Sobre el valor de la experiencia
Son varios los ejemplos que pueden encontrarse en la vida social y económica española. La realidad muestra que aquí, con cincuenta años uno es ya considerado mayor, es decir, viejo. Hasta los treinta años, sin embargo, se opina que es demasiado joven.
La conclusión es obvia: quedan apenas veinte años de vida útil para cada persona, considerados desde la perspectiva de la sociedad que nos rodea. Pocos serán los que a partir de los cincuenta encontrarán nuevo empleo, si lo han perdido, y serán raros los casos de quienes, no descendiendo de un árbol genealógico con pedigree, sean puestos en cargos de responabilidad.
A los treinta y un años se puede, incluso, llegar a ser Ministro, demostrando con ello que también los altos cargos públicos pueden servir para acumular experiencia útil para el resto de la vida activa. Con cincuenta y pocos años te pueden dar la patada, bajo la fórmula de jubilación anticipada, con o sin plan de reconversión, o hacerte la farsa de un despido improcedente para meterte en el bolsillo cuarenta y cinco días por año trabajado, con máximo de dos anualidades.
Lo más curioso es que la sociedad no se ha dado cuenta de quién pierde. Esos millones de maduros sin sitio en la sociedad, deambulando por las calles sin rumbo fijo o, si más afortunados en sus ahorros, acumulando viajes de recreo tras otro hasta la extenuación de sus rencores, son un despilfarro y, también, una vergüenza.
Quizá una cosa traiga como consecuencia la otra. Si despreciamos lo que pueden hacer por nosotros los que ya acumulan la experiencia, el saber hacer y la tranquilidad de veinte, treinta o más años de actividad y de trabajo, tendremos que acudir al señuelo de los que exhiben su juventud, su belleza y su frescura indómita.
Si a unos les negamos la responsabilidad para dársela a los otros, con aún débil currículum, pero con fuerte empuje para probar en donde equivocarse, no debemos extrañarnos después de lo que pase.
Hemos aumentado la esperanza de vida, para incrementar la desesperanza de quienes ven que la sociedad cree no necesitarlos, y propiciar la acumulación de errores en viejas piedras del camino, porque los que podían habernos advertido de su presencia están pescando carpas o jugando a las maquinitas en el bar de la esquina.
1 comentario
Guillermo Díaz -
En cuanto a los jóvenes, muy preparados si, pero muy inexpertos, he visto como tomaban decisiones "metiendo el zancarrón" hasta el fondo y generando pérdidas a las empresas, pero.....parece que es lo que hoy funciona. Aunque no se tenga ninguna experiencia profesional con 31 años ya puedes ser ministro...
En este sentido es curioso: Hace unos días hablaba con uno de mis hijos del nombramiento de esta chica como ministro y me decía: Mira Papá, tengo 31 años, soy ingeniero, tras seis años en una empresa, he decidido montar la mia propia. Tengo diez empleados y tomo decisiones todos los días, pero, si me dijeran que me nombran ministro, tendría que decir que no me siento preparado para ello.
¿será que es un cobarde? o acaso es que otros toman decisiones equivocadas.