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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la dificultad de reconocerse humano

Si bien no existen dudas genéticas respecto a la pertenencia a la misma especie de todos los seres bípedos con cierta capacidad de raciocinio con los que nos cruzamos por ahí, incluida la nuestra propia, resultaría muy difícil caracterizar a esa misma especie a base de analizar su comportamiento.

Quizá lo más adecuado sería centrarnos en nuestra capacidad para apropiarnos indiscriminadamente de todo cuanto nos rodea, poseyéndolo en una primera instancia y destruyéndolo en la segunda, señaladamente si no podemos conservarlo en nuestra propiedad.

Como no pretendemos más que dejar un par de pinceladas sobre la cuestión, nos detendremos en unos pocos comportamientos grupales, que estimamos significativos para expresar la dificultad de reconocerse humano junto a ellos. 

Un comportamiento implica una finalidad y, justamente, trataremos de comprender qué pretende(n) quiénes actúan de esa manera, para, en consecuencia, deducir nuestro alejamiento o cercanía con el objetivo que detectamos en el otro.

¿Qué pretenden quienes, por ejemplo, corren unos metros junto a ciclistas profesionales que coronan una cima y se hallan en pleno esfuerzo, comprometiendo su equilibrio y dificultando su marcha, disfrazados de variopintas maneras, incluso desnudos, llevando en algunos casos pancartas o banderas con nombres, mensajes cortos de ánimo o de insulto?.

La respuesta más verosímil es que esos centenares o miles de personas, que en algunos casos repiten su aparición jornada tras jornada, quieren que se les vea. Como no conocemos su identidad, salvo que pasen a la fama efímera de los imbéciles que han conseguido tirar de su bicicleta a uno de los atletas, su mensaje es forzosamente anónimo y, por ello, nos representa a todos. Equivaldría a decir: quiero que sepáis que sois también así, como yo: imbéciles.

El equívoco o la confirmación de tan demoledor mensaje solo podría ser desmentido o aceptado por unos pocos: quienes conozcan particularmente a esos individuos. Pero, a falta de otra información, podemos imaginarnos a ellos y a tres o cuatro de sus amiguetes o familiares más cercanos, viéndose una y otra vez por la televisión y repitiendo (por signos, muecas o por nefas): "Hemos conseguido elevar al ser humano al nivel de estupidez que le corresponde).

¿Qué pretenden quienes cubren de pintura negra las señales de tráfico, cambian las toponimias, confundiendo así a los visitantes y, aunque puedan creerse pertenecientes a grupos distintos, cuáles son las intenciones de quienes escriben su nombre en las paredes de edificios públicos y privados, deterioran marquesinas y mobiliario, llenan con sus estúpidos mensajes grafiteros y sus aborrecibles dibujillos los escaparates, los monumentos artísticos, las pasarelas, los puentes, azudes, naves, muros,...?

La respuesta más verosímil es que esos centenares o miles de personas, quieren, lisa y llanamente, fastidiar. Si tuvieran otra intención, trabajarían sobre papel, utilizarían tizas de colores para pintar sobre la acera, irían a una escuela elemental de pintura o decorarían la sala de estar de la casa de su abuela.

Pero no tienen otro propósito que agredir a los demás y, por ello, su comportamiento nos es ajeno, nos parece lamentable, propio de otra especie diferente a la de un ser que se cree racional.

Sin importarles la propiedad y los derechos de los demás -todos, cuando atentan contra bienes públicos- o los de comerciantes y particulares concretos, su objetivo no es artístico (nos es imposible dar contenido estético a la bazofia), sino mezquino, agresivo, enfermo.

Y para terminar, dejando al lector que siga haciendo sus propias preguntas respecto a lo que le separa de los demás:

¿Sabemos qué pretenden, hoy en día, quienes mantienen creencias que suponen marginación de otros pueblos y razas, el odio a muerte a las diferencias, amparados en una supuesta revelación de los dioses a sus antepasados??

¿A quiénes contenta hablar simultáneamente de un mundo global y solidario y argumentar respecto al valor superior de su cultura, su capacidad de gestionar, su derecho a tener más por ser de una manera?

¿Qué quieren que pensemos de los que alegan proteger a la mujer manteniéndola custodiada en casa, la obligan a ir cubierta por la calle, le niegan capacidades y derechos?

¿Somos de la misma especie de los que, conociendo cómo curar una endemia, mantienen el precio de los fármacos ficticiamente alto, para aumentar sus beneficios?  

¿Somos de esa especie que no duda en matar a sus semejantes, por ideologías, creencias, odios tribales -recientes o ancestrales-, o por la posesión de un recurso que no se quiere compartir, habiendo para todos?

Difícil reconocerse humano, en lo pequeño y en lo grande, en lo próximo como en lo lejano, así en la tierra como en el cielo.

2 comentarios

Angel Arias -

Totalmente de acuerdo, Tante. Hay gradaciones en las expresiones de la distancia que separa a unos y otros, de entre nuestros congéneres. La mayor es, por supuesto, la que no duda en causar la muerte de aquel que nos estorba. No hay razón que ampare la destrucción de la vida del otro: ni jurídica, ni política, ni ética.

Constantino -

Desgraciadamente, la Humanidad, la naturaleza o carácter humano, es así, como demuestra la historia. En realidad es un menosprecio total o parcial de la vida de nuestros congéneres, si consideramos vida la sensibilidad o la ética que cada uno de nosotros poseamos en mayor o menor medida. El desprecio total, es decir, desproveer de la vida a un semejante, nos abruma mucho más y resalta con mayor fuerza que los ejemplos que has expuesto, pero sólo es un problema de medida.
Saludos