Sobre el matrimonio de conveniencia entre técnica y política
Las relaciones entre técnica y política son las propias de un matrimonio de conveniencia en la que quien lleva la voz cantante hacia el exterior es la segunda, pero quien realiza el trabajo de la casa es la primera.
Pocas veces ambas se presentan juntas en sociedad, y son discretas en hacer manifestaciones públicas la una de la otra, aunque cualquiera que las conozca un poco sabe que no pueden vivir separadas y que, si bien no se prodigan en relaciones íntimas, se entienden en la cama en donde se generan las condiciones de futuro.
Un catedrático de Filosofía, Daniel Innerarity, realiza un incursión (EP, el 23 de julio de 2010 pág. 27) sobre esta relación, para indicar, desde la base argumental de que "además de las que han sido beneficiosas, estamos rodeados de técnicas que han fracasado", y que, gracias a estos fiascos, "la técnica ha reforzado el prestigio de la política", al convertirla en su reguladora, "frente a las inseguridades, peligros y accidentes que las modernas tecnologías plantean".
Como elemento para iniciar una discusión, el argumento (recogido aquí de forma resumida y, por tanto, imperfecta) es muy aceptable, pero los soportes desde los que trabaja el profesor Innerarity nos parecen muy poco consistentes.
Los métodos de trabajo de la política y la técnica son diferentes, aunque ambos tienen como propósito final el mejorar el bienestar de la sociedad. Para los primeros, el éxito consiste en ofrecer urgentemente realizaciones que sean vistosas, para rentabilizarlas en votos y apoyos populares; para los segundos, basta generalmente con mejorar algún aspecto que les aporte prestigio, y rentabilidad económica a sus empresas y equipos.
Distintos son, por ello, los conocimientos requeridos, los métodos y los ritmos.La política gestiona -o debería gstionar- la mejor solución a los problemas colectivos con los mimbres disponibles, y la técnica le proporcionaría lo sustancial de aquellos elementos de actuación que mejoraría el bienestar de los que votan, pero manteniendo objetivos mucho más amplios. Así sucede desde que el hombre abandonó las cavernas.
La política, sin la técnica, perdería su razón de existir, porque no tendría opciones sobre las que elegir, habida cuenta que se elige siempre entre soluciones técnicas. La técnica, por el contrario, no necesita exactamente de la política para subsistir, aunque la aplicación práctica de sus hallazgos constituye uno de los mejores estímulos para perseguirlos, y dota a su trabajo de sentido frente a los demás seres humanos.
Se pueden inventar y crear aplicaciones técnicas brillantes sin contar con el apoyo político (y, desgraciadamente, España a veces parece seguir ese camino), aunque es muy aconsejable que se dispense a los técnicos -aquí, sinónimo de investigadores- la atención y cuidados necesarios, para que puedan trabajar cómodamente, orientando las prioridades que deben dar a sus estudios y ensayos, ya que el campo de lo que queda por descubrir es infinito.
Esta conveniencia de apoyar la técnica desde la política es mayor hoy, porque la técnica ha alcanzado muy altos niveles de dificultad y exigencia, y el trabajo individual resultaría poco productivo, o ineficaz; hacen falta sofisticados equipos y materiales, y realizar tareas multidisciplinares en todos los campos.
Acusar a la técnica de fracaso es una falacia interesada. Equivale a echar en cara del héroe que muere después de haber salvado a varias víctimas de haber provocado el accidente.
La técnica no tiene las soluciones en su chistera, echando mano de varitas mágicas. Las trata de encontrar, con esfuerzo, método y, sí, también, a veces (pocas) con algo de suerte. No crea los problemas y, cuando ofrece las soluciones, no siempre las entrega como certezas, sino con un margen de seguridad o incertidumbre, porque en la mayor parte de los casos no se pueden controlar todas las variables, solo las más importantes.
Por ello, sería muy aconsejable que, de vez en cuando, la política, es decir, los políticos, se bajaran de su pedestal de ilusionistas de la realidad tecnológica y se aclararan de una vez de que es ingenuo creer que "la técnica acude siempre"; lo intentará, desde luego; pero se le han de proporcionar medios, dineros, las capacidades intelectuales y, no en último lugar, algo que no se vende en ningún mercado: tiempo.
Y no se olvide que el desarrollo tecnológico, a los niveles actuales, implica riesgos; a veces, más altos. Si se aumentan los focos de decisión, los modos de aplicación, los puntos de control, las intenciones de los políticos, la probabilidad de fallo aumenta.
Trátese de conductos de petróleo, centrales nucleares de fisión, viajes en avión o en automóvil, encendido de aparatos electrodomésticos o subidas y bajadas en ascensor a la casa donde vivimos. Hay que mantener los equipos, seguir investigando mejoras, trabajando continuamente para que la técnica no se convierta en el buco emisario del fracaso de la política.
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