso los seres superiores de la cadena trófica -que parecía dominar un superdepredador extinguido-, eran organismos mentalmente poco evolucionados.

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