En la Sierra de Madrid, habitan devoradores de paisajes
Podemos, sencillamente, llevarnos las manos a la cabeza y lamentar que se haya dejado que las cosas llegaran a este punto de deterioro. Pero no ha de bastar: hay que hacer urgemente una reflexión de lo que se ha hecho, de sus porqués, incluso detectar a culpables y razones y, desde luego, donde sea más evidente, tomar medidas de restitución, porque no deberíamos consentir que una situación así se convierta en permanente.
De la insensatez, desidia, malgusto y egoismo de las generaciones actuales no deberían padecer las futuras.
Ni siquiera deberíamos consentir que sufriéramos los efectos durante más tiempo, una vez descubierto el descalabro, de ese mal que se ha establecido, -en el urbanismo como en otros campos, ay-, en nuestra sociedad y que resulta ser una fiel combinación de dos principios malignos: El que venga detrás, que le den; y Me cubro las espaldas con informes técnicos (incluídos en ellas artificiosas declaraciones de conformidad ambiental).
Una visita por la mayoría de los pueblos de la sierra de Madrid -pongamos como ejemplo de desastres, El Boalo y Mataelpino- nos serviría inmediatamente para tomar consciencia de lo que hablamos. En unos, el deterioro es grande, incluso total; en otros, conviven manifestaciones de respeto por el paisaje y la arquitectura "serrana" con aberraciones dignas de la piqueta.
Devoradores de paisajes, destructores de belleza, egoístas amparados en su poder sobre el cemento y el ladrillo, ignorantes de la estética más elemental, se han afincado entre nosotros y fagocitado, sin pudor, una buena parte de lo que nos pertenecía a todos.
Detrás de esas manifestaciones de mal gusto y de la insolencia de no querer mirar allá de las propias narices, junto a los propietarios de las, en general, previstas como fincas de recreo, o segundas residencias para días de asueto, se ocultan otros culpables: arquitectos y aparejadores incapaces, al parecer, de aplicar, las nociones de estética que han aprendido en sus Escuelas Técnicas, y responsables municipales que no saben, por los síntomas (queremos ser cuidadosos en no utilizar un lenguaje agresivo), lo que es elaborar un Plan de Urbanismo y hacerlo cumplir.
La combinación consolida un desastre en el que creen haber triunfado miles de nuevos ricos (aunque se autositúen en la nebulosa clase media) que no quieren saber de paisajística ni respeto al disfrute de los demás, ignorantes de ceja espesa y boina calada -intelectualmente hablando- que se creen que lo grande, aparatoso, brutal, es signo de opulencia, merecedor de admiración y envidias.
Proponemos que se haga el inventario completo de esos despropósitos, se analice lo que pueda corregirse, imponiendo obligaciones a sus dueños de resituir lo mal hecho o limitando las condiciones para la venta y, en todo caso, indicando que la vida útil autorizada de tales edificios perversos no será superior, digamos, a veinte años, a partir del momento en que deberán ser demolidos; y, por supuesto, que se trabaje seriamente en la reconfección de los Planes urbanos, bajo la supervisión de Comités de Estética y Paisajística que sepan de belleza, de conservación de valores paisajísticos, de respeto a terceros, y que...lo decimos con la boca pequeña, pero firmes, porque da vergüenza... no se dejen influir por el dinero.
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