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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre exhibicionistas, pudorosos y perversos en la red

Entre los efectos secundarios menos analizados de las telecomunicaciones se encuentra el que cambian, -según se alega, con extraordinaria frecuencia-, la personalidad real de sus usuarios. Nos referimos, para precisar el campo de nuestro análisis informal, más específicamente, a las llamadas "redes sociales".

Los estudios conocidos acerca de la influencia de las redes y la personalidad, se han concentrado en la creación de una imagen virtual atractiva por parte de los más jóvenes, por la que el internauta aún en proceso de madurez pretendería darse a conocer de una forma idealizada; este trabajo de construcción de un yo virtual más apetitoso que el verdadero, en el mundo de las relaciones telemáticas, es vista como una manera positiva de perfeccionar la personalidad real, madurándola.

No estamos de acuerdo. Ante todo, porque debemos discrepar de lo que esos estudiosos de variado pelo intelectual -crecido, en general, en las dehesas de las Universidad norteamericanas-, entienden por "manifestación de la personalidad", haciendo una dicotomía entre las apariciones virtuales y reales, como si ambas pudieran disociarse.

Eso de que uno puede crear y controlar egos/yoes o personalidades a complacencia, es una patraña. Cada uno es cada uno, tiene sus cadaunadas, y, por fino y escrupuloso que parezca en borrar huellas de lo que no quiere ser o aparentar lo que le gustaría que pensaran de él, no es posible engañar a ese "permanente ayuda de cámara de uno mismo", que es -permítasenos la escasez de vocabulario-, justamente, uno mismo.

Incluso para las personalidades más bipolares de la siquiatría no existe más que un yo que, no lo negamos, según circunstancias externas, conveniencias del individuo o tensiones físico-químicas en su organismo, puede volverse en manifestaciones extrovertidas y exultantes o llevan a la depresión y al ostracismo del individuo que la padece frente a los demás, pero siempre tenemos que volver a la guarida individual, porque no tenemos manera de zafarnos de lo que, en esencia, somos.

Volvamos, pues, a la red y a la relación que tienen con ella los habitantes del mundo real.

Están, por un lado, los que temen enseñar aspectos que les interesaría mantener ocultos, y creen que la red los desnudaría, les haría perder intimidad. Muchos de los reticentes a usar las vías de intercomunicación telemáticas, alegan una y otra vez que no confían en su seguridad, y que están seguros de que la información que se proporciona a la red -desde número de cuentas corrientes a visitas a páginas de contactos sexuales o pornografía- acabará en manos indeseables, vulnerando datos, secretos o particularidades que no desean que caigan en poder de terceros incontrolados.

No vemos forma de contradecirles, pues si los protocolos para medidas de seguridad más potentes que conocemos, que son las relativas al manejo de la energía nuclear, tienen fisuras y pueden dar lugar a situaciones que se pretendía tener bajo control, no habrá guapo tecnológicamente hablando que pueda defender que esos protocolos que avanzan a base de prueba y error (su vulneración) nos defiendan de que nuestros datos confiados a la red no sean puestos en pelota por fallos de servidores, hackers bien dotados para penetrar en las barreras de otros y, por supuesto, organizaciones delictivas o al servicio de los espionajes internacionales, que tienen como trabajo único levantar el velo de lo que se quiere mantener secreto (Wikileaks nos ha puesto sobre aviso de las dificultades de conservar una información a buen resguardo).

Lo que sí les advertimos que la información que existe en las redes -al margen de los datos que proporcionen organismos oficiales, boletines de las administraciones públicas (y privdas) y las eventuales fugas de seguridad de entidades financieras, centrales de compra venta y análogas detentadores de bases de datos- proviene de dos fuentes: a) la que proporciona el propio sujeto, y que puede controlar y b) la que proporcionan sobre él los demás, a la que no es posible cerrar los ojos, porque no depende del sujeto; y que, si es falsa, tendenciosa o errónea, la mejor manera de combatirla es desde dentro, con argumentos verdaderos y, en su caso, con la denuncia a los órganos jurisdiccionales.

Están, por otro lado, los exhibicionistas en la red, no solo de sus flaquezas anímicas, sino también, y ello nos resulta especialmente simpático, de sus producciones, del tipo que sean. Blogs, webs, redes sociales, están llenas de fatuas, incluso ridículas, pero en una importante cantidad de casos, bien intencionadas, exhibiciones de lo que uno cree poder aportar a los demás, que es, al fin y al cabo, la demostración de la necesidad de ser amado por lo que se es o quiere ser.

Para estos individuos, la red supone ampliar o querer ampliar la capacidad de influencia, de concretar la necesidad de ser amado, querido, respetado, o, sencillamente, de ser tomado en consideración. Estos individuos convierten a sus apariciones en la red, a veces interpretables como sicopatías, en una bandera permanentemente desplegada, cuyo sentido es, inequívocamente: "Eh, que estoy aquí, que quiero que me queráis". La red es, para ellos, un campo de despliegue de su personalidad, que obtiene su recompensa -ocasional o sistemática- con esas reiteradas manifestaciones de "me gusta", o "te copio esto que se me ha ocurrido" o, más frecuentemente, "comunico urbi et orbe que me estoy tomando una cerveza, entro en el baño o me encuentro en una manifestación, una conferencia o estoy disfrutando de un día en la montaña".

Terminamos este Comentario con la referencia a un tercer tipo de individuos, que llamamos genéricamente, perversos, que utilizan el anonimato de la red para poner huevos de mala uva en lo que otros hacen. Convertidos en especialistas en tirar piedras sin necesidad de esconder la mano, porque creen estar actuando de forma anónima, meten mensajes soeces, descalificaciones frontales sin más fundamento que su intención de dañar sin ser identificados, utilizando la red como un campo de exposición de sus debilidades sicológicas, en la misma línea que los que gritan hijoputa al árbitro de un encuentro deportivo, porque entienden que nadie los reconocerá por su verdadera personalidad.

Pues bien: los tres tipos de actuación revelan aspectos de la personalidad real. Exhibicionistas, pudorosos o perversos en la red son reflejo de otras tantas características del yo real, y dan información sobre comportamientos, que cabe analizar con las mismas técnicas que utiliza la sico-sociología tradicional.

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