Sobre la percepción de la corrupción: medida y desmedida
Transparencia Internacional (TI) es una organización sin ánimo de lucro con ciertos aires misteriosos que fue fundada en 1993 por Peter Eigen, un abogado alemán que trabajó para el banco Mundial y, entre otras actividades, tuvo ocasión de asesorar legalmente a Namibia y Botswana.
Cada año, desde 1995, TI adquiere una punta de notoriedad por la publicación de un índice de corrupción, en el que casi todos los países son puntuados de 1 a 10 por un panel internacional de profesores universitarios y politólogos (intentamos con este palabro hacer referencia a la pluralidad de procedencias de los expertos).
La medida de la corrupción ha de ser forzosamente subjetiva y, en una amplia medida, intutitiva. Sabedores de que la luz es letal para su actividad, corruptores y corruptos se mueven en las cavernas del poder, ocultando sus huellas. Aunque la corrupción no es omnívora, pues su alimentación principal es el dinero, tiene una gran capacidad de adaptación: sabe esperar, puede transar, tiene tentáculos internacionales y tiene cómplices que basan justamente en su honestidad la capacidad de disimulo.
Año tras año, Dinamarca es el país que obtiene el índice más alto, merecedor de la matrícula de honor. España se mueve en el aprobado alto, entre los puestos 20 y 30 de un ranking de 170 países, más o menos. En la cola, se estabilizan los países más pobres de este planeta, mezclados con otros que se hayan en guerra o en crisis de identidad, como Irak, Irán y Venezuela.
No sabemos muy bien para qué se utiliza en concreto este índice -puede servir, por ejemplo, como orientación a los inversores internacionales para saber en cuánto deben aumentar los costes para incorporar los montos dedicados a sobornos-.
De entre los mandatarios a los que ha sentado muy mal encontrar su feudo entre los países percibidos como corruptos, figura el gobierno de Chaves, el histriónico presidente de la República Bolivariana. Sus representantes se vienen dedicando a desacreditar el Informe, denunciando que es una manipulación de la CIA y otras organizaciones del capitalismo norteamericano y presentando argumentos de descalificación basados en la dificultad de medir la corrupción cuando los que puntúan tienen puestas las gafas de su propia corrupción.
No merece la pena entrar en valoraciones. Los que trabajan en los mercados internacionales saben bien el percal con el que se encuentran. Suponemos que, si caen en sus manos estas clasificaciones voluntariosas de investigadores sociológicos que manejan estadísticas, índices y papeles desde sus despachos, no podrán evitar una sonrisita despectiva.
Y guardarán, celosamente, entre claves, anotaciones ininteligibles salvo para ellos, los testimonios desconocidos para los demás que permitirían saber la verdadera medida de la corrupción en el mundo, los caminos del dinero negro, las ambiciones del poder y la consecución de contratos y beneficios que mueven los engranajes, tal vez incluso los principales, de la economía mundial.
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