Sobre el prurito de hacerlo bien y lo malo de hacerlo por prurito
Aunque la palabra es de las que se usan poco, tiene dos acepciones bastantes distantes que nos justifican el atractivo de situarlas juntas en un mismo titular. Porque se puede (y debe) tener el deseo ferviente de hacer las cosas lo mejor posible; pero cuando lo que nos mueve a hacerlas sufriendo de un picor insoportable, lo más probable es que, llevados por esa inquietud, nos precipitemos y el resultado sea nefasto.
No deberíamos tener dudas de que la mayor parte de los políticos -tanto si se encuentran ejerciendo (incluso ostentando) el poder, como si aspiran a llegar a hacerlo- desean ser apreciados por lo bien que lo hacen. Otra cuestión es que sepan cómo hacerlo, y una ya muy diferente, es que antepongan su bienestar personal al colectivo: estamos convencidos de que estos últimos son minoría y que, ya puestos a creernoslo todo, solo caen en la tentación para llevarse -presuntamente- un par de trajes a casa que, puede, incluso no sean ni de su talla.
Pero que, metidos en un berenjenal, tengan que hacer su trabajo mientras les pica insoportablemente el cuerpo, es algo de lo que deberíamos tener compasión. Así no se puede trabajar.
Nos da la sensación de que esta es la situación: los líderes, tanto los próximos como los globales, tienen por prurito demostrar eficacia pero las circunstancias les han puesto el cuerpo en un prurito y, constreñidos a rascarse allí donde les pica, no tienen tiempo, ni ganas, ni tranquilidad, para ocuparse de lo nuestro; de lo de todos, vamos.
Ejemplos, los encontramos a diario: mandamases mundiales que se olvidan de lo que les trajo a una reunión de alto nivel que cuesta un pastón a sus países, y que se ponen a ver en televisión un juego de pelota; mandamasinos más modestos que no consiguen convencer ni a sus allegados familiares de que las medidas que se les han ocurrido para crear empleo serán, no ya eficaces, sino ejemplares para que quienes, cuando sean llamados a dar el callo, teniendo mucho más, no se extrañen de que les llamen a cotizar en la salvación de una crisis que, por cierto, ellos mismos han provocado, a base de tanto divinizar el mercado.
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Constantino -