De méritos a meritorios
Que no estamos en una sociedad -nos referimos a la española- de méritos sino de meritorios de segunda categoría, no aportará sorpresa alguna a los que participan como actores o asisten de espectadores -voluntarios o forzados- al tragicodrama (1) nacional.
Quizá lo único que habría que precisar, para quienes tienen menos conocimiento de la lengua que nos es propia, que un "meritorio de segunda" no sería -en la acepción de la RAE- quien tiene méritos, sino quien los pretende, trabajando incluso sin remuneración, haciendo lo que se ha dado en llamar "la pelota" al que está en el poder, para tener acceso a un puesto de funcionario.
Los meritorios que tienen éxito en sus objetivos forman legión en una tierra como esta nuestra en que abominamos del riesgo y en la que nos gusta es tener un gorro, sea cual sea, que nos regale autoridad y nos permita controlar lo que hacen otros, escapándonos de que se nos controle lo nuestro.
Lo que da mayor singularidad a un meritorio de segunda no es, sin embargo, el puesto que ocupa, sino su empeño, una vez conseguido el sitial, en impedir con todas sus fuerzas que quienes no sean de su cuerda, de su familia o de su agrado accedan a un sitio semejante al que le han encumbrado.
Participan en este devaneo casi todos cuantos están en la pirámide de meritorios: desde el más humilde conserje o celador al más lustroso cátedro, magistrado o director de departamento. Podría decirse, pues, que conforman un cuerpo invisible de meritorios, en los que la protección del estatus y el control de accesos forman parte indisociable de la doctrina.
La historia de los pícaros se entremezcla así con la de los valiosos; la de los que tienen mérito de primera categoría, con la de los que han tenido su mayor destreza en lamer culos ajenos. Unos y otros andan juntos en una única manada, hecha de toros y cabestros, en la que tanto sirve montar como ser montado.
Si deseamos mejorar lo que se hace mal en España -que no es tanto como dicen los enemigos de nuestra idiosincrasia ni tan poco como pretenden los que están arriba del machito- habrá que reflexionar sobre la valoración de los méritos que deseamos en esta sociedad, que es tanto como decir, lo que deseamos que tengan los que llevamos hasta arriba, en donde se nos dirige.
Porque si, al observar atentamente lo que tienen en las manos y en el cerebro los que han llegado, no encontramos en muchos diferencias con los que no se han acercado ni de lejos, habrá que dar la razón a quienes sospechan que el mayor mérito para ser considerado un figurín es haber combinado el arte de lamer culos con el de pisarnos la cabeza a los de abajo.
(1) Lo normal, por supuesto, es hablar de tragicomedia para referirse a esta feria de vanidades que acaba en valle de lágrimas para todos; como no queremos utilizar el palabro hiperdrama, hemos creado un vocablo que refleja, a un tiempo, el superlativo equivalente a "dramón" y el sarcasmo que está implícito en todo docudrama.
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PILAR NÚÑEZ -