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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la recuperación del tiempo perdido

Permíta el lector una reflexión con pretensiones filosóficas. La consciencia del vivir, el elemento sustancial a partir del cual construímos todo los seres humanos, tiene relación intrínseca con la percepción del tiempo.

El tiempo, como el espacio, son elementos ajenos a la idea de nosotros, que tomamos las referencias justamente en relación con la percepción de lo que entendemos nos es ajeno, externo.

Si no fuera por el tiempo y el espacio, podríamos incluso dudar de la existencia del yo. Pero que lo que ahora sentimos como signo del ser, o del existir, experiencia en torno a la cual añadimos atributos a las personas y a las cosas, capta nuestra atención solamente porque lo ubicamos en el espacio y en el tiempo.

La inmensa mayoría -es decir, una infinidad- de los elementos ajenos a nosotros no existen para nuestro yo. No las hemos detectado aún: incluso muchísimas de las que detectamos -de acuerdo con nuestro nivel educativo, nuestra formación, nuestra experiencia- no están identificadas individualmente.

Acompañar en una excursión por un trozo del Universo a un geólogo, un botánico, un naturalista, un historiador, un astrónomo, ...nos abre nuevas perspectivas de conocimiento del entorno. Nos reafirma el yo, al descubrirnos nuevas diferencias entre nuestra individualidad y la de los demás objetos.

Pero lo que percibimos hoy, como detectó Heráclito, es diferente de lo que percibíamos ayer, o hace unos instantes, o de lo percibiremos mañana, si es que mantenemos mañana la misma capacidad para percibir.

¿Qué es mañana? ¿Qué es ayer, o el pasado? Pocas respuestas tendríamos sino fuera porque hay elementos que percibimos como inmutables, y por tanto, no nos servirían más que como referencia, respecto a otros que se cambian.

La emoción que sufre el ser humano al despertar del sueño, y advertir que, junto a la inmutabilidad de ciertos recuerdos que aparecen impresos en la memoria, existen otros que no están ya allí, es tremenda. Podemos repetir los mismos gestos, las mismas actitudes que nos condujeron a ciertos resultados, pero puede que, dado el cambio de ciertos sujetos y objetos, nada de lo esperado consigamos.

Todo este circunloquio viene a cuento (o no) para comentar lo inútil de algunos esfuerzos que realizan en esta época de desorientación, ciertos seres humanos para detener el tiempo. Una falsedad de la que los prisioneros son ellos, porque los demás -objetos y personas- cambian, y su vano propósito de subsistir inmutable solo les parece a ellos.

Esos viejos y viajas que se han estirado la piel, enderezado los pechos, arreglado con apliques las partes más fofas, han de saber que se engañan solo a sí mismos. Podrán creer que esa belleza que perciben -ficticia, hecha de bisturíes y trampas- es suya, pero no. Han dejado de ser ellos, para pasar a ser otra cosa, otro objeto, otra servidumbre de un yo diferente.

La recuperación del tiempo perdido es imposible. Por eso también, quienes quieren vivir una segunda juventud, recuperando viejos amores, aupándose en el revival de lo que se les ha ido, han de saber que no es el pasado el que deben recuperar, sino construir, con los mimbres disponibles, el futuro.

Ahí si. El futuro está hecho de los retazos que han sobrevivido del pasado. Solo de esos.

 

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