Sobre las vacaciones en agosto
Un año más, los españoles -y casi todos los europeos- se encontraron simultáneamente de vacaciones en agosto. El "cerrado por vacaciones" volvió a condecorar la mayor parte de los escaparates comerciales (excepto, claro está, los de los "lugares de veraneo") y las justificaciones del tipo "No se lo podremos entregar/reparar/fabricar/ofertar hasta septiembre" jalonaron las últimas semanas de julio.
Este comportamiento colectivo, que tiene sus orígenes en el natural gregario de nuestra especie, carece de la menor justificación práctica y tiene muy fácil arreglo. En Alemania, por ejemplo, lo han solucionado desde hace años. Los Shulferienkalender son públicos con total antelación, distintos por BünderLand, y así se puede programar las vacaciones evitando aglomeraciones y la paralización del país, además de poder disfrutar mejor de los lugares apetecidos, sin problemas de sobreexplotación.
La Comisión Europea, por lo que se nos cuenta, está estudiando, por fin, la racionalización de los períodos vacacionales en la UE. Ojalá que se llegue a un acuerdo y, más que pensar en uniformizar los resultados se trate de definir criterios homogéneos de flexibilidad.
El eje central de la justificación oficial para que las vacaciones generales se tomen en agosto proviene del cierre de las escuelas y colegios en verano. Los docentes aprovechan así el fin del período lectivo para preparar las clases, dar conferencias y asistir a congresos y perfeccionar su formación y la actividad académica con los alumnos se paraliza.
Pero esto tiene consecuencias para toda la cadena productiva. Los estudiantes se encuentran simultáneamente con un período de total asueto desde finales de junio hasta mediados de septiembre y fuerzan a sus papás, a las empresas y organismos en los que trabajan y, por ende, al resto de la sociedad a encajar sus vacaciones en esos meses.
Sin sentido. Así se consigue que los sitios vacacionales estén abarrotados, los servicios y el disfrute sean peores, los precios más caros y, por añadidura, la demanda se concentre en la costa, donde las temperaturas son más agradables y la oferta natural más limitada.
Se pierde así la ocasión de promocionar bellísimos lugares en el interior, de mejorar la formación cultural de la familia, de conocer con más profundidad el país. Muchos emplazamientos permanecerán ocultos para la mayoría hasta que se alcanza la edad dorada. Los viejecitos, y otros escasos bienaventurados, serán quienes se benefician por encontrar casi vacíos tanto las playas atestadas en el verano como esos parajes idílicos que nadie ha puesto en valor.
Por el contrario, se habrá creado un pico estacional que obligó a contratar personal en verano, cerrándose muchos establecimientos el resto del año y cesando en su oferta de empleo.
Ni las empresas, ni la judicatura, ni cualquier occupación o tarea que se nos ocurra nombrar tiene beneficio alguno porque toda la plantilla de la empresa o de la entidad pública o privada se encuentre de pronto de vacaciones. La recuperación del ritmo perdido, además, cuenta en contra; se perderán varios días, incluso semanas, y, en bastantes casos, habrá que resolver de forma acelerada y, por tanto, peor, el trabajo pendiente acumulado.
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