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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Por goleada

Posiblemente para unos cuantos aficionados, la incógnita a resolver en la Liga de Fútbol española de 2011-2012, sea dilucidar si la Copa se la llevará el Barcelona CF (El Barça) o el Real Madrid (El Madrid).

Para nosotros, lo más importante sería conocer si quienes han conducido el fútbol español a la actual situación reflexionarán, por fin, de que están abocando la competición a su extinción.

Porque la diferencia entre los dos equipos citados y los demás se ha convertido en tan grande, que raya en lo grotesco. Como a nadie le gusta ver a su candidato, -el equipo que lleva el nombre de la ciudad en donde uno nació-, perder por goleada, o se retuerce la afición natural para concentrarla en uno de esos equipos de nivel inalcanzable, o se abandona el interés por la competición, a la espera eventualmente de las ocasiones en que se confronten entre sí esos campeones, -sin más rival que el otro, su alter ego.

Se maravilla un tal Cristiano Ronaldo de que los contrarios le larguen más patadas que a nadie y que le parezca que los árbitros hagan la vista gorda, y atribuye esa distinción a que él es más guapo, rico y mejor jugador que los demás.

Se equivoca en parte, puesto que, como está hablando de profesionales del espectáculo, olvida que sus contrincantes en el campo son atletas, como él. No les importa, por ello, que sea más guapo (además de discutible objetivamente, esa cuestión podría interesar solo a quinceañeras reprimidas), ni más rico (el Fisco debería tomar medidas al respecto), sino, únicamente, que es el mejor, o al menos, el segundo mejor (después de El Guaje, Villa).

En realidad, no es que el sea el mejor, sino su equipo (a falta de lo que tenga que decir el otro galáctico, el Barça). Y a los insoportablemente mejores, no queda más remedio que zurrarles, o admitir que los árbitros les piten más faltas o hagan vista gorda a las que les cometan sus contrarios.

Porque, como en las carreras de caballos, o se les pone a las monturas un peso adicional para equilibrarlos más o menos -podría obligárseles al Barça y al Madrid, cuando jueguen con otros equipos, a que alineen solo ocho jugadores o a que la mitad del tiempo vayan tres o cuatro de ellos a la pata coja tras el balón- o nadie va a apostar por aquellos que pertenecen a otra división, pues no hay sorpresa si ganan.

Así ha sido y seguirá siendo desde los tiempos del instituto. A los mejores de la clase, convertidos en repelentes niñosvicentes, les pegaban; los que no tenían tantas dotes, no lo hacían, en realidad, porque les tuvieran envidia; se comportaban así, aún sin saberlo, por buscar el equiliibro; era una manera de recordarles que eran vulnerables, de que no se les subieran los humos a la cabeza, de que estaban hechos de polvo (carne y moratones), como todos.

La culpa, en esto del fútbol, de que se pretenda hacer justicia con patadas, no la tienen los Ronaldo, ni los Messi, ni los Villa o compañía.

Esto es lo que han conseguido los que no aman el fútbol, porque confundieron el deporte con una máquina de hacer pasta, convirtiendo por su mezquino interés el campo de un deporte en un burdo escenario de poderes económicos. Transformaron con ello a los jugadores -conejillos de indias, ídolos de papel, profesionales de circo, vedetes vulnerables en la busca interminable por contratar siempre a los más hábiles en meter pelotas -  en actores de una representación que, llevada a caricatura, conseguido un brutal desnivel entre contrarios al concentrar en dos equipos a todos los mejores, sinceramente, resulta cada vez más aburrida, salvo para masocas y perversos.

Puede que gran parte del personal aún no se ha dado cuenta. Pero todo se andará. Demos tiempo al tiempo. En política, se ha caído en este error, y cada vez nos interesa menos el espectáculo en los que los grandes aparentan manejar la solución a nuestros problemas y más lo que se ventila en la cancha de los partidos más pequeños.

¿Jugamos a otra cosa?

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