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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la credibilidad del mentiroso

Algunos mentirosos de postín han quedado con el culete al aire. Sucede cada vez con más frecuencia, porque el mundo ya no es lo que era, y hay que andarse con cuidado.

Todavía se les puede considerar casos esporádicos, y, por suerte para el sistema, el núcleo duro sigue incólume, a salvo.  

No hay que confiarse. Cuando menos te lo esperas, salta una liebre. Una investigación policial que te pincha el teléfono sin avisar -no sería por tí, claro, sino para perseguir un delincuente común- y las conversaciones gravadas pueden acabar, si no andas con tiento, en las manos inadecuadas .

Se dan casos del comilitón mala uva que no está contento con el reparto de los cargos, comisiones o prebendas, y que, en lugar de portarse como un tío cabal y ventilar las diferencias entre colegas,  denuncia los trapos sucios a los cuatro vientos en plan terrorista suicida. 

Aconsejar prudencia no implica alarmarse, tocar a rebato o rasgarse las vestiduras. Hay muchos recursos para atajar los incendios. No es lo mismo ser acusados por un nindungui que figurar como imputados por los verdaderos encargados de repartir penitencias y castigos. Estamos en un estado de derecho.

Normalmente, bastará con que la cadena de funcionarios actúe con la diligencia habitual para que las hipotéticas faltas queden eternamente impunes. La sacrosanta figura de la prescripción debe ser tenida en cuenta. La justicia tiene mucho trabajo pendiente acumulado y es una norma insoslayable que se debe conceder la misma atención a los casos gordos que a los pequeños. La justicia ha de ser igual para todos.

Tiene sentido que los individuos de mayor relevancia social se vayan de rositas con sus pecadillos. No son un peligro grave, los delitos económicos no son tan graves como hurtar en el metro o darle un tirón al bolso de la ancianita. Su mayor sufrimiento es ya pensar en tener que verse en la picota, expuestos a la maledicencia pública. Para ellos, ése es ya un castigo insoportable.

Los instrumentos de los que disponen los presuntos malfactores, incluso pillados con las manos en la masa, son varios. El primero y más socorrido, es negarlo. Negarlo todo. No estuviste allí, no conoces al otro, la voz no es la tuya, los bienes y el dinero son legales. Te tocaron en una tómbola, vinieron de una herencia, no recuerdas cómo los adquiriste. La presunción de inocencia te ampara.

Como en el chiste en el que el marido cornudo descubre a su mujer en la cama con su mejor amigo, la línea inicial de una buena defensa es negarlo todo: "¿A quién has de creer, a lo que te dice tu mejor amigo o a tu vista cansada?".

Paralelamente hay que intoxicar, mezclar verdades con mentiras, informar con la desinformación, amontonar evidencias junto a conjeturas y botes de humo.

Puede que todos, incluso, el mismo investigador, acaben creyendo que lo que tienen en las manos son puras imaginaciones suyas. Tal vez, si las cosas se hacen como corresponde, que el culpable mayor es el propio aprendiz de verdugo, por no haber dedicado el tiempo y atención necesarios al asunto.

¿Cumple el instructor de la causa con el débito conyugal?. ¿No tendría animadversión manifiesta hacia el presunto? ¿Cazó el amigo del capataz sin licencia? ¿Le gustan al Monarca las anchoas?

Al principal partido de la oposición le han pillado con algunos trajes en la mano. Tirando del hilo, ha quedado al descubierto una trama de interelaciones que se traducían, al parecer, en dineros contantes y sonantes, que es lo que cuenta.  

Atando algunos cabos de los hilos de esos trajes, se puede colegir que el asunto principal que ha quedado al descubierto es el de la financiación extraordinaria de los partidos políticos. Lo había confesado un ex President: el 3%.

Hay que entenderlo con voluntad de indulgencia. Un partido político es una maquinaria compleja que necesita de mucho dinero. Para premiar a los simpatizantes, animar a los militantes a que muevan el solomillo en los eventos, recompensar el trabajo extra de los que se dedican a la gestión directa de la cosa pública por cuatro perras.

Por eso, es necesario utilizar muchas veces la adjudicación de contratos y gestión de servicios públicos a las empresas amigas, para arañar pequeños porcentajes. No se trata de sobornos, ni admitir cohechos, ni nada de eso. Las adjudicaciones se realizan con la máxima transparencia y seriedad. Solo ganan los mejores.

Pero ese 3% viene bien para engrasar las menguadas arcas del partido. Que, por el camino, algún pobre hombre se quede con un par de trajes, es pecata minuta. La sinfonía mayor se toca con mejores instrumentos.

El trabajo que ahora toca desarrollar es el de no dañar el tronco, trabajo delicado. Ojo, que si me tocas este tronco, te talo el tuyo. En sana consecuencia, la parafernalia creada con voces, gritos, acusaciones y peticiones de que corten la cabeza caiga quien caiga pero a mí no me toques, se contentará con dejar seccionadas un par de ramas simbólicas. Que sirva de escarmiento. Hay que hacer las cosas bien. Que sirva de catarsis. El que la hace, la paga.

O tal vez, nos encontremos con la figura jurídica de la prescripción, la dificultad de pruebas, la dilación indefinida, la pérdida de expedientes, la falta de precisa tipicidad penal, el olvido.

Dicen que si un mentiroso te engaña una vez, la culpa es suya (de él). Si te engaña dos veces, la culpa es tuya. También podemos preguntar: ¿Quién es el mentiroso? ¿Nos estamos engañando a nosotros mismos?

 

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