Sobre los privilegios y su maluso
Saber hacer algo que está al alcance de muy pocos es un privilegio. Si de esa cualidad, conseguida por aprendizaje, se confecciona el arma del chantaje para perjudicar a miles, a millones de personas, causando máxima alarma social y el caos en un pais, ese maluso tiene la calificación, indudablemente, de delito de extrema gravedad, del que los Códigos Penales recogen distintos tipos en los que puede enmarcarse.
Los controladores aéreos de España no se han presentado a realizar su trabajo el 3 de diciembre de 2010 y, en consecuencia, todo el tráfico por avión del país se ha paralizado este viernes, en el que, aprovechando que el día 6 es la Fiesta de la Constitución, muchos españoles habían programado por ese medio un viaje de vacaciones o, para quienes vivían en otro lugar, acercarse a ver a sus familias.
No podremos evitar, a partir de ahora, cuando sepamos que la aeronave en la que viajamos nosotros o nuestras personas queridas se encuentra dirigida desde la torre de control de un aeropuerto, que en ella están individuos, de los que se depende, a los que les importa mucho más la defensa de sus hipotéticos derechos que los de cualquier grupo de otros seres humanos, por grande que sea éste.
Nos parece que el ministro de Fomento, José Blanco, está realizando una buena gestión de esta crisis insólita. El problema está en que lo que hemos consentido que esos controladores insolidarios sean -aparentemente, al menos- los únicos que están autorizados a manejar unos aparatos que no serán más difíciles de manipular que otros muchos, pero a los que hemos rodeado de un halo de misterio.
Así que solo nos queda la opción a los pacíficos -que somos todos los demás- de obligarles, con la fuerza de la Ley y la amenaza firme de un castigo ejemplar, a que vuelvan a su trabajo.
Eso lo saben los controladores. Todos, pues no cabe imaginar que entre aquellos que tienen en sus manos a diario un poder de decisión sobre la vida de miles de personas, haya quien carezca de la lucidez suficiente para calibrar las consecuencias de sus actos. ¿A qué esperan pues? ¿Cuál es el gozo de tenernos cabreados a todos los españoles, contra ellos?
Debiera ser para ellos terrible que los demás sepamos ahora, inequívocamente, que no significamos para esos seres lúcidos, privilegiados, orgullosos e insolentes, más que un número, una mierda pinchada en su palo, y que nos ostentarán, con gestos insolentes, despectivos, con ademanes airosos, cada vez que alguien les toque un pelo de sus privilegios.
No deberíamos consentir que la situación se repita jamás, y para ello, hay que tomar medidas inmediatamente.
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