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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Por todos los diablos, que alguien ponga coto

(Dedicamos este artículo a los estudiantes de español y a los españoles con sentido del humor).

A ver quién es el guapo que se aprieta los machos y toma las riendas del asunto para sacarnos de este berenjenal. Fácil no lo tiene, porque el personal tiene la mosca detrás de la oreja y todos, quien más quien menos, andan ya con el culo pelao de tanto oir que había que poner el callo mientras resultaba que otros sacaban tajada, subidos al carro o al machito para chupar del bote sin dar ni clavo .

Dicen algunos que tenemos que cambiar de paradigma, pero nadie nos ha puesto blanco sobre negro de qué va eso y nos da el fílin que puede ser más bien otro artificio para despistar por donde van los tiros. Si se trata de coger los petates o salirse con lo puesto a la buena de Dios, no hay caso, de aquí no nos movemos. Porque si hay que empezar desde cero, habría que poner a correr el cuentakilómetros desde ahí para todos.

El tema central es que ya no nos chupamos el dedo, tenemos cuerda para rato y no estamos para creernos los cuentos. Porque podemos admitir que en el chiringuito, mientras duró la fiesta, estuvimos de rechupete, y que caimos como pininos en la trampa de que podíamos pagarnos la verbena, estando a dos velas. 

Pero no irán a echarnos la culpa de no haber estado finos en olernos que iban a cambiar las tornas, si los que estaban arriba decían que todo estaba controlado y que el temporal no iba ni a mojarnos. Así que, si alguien tiene que pagar los platos rotos, que se hagan cargo del estropicio los que presumieron de saber por dónde íbamos y nos metieron en el brete.

Ya tendría chicha que nos cargaran con el muerto a los que solo pusimos el curro donde otros el careto.

Por la cuenta que nos tiene, con todo, urge encontrar gentes que no estén viciadas, que tengan muchas luces para poner las cosas en claro y sacarnos del atolladero, cantando las cuarenta a quien haga falta, sacando los colores a un par de ellos, y que sean capaces de insuflar ilusión al más pintado.

Para ese oficio no vale cualquiera. Sobran piquitos de oro y listillos que echen mano al cajón; que no nos tomen por palurdos para vendernos la moto. Queremos tipos de ley, con tino y talante, provistos de buen ojo, mano zurda, que tengan bien puestos los pinreles, que sepan por donde andan, que no se arruguen ante nada, y que atinen a poner coto a este barullo, contagiándonos de ganas.

Que den ejemplo con el corazón, con la cabeza; y que si se sacan algún conejo de la chistera, que podamos comérnoslo entre todos.

(Por cierto, que esta historia, no tiene destinatario prefijado. Vale igual para aplicarlo a los quebraderos y disgustos en que nos han metido sin comerlo ni beberlo, quienes manejaron a su antojo, poniendo cara de velocidad a los destrozos, patrias chicas, paciones autonómicas, estados de sitio, raptadas por el toro, vecinos de zumosol americanos, iluminarias islámicas o crearon dioses en su estirpe; por decir solo unos cuantos de muchos a los que sentarían como un guante los gorros de trileros.)

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