Sobre el Defensor de lo Razonable
¿Estamos proponiendo un cargo más? ¿No nos basta con Defensores del Pueblo, del Cliente, del Lector, Síndics de Greuges, Ombudsmanes y demás parafernalia protectora de los derechos vapuleados de ese ciudadano gris al que, si no existieran, nadie escucharía?
Pues, sí. La propuesta no tiene nada que ver con las instituciones disponibles. En realidad, es imposible que la institución de Defensor de lo Razonable la pueda ocupar una sola persona, porque responde, genuinamente, al concepto de detentador del sentido común. Una esencia que se atribuía a la colectividad, a la mayoría, y que parece haberse perdido.
Se hace imprescindible recuperar la forma razonable de pensar, de argumentar, de decidir. O lo conseguimos, o acabaremos hundidos en la confusión de democracias, libertades, tolerancias, alianzas de civilizaciones y todo ese bagaje incompatible de comprensiones aduladoras, superficiales o estúpidamente rendidas respecto a cuanto hace el de enfrente, sea lo que fuere, guíele cualquier interés, con tal de que vocifere y adquiera puesto en la cancha pública, sin importar si actúa por ganar dinero o notoriedad, igual si le impulsa la Asociación de víctimas de la violencia de género, los Amigos del Jaleo, un tomatochóu o la Cocacola.
No se trata, en efecto, de crear una institución que defienda el respeto a los derechos y libertades establecidas en el Título Primero de nuestra Constitución (ni en cualquier otra). Lo que necesitamos es poner bajo los focos de la actuación colectiva el criterio de quienes, por encima de normas, credos, tendencias e intereses, señalen lo que resulta razonable.
Lo que haríamos si no tuviéramos ninguna ley escrita. Lo que diría Dios, si le apeteciera volver a quemar unas zarzas, a nuestros nuevos Abraham y Moisés. Lo que nos han venido indicando, despojados sus cuentos de los adornos del escriba, profetas, rabinos, curas, hafizes, santones, bienvanturados, pero también, filósofos, librepensadores, historiadores, estudiosos, poetas.
Aún más preciso: lo que han dicho, generación tras generación, que convenía hacer por ser lo más razonable, los consejos de ancianos de la tribu, los patriarcas, los abuelos, ... lo que alguien trató de introducir, como concepto jurídico (ay!) indeterminado, como manual de urgencia para muy despistados... actuar como un buen padre de familia...
En las Constituciones cabemos todos...los razonables. Y ser razonable no es un atributo a priori, porque no se detenta individualmente, sino que es la esencia del colectivo, que destilan, como preciado néctar, los pensadores independientes, los sensatos al margen de los vaivenes de la política y del mercado, los ancianos de la tribu, que por haber vivido muchas vicisitudes, tienen claro el método, no por la teoría, sino por la praxis.
Podemos imaginarnos ejemplos de actuación del defensor de lo razonable en relación con el actual momento, de tan desorientado cariz, que vive España; tal vez, sí, incluso, todo el mundo.
El defensor de lo razonable aconsejaría que la judicatura penal se concentrara en perseguir delincuentes (con prioridad a los que más daño hacen respecto a los rateros) antes que dedicar esfuerzos a acuchillarse entre los jueces. No dudaría en expresar la manipulación que se pretende del Tribunal Constitucional si se le pida que decida sobre Estatutos claramente anticonstitucionales, pero que ya vienen avalados por anómalos referendos regionales que, dirigidos desde la confusión, apoyan la ruptura de la unidad de un Estado regido por un gobierno débil.
Aconsejaría no airear como muestra de intolerancia la lógica prohibición de que los educandos precisamente en la tolerancia acudan a las clases cubiertos con velos, gorras y gorretes (sin que les sirva de nada apelar a conceptos religiosos de estructura racionalmente estrafalaria y sexista).
El defensor de lo razonable indicaría que se considerara como objetivo prioritario de una colectividad el pleno empleo, para alcanzar la máxima productividad, y que, por ello, se detectaran todas las necesidades de realizar tarea y se distribuyeran entre los ciudadanos, controlando que la falta de información y las ineficiencias del sistema favorecieran la acumulación intolerable de riquezas en unas manos y se empobreciera a otras.
El defensor de lo razonable...
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