Sobre lo que aún no ha divulgado Wikileaks
Los documentos que esa agrupación a la caza de desvergonzados, que ha tomado el nombre de Wikileaks -pero al que resulta seguramente más adecuado el de Shamelessleaks-, ha puesto al descubierto, dejando con el culo al aire a unos cuantos simpatizantes, -confidentes voluntarios o inocentes-, el libro de recetas de cocina, por no decir, de los secretos de la alcoba de los contubernios, del Estado más poderoso de la Tierra.
Algunos media, que seguramente (aunque lo nieguen) han pagado un dineral por airear esta casquería, se esfuerzan en presentar esa historieta cómica de los bajos fondos de la política en pequeñas dosis y con letras mayúsculas; se comprende que quieran tratar de recuperar la inversión y se agradece que no nos quieran empapizar con demasiada casquería, introducida de sopetón.
Y, sin embargo, al leer el relato de los chismes, elucubraciones, hipótesis, cotilleos y juicios -temerarios, certeros o exquisitos- de tantos cientos personajes conocidos, -por haberlos visto antes representando sus papeles oficiales-, es difícil sentirse escandalizado.
La mayor parte de las veces, nos parece que no se nos cuenta nada nuevo, algo que no imagináramos o no supiéramos ya; y, en otras, podemos pensar que todos estos personajes que han sido descubiertos en ropas interiores son, a la postre, actores secundarios, figuras de reparto.
Están ensayando los efectos de una obra que les viene grande y que habrán de representar luego ellos mismos o sus jefes, y que, aparentando ser muy profesionales, prueban la manera de lograr despertar de forma más eficaz los sentimientos para que lo que nos cuenten luego en el escenario nos resulte más creíble.
Dejando de lado el análisis de lo que ahora se desvela, estos relatos son, desde luego, una tentación irresistible para extraer consecuencias generales acerca de cómo se tejen los hilos de los intereses que más les merecen la pena a los que se creen poderosos.
Sorprende, desde luego, que se guarden con tal despreocupación un montón de notas íntimas, después de que alguien importante las haya recopilado, calificándolas de alto secreto.
Esta colección de opiniones y comentarios, -a veces sagaces pero la mayoría triviales, e incluso, en no pocos casos, ridículos-, está salpimentada con elucubraciones e hipótesis sobre los móviles de terceros y murmuraciones de charla de café, traicionando muchas veces la confianza de los interlocutores que confiaron sus miserias a quien no tenía otra misión que sonsacarles algún chisme.
Gentes, unos y otros, aparentando capacidad de decisión, pero, en verdad, comparsas. Sus chismorreos, ahora puestos en mayúsculos, si hubieran sido copieteados en su momento desde un periódico de provincias nos parecerían más bien la invención de un plumífero de chicha y nabo, escasos de interés.
Así que, una vez más, el saber no solo ocupa lugar, sino que nos llena la realidad de porquería.
La culpa no la tiene Wikileaks, al que debemos agradecer que nos confirme, con esas, lo que ya sabíamos o, al menos, intuíamos. La desazón proviene de lo que trasciende ahora de esas revelaciones, porque, al desvelarnos una parte, nos dejan con la curiosidad de confirmar todo lo demás, lo que también sospechamos que se ha estado y se está cociendo en esas y muchas otras ollas.
En los miles de pucheros de mentiras y contubernios que, siendo seguramente controladas hasta ahora por cocineros más cautos, o no han dejado huellas de las recetas con las que nos preparan los platos aliñados que engullimos cada día, o aún no hemos acertado con descubrir el cajón disimulado en el secretér, donde se guardan.
Tiemblen las organizaciones que han conservado los testimonios, registrados en cualquier soporte -manual, digital o unguiculado-, de las razones que les han movido a actuar como hicieron; si están a tiempo de destruir para siempre las informaciones que les han servido para tomar cualesquiera decisiones o doblegar torcidas voluntades, háganlo.
Porque el deseo de sacar a la luz los entresijos de cuanto mueve el mundo y poner patas arriba a sus autores, es ahora insaciable. No nos bastará lo que hasta ahora tenemos documentado. Complacidos por confirmar que es genuina la indignación de las más altas instancias de los países afectados por la filtración, queremos más.
Vamos a acabar confirmando la verdad de nuestras incursiones mentales en lo que imaginamos los secretos turbios de todas las confesiones e Iglesias, en los entresijos miserables de las más respetables entidades financieras y mercantiles, queremos obtener la plena certeza de la existencia de contubernios sistemáticos entre gobernantes de países de bloques irreconciliables, entre partidos políticos de signos contrarios, refocilarnos en la confirmación de orgías mentales con intercambio de parejas en que hayan participado líderes de asociaciones en contra o a favor de algo y toda clase de perjudicantes, casorios entre cabezas sindicales, ecologistas, científicos y cualesquiera respetables y las agrupaciones empresariales que criticaron, los centros de contaminación que amenazaron cerrar, los empleadores que ocultaron resultados de sus hallazgos.
Entre tanto, nos sentimos avalados para poder mirar por encima del hombro a los más serios jueces, embajadores, fiscales, catedráticos, ministros, empresarios, hombres y mujeres de alcurnia, de cualesquiera meritócratas y encumbrados. Aunque solo lo sospechamos, acabaremos sabiendo que muchos tienen sus pies de barro sucios de la mierda de sus andanzas por los patios que han tenido que hollar para auparse unos centímetros sobre nuestras cabezas.
Nos los podemos imaginar, pero ahora con nitidez de cámara digital, en cacerías, comidas, visitas a despachos, reuniones oficiales u ocasionales, murmurando respecto a los caracteres del vecino, insinuando falsedades del compañero aparentemente más fiel, solicitando favores para la esposa o la concubina, intercambiando cromos de influencia entre risotadas y palmadas en la espalda y, para colmo, satisfechos de pensar que lo han hecho muy bien, no solo despreocupándose de borrar las huellas de la francachela, sino dejando fiel constancia, con pelos, eructos y señales, de lo que han deducido de lo que han sonsacado al otro.
Ya solo nos faltaría, pero incluso creemos que el trabajo no merece la pena, casar las informaciones confidenciales de todos esos empleados de la diplomacia mundial, buscar, para reunirlas, todas las notas en las que, aplicadamente, suponemos que han contado a sus jefes, en documentos altamente confidenciales, lo que creen haber descubierto.
Qué paradoja. Lo que no saben es que, nosotros, los de a pie, supimos desde que el mundo es mundo lo que se nos quería ocultar. Disimulábamos, conscientes de que teníamos con convivir con esa forma de actuar, puesto que no sabemos cómo fabricar una alternativa. Tenemos ciencia innata respecto a esas Lickyweaks, ("Debilidades babosas") de la naturaleza humana.
Sépanlo quienes creen dirigirnos. La gran fiesta del mundo sigue abierta. No somos invitados de piedra, ni tragamos piedras de molino, no somos sinceros cuando decimos que llueve si nos orinan encima, ni cuando subrayamos con aplausos lo que nos cuentan los caciques para su lucimiento. No nos engañan. Estamos en las claves. Van desnudos.
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